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Poesía

Edward Lear: la vida, la obra y los viajes

Por Mirta Rosenberg

Sobre Edward Lear, El hombre que se arrojó al mar en el más improbable de los navíos (Bajo la luna): un perfil del escritor, ilustrador y artista inglés conocido por su poesía absurda nonsense y sus limericks, a cargo de Mirta Rosenberg. 

Por Mirta Rosenberg.

         

Edward Lear nació en Holloway –entonces una aldea cercana a Londres–, el 12 de mayo de 1812. Fue el vigésimo hijo de un agente de bolsa de la Compañía Frutera llamado Jeremiah Lear, y de Ann Skerret. La familia era bastante próspera, pero no tan grande como se podría pensar: muchos de los hijos murieron en la primera infancia. No es raro que cuando la madre murió, en 1844, se estableciera “deterioro general” como causa del fallecimiento. En 1816, cuando Edward contaba cuatro años, la estabilidad económica de su padre sufrió un serio revés, e incluso fue a prisión por deudas. La familia tuvo que abandonar su gran casa de Holloway, varias de las hijas se emplearon como institutrices y Ann, la mayor, quedó a cargo de Edward. A partir de entonces, y a pesar de que volvieron a vivir juntos bajo el mismo techo, la madre se desentendió de la crianza del niño, que era bastante feo, notablemente miope y tan afectuoso que este rechazo lo marcó profundamente durante el resto de su vida. A los siete años, empezó a sufrir agudas depresiones, que Lear llamaba “las Mórbidas”, y un poco antes, a los cinco o seis años, había padecido sus primeros ataques de epilepsia, enfermedad a la que bautizó como “el Demonio” e incluso, “el Demonio Terrible”. Por lo que parece, los ataques eran bastante violentos –a pesar de que casi con seguridad eran manifestaciones de lo que se conocía entonces como “le petit mal”– y signaron toda su vida, condenándolo al aislamiento. Se insinuaban con síntomas que los hacían previsibles –el “aura epiléptica”–, por lo cual Lear conseguía recluirse y, aparentemente, nadie fuera de su familia advirtió jamás que era epiléptico. Vale señalar que, a principios del siglo XIX, la epilepsia se vinculaba a una suerte de “posesión demoníaca”, y se asociaba –de manera vergonzante– con el hábito de la masturbación. Sin dudas el propio Lear creía en la posible relación entre hábito y enfermedad y, ya de adulto, solía atribuir los ataques a su “falta de fuerza de voluntad”. La amenaza corriente a los niños era la pérdida del pene y posiblemente Lear haya pensado a veces que –como el Pobble de su poema que perdió los dedos de los pies– sería mucho más feliz sin el problema que para él representaba su sexualidad. 

 

Como fuere, Edward sólo tuvo un breve período de escolaridad convencional a los once años; por lo demás, creció protegido e instruido por sus dos hermanas mayores, Ann y Sarah, quienes, además de transmitirle los típicos manuales de enseñanza elemental, le enseñaron a dibujar, especialmente temas de la naturaleza, y lo familiarizaron con los poetas románticos –cuando Lear nació, Wordsworth y Coleridge aún escribían, Shelley acababa de salir de Oxford y Byron, el descastado social que sería su héroe, empezaba a publicar–. Hacia 1826, con el retiro definitivo de su padre, Lear se vio obligado a ganarse la vida como dibujante para comercios y hospitales. En algún momento entre 1828 y 1830 empezó a dibujar pájaros. En ese entonces estaban de moda los grandes libros ilustrados sobre los animales exóticos que traían a Inglaterra los marinos y los naturalistas que regresaban de sus viajes de exploración científica. Lear se dedicó a producir un libro propio, y eligió una única familia de aves, la de los papagayos, trabajando del natural en el Jardín Zoológico de Londres. El libro, titulado Ilustraciones de la Familia de los Papagayos, fue pensado para suscriptores, y le procuró cierto renombre, por su virtuosismo y especialmente porque el dibujante era muy joven. Pero no logró financiar su empresa hasta el fin, y un par de años después debió abandonarla. Para entonces Lear tenía veinte años; en una carta se describe como un joven alto y feo, de anteojos, “con un cuello singularmente largo, una nariz elefantina & una tendencia a tropezar, por ser medio ciego”. Parece haber sido una época de correrías juveniles, durante la que, en compañía de dos conocidos de la infancia, frecuentaba los bajos fondos londinenses, en un callejeo constante en el curso del cual se contagió sífilis. 

Entre 1831 y 1832 visitó Amsterdam, Rotterdam, Berna y Berlín como ayudante de John Gould, el famoso dibujante naturalista que iba luego a jugar un papel tan importante en la identificación de las aves que Darwin trajo de su viaje alrededor del mundo. A fines de 1832, recibió una oferta que cambiaría su vida: Lord Stanley, heredero del conde de Derby, lo contrató para dibujar el pequeño zoológico que había reunido en Knowsley, su casa de las afueras de Liverpool. Allí, Lear atrajo enormemente a los más jóvenes de la numerosa familia, quienes a toda hora se escurrían hacia el comedor de los criados para conversar con el “divertidísimo joven que vino a dibujar los animales”. Lord Derby muy pronto lo invitó a compartir su mesa, y de ese modo el joven pintor conoció y cultivó la amistad de muchos miembros de la aristocracia inglesa. En Knowsley, Edward Lear también empezó a escribir sus limericks, en principio para entretener a los niños de la casa, y para hacer la diversión más completa, ilustraba cada uno de ellos con dibujos rápidos y espontáneos. Trabajó de manera intermitente para Lord Derby entre 1832 y 1837, intercalando períodos de trabajo con Gould, pero su vista empezó a deteriorarse debido a la exigencia de detalle que suponían los dibujos de animales. En 1835 realizó un viaje a Irlanda y en 1836, pasó seis semanas en el distrito de los lagos. Estos dos viajes a pie lo decidieron a cambiar los dibujos zoológicos por los paisajes como tema de su obra plástica. Además, su salud también se deterioró debido al húmedo clima inglés, lo que lo instó a aprovechar entonces la generosa oferta de Lord Stanley, quien financió su viaje a Roma, donde podría recobrar la salud y dedicarse a pintar. “Por cierto”, escribió Lear a su hermana Ann, “tengo los mejores amigos del mundo”.

Este primer viaje a Italia inicia los vagabundeos de Lear, que durarían toda su vida, a pesar del disgusto que le producían las travesías por mar. Salvo algunas breves estadías en Inglaterra, a partir de 1837, su existencia transcurriría mayormente en sitios remotos, siempre dependiendo de los encargos pictóricos de sus ricos clientes ingleses, y conectado con su hermana, amigos y benefactores por medio de una copiosísima correspondencia. En Roma, encontró a muchos conocidos que ya había frecuentado en Knowsley, y fue invitado a grandes bailes y elaboradas cenas. Allí el arte era una ocupación honrosa y envidiable, y los pintores no eran menospreciados, por lo que Lear logró situarse en el lugar que ocuparía durante el resto de su vida fuera de Inglaterra: entre los bohemios barbudos y la aristocracia inglesa, que él sabía entender mucho mejor que sus coterráneos artistas. En la campagna de las afueras de Roma, pantanosa y despoblada, encontró la grandeza del paisaje que quería pintar, y se asombra durante su viaje al sur de Italia, donde visita Pompeya que, según dice, “vale, ella sola, todo el viaje desde Inglaterra”. Cuando vuelve a Londres, en 1841, publica Vistas de Roma y sus Alrededores, y ese mismo año vuelve a Roma. En 1842 visita Sicilia y los Abruzzi. En una posada escucha la conversación de dos ingleses snobs. Uno de ellos le pregunta al otro: “¿Quién era ese hombre tan agradable que cenó con nosotros?” “¿Ese? —responde el otro— Sólo un sucio pintor de paisajes”. A partir de ese momento, Lear adopta irónicamente, en las cartas a sus amigos, ese mote descriptivo. En 1845 conoce a uno de sus más íntimos amigos, Chichester Fortescue, diez años más joven que él, y recién egresado de Oxford, quien escribió en su diario: “He disfrutado inmensamente la compañía de Lear. Parecemos llevarnos bien en todo, y nos hicimos amigos de inmediato. Entre otras muchas virtudes, es uno de esos pocos hombres de sentimientos verdaderos en este mundo tan frío y falso”. 

El año de1846 es crucial para Lear: publica Excursiones Ilustradas por Italia (2 volúmenes), los Fragmentos del zoo y la pajarera de Knowsley Hall y, más importante, bajo el seudónimo de Derry Down Derry, la primera edición de A Book of Nonsense, donde reunía los limericks y los dibujos que habían deleitado a los niños en Knowsley. El éxito del libro fue inmediato: en medio de la rigidez moral de la época, de tanta exigencia virtuosa, el empeño de Lear nunca fue lograr que los niños fueran buenos; de eso se ocupaba con creces la sociedad. Simplemente, deseaba que fueran felices –posiblemente debido a su propia infancia desdichada– y sus versos rezuman una suerte de cariñoso desenfreno, de alegre abandono, al igual que sus dibujos, claros y crudos, donde casi todos los personajes parecen estar bailando. Los libros para niños solían ser de autor anónimo, y presuntamente por eso Lear no firmó la primera edición, pero cualquiera que viera un ejemplar de las Excursiones... podía adivinar la autoría del Book of Nonsense, ya que la última página era una publicidad de la obra de Derry down Derry. De todos modos, Lear estaba orgulloso de su obra, y en la tercera edición, de 1861, su nombre aparecía en la portada. 

A fines de 1846 –tras haber sido durante un mes maestro de dibujo de la reina Victoria, que entonces contaba veintisiete años–, Lear empacó y volvió a marcharse rumbo a Italia. Visitó Sicilia y el sur de Calabria, y de regreso en Roma, cuando ya pensaba regresar a Inglaterra debido a la inestabilidad revolucionaria que cundía en Italia, conoció a Thomas Baring, quien más tarde fue Virrey de la India y otro de sus grandes amigos. En 1848, partió hacia Corfú vía Malta y desde allí inició su viaje por Grecia y Albania. De regreso a Malta, conoció a Franklin Lushington, un joven varios años menor que Lear, quien habría de convertirse en su amigo más querido, y que daría lugar a abundantes especulaciones acerca de su posible homosexualidad. Sin dudas, la relación que Lear estableció con Lushington fue excepcionalmente intensa, pero no correspondida. Su grado de demanda emocional –proporcional a su soledad– y la conciencia de su epilepsia –llegó a tener seis ataques (que marcaba con cruces en su diario) en un solo día,– deben haberle impedido concretar cualquier relación, homosexual o no. De hecho, estuvo dos veces a punto de proponerle matrimonio a dos mujeres –Helena Cortazzi, a quien conoció en Corfú en 1857– y Augusta Bethell, la hija de su amigo Lord Westbury, a quien doblaba en edad. En cualquier caso, el matrimonio –o cualquier otra compañía permanente– lo hubiera condenado a compartir su secreto, y esa posibilidad le resultaba atroz. En 1862, ante el casamiento de su amigo Fortescue, anotó: “Cada boda de personas que quiero parece dejarme cada vez más solo en la ribera sombría”. Pero, tal como le escribió a su amiga Emily Tennyson: “He llegado a la conclusión de que nadie debería casarse, & de que no debería nacer más gente, & de que deberíamos extinguiterminarnos gradualmente, & el mundo quedaría para los triunfales chimpancés, gorilas, cucarachas & cocodrilos...” Y consignó en su diario, resignadamente: “Aceptar un destino solitario, una clara consecuencia de ciertas causas... y hacer con ello lo mejor posible...”

Antes de regresar a Inglaterra en 1850, viajó por El Cairo, Suez y Sinaí, por el sur de Grecia con Franklin Lushington y visitó Janina y el monte Olimpo. En Inglaterra, aprovechando un legado de 500 libras, ingresó a la Royal Academy of Arts, en un intento –infructuoso– de recibir educación pictórica formal. En 1851 se publicaron los Diarios de un pintor paisajista en Albania, conoció a Alfred y Emily Tennyson, e inició su proyecto de ilustrar una edición de los poemas del laureado autor. Su admiración por Tennyson lo llevó, además, a musicalizar algunos poemas, que solía interpretar al piano. También parece haber sentido un intenso amor platónico por Emily, con quien mantuvo correspondencia hasta el fin de sus días. Al año siguiente, cultivó su asociación con los pintores prerrafaelistas, y tomó algunas clases con William Holman Hunt, mientras se publicaban sus Diarios de un pintor paisajista en el sur de Calabria. En 1854 viaja por Egipto, y en 1855 se publica la segunda edición del Book of Nonsense, antes de acompañar a Lushington a Corfú, donde padeció por el alejamiento de su amado amigo. Entre 1856 y 1860, sus viajes abarcan Albania –donde contrata a quien fue su criado durante veinte años, Giorgio Cocali– , Belén, Petra, el Mar Muerto, Jerusalén, Líbano y Roma. Su hermana Ann muere en 1861, agravando aún más su sentimiento de soledad.

Entre 1863 y 1868, intercala dos breves estadías en Inglaterra en sus vagabundeos por las islas jónicas, Corfú, el sur de Francia, Egipto, Gaza, Jerusalén y Córcega; en 1869 aparece el Diario de un pintor paisajista en Córcega, el último de sus libros de viaje ilustrados. En 1870 decide establecerse y compra tierra en San Remo para construir una casa, Villa Emily. Ese mismo año se publican sus Alfabetos, canciones, relatos y Botánica Nonsense. En 1871 se muda a Villa Emily, y se publica su segundo volumen de nonsense. Entre 1873 y 1875 viaja por la India y Ceilán, invitado por su amigo Baring. En 1880 la invasión de alemanes –a quienes Lear aborrece– en San Remo le quita la vista al mar: construyen un hotel delante de su casa. Se ve obligado a comprar nuevamente tierra, construir otra casa y mudarse: su nuevo hogar lleva el nombre de Villa Tennyson. En 1883 muere su fiel criado Giorgio Cocali.

 

A partir de ese momento, se manifiesta en Lear un cambio: crecen en él la desilusión y el aislamiento, la impaciencia y la irascibilidad. Su salud, que increíblemente había resistido los viajes en condiciones a veces muy duras, se resiente, y empieza a padecer bronquitis recurrente y reumatismo. En cama se dedicó a completar su propio obituario, que ya había comenzado en 1884; pese a todas las dificultades y la entrevista proximidad de la muerte, es un autorretrato carente de resentimiento y no exento de sutil humor. Lo tituló “Incidentes de la vida de mi tío Arly” y, cuando en febrero de 1886 John Ruskin lo colocó a la cabeza de su lista de autores favoritos en un artículo publicado en la Pall Mall Gazette, Lear le envió una copia firmada en señal de gratitud. En 1887, Gussie Bethell (ahora viuda) fue a visitarlo: “No sé si pedirle o no que se case conmigo. Ella me demuestra claramente que le importo... Pero nada ocurrió... y creo que ahora ya han muerto todas mis esperanzas”. También abandonó su idea de ilustrar los poemas de Tennyson, sobre los que había trabajado durante más de veinte años, realizando más de 200 dibujos para esa soñada edición. En septiembre, murió su gato Foss, el último fiel compañero que le quedaba, y lo hizo enterrar en el jardín, con una lápida dedicada. Lear lo sobreviviría unas pocas semanas: el 29 de enero de 1888, murió pacíficamente, tras haberle dictado a su criado Giuseppe Orsini estas últimas palabras: “Siento que muero. Diles a mis amigos y relaciones que mis últimos pensamientos fueron para ellos. No encuentro palabras suficientes para agradecerles todo el bien que me han hecho.”

 

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