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Andrea Barrett y sus relatos: la ciencia a través del filtro de la literatura

Por Virginia Higa

"Los cuentos de La fiebre negra pueden leerse, juego de palabras mediante, como la contracara de la ciencia ficción: ficciones sobre ciencia donde los personajes principales son hombres y mujeres dedicados a la tarea de comprender las leyes del mundo natural y donde el mayor misterio resulta ser siempre el de la propia naturaleza humana". Una lectura del libro de la narradora estadounidense Andrea Barrett, traducida por Nórdica.

Por Virginia Higa.

 

Es difícil imaginarlo hoy, pero hubo una época en que los médicos no sabían de qué modos misteriosos se contagiaban las enfermedades, ni cuán importante era lavarse las manos después de tocar a un paciente infectado con tifus. En ese mundo no tan lejano, a caballo entre la superstición y la modernidad, desarrolla Andrea Barrett el cuento largo que da nombre a la colección publicada por Nórdica: La fiebre negra (Ship fever). Se trata de un libro de cuentos que apareció en su versión original en 1996 (año en que ganó el National Book Award) y que vio la luz recientemente en nuestra lengua gracias a la ola desatada por el rescate de Lucia Berlin (aunque los relatos de Barrett están más cerca de la luminosidad de Alice Munro que de la electricidad berlineana).

Los cuentos de La fiebre negra pueden leerse, juego de palabras mediante, como la contracara de la ciencia ficción: ficciones sobre ciencia donde los personajes principales son hombres y mujeres dedicados a la tarea de comprender las leyes del mundo natural y donde el mayor misterio resulta ser siempre el de la propia naturaleza humana. Lo que hace interesantes a estos relatos, y también los ancla en la tradición del cuento realista, es que Barrett sabe de qué está hablando: no hay aquí “científicos” que mezclen líquidos innominados en tubos de ensayo o trabajen en laboratorios genéricos. Todos los personajes de estos relatos (algunos de ellos, figuras históricas reales, como Darwin, el botánico sueco Linneo o el explorador británico Alfred Wallace) tienen intereses específicos en campos como la biología, la medicina o la historia natural, y alrededor de esos intereses se van construyendo las historias.

Un posible riesgo que existe siempre al escribir literatura sobre ciencia (y del cual tampoco está exenta la ciencia ficción) es la romantización excesiva de ese universo o la apropiación de un lenguaje que, fuera de contexto, puede resultar banal. No es que esa operación no pueda hacerse, pero debe hacerse con cuidado. (Aunque, pensándolo bien, ¿qué metáfora, cualquiera sea su campo, no debe pensarse con amorosa atención?) Barrett sale airosa en esta empresa porque en sus cuentos la información y los datos científicos están dosificados y nunca opacan el verdadero punto focal, que son los personajes y sus experiencias. Y cuando el lenguaje de la ciencia se cuela en el texto, siempre es en boca de alguno de ellos. Es evidente también que detrás de cada pieza hay una profunda investigación, pero la elegancia de la autora está en hacer que lector nunca sienta eso como una molestia.

Varios de los relatos tienen como protagonistas a mujeres que se dedicaron a la ciencia, o la estudiaron en su juventud, como la misma Barrett, que tiene un título de bióloga. La narradora de “La carta de Mendel”, el cuento que abre la colección, es una mujer que cuenta su vida junto a un académico de renombre, un profesor egocéntrico que la ha menospreciado sutilmente durante décadas. Una secreta historia familiar ligada a las cartas de Mendel entrelazan ciencia y narración de un modo que marcará el tono para el resto del libro.

Las hermanas Lavinia y Rose de “Las hermanas Marburg” están respectivamente fascinadas y desencantadas con la ciencia que anhelaban estudiar de niñas, y después de la muerte de sus padres se sumergen en una experiencia esotérica de la que no hablarán con nadie. Este es el único cuento en que Barrett se permite deslizarse hacia zonas más inquietantes donde el realismo se desdibuja. En “La zona litoral”, se narra con hermosa tensión el enamoramiento entre un botánico y una zoóloga durante un viaje de trabajo a una estación de biología marina. Ambos son casados y tienen familias establecidas, y entre muestras de fucus y hildenbrandtia se enfrentan a las contradicciones y sufrimientos de los que se sienten traidores.

Fragilidad humana, seres aferrados a su intelecto que luchan por obtener éxito y reconocimiento. Envidias, recelos y obsesiones. La historia de la literatura está llena de personajes de escritores con esas características, pero muchos menos científicos ocupando los mismos roles. Barrett declara en una entrevista que la similitud entre los escritores y los científicos es lo que la llevó a querer escribir sobre estos últimos. “El arte, la ciencia y la escritura guardan una estrecha relación  (...) ¿Cómo es moverse por el mundo con ese tipo de obsesión? ¿Qué significa eso en términos de las relaciones humanas?”

La fiebre negra es un libro disfrutable y bello, sobre vidas atravesadas por la ciencia y observadas a través del filtro de la literatura. Pues no sólo en los artistas, nos recuerda Barrett, se concentran las pasiones humanas.

 

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