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Chris Kraus: "La escritura para mí es algo muy privado, y necesito estar escondiéndome"

Alrededor de Sopor

"De la vida. ¿Por qué mentir?", responde la escritora, directora y profesora de cine estadounidense, autora de libros como Verano del odioI Love Dick cuando se le pregunta de dónde salieron las escenas de Sopor, tercer elemento de la trilogía que comenzó en 1997 y que sigue cosechando cada vez más lectores en un mundo cada vez más feminista.

Por Valeria Tentoni. Crédito foto New York Times.

 

En Argentina conocimos primero Verano del odio (también en traducción de Cecilia Pavón) pero antes que esa novela Chris Kraus escribió una trilogía que arrancó con su ya célebre I Love Dick en 1997, siguió con Aliens & Anorexia  en el 2000 y cerró con Sopor, la que ahora recibimos, publicada originalmente en 2005: un broche de oro para ese universo que, según dijo en entrevistas, había drenado al máximo ya cuando emprendió la escritura de Verano del odio. “Me muevo en el territorio del libro como una performer, había dicho a propósito de ese tomo cuando la entrevistamos. “Es una suerte de autobiografía viva, porque la situación siguió cambiando durante la escritura del libro. Creo que lo que diferencia a la ficción autobiográfica de la escritura de memorias, o al menos una de las cosas que las diferencian, es esa cuestión”.

Kraus también se dedicó a la actuación, al cine, a la docencia y al periodismo, y escribe tanto ficción como ensayo. De hecho, aquí se puede conseguir Tienda de ramos generales Kelly Lake, editado por Cruce, cuyo prólogo se encuentra en el blog.

Sopor hace zoom en el viaje a Rumania de un matrimonio desgastado -entre Sylvie Green, cineasta de 35 años, y Jerome Shafir, un académico de la Universidad de Columbia-. La travesía por el ex bloque soviético tiene la intención de adoptar un niño y llevarlo hasta su país. Al igual que en Verano del odio y sus apostillas sobre el sistema carcelario estadounidense y la inmigración, Sopor revela, amén de la trama vincular, una radiografía social impiadosa.

 

 

Sopor ocurre en 1991, ¿por qué elegiste ese periodo de tiempo para una novela que salió en 2005 y cómo fue trabajar con un pasado reciente?

Estuve trabajando en ella durante mucho tiempo antes de que saliera en 2005. Recuerdo escribir algunas partes en una notebook durante una residencia en el año 2000. Ni bien me acerqué al final de I Love Dick, supe que se trataba del comienzo de una trilogía. El segundo libro, Aliens & Anorexia, se fue armando con las tomas descartadas de I Love Dick. Sopor, el tercero, es el libro que explica la situación de la pareja de Chris y Sylvere en I Love Dick. ¿Qué acontecimientos los llevaron a ese punto?   

Uno de los personajes, Sylvie, se dedica al cine, y Jerome pertenece al arco académico; has dicho en entrevistas que te interesaba mostrar las cosas que pasan “por debajo de la mesa” en estos universos, el artístico y el académico. ¿Son tus novelas respuestas críticas a los mundos en los que has participado a tu vez?

Sí, siempre.

El modo en que funcionan las parejas es profundamente observado aquí, de nuevo. En verano del odio, por ejemplo, la historia prueba que el amor no es lo único que mantiene a dos personas juntas. Sopor ofrece algunos flashbacks al momento de enamoramiento, pero no enfoca allí. ¿Por qué las parejas te interesan al momento de escribir y por qué en esos momentos en especial, digamos los post amorosos?

La situación de pareja acerca dos mundos, dos historias separadas. Desde que no soy muy buena en inventar cosas, mis novelas son bastante cercanas a la vida real, y por supuesto tu pareja es la persona que conocés mejor. Convertirse en parte de una pareja implica reunir partes de tu identidad. En todos esos libros, el romance es una parte de la historia, pero no un fin en sí mismo: el drama gira en torno a la cultura y la historia y las cosas del mundo en general.

Se podría decir que la frustración –y el disfraz en el que llega, el deseo- es la fuerza motora que desparrama a Sylvie y Jerome por los momentos que la novela narra. ¿Estás de acuerdo? ¿Por qué elegiste esa fuerza para trabajar la trama?

Sí, esa es una visión muy perceptiva de su situación. Parte del deseo proviene de la edad y la posición en la vida de Sylvie -acercándose a los 35 años, sin demasiados logros tangibles-, y la sensación de que es ahora o nunca, que las posibilidades se le están escapando de las manos. Esa es una crisis particular para las mujeres que viven en un medio social donde la gente tiene expectativas muy altas. La crisis de su pareja se desencadena desde que Jerome es muy pasivo y parece no tener ningún deseo en absoluto. Y eso es parte de su traumática historia personal, que ella desenreda.

Otro tópico en la novela, la maternidad y la paternidad, se revela en esa especie de aventura tercermundista de shopping de bebés en Rumania. ¿De dónde salieron esas escenas?

De la vida. ¿Por qué mentir?

Como en Verano del odio ante el sistema carcelario, esta última cosa puede ser leída también como una crítica a la sociedad estadounidense cuando se trata de su vínculo con el resto del mundo. ¿Fue intencional?

Sí, por supuesto. De algún modo, el personaje de Catt Dunlop está ahí como un gancho –la crítica cultural punk de mediana edad, de vuelta de todo, viviendo en Los Ángeles, es exactamente el tipo de personaje con que que los lectores se sienten cómodos-. Pero el protagonista real es Paul Garcia, saliendo de prisión por una ofensa insignificante por la que ninguna persona de clase media con abogado sería castigada. Lo escribí con mucha conciencia del la guerra perpetua de Estados Unidos contra los pobres, y de la brutalidad de la justicia penal y del sistema penitenciario. En la novela, traté de internalizar eso. No sólo la experiencia de Paul, sino también las mentalidades de las clases bajas –partidarias de Trump ahora- que creen que esa forma de justicia es justa.

Sopor es el tercer elemento de la trilogía que comenzó con I Love Dick, una novela de la que decís tuvo una especie de “segunda vida”, con nuevas olas de lectores. ¿Cuándo comenzó esa segunda vida y qué la detonó?

Creo que esa segunda vida comenzó con la reedición de la novella en 2006, nuevas personas la descubrieron entonces. Y quienes respondieron al libro como a un trabajo literario, se interesaron en mis otros libros.

Cuando te entrevisté antes por Verano del odio, estabas a punto de visitar Argentina por primera vez. ¿Cómo encontraste el recibimiento de tus libros en español?

Desde que paso mucho tiempo en México, la traducción de mis obras al español era una especie de sueño. De todas las traducciones que se han hecho, las que son al español son las que siento más cercanas. Y Cecilia Pavon es una de mis escritoras favoritas. Definitivamente, las traducciones han acercado nuevos lectores.

Cuando tus libros salieron por primera vez, el feminismo era muy otra cosa. ¿Creés que tus libros tienen mejores oportunidades de ser leídos ahora?

Sí, definitivamente. Pero eso siempre es una bendición mixta. Cuando el público para mis trabajos era más pequeño, era casi como un club o un grupo de afinidades. I Love Dick se convirtió en una propuesta más mainstream, así que todo tipo de personas se han identificado con el libro.

Has dicho en entrevistas que I Love Dick buscaba como lectoras a las jóvenes feministas: ¿es ese el universo lector para el que querrías escribir en todos tus libros?

No soy tan estratégica. Estoy persiguiendo una idea o varias que espero compartir con personas de ideas similares. 

¿Qué definición de feminismo encaja mejor con tu espíritu?

Feminismos, en plural. Supongo que me relaciono más con los feminismos que buscan cambiar y mejorar la situación –ecológica, económica, existencial.

Últimas: ¿qué estás escribiendo ahora?  

Acabo de terminar un nuevo libro de ensayos y cuentos que se llama Prácticas sociales, algo de eso se publicó en español por La Tienda Ramos, también con traducción de Cecilia. Y espero comenzar un libro nuevo pronto.

¿Cómo escribís y dónde? Viajás un montón, ¿necesitás estar en casa para escribir?

Es un problema. La escritura para mí es algo muy privado, y necesito estar escondiéndome.

 

 

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