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Ficcion

El tío Pipotto: un cuento de Hebe Uhart

Alejandra López

 

Tomado de El gato tuvo la culpa, libro que recupera sus trabajos de los años 60 y 70, editado por Blatt & Ríos.

Por Hebe Uhart

 

—Bersaglieri, corpo a terra! –decía mi abuelo.

Y todos los chicos se ponían cuerpo a tierra en la cocina. Mi abuela miraba despectiva.

—La testa a sinistra –decía mi abuelo.

Y los chicos doblaban la cabeza a la izquierda.

—Ya pasó un tren –decía mi abuela con voz amenazante.

Mi abuelo era cochero y debía correr detrás de cada tren para esperar a los viajeros. Los trenes pasaban cada dos horas; si él no se apuraba, los llevaba el otro cochero. Mi abuelo veía llegar el tren como desde 2 km. de lejos; todo ese tiempo lo empleaba en apurarlo para que salga a esperar a los viajeros. Pero ese tren se perdió y mi abuelo les decía a los chicos:

 

—Yo era bersagliero alpino, soldado dil ré.

Mi abuela, cada vez más exasperada, interrumpía la instrucción militar casera diciendo:

—Ma que re ni re. Te da de mangiare il re? Mangiale el morro al re.

Mi abuelo, profundamente mortificado por esa falta de respeto al rey de Italia, le decía:

—¡Apátrida!

Ya estaba decepcionado; ya todo su entusiasmo por los ejercicios militares ella se los había aguado. Ya bien podía ir al pueblo a buscar el otro tren o al diablo.

A mi abuela le importaba tres pitos que él le dijera apátrida.

Más bien le importaba tres pitos que él le dijera nada. Ahora que él salía, ella ya podía ocuparse de la cabra, del chancho y de la vaca Matilde.

El chancho y la cabra estaban cerca de la cocina, pero separados entre sí, como si cada uno tuviera su jurisdicción. Pero esta vez mi abuelo no alcanzó a ir al pueblo a buscar a los viajeros: como a diez cuadras vieron venir un coche con un viajero que se encaminaba para la casa de ellos. ¿Quién sería? De lejos se veía que el coche andaba con buen paso, esmeradamente, que el cochero se preocupaba por llegar pronto y bien.

—¿Quién será? –dijo mi abuela.

Hizo algunas conjeturas con mi abuelo, por lo tanto se amigaron momentáneamente, después tomó las medidas necesarias: María estaba sin vestido y tenía que esconderse en la pieza; habrá que alejar a la cabra y al chancho un poco más de la casa.

Todavía tuvo tiempo de decirle despectivamente a mi abuelo; a medida que iba apreciando al viajero:

—Te perdiste una propina.

Mi abuelo no contestó porque pensaba en quien sería.

Cuando se fue acercando, se vio un hombre de unos 50 años, gordo, con cadena de reloj, con una linda cara y muy bien vestido. Se bajó y dijo:

— ¡Teresa!

Mi abuela lo miró, lo miró y dijo:

—Ah, sí.

Pero no sabía quién era. Era su tío de Lima, que había venido a pasear a Buenos Aires. Mi abuela estaba más bien mortificada.

Pensaba: María tenía orden de quedarse adentro por lo del vestido ¿y si salía? Habrán sacado el chancho pero quedaban marlos de maíz tirados por ahí, ella tendría que matar una gallina porque ese tío querría comer. Además era como si el tío supiera que en esa casa se jugaba a estupideces, al cuerpo a tierra, como si las cosas estúpidas que sucedían siempre se volvieran más estúpidas.

Era como si hubiera llegado un inspector que por una parte producía molestias porque había que tratarlo amablemente, darle de comer, etc., y por otro lado, mi abuela tenía ganas de alcahuetearle algunas cosas a su tío.

El tío Pipotto examinó el panorama: el chancho, la cabra.

El chancho se había acercado y él lo espantó más lejos. Él cuando tenía 20 años cuidaba chanchos en Italia, pero ahora era industrial. Lo echó con un gesto de fastidio, como si un chancho fuese una cucaracha, pero otra sensación también tenía: como cuando uno sueña que vuelve a la escuela secundaria y tiene que rendir un examen que en el sueño uno sabe que ya lo rindió, o como un adulto que se pone a jugar a la bolita, sabe perfectamente jugar, emboca, etc., pero no tiene ningún entusiasmo por el juego. Le echó una mirada crítica al chancho; ni siquiera le producía excesivo rechazo. Un chico estaba quieto, sentado, tímido; no se acercó a saludar a su tío Pipotto. El tío Pipotto dijo:

—E questo qui, cuse ga, o fa il morto per non esse amasao?

(¿Y éste tiene algo o se hace el muerto para que no lo castiguen? )

El chico no respondió y mi abuela le mostró la nena más chiquita.

—Eh… –decía el tío Pipotto y meneaba la cabeza con aire de desaprobación.

—Eh… questa qui a poco fin en sa ruca.

Que quiere decir: Esta tiene poca vida en su cabeza.

—Si te ge scampitegarregi.

(Si vivís puede ser que salga algo de vos).

Pero meneaba la cabeza.

Entonces mi abuela mató la gallina más gorda para hacerla rellena.

El relleno era una hierba picada bien finita, tan finita que era casi un líquido. El tío Pipotto opinó que la gallina era realmente muy rica y comió mucha. A la hora de comer salió María, que se había fabricado un vestido con una especie de cortina. Era un vestido raro, pero no le causó tan mala impresión al tío Pipotto porque ya había comido y tomado vino. Estaban discutiendo con mi abuelo, (mi abuelo ponía más calor) sobre qué regimiento había rajado primero en la guerra; si el de los genoveses o el de los toscanos. Mi abuelo era toscano y decía que habían rajado primero los genoveses. Mi abuela escuchaba despectivamente mientras levantaba los platos y le dijo:

—Ma y a ti que se te importa. Tute muse.

(Todas pavadas).

—Eco –dijo mi tío Pipotto–. Musaie.

(Que quiere decir: Ni mas ni menos. Recontrapavadas).

—M’importa –dijo mi abuelo–. Anduve a fare il servicio militar a Italia.

Él se había pagado el pasaje para hacer el servicio militar en Italia. El tío Pipotto lo miró con indiferencia; haber hecho el servicio militar ni le quitaba ni le agregaba nada a sus ojos.

Mi abuelo dijo:

—Anotte he soñato qui staba in Italia.

Mi abuela dijo:

—Los sueños son como los pedos.

El tío Pipotto, riéndose con gran aprobación, dijo:

—Eco.

Mi abuela reafirmó:

—Tute muse, muse, musaie.

—Apátrida –pensó mi abuelo–, toda la familia apátrida.

Además mi abuelo pensaba que todos los ricos son duros de corazón.

Cuando se fue, el tío Pipotto mejoró su primera impresión: la comida era muy buena, su sobrina era joven todavía y por lo que le había escuchado, estaba muy bien encaminada.

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