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Prólogos

El hombre como sujeto de deseo y animal de confesión

Por Edgardo Castro

El prólogo a Historia de la sexualidad 4: las confesiones de la carne, de Michel Foucault, que acaba de ser publicado por Siglo XXI.

1. Luego de haber permanecido inédito durante treinta y cuatro años, en febrero de 2018 se publica finalmente el cuarto volumen de la Historia de la sexualidad: Las confesiones de la carne. Se completa, de este modo, un proyecto en el que el autor se había interesado desde mucho antes de la aparición del primer volumen de la serie en 1976, La voluntad de saber, y que fue reformulando hasta el momento de su muerte. Durante esos años, Foucault dejó de lado, entre otros, el volumen que, según la primera versión del plan, se hubiese ocupado de la población y de las razas, es decir, de la bio-política, e incorporó dos originalmente no previstos, dedicados a los griegos y a los latinos, El uso de los placeres y La inquietud de sí. La problemática de la carne, en cambio, ya se encontraba presente en su primera formulación y cierra ahora la versión final del proyecto.

Carne es el nombre de la experiencia cristiana de las relaciones entre el cuerpo, el deseo, la concupiscencia y la libido, de “la sexualidad atrapada en la subjetividad”. Pero no debemos concebir aquí por experiencia la forma histórica en que los hombres perciben, con sus sentidos o su entendimiento, una realidad natural, que, subyacente, los atraviesa, sino la correlación entre un dominio de saberes, formas más o menos institucionalizadas de normatividad y modos de relacionarse consigo mismo, de constituirse como sujeto.

Así entendida, la experiencia de la carne se ubica entre la de los aphrodisia del mundo grecolatino y la moderna de la sexualidad. Aphrodisia, carne, sexualidad constituyen, en este orden, el eje cronológico de la Historia de la sexualidad, aunque no se corresponda con el ordenamiento de la serie, que, en su versión editorial, salta directamente de una arqueología del psicoanálisis (siglos XIX-XX), en el primer volumen, a la ética de los antiguos, en los dos siguientes (siglos V-IV), para retomar el hilo de la historia con este cuarto tomo dedicado a los autores cristianos.

La tarea que Foucault afronta en este volumen es describir la constitución de la experiencia cristiana de la carne, del siglo II al siglo V de nuestra era, de la matrimonialización del deseo a la libidinización del sexo, de Clemente de Alejandría a Agustín de Hipona, pasando, entre otros, por Tertuliano, Casiano, Juan Crisóstomo y Metodio de Olimpo.

Sobre los aphrodisia, aspecto sobre el cual Foucault insiste repetidas veces, la experiencia de la carne aparece como una reelaboración hecha de continuidades y rupturas. Continuidad, sobre todo, del código ético de la sexualidad (monogamia, desvalorización y condena de las relaciones homosexuales y de la prostitución, etc.), pero también de las prácticas (como el examen y la dirección de conciencia). Ruptura respecto de los modos de vinculación con este código: de la finalidad por la cual se lo acepta, de los elementos a los que se aplican sus preceptos, todo ese amplio dominio al que Foucault llama sustancia ética (los actos, los deseos, las intenciones, etc.). Ruptura, también, en cuanto al sentido y las formas de insti- tucinalización de esas prácticas que provenían del mundo pagano.

Respecto de la sexualidad moderna, la experiencia de la carne no sólo la prepara, sino que la hace posible, vinculando el deseo con la verdad y el derecho, mediante lazos que, para Foucault, “nuestra cultura tensó, en lugar de desanudar”. Para nuestro autor, en efecto, la experiencia cristiana de la carne continua definiendo, en gran medida, el horizonte en el que se dibujan nuestras figuras no sólo de la sexualidad, sino de la subjetividad en general y sus relaciones con los otros. En el centro de esta configuración, el deseo y el sujeto siguen vinculados a través de esa tarea, repetida y quizás sin término, de una hermenéutica de sí mismo.

 

2. Más allá de las articulaciones posibles entre sus diferentes mo- mentos (los aphrodisia de los antiguos, la carne de los cristianos y la sexualidad de los modernos) y del juego de continuidades y rupturas, no puede soslayarse, sin embargo, la frase del poeta René Char que aparece en la contratapa de la primera edición francesa de los últimos tres volúmenes de la serie, y que esclarece el sentido del entero proyecto foucaultiano: “La historia de los hombres es la larga sucesión de un mismo vocablo. Contradecir esto es un deber”. Por ello, aunque a veces, proyectando hacia el pasado las categorías que nos son propias, hablemos de “sexualidad” para referirnos a estas tres experiencias, aphrodisia, carne y sexualidad no son términos que signifiquen o remitan a lo mismo. El proyecto foucaultiano no es, por ello, el de una antropología, sino, en su sentido más pleno, el de una historia, donde confluyen, con sus métodos y resultados, la arqueología y la genealogía.

En las páginas finales de La arqueología del saber, en un momento bisagra de sus investigaciones, en el que cierra una etapa y abre otra, Foucault se pregunta si son posibles otras arqueologías, que no estén necesaria y exclusivamente orientadas hacia las formas epistemológicas del saber, hacia la ciencia o los saberes con pretensión de serlo. En estas páginas, esboza tres posibilidades: una arqueología de la sexualidad, una de la pintura y otra de la política.

Pero no se imagina esa hipotética arqueología de la sexualidad como una descripción de las conductas sexuales de los hombres y tampoco de la manera en que ellos se la han representado; sino como un dominio en el que se forman objetos de los que se puede o no se puede hablar, conceptos que, a veces, tienen el estatuto de simples nociones, sin pretensiones de superar ningún umbral de epistemologización, pero a través de las cuales se busca dar coherencia a las conductas y formar sistemas prescriptivos. Esta arqueología de la sexualidad, señala nuestro autor en estas mismas páginas, no estaría orientada hacia la episteme, sino hacia la ética o, según otras expresiones que recorrerán más tarde sus escritos, hacia los modos de subjetivación, hacia las técnicas y las prácticas de sí.

Sin embargo, este estatuto –no siempre necesariamente científio– del discurso de la sexualidad (sin desconocer la importancia que, a partir de finales del siglo XVIII, han ganado tanto la fisiología como, en particular, la psicopatología de la sexualidad) no debe inducirnos a error acerca de la relevancia de su arqueología. Quizás como en ningún otro lugar, en uno de sus cursos recientemente publicado, que se remonta a sus clases en Clermont-Ferrand (1964), Foucault se expresa con tanta fuerza y determinación sobre lo que está en juego en esta arqueología orientada hacia la ética. En efecto, allí sostiene que, en los siglos XVII y XVIII, las teorías del contrato nos mostraban que el hombre era, a la vez, un ser individual y social, y, contemporáneamente, a través de las teorías de la imaginación, se pensaban las relaciones entre el alma y el cuerpo. Durante el siglo XIX, con Comte y Durkheim, la dimensión religiosa nos señalaba esa doble pertenencia de lo humano, y la noción de sensación, de Condillac a Wundt, la problemática relación entre lo corpóreo y lo psíquico. Este lugar, que ocuparon las nociones de contrato y religión, de imaginación y de sensación, es, desde finales del siglo XIX, el de la sexualidad. Ella es el “lugar de entrecruzamiento pri- vilegiado” entre lo psicológico y lo fisiológico, entre lo individual y lo social.

 

3. A medida que avanza en sus investigaciones, el proyecto de esta arqueología ética de la sexualidad que, como vemos, se remonta a mucho antes de la aparición de La voluntad de saber, será acompaña- do de lo que Foucault denomina una “genealogía del hombre de deseo”.  Al respecto, para comprender lo que está verdaderamente en juego en Las confesiones de la carne, no sólo hay que poner el acento en la dimensión genealógica de la investigación acerca de las formas de normatividad y las relaciones de gobierno, sino sobre todo en el objeto de esta genealogía: el deseo y su nexo con la verdad. Como explica Foucault al inicio de El uso de los placeres para exponer las razones de la reformulación de su proyecto, era necesario problematizar dos nociones generalmente aceptadas, que se ubican en el corazón de las teorías de la sexualidad tanto del siglo XVIII como del XIX, que pretende superar a la anterior (la clásica y la moderna, respectivamente, según la terminología foucaultiana), y también tanto de la experiencia moderna como cristiana del sexo: las nociones de deseo y sujeto deseante. Sin esta problematización, en efecto, la Historia de la sexualidad quedaría incompleta, y, sobre todo, desarticulada.

¿Cómo es que el hombre occidental fue destinado a volcar su deseo en palabras, para decirse y decir a otros su verdad más propia, la más íntima? ¿Cómo se ha convertido en sujeto de deseo y, a la vez, “animal de confesión”? ¿Cómo surgió esa hermenéutica de sí mismo, en la que se entrelazan las técnicas de sí, las formas de subjetivación y los modos del decir verdadero? Desde esta perspectiva, se comprende, por un lado, el sentido y el alcance del título de este volumen, Las confesiones de la carne, donde se conjugan el registro del lenguaje o, mejor, de la palabra, con el de la corporalidad deseante. Por otro, la respuesta a estos interrogantes nos sorprende, más que por la distancia temporal con el momento en que se anudaron estos nexos entre la palabra y el deseo, por su actualidad. Se trata, en definitiva, de una historia que sigue siendo la nuestra, que, al menos en cuanto concierne a la formación de la subjetividad, no deja de ser contemporánea.

 

 

INDICACIONES SOBRE LA PRESENTE EDICIÓN EN ESPAÑOL

En la “Nota preliminar de la edición francesa”, Frédéric Gros, responsable del establecimiento del texto, expone los criterios considerados para la elaboración de las notas y la compilación de la bi-bliografía. Respecto de la presente traducción, hemos seguido esos criterios, que requieren algunas precisiones.

1. Como en la edición original, las intervenciones del editor francés se encuentran indicadas entre corchetes.

2. Cuando ha sido necesario intervenir en la traducción del cuerpo del texto o en las notas, se lo indica entre corche- tes con las iniciales E. C. (Edgardo Castro).

3. Cuando las expresiones en griego y latín no estaban acompañadas de traducción en la edición original o no resultaba posible comprenderlas a partir de la paráfrasis que las acompañaba, hemos incorporado la correspon- diente traducción.

4. Sobre la bibliografía: En la edición en francés, las notas a pie remiten a las obras de los autores griegos y latinos, a veces sólo en lengua original, otras sólo a las traducciones al francés y, también, a ambas. Teniendo en cuenta esta situación, hemos procedido de la siguiente manera:

a. Cuando el título de la obra citada se encuentra en latín o griego, si hay traducción disponible en español, se la indica en la bibliografía al final del volumen.

b. Cuando no hay traducción, toda vez que nos pareció necesario para facilitar la lectura, traducimos el título en el apartado bibliográfico.

c. Como criterio general, las referencias a las traduccio- nes francesas de los autores griegos y latinos han sido reemplazadas por referencias a las correspondientes traducciones en lengua española.

d. Sin embargo, hemos mantenido la referencia original cuando no se encontraba disponible la correspondien- te traducción en lengua castellana. También cuando Foucault remite con un interés particular a una determinada versión francesa de los autores griegos y latinos. Por ejemplo, para retomar una nota del editor o servirse específicamente de esa traducción. En este último caso, además, hemos vertido al español el texto citado.

e. Para las referencias a los libros canónicos de la Biblia, hemos respetado las pautas usuales, es decir, mayúscu- las y redondas (por ejemplo, Génesis, Epístola a los Gálatas). En los casos de obras homónimas no canónicas, hemos recurrido a las cursivas (por ejemplo, Epístola a los Corintios, de Clemente Romano).

f. Siguiendo el criterio de la edición original, hemos mantenido la estructura autor-obra incluso para los libros de la Biblia, aun en los casos de discutida atribución.

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