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Ecos borgeanos

Gentileza Interzona

Ariel Idez

¿Para qué escribir libros si podemos imaginarlos? Bajo esa premisa, Ariel Idez le dio forma a Elogio de la pérdida y otras presentaciones (Interzona): presentaciones de once libros de existencia improbable. "Ese juego del apócrifo, ese cóctel entre realidad y ficción que te pone en un lugar de duda. Esa incertidumbre es saludable".

 

Por Ivana Romero.

¿Para qué escribir libros si podemos imaginarlos?  Bajo esa idea, Ariel Idez le dio forma a Elogio de la pérdida y otras presentaciones. Editado por Interzona, este trabajo contiene –justamente– presentaciones de once libros de existencia improbable. El lector encontrará aquí referencias a los poemas argentinos de un chino que atiende un supermercado, las reescrituras casi imperceptibles que un autor bautiza como “covers”, el análisis entusiasta de un fatigoso volumen que incluye los cuentos de un taller literario, o un manifiesto que lleva al extremo la idea del arte como inutilidad. Como en toda ficción, se adivinan rastros de escritores reales, huellas de textos existentes. Pero las coordenadas están desplazadas, de modo que lo mejor es perderse. Aunque sea inevitable estar un poco alerta.

“La idea surgió luego de pasarme un año presentando varios libros de otros escritores. Es una tarea que me gustó. Al mismo tiempo me di cuenta de que, en cierto aspecto, las presentaciones tienen una gramática propia con algunas reglas básicas. Por ejemplo, tienen que ser textos breves y potentes dirigidos en general a un público congregado en torno al autor por afecto. Está claro que vas a hablar bien del libro porque si no ¿para qué aceptar una presentación? Pero eso implica también contar de qué trata el libro, cómo surgió, de qué materiales está hecho”, cuenta Idez. 

 

Al escucharte decir eso y evocar el título del libro, se nos aparece el señor Borges sentado en la mesa de este mismo bar. 

–Sí, Borges es toda una referencia al momento de trabajar con citas reales y otras que no lo son. Quizás por eso el título del libro tiene ecos borgeanos. Me gusta mucho ese lugar que él le propone al lector, ese juego del apócrifo, ese cóctel entre realidad y ficción que te pone en un lugar de duda. Esa incertidumbre es saludable.

Si hablamos de incertidumbre, pienso en un libro de tu volumen, Poemas argentinos, de Leslie Ho, un profesor venido de China, obligado a abandonar su país y que aquí trabaja todo el día en un supermercado.

–China es una otredad cultural. La mayoría de los chinos que abren supermercados no nacieron acá y tenían una vida sobre la que nada sabemos. ¿No te pasó alguna vez de ver a un cajero chateando con familiares que están muy lejos? Es como si vivieran acá entre paréntesis. A veces los ves afincados, pero otras veces parecen en transición. 

En ese texto, incluís a Miguel Ángel Petrecca, quien efectivamente es un estudioso de la cultura china en general y de la literatura en particular. Incluso citás Un país mental, esa maravillosa antología de poetas chinos que él editó.

–Sí, Miguel es buenísimo haciendo su trabajo de estudio y le pedí permiso para incluirlo como personaje. ¿Ves? Él existe y me encantó imaginarlo fascinado con un chino renuente a mostrar sus poemas, donde cuenta cómo nos ve a nosotros. Entonces escribe cosas como “Los argentinos/ hacen fila/ en la calle/ a la puerta /de los bancos/ la parada de los buses/ al pie de las instituciones públicas/ las plazas los negocios/ las universidades”. Miguel se fascina y quiere que publique a toda costa. Y el chino lo mira con desconfianza desde el fondo del supermercado Felicidad, en San Telmo, donde pasa todos los días de toda su vida vendiendo fiambre. No entiende por qué sus poemas deberían ser publicados. Así que llegar a la presentación de ese libro fue casi un milagro.

¿Qué es lo que te interesa de las presentaciones?

–Son como un ritual laico, una puerta de acceso para que alguien se convierta en escritor. O sea, te convertís en escritor cuando alguien, un anciano de la tribu, presenta tu libro. Eso de algún modo te legitima, te pone en circulación. Las presentaciones tienen una serie de convenciones que casi las transforman en un género en sí mismo. Pero a la vez, admiten todo tipo de desplazamientos. Al escribir presentaciones de otros libros, me di cuenta de que se podía tensar el procedimiento. Busqué personajes y libros inventados y a partir de ahí me puse a ver hasta dónde me llevaba cada uno.

¿El sentido del humor es un recurso deliberado?

–No pienso en escribir textos humorísticos. Pero el sentido del humor forma parte de mi manera de ser y eso se filtra en la escritura. El humor, si aparece dosificado, genera un equilibrio en relación con cierta solemnidad que a veces rodea una presentación. En el libro aparecen escritores que trabajan en esa zona donde lo cotidiano puede devenir extraño, hilarante o humorístico, según el caso. Me refiero a Macedonio Fernández y Mario Levrero o también, César Aira. 

¿Y Néstor Sánchez?

–Lo descubrí por medio de un escritor conocido mío, que estaba leyendo La condición efímera, un libro de cuentos. Así me puse a investigar toda su obra. Quizás tampoco sea casual que Osvaldo Baigorria, autor de la biografía Sobre Sánchez, escriba la contratapa de Elogio de la pérdida. La historia de Sánchez es buenísima: lo dieron por muerto en el ochenta, le hicieron un homenaje y él en realidad se había convertido en un homeless en Estados Unidos. A fines de esa década volvió al país y falleció acá en 2003. En La condición efímera, hay un texto, “Diario de Manhattan”, donde se propone hacer todo con la mano izquierda; incluso, escribir. A la vez, hay una novela curiosa de Levrero, El discurso vacío, que también es una suerte de diario. Ahí plantea que si la grafología permite diagnosticar las enfermedades a través de la letra manuscrita, él va a hacer al revés: mejorar su caligrafía para optimizar su salud.

Uno de los textos del libro se llama justamente “Por izquierda” y está escrito por un tal Idez, que también se propone escribir como en esos diarios. Y el presentador dice que si hubiese que resumir ese libro en una ecuación literaria, diríamos “Levrero más Sánchez igual a Idez”.

–Bueno, esa ecuación es un poco exagerada. Y es algo que dice el presentador… Habría que preguntarle a él.

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