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Camila Fabbri: "Me parecía injusto hacer una ficción"

Por Luciano Lamberti

Mientras prepara nuevo libro de cuentos y ensaya su próxima obra en coautoría con Eugenia Pérez Tomas, la escritora y dramaturga Camila Fabbri responde alrededor de su último libro, El día que apagaron la luz, una no fición novelada alrededor de los sobrevivientes a la tragedia de Cromañón.

Por Luciano Lamberti. Foto de Alejandro Guyot.

 

Camila Fabbri nació en 1989. Es escritora, dramaturga y actriz. Ha publicado el libro de relatos Los accidentes y escrito las obras de teatro Brick, Mi primer Hiroshima, Condición de buenos nadadores y En lo alto para siempre. También colaboró en distintos medios como Inrokuptibles, Culto o el blog de Eterna Cadencia.

Hablamos una candente mañana de diciembre en el bar de la librería acerca de su primera novela, El día que apagaron la luz (Seix Barral), una mezcla de crónica y ficción sobre la tragedia de Cromañón, el incendio de un boliche que causó la muerte de 194 personas en Buenos Aires en 2004.

 

¿Tenías amigos que murieron en Cromañón?

Tenía una amiga. Victoria, que es la que está narrada por Vera en el libro. Igual le cambié los nombres a los personajes y ahora cuando los menciono me olvido cuál es el nombre que elegí. Vera tiene otro nombre en realidad.

¿Cómo fue el proceso de armar el libro? ¿Partiste de las entrevistas?

Lo que hice fue ponerme en acción. Porque sentarme a escribir, sobre todo por la temática, iba a ser más difícil. Venía intentándolo hacía unos años, en los que tenía ganas de armar un libro, y me parecía que la ficción no era lo que quería. Sobre todo porque tenía amigos y amigas, muchos con los que podía hablar, y me parecía injusto hacer una ficción. Y ese fue el puntapié inicial, salir afuera, salir a buscar todo eso. Ahí me reencontré con amigos y amigas con los que íbamos a mi colegio, el Normal N°1, en Córdoba y Ayacucho. Y después había otros amigos y amigas que iban a otros colegios. Y después empecé a abrir un poco la conversación, hablé con otras personas que quedaron afuera del libro, y lo centré más en la cuestión generacional. Gente que hoy tiene treinta años y en ese momento tenía quince o catorce. Y a partir de desgrabar eso empecé a escribir el relato mío. La primera persona. Y después aparecen estos experimentos, los mensajes que me mandan a mí personas random que me cuentan qué estaban haciendo esa noche.

¿Eso es verdad?

Sí, es verdad. Por supuesto que hay ciertas retocadas literarias pero es verdad, son anécdotas verdaderas. Armé el mapa, la ruta de esa noche, gente que estaba en distintos lugares de la ciudad y en las afueras, en ese verano que se aproximaba, y que cuentan un poco cómo se enteraron de lo que estaba pasando. La pregunta de qué estabas haciendo vos está tácita. Yo ahora converso con amigos y me dicen "che, leí tu libro", y enseguida me empiezan a contar qué estaban haciendo esa noche. Hay una necesidad de narrar, de expulsar esa angustia. Es muy loco.

Pensaste el libro como una especie de documental. Vos la llamás novela de no ficción.

Sí, le puse ese nombre. Yo pensé que existía ese nombre, pero no existe. No es una crónica, porque hay algunas situaciones que no son verdaderas. Todos los futuros de los personajes que aparecen en el libro no son verdad. Tengo algunos detalles, algunas informaciones de la vida real de ellos ahora, pero hay algunas modificaciones, también, no es una crónica hecha y derecha. Hay muchas ideas en relación a los géneros, también. Con María Moreno me junté un par de veces a ver los libros y me decía: "Tu libro es un libro, no lo nombres de ninguna forma". No estoy dando información, datos duros. En el libro no se habla de los juicios, ni de las culpabilidades y responsabilidades. No era mi intención ir por ahí. Lo que cuento es lo que ya sabemos todos. Se focaliza en las personas más que en el hecho.

¿Y cuál es tu opinión personal sobre el tema de las responsabilidades?

Mi opinión va cambiando mucho con los años. Cuando tenía dieciséis, diecisiete, pensaba una cosa y hoy pienso otra. Me parece que algo del volverte adulto te cambia eso. La posibilidad de tener hijos, como que empezás a medir todo con otra vara. Lo que sí creo es que ellos eran unos músicos muy jóvenes y que eran parte de todo un entramado, no eran los únicos que llevaban a cabo recitales en lugares que no estaban habilitados con fuego en cada canción, no eran los únicos. Creo que ellos son culpables, tienen una responsabilidad, pero también mala suerte. Entonces es muy difícil posicionarte en algún lugar firme. Creo yo. Después, para una madre que perdió el hijo ahí es muy claro todo lo que piensa. Me parece que hay un montón de caras que no conocemos que no sé si algún día van a ser procesadas. Gente que está detrás de las caras visibles del hecho. Pero yo tampoco intentaba ir por ahí. No es mi tema. Puedo tener una opinión pero siento que es más para una conversación puertas adentro. El libro va más para otro lado. Me interesa más la escena del chico que estuvo enero y febrero postrado en una cama y aún así arranca las clases en marzo, medio afónico, que la declaración de Omar Chabán o Patricio Fontanet.

¿Cromañón es el duelo de tu generación, el momento en que tu generación conoció la muerte de cerca?

Yo creo que sí. Por ahí es un poco absoluto decirlo así. Pero es difícil no pensar que fuiste a un lugar a pasar tal vez la mejor noche de tu mes y que eso te hizo conocer la muerte. Entender que eso es una posibilidad en todas partes todo el tiempo. Creo que después de eso empezó a circular esa noción, o al menos eso me pareció a mí. La idea del accidente. También trato de ir en contra de eso porque tampoco se puede vivir así. Esa es una de las cosas que acarrea una tragedia joven, la híper consciencia del peligro.

¿Fue el final de tus días de rollinga?

Yo era una rollinga tranqui. Con la misma actitud de ahora solo que disfrazada de rollinga. No era muy del ritual rollinga de quedarme tomando birra toda la noche para nada, pero aun así me gustaba esa música y con mis amigos todos pertenecíamos a esa tribu, nos juntábamos a escuchar esas canciones y a tocar la guitarra. Una militancia, te diría. Yo y muchos más dejamos de ser eso después de Cromañón, me parece que fue una tribu que desapareció, que quedó ligada a la tragedia. Nunca más fui a un recital de Callejeros. Fui a ver otras bandas, pero el disfrute y las condiciones no eran los mismos. Era algo melancólico. Tenía ganas de llorar en vez de aplaudir.

¿Los recitales eran una suerte de ritual en el que se perdía la razón?

En lo personal había algo de perder la razón que no estaba en mi radar porque me daba un poco de miedo, era muy miedosa ya en ese momento, como hoy. Era como un ritual religioso, era importante estar presente, con la bandera de la banda. Ese momento y también el después, como “yo soy la fiel seguidora”. El “vayas donde vayas”, algo así como ir a la cancha. Y también había una cosa entre mis amigos muy de coleccionar las entradas a los recitales, como un álbum de figuritas, pegarlas a la pared, y tener mucha culpa de no haber estado en algunos lugares. Había una sensación de inmortalidad en los recitales, lo cual es muy curioso, porque después pasó lo que pasó. Arrancaba esa música que habías estado escuchando toda la mañana y toda la tarde y de repente la tenías en vivo, y la gritabas. Eso era una dimensión distinta.

También el rock a esa edad es una especie de puerta a cuestionar el mundo de los adultos. Una forma de definición identitaria. ¿Había algo en las letras de Callejeros que los representaba como generación?

Callejeros tenía una cosa muy social, por momentos. Muy del culto a la droga, del que yo no era parte y no entendía en ese momento. El fanatismo nace a esa edad, un poco. Te volvés fanático de un disco o de un escritor, ponele, y lo viralizás entre tus amigos. Es una actitud un poco rollinga, la de llevar a todas partes cosas que en algún punto te hicieron mella por algún motivo.

¿Hay un tema de clase social entre las víctimas, también? Los personajes son de clase media, viajan en colectivo.

Clase media, clase baja. Pero había de todo. Conozco a otros amigos que eran de otro palo y que también iban. Me parece que mezclaban muchas clases. En Cromañón hubo de todo. Hay una idea errónea de que solo estaban las clases bajas del conurbano, pero eso no es así. Había de todo. Pero porque era la banda del momento. Estaba creciendo muchísimo. Hay una canción de ellos que decía “Es tan perfecto que asusta”, y hablaba de eso, que les estaba yendo muy bien a un ritmo demasiado veloz. Y bueno, se estrellaron. Pero no sé con qué banda compararla hoy. Y ese lugar obviamente ya le quedaba muy pequeño, llevaban muchísima gente, pero bueno, quisieron hacer algo íntimo para los seguidores de siempre. Y bueno, ese fue uno de los errores, también.

También fue el fin de una era underground del rock donde se podía tocar en un patio.

Sí, bueno. Yo a Cemento nunca fui. Me daba miedo. Las cosas que me contaban no me gustaban. Que era muy cerrado. Cromañón me parecía un lugar posible. Que estaba bueno, que se podía circular. Bueno, esas ideas que uno tiene. Siempre me acuerdo de eso. Todos los noventa me parece que fueron así, y ellas toda la adolescencia fueron a ver bandas, yo crecí escuchando Sumo, y también: iban a lugares imposibles. Hay una relación muy fuerte con mis hermanas en relación a eso. Toda una reflexión familiar que se armó en torno a eso, también.

¿Y cómo fue ese anteúltimo recital, te acordás de algo?

La mente te preserva, así que no me acuerdo de mucho. Tengo la imagen de ver al lugar muy repleto, y ya que estuviera repleto no me había gustado, entonces no la pasé tan bien. Y sí me acuerdo de querer poner el pie para subir la escalera y que ni siquiera eso entre. No entraba el pie en ningún retazo de escalera. Tenía un primer piso que es donde me quedé porque supuestamente corría más aire.

Hay un trabajo también de edición, de ordenar los testimonios, que es muy literario. ¿Lo hiciste con alguien?

El orden lo fui haciendo sola. Lo leí un par de veces con María Moreno y con Ivana Romero, también. Y fuimos pensando juntas no cosas del orden, más bien de la cantidad de información, o de los momentos en que me ponía literaria y describía el consultorio odontológico milimétricamente, cosa que no hacía al libro. Con la estructura hubo una cosa medio clave, que hicimos con Mercedes Guiraldes, que es la editora, y que tuvo que ver con pasar algo del final al principio.

¿Y tus proyectos para este año?

Voy a sacar un libro de cuentos. No hay una fecha todavía estipulada, sería más o menos para fin de año. Lo terminé el año pasado. El nombre tentativo es Meteoro. Son cuentos, como Los accidentes, lo que tienen en común es que hay muchos niños y niñas en peligro. Se ve que es un tema que me aparece.

¿Y aparte qué estás haciendo? ¿Tenés algún proyecto teatral?

Bueno, terminó En lo alto para siempre, la obra que veníamos trabajando con Eugenia Pérez Tomas, la escribimos y dirigimos juntas. Ahora estamos ensayando una segunda obra juntas, que se estrena en marzo, en el teatro Sarmiento del complejo San Martín y arrancamos a ensayar ahora. Recital olímpico, se llama, y parte un poco de dos biografías, de Nadia Comaneci y de Nika Turbina, la poeta. El pasado y el presente de ellas dos. Son cuatro actrices.

 

 

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