Por Leonardo Sabbatella.

La filosofía para Giorgio Agamben es menos una disciplina que un magnetismo. Una intensidad (diría el propio autor) que se expande a través de distintos objetos, y es esa fuerza de atracción lo que los vuelve objetos filosóficos. En El fuego y el relato (Sexto piso), el italiano traza un atlas sobre el lenguaje compuesto por diez mapas-ensayos, diez viajes y desplazamientos, en los que una y otra vez va en busca del lado ilegible de la lengua; cada travesía arroja una idea que nunca cae en el mismo lugar que la anterior.
El tono de los textos hace pensar en pequeñas clases dictadas a un solo estudiante. La escritura es sintética, en el sentido pleno del término. Artificio y resumen. Un autor que ha investigado territorios insondables y ahora relata su descubrimiento, su nuevo invento abstracto. Agamben va desde una anécdota de la mística judía hasta los instrumentos informáticos, desde el modelo de la parábola hasta la pregunta por el acto de creación, y reelabora todo en el laboratorio de su pensamiento. Este profesor de filosofía ya ha puesto en práctica este procedimiento en otro libro que también cuenta diez ensayos, bajo el nombre de Profanaciones. El suyo es un sistema que hace lugar a las interpretaciones del lector, a lecturas erróneas y por eso necesarias –porque son las que a menudo llevan a lugares que de otra forma no conoceríamos–.
En el ensayo inicial del libro, Agamben anota: “Solo podemos acceder al misterio a través de una historia y, sin embargo, (o, tal vez, deberíamos decir de hecho), la historia es aquello donde el misterio ha extinguido y ocultado su fuego”. Es decir, los dos elementos que para Agamben componen la literatura –el relato (la historia) y el fuego (el misterio)– entran en tensión. En cierta manera, puede notarse una mirada paradojal sobre la literatura. Un relato cuenta, siempre, la pérdida del fuego sin el cual no habría nada. La serie de ensayos de El fuego y el relato es una historia posible acerca del cuerpo a cuerpo que el hombre mantiene con el lenguaje.
Agamben parece haber descubierto que una idea, dicha de dos formas distintas, se transforma es dos ideas diferentes. Quizá esa sea la causa del cuidado que pone al formular una tesis. Por momentos puede hasta resultar un autor lírico o barroco, como cuando escribe: “Los géneros literarios son las llagas que el olvido del misterio imprime en la lengua”. No pocas veces sus ensayos parecen escritos en clave alquímica (tema, la alquimia, que también explora en el libro), pero no se trata de licencias poéticas sino de que cada idea encuentre la forma que reclama.
En unos de los breves textos que componen Idea de la prosa, Agamben anota el siguiente poema de Penna: “Me dirijo hacia el río sobre un caballo / que cuando yo pienso un poco un poco él se detiene”. En El fuego y el relato, sin embargo, el italiano demuestra que es posible hacer del galope del caballo hacia el río una forma de pensar.