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Caleidoscopio Vivian Gornick

Por Ivana Romero

Después de leer Apegos feroces llega La mujer singular y la ciudad (Sexto Piso) y habilita una línea de lectura de la escritora estadounidense. "Su estilo intimista está sostenido por una voz templada por el tiempo, sabedora de que el sentido del humor es el callejón por el cual escapar cuando las preguntas se tornan demasiado solemnes".

Por Ivana Romero.

 

“Mi amistad con Leonard empezó conmigo invocando las leyes del amor: las que conllevan expectativas. Me llevó años darme cuenta de que ese sentimiento no era exacto. Lo que somos, de hecho, es un par de viajeros solitarios que avanzan con esfuerzo por el territorio de sus vidas y que de vez en cuando se encuentran en el límite más alejado para intercambiar noticias sobre el estado de las fronteras”, escribe Vivian Gornick en La mujer singular y la ciudad.

Este libro autobiográfico se articula (en apariencia) en torno a personajes y situaciones incidentales, con Nueva York como escenario. Una mujer cuenta en una reunión que se robó un jarrón chino de los nuevos propietarios de su casa y unas décadas después lo envía por correo junto a una carta de disculpas. La pareja le manda una notita muy atenta diciéndole que no sabe por qué ella pide disculpas y que recibieron un paquete “con mil fragmentos de algo”. Un hombre toma el colectivo, el chofer le dice que no pagó el boleto, el hombre asegura que sí, se obstina, el colectivero decide no seguir viaje, la gente se baja sin saber qué hacer, el hombre del boleto se va sin decir nada. Una señora observa una foto de la ciudad y piensa que, luego del 11S, esa foto que en otro momento era sinónimo de bienestar, ahora solo le trae zozobra.

Estas historias parecen no tener un doble fondo, un guiño, nada que no sea la transparencia misma de un relato de los millones que proliferan a diario en las grandes ciudades del mundo, evaporándose si nadie toma nota de lo ocurrido. Sin embargo, cada una está hilvanada por lo que Gornick tiene para decir al respecto. Es la mirada de la escritora lo que les da sustancia. Y es que, muchas veces, son parte de las largas conversaciones que ella tiene con su amigo Leonard, con quien se juntan a cenar puntualmente una vez por semana.

Estas nuevas memorias de Gornick –que aquí se consiguen en edición de la española Sexto Piso– se publicaron en Estados Unidos en 2015, cuando ella tenía 79 años. Es decir, de modo inevitable, la finitud es una pregunta subyacente. No hay melancolía en esa indagación sino, por el contrario, una curiosidad insaciable. Lo mismo que cuando se trata de amor. Tanto Vivian como Leonard conocen los límites del amor romántico. Si las relaciones de pareja, considera Gornick, terminan licuándose en una zona tan imprecisa como aplastante (ella decidió casarse tres veces y separarse muchas más), la amistad ofrece una margen de seguridad. “La imagen de sí mismo que cada uno proyecta en el otro es la que tenemos en la cabeza: la que hace que nos sintamos coherentes”, escribe la autora.

Así, la observación del entorno es, más bien, una excusa para pensar estas cuestiones sin llegar a ninguna verdad absoluta pero sí a un puñado de certezas que sostienen la narración. Y es ahí donde el relato deja de ser pura anécdota para transformarse en literatura: convertidos en personajes, estos amigos pueden transitar las calles sinuosas de la incertidumbre sabiendo que se tienen mutuamente para mostrar sus tesoros, lo que ven, lo que viven. Y nadie mira sino a través de sus fulgores y sus cicatrices. De allí que no siempre sea sencillo encontrar amigos dispuestos a esa peculiar forma de desnudez.

Ella es la mujer singular, que salió del Bronx y se convirtió en universitaria primero y en escritora, después. Él es un hombre gay que observa de costado las costumbres burguesas y se burla de ellas, incluso cuando su amiga las protagoniza. Al final del día, es tanta la información que han recolectado sobre lo que les pasa y lo que ocurre a su alrededor que, como dice Gornick, encuentran alivio en ese otro que escucha, que también vuelve con noticias de la frontera.

Gornick reconoció que el estilo incidental del libro no es un accidente sino parte de un profundo trabajo. “Reescribí ese librito unas cincuenta veces”, contó en una entrevista reciente con American Literary Review. “Comenzó como una historia sobre mi amigo Leonard, de Nueva York, con quien tenemos desde hace años una relación que siempre creo, es paradigmática de la ciudad donde vivimos. Yo soy divorciada, él es gay. Cada uno ha vivido solo y hemos atravesado los distintos momentos políticos de ese lugar”, agregó. Pero también sostuvo que esa idea no era suficiente para un libro. Es ahí donde decidió que también la ciudad sea protagonista. Así es como ella, Nueva York y Leonard resultaron la trilogía que le permitió tirar del hilo.

La traducción en castellano de La mujer singular y la ciudad llegó a nuestro país casi en paralelo con la de Apegos feroces, que se transformó en uno de los libros más leídos en nuestro país el año pasado, también editado por Sexto Piso. Sin embargo, aquel libro fue publicado originalmente en 1987. Allí, la escritora exploraba el complicado vínculo con su efervescente madre judía, luego de que su padre –de carácter afable y militancia socialista– falleciera cuando Vivian tenía trece años. Ella creció en un Bronx pobre y multicultural, habitado por muchas mujeres irlandesas, rusas e italianas que de alguna manera moldearon su forma de ser tanto como sus padres. Cuando el libro se publicó, Gornick ya era una escritora reconocida por sus crónicas en el Village Voice, donde le daba voz al movimiento feminista en Nueva York durante los setenta, donde ella militaba.

Desde entonces hasta ahora, ella se ha convertido en una referencia de la no ficción, como Joan Didion, de quien repite una idea astuta: “Quien se cruza con un escritor, sabe que su vida puede ser usada para ser escrita”. Es algo que Gornick analiza en The situation and the story, un ensayo que merecería ser traducido en una época donde las escrituras autobiográficas buscan de qué manera reiventarse. “Podemos llamar narrativa personal a esa donde las personas se imaginan a sí mismas en relación al entorno. La creación de esas personas a través de la escritura es una forma de iluminación”, afirma en ese ensayo delicioso. Ella también es autora de otra colección de ensayos, The end of the novel of love (es decir, el final de las novelas de amor) publicados a mediados de los noventa con una idea que fue tan rápidamente absorbida por el circuito literario que ahora parece obvia: luego de los cambios drásticos en términos sociales de los sesenta, el amor y el matrimonio perdieron mucho potencial dramático para los novelistas. Esa es, justamente, la idea sobre la que vuelve ahora, con más años pero sin una pizca de cinismo. Por el contrario, su estilo intimista está sostenido por una voz templada por el tiempo, sabedora de que el sentido del humor es el callejón por el cual escapar cuando las preguntas se tornan demasiado solemnes.

Más fragmentado y caleidoscópico que Apegos feroces, este nuevo libro se aleja de la figura maternal (aunque la retoma y la reescribe) para sumergirse en la ciudad que amaron Frank O’Hara y Edith Wharton al más puro estilo flaneur. Gornick se deja perder en medio del tráfico escuchando la música de las palabras que dejaron ellos, sus autores amados. En ese diálogo, se reinventa a sí misma como escritora y como personaje de su autoficción. La tarea puede resultar agotadora pero no lo es tanto si esos relatos son el tesoro que ella comparte y trafica con su amigo, allí donde otros solo atisban la letanía de los días.

 

 

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