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Damián Huergo: “No toda anécdota narrada es una obra literaria”

Por Gustavo Yuste

"Lo pienso como una gran mezcla dentro de una ficción. No tengo dudas de que sea una ficción", dice el autor de La ley primera (Tusquets), libro en el que el narrador reconstruye la historia de adicciones de su hermano mayor.  

Por Gustavo Yuste. Foto de Alejandro Guyot.

 

 

 

 

Con la aparición de La ley primera (Tusquets, 2022), Damián Huergo desarrolla un artefacto narrativo en donde la ficción y la biografía se entremezclan de forma constante, dejando en claro que la frontera que separa a ambos terrenos es permeable e irregular. 

Este libro puede pensarse, al mismo tiempo, como una continuación del trabajo hecho por el autor en Biografía y ficción, publicado por Notanpüan en 2019 y ganador del Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes en la categoría cuentos en 2017. El autor nacido en Provincia de Buenos Aires en 1985 destaca que es en estos títulos donde pudo encontrar su voz personal, mientras que sus dos primeros libros Ida (cuentos, 2012) y Un verano (novela, 2015) fueron una prueba inicial para ser escritor. 

En La ley primera, el narrador reconstruye la historia de adicciones de Sebastián, su hermano mayor, así como también el constante reajuste familiar que esa situación implica y la pérdida de un lenguaje en común. Es esa ausencia la que por un lado lleva a que la literatura gane terreno al punto de necesitar contar la historia, y la que por el otro obliga a que ese vínculo tenga que construirse de nuevo y dejar atrás la adicción también en el sentido de la falta de dicción. 

En ese sentido, puede leerse en el principio de la novela: “Toda relación –amorosa, filial, de amistad, incluso laboral- se basa en la creación de un lenguaje en común. La posibilidad de nombrar de nuevo el mundo, de a dos, de a tres, de a muchos (…) Con Sebastián habíamos perdido ese lenguaje en común: no teníamos de dónde sostener las presencias, nuestros cuerpos mudos que se miraban con un tablón de madera de por medio. ¿Cómo reconstruir un vínculo que había perdido su lenguaje? ¿De dónde venía la voluntad de seguir intentándolo? ¿Por qué nos dábamos otra oportunidad?”.

 

 

¿Cómo definirías a La ley primera?

A mí me gusta pensarlo entre ese cruce entre biografía y ficción, que es el tono de mi anterior libro de cuentos. El título mismo hace una declaración: Biografía y ficción. Acá también el título hace una declaración, porque lo para desde una tradición literaria: este es un artefacto narrativo, es un artefacto de ficción. Me gustó jugar con ese cruce, partir desde un material biográfico y después transformándolo, entregarle la biografía a la ficción y que ésta lo amase. 

¿De qué manera surgió escribir a partir de esta historia?

La historia estaba dando vueltas en mi biografía, siempre me costaba ver cómo encararla, cómo escribirla. Probé con varios tonos, incluyendo la tercera persona o con un relato bien alejado de lo biográfico, pero me daba cuenta de que perdía cuerpo, perdía carne. Entonces recuperé el tono de Biografía y ficción, en es especial de "Viajes con Atilio", y me propuse trabajar esta historia con elementos de la literatura en general. Si bien yo soy un escritor de realismo, también soy lector de géneros, por lo que introduje elementos del gótico, del policial, de detectives, algo de la novela de aventuras y también de la novela posapocalíptica. Después, la segunda parte del libro, tiene elementos del periodismo narrativo llevado a la ficción. Entonces, lo pienso como una gran mezcla dentro de una ficción. No tengo dudas de que sea una ficción. 

En el libro, el narrador habla de lo bastardeado de la literatura del yo, como sinónimo incluso de mala palabra en la literatura. ¿Por qué creés que ocupa ese lugar?

Yo creo que hay una lectura perezosa en pensar la ficción con la invención y la imaginación, pero la imaginación como si fuera algo muy alejado del suelo real. Basta con ponerle "Emilio Renzi" al protagonista para decir que no es autobiográfico un texto, aunque sabemos que son los diarios de Ricardo Piglia, que es un autor que amo. Después, por otro lado, se suele confundir una anécdota o un testimonio con un artefacto narrativo. Todos tenemos acontecimientos, algo para contar, el tema es cómo contarlo. No toda anécdota narrada es una obra literaria. Creo que hay algo de la exposición de dolores que no terminan de trabajarse, y eso genera que se termine leyendo como una literatura de exhibición, asociada a cierta llanura. Por supuesto la proliferación actual y esa simbiosis con las redes genera ese interrogante. También se termina dando algo paradójico. 

¿Cuál sería esa paradoja?

En una época en donde están en crisis todos los discursos, como el médico-científico en la pandemia, ni hablar del discurso religioso o político. Sin ir más lejos le pusieron una pistola en la cabeza a la vicepresidenta e inmediatamente se pensó que era una representación. Que en un contexto donde todos los discursos están en crisis, que se tome a la ficción como un discurso de la verdad, mínimo es una paradoja. 

 

 

 

En una entrevista reciente, hablabas de una intención de hacer una literatura del posreviente, alejándote un poco del tono generacional en relación a los 90. ¿Por qué te interesó ese enfoque?

Hay una literatura que hemos leído todos, y que de hecho me gusta, como es el caso de John Fante, que se centró mucho sobre esa vida no normada, con una mirada muy romántica sobre eso y enfocados en la juventud. Hay algo de esos relatos que a la larga terminan siendo conservadores. ¿Qué vida adulta construiste después? ¿Por qué te permitiste esas licencias solo en la juventud? A mí me interesaba, sobre todo, las secuelas de eso, los caídos del mapa que se quemaron la cabeza, que la sociedad considera improductivos y no sabe qué hacer con ellos. Qué pasa cuando ese boliche se convierte en un galpón con el cartel de venta y alquilo. No quiero hacerlo desde un lado moral, pero sí poniendo el foco en ese universo de caídos que no estaba narrado. La literatura del reviente propone un marginal que termina siendo el centro: Fogwill, que es un autor que me encanta, es el centro. Vivir afuera lo escribió desde adentro. Los caídos son los que no están, los que no están registrados salvo por aquellas personas que tienen un afecto por ellos y no saben qué hacer, que es lo que le pasa a la familia protagonista de La ley primera

En la novela se plantea esa asociación entre la pérdida de un lenguaje común con un ser querido y la adicción, también en el plano de la no dicción. ¿Esa falta de lenguaje en común es la que te llevó a buscar otros lenguajes en la literatura?

En el costado más biográfico de la novela, que tiene que ver con mi formación en la adolescencia, me armaba mi familia de autores. Para salir de los quilombos que había, me copaba más leer La peste, sentir que era una conversación con el autor, cuando en realidad era armar un lenguaje por fuera del lenguaje que había en mi casa, pero uno no es consciente de eso. En un momento, el narrador de La ley primera tiene muy claro que sin lenguaje no hay relación, por lo que tiene una pulsión para crear ese lenguaje desde cero, a seguir intentando crear ese lazo. 

Retomando lo que señalabas de la familia de autores, hay algo interesante en esta novela que es que el narrador cita a escritores diversos, casi en un tono ensayístico. ¿Por qué esa decisión?

Yo creo que primero estuvo el gesto y después la decisión de sostenerlo o no. Como te decía, son conversaciones permanentes y ante todo soy lector: bueno o malo, no hay un día que no lea. Son conversaciones paralelas que uno va teniendo con un montón de gente. Marina Garcés, que es una filósofa catalana que me gusta mucho, habla de una soledad cómplice, donde uno siempre está acompañado pensando otras vidas, teniendo otras discusiones. En el momento de la escritura, esas voces también se van metiendo y me pareció lo más genuino dejarlo, porque era parte de los problemas que tenía el autor. Por ejemplo, nombro a Leónidas Lamborghini y siempre creí que la voz del cartonero de Carroña última forma era la de mi hermano. Sí pulí los nombres de algunos amigos, que creo que podían distraer. Tampoco me considero un erudito, soy un lector muy desordenado. 

¿Cómo posicionarías a La ley primera con el resto de tu obra?

Yo tengo cuatro libros: uno de cuentos que se llama Ida, en donde, junto a la novela Un verano, probé si podía ser escritor. Pero con Biografía y ficción primero y con La ley primera siento que encontré una voz propia. El 2017 fue un año bastante de quiebre porque gané el Premio del Fondo Nacional de las Artes por ese libro de cuentos y una beca para escribir La ley primera, quería seguir escribiendo en ese tono, aunque ahora ya estoy buscando hacer otra cosa. Pero esos dos libros para mí forman un tándem. 

¿Para dónde te gustaría ir con tu escritura en la búsqueda de eso diferente?

Cuando terminé La ley primera me sentí como los jugadores que dicen "lo dejé todo". La terminé una semana antes de que naciera mi nene, me había impuesto esa fecha porque no sabía cómo era la vida siendo padre, y al mismo tiempo coincidió con el inicio de la pandemia. Por suerte enganchó rápido con la editorial, por lo que me llevó a pensar cómo reinventarme. Ahora estoy escribiendo una historia, en un proceso bastante lento, que sucede en un universo similar al de Un verano

En distintas entrevistas mencionaste a la literatura como una zona de conflicto o territorio en disputa. ¿Quisieras profundizar esa idea?

Hay una idea medio vulgar que asocia a la literatura como evasión, salirse de los problemas de la realidad. O quienes piensan que escribir es una forma de sacar el dolor. Para mí la literatura es una zona de conflicto donde llevo mis problemas, mis inquietudes. En La ley primera, por ejemplo, el narrador da clases en contra de la sociedad disciplinaria y lo único que le da alivio es una institución disciplinaria. Después, con una formación universitaria que bien podría estar en contra de cualquier libro de autoayuda, termina en un espacio donde ese libro termina cierta comunión. Me hizo acordar a mis años de estudiante de Sociología, en donde leía a Pablo Semán que podía hablar de esos libros sin prejuicio y no sabía cómo hacía. Esa mirada es la que termina adoptando el narrador. En ese sentido, el libro no plantea respuestas para nada, sino para problematizar contradicciones, lo que lleva uno. El primer problema fue cómo contar esta historia, y eso es lo único que resuelve el libro. 

 

 

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