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Cunas de poder: a 35 años de Malvinas

Videoclip oficial Fito Paez

Por Ariana Harwicz

"En el estilo de un artista está toda su osadía, su rebelión, su valentía, en el estilo está su identidad política": la autora de La débil mental escribe alrededor de Malvinas, Los pichigiegos, y cómo ingresó la guerra en la lírica de Fito Páez y Charly García.

Por Ariana Harwicz.

Yo me doy cuenta cuando empiezo de verdad a escribir una novela, o, al revés, cuando de verdad la novela empieza o vuelve a escribirme, cuando todo gravita alrededor de eso, cuando todo lo que encuentro, leo, escucho, pienso, todo lo que circula y lo que me pasa, tiene que ver con lo que está sucediendo en la escritura.

En ese sentido, ahora, la guerra y sobre todo, el retrato del hombre actual, aparece por todas partes. Las confesiones en primera persona, por ejemplo de Gustavo Cordera, el hombre en una suerte de confesionario contemporáneo, en un banquillo de acusados. Ahí aparecieron por ese azar dirigido de la escritura los dos temas de Fito Páez, en esa clave, en esa línea de cómo se comporta un hombre hoy, qué hace el arte con la realidad política, si podrían existir hoy acciones como “Carta abierta de un escritor a la Junta Militar” o son gestos del pasado.

En el año 2013 Fito saca un tema en el disco Yo te amo, La Canción del Soldado y Rosita Pazos, teatralización de un supuesto soldado, Fito Páez mismo (porque en el arte todo vale, todo se puede, en “su Malvinas”, en “su guerra” los soldados tienen canas y barba candado, why not), antes había salido en su disco Abre, La casa Desaparecida, en la misma línea. En el video de La canción del Soldado y Rosita Pazos en ese escenario despojado, Peterbrookiano, performático y contemporáneo en su minimalismo el soldado Fito dispara al mar, se arrastra, bota en barro desde un plano detalle del suelo + puchito en boca (fumado más bien en La Plaza Mayor con Cecilia) + gesticulación dolorida y cara manchada. Ah, también hay manos venosas y delicadamente sucias en un PD. Al volver a una suerte de chacra lo aguarda en la tranquera su mujer con un vestido de flores, santificada, sacrificada también, estereotipada en sus rasgos ella lo recibe, brazos abiertos, pelo bien cepillado y piernas torneadas, con comida y casa calentita. La crítica sobre la visión edulcorada de las mujeres en la guerra, la obvio porque es obvia. Igual eso no alcanza, esperó y esperó la mujer pero después da el portazo cuando el “soldado” no le come, no se saca el disfraz ni para pegarse una ducha y finalmente se sube a la mesa a patalear. Ahí viene el clímax cuando el ex combatiente le dispara al aire (o al pobre espectador del video) y, sin pudor, sin metáfora, sin inteligencia también, se pega un tiro en la boca. El problema no sería tanto ni la actuación de Fito ni los golpes bajos, ni los lugares comunes del lugar común, ni tampoco la semántica cristalizada de una guerra/no guerra/, en definitiva, qué importa el video en sí, siempre estará ahí Ven y mira para pensar la guerra, incluso diría, qué importa la canción. No se trata de ejercer una mirada crítica con aires irónicos y cínicos sobre cada obra desafortunada, sobre cada noche de resultados sin inspiración. Ya se sabe, a un artista se lo juzga por sus mejores versos y Fito (Páez, no el soldado) tiene muchos versos perfectos. Nadie recordará a El soldado y Rosita Pazos y sí a Parte del aire u 11 y 6. ¿Habrá una insistencia en Fito que tal vez tenga que ver con que él no fue a Malvinas y la mayoría de los conscriptos clase 62 y 63 sí fueron? Por eso Carlos Gamerro, que es del 62, escribió esa otra gran novela “de Malvinas” que es Las islas. Fito, como sabemos, es del 63. Fito había sido dado de baja después de haberse sacado algunas piezas dentales, “perdí los dientes y me dieron el DAF” (deficiente para la aptitud física), cantó en Los buenos tiempos, allá por Tercer mundo.

El problema es de carácter ideológico, político y artístico. El problema es discursivo, y sobre todo en un artista comprometido políticamente de manera pública como Fito Páez. La Canción del Soldado y Rosita Pazos se parece a Goodnight Saigon, de Billy Joel, hecha para su amigo caído en Vietnam, o al menos tiene un aire. Pero Vietnam no es Malvinas y Fito Páez trabaja con un falso imaginario de la guerra, quizás para simplificar las contradicciones, quizás para impactar pero retrata un imaginario prestado, robado, justamente, de otra patria, de otra lógica guerrera, de otra semántica. El problema también es el de la memoria, de qué manera globalizar la guerra no solo no ayuda a que se piense Malvinas, se haga justicia, se reflexione acerca de los procesos políticos que hicieron posible Malvinas sino que entorpece el pasado, banalizándolo: si todas las guerras tienen la misma iconografía, la misma escenografía, el mismo vestuario, la misma gestualidad y los mismos soldados, si no se apunta (justamente) a su especificidad, entonces es todas y ninguna guerra. Es el McDonald's en el D.F. o en Saigón, da igual. Además de que, como ocurre con la Shoah o cualquier otro genocidio, sentimentalizarlo, musicalizarlo, romantizarlo, volverlo épico le hace el juego al poder, porque al llorar, al emocionarnos bajo esas coordenadas, de la manera en que ellos quieren que nos emocionemos, no se piensa o se piensa mal. Al solemnizar, tampoco. Lo que sirve siempre es la pregunta política por Malvinas, por eso Los Pichiciegos evocado en la canción de Fito no muestra a los soldados en combate, su estrategia literaria es al revés, oculta. Ocultando, mostrando la guarida, el sótano de la guerra, la no-guerra, el no-frente, cuenta la guerra. Un artista argentino no puede ignorar la trama compleja de Malvinas, el sometimiento y la batalla interna, la particularidad de argentinos abusando de argentinos, por fuera de los dos bandos antagónicos del relato oficial (ingleses vs argentinos), esa otra guerra de torturas y violencia dentro del mismo “bando”.

No bombardeen Buenos Aires (donde de paso también se recuerda el bombardeo a Plaza de Mayo del 55) incluido en el disco Pubis Angelical/Yendo de la cama al living sonó en el Estadio de Ferro en diciembre de 1982 con el escenario viniéndose abajo con los “bombardeos” de Renata Schussheim al tiempo que se venía abajo la dictadura. Pero ahí la guerra venía de ocurrir y perderse, ahí sonaba en tiempo real. Ahí no solo Charly no dice lo que se quiere escuchar (y por ende es inofensivo repetir) él no es aliado de su tiempo, y como todo gran artista va contra los dictados de su época, piensa contra la época, porque después, con distancia temporal todo se vuelve consenso (quién está hoy a favor de la guerra, quién no condena Malvinas, quién no se indigna con los suicidios de los ex combatientes). Esa noche en el Estadio Ferro Charly opera sobre la realidad, la modifica. Con Los pichiciegos pasó lo mismo, publicada en enero de 1983. Entonces cuando Charly canta “Los ghurkas siguen avanzando los viejos siguen en T.V. los jefes de los chicos toman whisky con los ricos mientras los obreros hacen masa en la Plaza como aquella vez como aquella vez (...) si querés escucharé a la B.B.C... (...) por las rancias cunas de poder...”. El gesto artístico cobra sentido porque el artista y su obra están en riesgo, porque hay peligro, porque hay subversión, porque es de verdad y se juega la cabeza. Lo mismo se puede decir de los que señalan lo ya señalado, al autor que ya tiene visibilidad, que ya está legitimado, es siempre más aventurado e incómodo señalar al que todavía no fue visto, al que todavía no forma parte de ningún sistema. Lo otro es predicar entre creyentes, puede ser muy instructivo, pero no rompe nada.

Céline decía que un autor puede cambiar cualquier cosa, pero no su estilo, que es imposible hacer concesiones: “C'est tout ce que j'ai, le style, rien d'autre. Il n'y a pas de messages dans mes livres, c'est l'affaire de l'Église", (“El estilo es todo lo que tengo, el estilo, y nada más. No hay mensajes en mis libros, eso es asunto de la Iglesia”), pero en el estilo de un artista está toda su osadía, su rebelión, su valentía, en el estilo está su identidad política.

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