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Clara Obligado: "He elegido la literatura como un terreno de libertad"

Cerrando su trilogía con libro nuevo, La biblioteca de agua

Publicado por Páginas de espuma, el último libro de la escritora argentina radicada en España cierra un ciclo de exploración formal de doce años.

Por Valeria Tentoni.

 

Nacida en Buenos Aires, Clara Obligado reside en España desde 1976, cuando el exilio se convirtió en la única salida posible. Fue en Madrid que tuvo que empezar de cero: Licenciada en Literatura (carrera donde tuvo como maestro a Borges), se convirtió en la primera en dirigir talleres de escritura creativa en España. Por entonces todavía era inédita, y de hecho se define como una autora tardía: fue después de los cuarenta que comenzó a publicar sus novelas (La hija de Marx, Premio Femenino Lumen, Petrarca para viajeros y Salsa), sus microrrelatos, ensayos y sus cuentos, el género que, dice, mejor la define.

En una de sus visitas anuales a Buenos Aires, Obligado presentó su último libro: La biblioteca de agua. El tomo, publicado por Páginas de Espuma, cierra la trilogía que comenzó con El libro de los viajes equivocados (IX Premio Setenil al mejor libro de cuentos 2012) y siguió con La muerte juega a los dados

   

 

El título del libro proviene de un cuento dedicado a Borges, ¿cómo fue tu vínculo con él?

Lo tuve de profesor en la facultad. En ese momento, tal y como era mi generación, nosotros no adorábamos a Borges ni mucho menos. Yo estudié en la Católica, o sea que él ya había dejado el Estado. A nosotros nos interesaba la política, y sin embargo mi grupo, que era un grupo muy comprometido, peleó para que Borges entrara en la UCA, porque la UCA no quería que entrara Borges, porque era agnóstico. Yo más bien lo empiezo a adorar cuando lo leo en serio, ya en España. He aprendido casi todo lo que hay que aprender de la escritura con Borges. Ahí está todo.

Dijiste alguna vez que Borges te enseñó también a leer, a leer de costado.

Es su manera de pensar la literatura. Años después, por ejemplo, hice unas antologías de microficción, y eso me viene de Borges también. Borges trabajó el género antes de que fuera un género. O la novela policial, que era un subgénero hasta Borges y la Colección Séptimo Circulo. En contra de lo que se piensa, era un tipo bastante interesado por la literatura popular. Te enseñaba a leer sin prejuicio. Eso se lo agradezco un montón, porque la solemnidad y la literatura tienen mala relación. 

¿Borges conocía toda tu prosapia, tan afecto que era a esas cosas?

Creo que no, espero que no, porque mi familia sí estaba relacionada con Borges. En mi familia había una historia un tanto tiránica con respecto a Borges, algo que no voy a contar porque no me pertenece realmente. Mi familia perteneció a un grupo mucho más tradicionalista que Borges, que era un tipo francamente de vanguardia. 

Tu bisabuelo, sobre cuyo escritorio escribís, fundó la Facultad de Filosofía y Letras, ¿no?

Sí, mi bisabuelo es Rafael Obligado. Y su hermana, María Obligado, pintora que ahora están reconociendo. Sí, son como los prohombres; yo creo que Rafael Obligado era un tipo bastante progresista, en contra de lo que dice la tradición. Es uno de los primeros escritores de la inmigración, que la reconoce como algo que ha llegado y que está, en el famoso Juan sin ropa el forastero. Me parece que debería ser reconocido desde esa óptica, como el poeta de los que vienen, de los que llegan.

Que es también un poco tu recorrido, ¿no? Llegaste a Madrid con poca ropa, y era invierno...

Sí, está en un cuento que se llama "Exilio". Yo llegué con nueve kilos de equipaje, porque tenía que hacer pasar el viaje como un viaje de verano, si no hubiese querido decir que estaba saliendo del país, lo cual era francamente peligroso. Me fui a Uruguay con esa valija y mil dólares que me había dado mi padre. Llegué desde ahí a un Madrid en pleno invierno. A partir de ahí empecé a armar una vida que empezó desde la nada, pero siendo una persona ya con un recorrido. Yo era vieja a mis veinte años: soy más joven ahora. Por la experiencia de la muerte próxima, del final, de no tener futuro: son experiencias de la vida propias de un viejo. 

¿Cuando llegaste a Madrid ya habías publicado algún libro?

No, no escribía. Dada mi tradición familiar, yo no quería ser escritora. Para ser escritora había que ser poeta gauchesco y hombre, cosas que yo no era. Y yo no había ni siquiera leído a mi abuelo, a mi bisabuelo. Nunca estuve seriamente interesada por el peso familiar, pero no voy a decir que no me pesó. Crecí con una biblioteca maravillosa, estaba como en mi ADN. La biblioteca de Rafael Obligado que estaba en parte en mi casa estaba llena de maravillas, y mi padre leía el Quijote todos los años, era un gran lector. Para mí no es glamoroso todo eso, es normal. Como otros son hijos de carpinteros y han visto madera, yo he visto libros.

¿Qué recordás de tus primeros avances en esa biblioteca? 

Respeto, por un lado, porque había unas ediciones preciosas. Pero también recuerdo leer lo prohibido. Mi padre decía: esto no lo leas, y eso era lo que yo iba y leía. Desde La Celestina, hasta lo que hubiera. Yo creo que Borges en verdad me enseñó lo que yo ya sabía, por eso he hecho literatura erótica, he trabajado en los márgenes toda mi vida. Borges daba por hecho que a los importantes los ibas a leer, y que lo que pasaba estaba en los huecos. Yo tengo una forma de lectura que creo que se está perdiendo, que es haber leído todo -todo dentro de lo que es la vida de una persona, ¿no? Yo leí los clásicos en griego y en latín, he hecho cosas que no hace ya nadie. Un tipo de formación muy universal, universalista occidental. He leído desde historietas -me encantan las historietas-, hasta Corín Tellado, novelas del corazón, novela bizantina, Shakespeare, todo eso en dulce ensalada. Y a mí me parece una buena forma de leer esa.  

¿Cuando empezaste a escribir cambió tu manera de leer?

No. Yo soy una escritora lectora. Yo creo que escribo porque tengo envidia de lo que hacen los demás. Lo que me gusta es ver un escritor, o una época que me interesa, y desarmar ese artilugio e investigar por ahí. Leo mucho a escritores que no entiendo de todo. Cuando los entiendo, escribo un libro sobre ellos; no sobre ellos, robándoles a ellos. Y después los dejo, y ahí avanzo. Yo leo para ver cómo lo han hecho, a mí los temas me interesan mucho menos. Creo que encontrar buenos temas es relativamente sencillo. Que pensar es mucho más fácil que escribir.

¿Pensar es mucho más fácil que escribir?

Sí, para mí sí. Y convertir eso en un artilugio que tenga en algún punto una estructura que conteste a la realidad de otra manera. Para mí es la forma lo que cambia.

Sos una investigadora de las formas, de hecho La biblioteca de agua cierra una trilogía de exploración, ¿no?

Sí, van doce años de hacer lo mismo.

¿La búsqueda es alrededor de los cruces entre cuento y novela, a la manera de Alice Munro?

Sí, me encanta Alice Munro. Estoy obsesionada con ella, ahora voy a copiarla. Es dificilísima, eh. Es dios. Cómo le da forma con ese falso realismo, ¿no? Con este libro, lo que primero que pensé fue en qué forma de contar sirve para un mundo roto. Creo que la forma es una manera de contestar a la historia, no el argumento; es mucho más fácil hacer eso. En este momento podría escribir algo sobre la crisis y el dólar: bueno, eso está muy bien que lo haga un periodista o un filósofo, pero no es mi trabajo como escritora.

No te interesan los temas de coyuntura.

No, no me interesan. Sí me interesa como ciudadana. Me interesan los grandes temas, pero en cuanto a qué forma implican los grandes temas. Me pregunto cómo puedo contarlo, no lo puedo contar con un género estanco. Entonces investigo en las formas, no las dejo establecerse. Cuando te parece que vas a leer una novela, yo te salgo con un microrrelato. Cuando te parece que el texto es realista, salgo al surrealismo. Voy incomodando todo el tiempo, para obligarte a pensar. No te dejo establecerte cómodamente en un texto, porque creo que no es ese el lugar de la literatura. La literatura es cuestionadora, de otra manera; formalmente cuestionadora. Eso es Borges.

¿Por qué te parece que la forma es más efectiva en ese cuetionamiento que el tema?

No creo que sea más efectiva, yo creo que yo soy una escritora y mi oficio es trabajar con el lenguaje y con la forma. Ese es mi oficio.

¿Y a qué conclusiones llegaste en estos doce años de exploración?

La primera es que, si uno quiere contar algo muy largo, debe escribir cuentos y no novelas. La segunda, que un texto se establece mucho más en los silencios que en las palabras. Me interesan cada vez más esos intersticios entre las palabras. Eso decía Clarice Lispector: "Yo escribo para que me lean entre los renglones vacíos". Yo creo que voy por ahí. Ahora estoy interesada en el tema del silencio.

Es una búsqueda muy poética, ¿cómo te llevás con ese género?

Creo que yo he corrido en contra de la poesía por mi propia historia, pero que el destino te encuentra. Entonces, tratando de evitar la poesía, he terminado trabajando la prosa como si fuera poética y con problemas propios de un poeta. Pero tampoco creo en los géneros estancos. Creo que es Flaubert el que dice: "La prosa no perdona". La prosa es muy exigente. Y yo quiero volver a dotarla de aquellas cosas que se le fueron quitando. En el caso del cuento, la historia de largo aliento, el suspense, la creación de psicologías complejas. Esto lo consigo con continuidad y contigüidad. Y me divierto bastante, ¿no?

¿Considerás que el cuento es el género más exigente de todos?

Sí. Yo he escrito novela, y dejé la novela porque me aburre. La hija de Marx, Salsa...

Son las más premiadas de tu obra.

Soy más reconocida por mis novelas, cuando yo lo que soy es una cuentista. Bueno, normal, porque es el género más comercial. Es el género más premiado en general. Fue salir de la literatura de mercado: yo publiqué en Planeta, en los grandes grupos, y me salí de ese lugar y me puse en uno donde puedo investigar. Porque conozco perfectamente los precios de las ventas. No quiero estar ahí. Yo vivo de los talleres, no necesito dinero con la literatura, con la escritura; si lo consigo, no voy a llorar, pero no va a ser por un camino espurio. No va a ser por ahí.   

Hay un personaje en uno de los relatos de La biblioteca de agua que tiene ese conflicto, justamente.

Sí, eso es en alusión a un momento español muy particular, después de la movida madrileña, donde personas que eran intelectuales más o menos serios se pasaron al mercado. Lo que trato de representar es esa época, uno de los grandes males de la literatura española actual. Se iba a lo comercial lo que debería haber sido un proceso de creación de cultura.  

¿Este libro es también un homenaje a Madrid?

Sí, es una historia de amor con una ciudad, un amor no correspondido de entrada, un amor imposible, con grandes peleas matrimoniales y una aceptación de quiénes somos. En la medida en que uno se acerca y estudia una ciudad, la quiere. Para presentar este libro salimos de una librería y recorrimos el barrio, y en cada lugar aparecían los personajes. Los comerciantes se sumaron, tomamos el barrio y fue como devolverle esas historias que yo había sacado del barrio también. Hice muchas entrevistas, son historias que me contó la gente, también hay mucha investigación histórica. Voy a museos, hablo con meteorólogos, físicos, con gente de otros campos. Me parece que la literatura muy ensimismada es un plomo. 

Cuando comenzaste esta investigación, ¿qué te proponías? ¿Lo alcanzaste?

Sí, yo creo que alcancé a demostrar que el cuento no es un género cerrado, que es un género muy por encima de lo que pensábamos. Que no son pequeñas piecitas unidas por un hilo de collar, en absoluto, que se puede llevar más allá de donde estaba. Es pretencioso decir esto, porque seguro que hay alguien que lo ha llevado a donde lo llevé yo, pero creo que he demostrado algo.

¿Cómo te encontraste con el microrrelato?

Dando clases, yo di los primeros talleres de escritura en España, de casualidad. No fui con ese proyecto; me junté con un grupo de cuatro amigos y casualmente surgieron los primeros talleres. Era 1979, 1980. Y luego, cuando conocí a Juan Casamayor, le propuse hacer una antología de microrrelatos, porque para mí era muy cómodo: no podía dar clase, tenía que juntar material de todos lados. Él no lo veía, de entrada no lo vio, pero es quizás uno de los libros más vendidos de la editorial. Se vendieron más de 20.000 ejemplares, fue un hit. Son dos tomos ya. 

¿En qué generación te pensás?

La edad no determina la generación, la experiencia vital sí. Yo vivo en España, soy una exiliada, ese es un corte: yo pertenezco a una generación aniquilada. Cuando me preguntan cuál es mi generación yo respondo que Andrés Neuman, que yo podría ser su madre, pero él tiene una historia y una poética similar a la mía. Me parezco mucho más a la gente joven, estoy fuera de generación totalmente. 

Cuando comenzaste, ¿qué pares mujeres escritoras, cuentistas, había cerca?

Yo creo que no había escritoras, directamente. En ninguna parte. Porque si a vos te persigue la dictadura, no estás haciendo libros, estás tratando de defenderte. Yo tengo como diez años de atraso en publicación, porque no era mi problema: una banalidad, la literatura, en ese momento para mí. Yo tenía que vivir, tuve una hija, tenía que darle de comer. Hasta que me decidí a escribir, mi primer libro lo saqué a los cuarenta y cinco años. Me pasaron muchas cosas en el medio, entonces, ¿cuál es mi generación? 

¿Qué pros y contras tiene eso?

Por un lado, me siento un poco solitaria. Aquí, y en España; siento que no estoy acompañada ni soy entendida, ni en un lugar ni en otro. Y por otro lado, hago exactamente lo que se me da la gana. Y eso no tiene precio. No me importa nada lo que digan de mí, yo he elegido la literatura como un terreno de libertad. Libertad, investigación, encuentro. Ahora, a veces me siento sola, eso es cierto.

Naciste en Argentina, vivís y publicás en España: ¿cómo trabajás la lengua?

Mezclando, yo he tomado bastantes decisiones. Me sale escribir en castellano peninsular, pero el sonido de mi prosa creo que es totalmente argentino. Yo hablo en argentino, además. No tengo tonada, y hace cuarenta y dos años que vivo allá.

¿Cómo son tus procesos de escritura?

Yo cuando escribo soy como un médium, soy como Susan Sontag, en ese sentido. Prefiero preservar ese territorio intocado, prácticamente, y luego ser la persona que soy día a día. No solemnizo eso. Lo que sucede ahí, sucede honestamente. Mi familia me lo acepta, puedo decir lo que quiera, nadie se molesta, mi editor me acepta cualquier cosa. ¡Este libro es un invento! He conseguido ese espacio. No es poco.

 

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