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Escritoras africanas: panorama de una biblioteca a descubrir

Editorial Empatía sigue publicando joyas de la literatura africana y Federico Vivanco presenta un panorama de la literatura hasta ahora inédita en castellano de escritoras africanas de expresión inglesa en Ellas (también) cuentan.


Por Federico Vivanco.







Las literaturas africanas en lengua europea hacen su aparición en el siglo XX. Fueron las mujeres, durante varios siglos, con su férrea tradición oral1 , las precursoras y protagonistas anónimas de estos comienzos que sentarán las bases para la posterior difusión de la literatura escrita. Esta vertiente literaria oral, practicada aún hoy por la población, penetrará en distintos géneros literarios e influenciará a los autores de las primeras generaciones que desarrollarán una tendencia hacia temas de índole moral y social, temas que también encontramos en los cuentos populares y que se irán fusionando con la problemática política y cultural de la segunda generación.


Es importante señalar que las literaturas negroafricanas y todo su patrimonio no conforman un conjunto homogéneo. De hecho, los países que surgieron del colonialismo británico son los que más han fecundado en la producción escrita, siendo Nigeria preeminente entre ellos. Si bien es cierto que las literaturas escritas por mujeres africanas empiezan a proliferar en los años sesenta, es al mismo tiempo errónea la idea que sostiene que la producción de dichas literaturas tiene sus orígenes a finales de esta década. Varios investigadores han dejado en la sombra a grandes figuras: se olvidaron, por ejemplo, de la reina de Saba, conocida en Etiopía como Makeda; o de las anónimas griottes con sus riquísimas narraciones en la tradición oral; o de aquellas esclavas que fueron transportadas al nuevo Mundo, prohibiéndoles hablar en su lengua nativa o solo utilizar la “lengua culta”, como se observa en la poesía de la senegalesa Phillis Wheatley y en la balada de Lucy Terry, durante el siglo XVIII. Silenciaron el poema en donde Mwana Kupona, de la élite gobernante swahili, en el siglo XIX, aconseja a su hija sobre la vida conyugal. Otras vivieron en el anonimato como la ghanesa Adelaide Casely-Hayford, primera novelista africana en lengua inglesa. Su hija, Gladys Casely-Hayford, nacida en 1904, ha sido más afortunada ante la oportunidad de ver publicados, a finales de la década del 1920, varios de sus poemas en Norteamérica. Actualmente es considerada una de las escritoras más reconocidas de Sierra Leona, no solo por su producción literaria sino también por ser la iniciadora de la literatura en la lengua criolla krio.


Hablar de literaturas africanas es pretender abarcar cincuenta y cinco países, centenares de idiomas, miles de culturas locales y un pasado histórico en una sola etiqueta. Para intentar definir esta trayectoria es importante describir, grosso modo, los autores y las obras más destacadas, agrupándolas en cuatro grandes regiones.





                                                                                                         Melissa Myambo


 


África Occidental


En esta región compuesta por Gambia, Liberia, Sierra Leona, Ghana, Nigeria y Camerún, las literaturas angloafricanas no ganaron interés hasta la década de 1940. A partir de allí, se ha convertido en una de las más prolíficas del continente africano. Se suele citar la publicación de la novela del nigeriano Amos Tutuola, El bebedor de vino de palma2 (1952), obra basada en mitos y leyendas, como punto de partida de las literaturas anglófonas en lo que se refiere a ficción. Sin embargo, no debemos olvidarnos de aquellas obras de ficción que le precedieron, especialmente aquellas producidas en Ghana.

Tutuola se unió rápidamente a la popularidad internacional junto con su compatriota Chinua Achebe, quien analizó en una de sus primeras novelas la amenaza que la civilización occidental representa para los valores tradicionales africanos en Todo se desmorona (1958) y fue, como era de esperar, otro nigeriano y gran inspirador en mitos yorubas, Wole Soyinka, quien se convirtió, en 1986, en el primer africano negro en ganar el Premio Nobel de Literatura.

En este período, los hombres han tenido más oportunidad de publicar, ya sea por su educación, su posibilidad de viajar o por su liderazgo político. Sin embargo, pioneras como la sierraleonesa Adelaide Casely-Hayford y la ghanesa Mabel Dove Danquah, escribieron algunas obras didácticas a fin de preparar a los más desfavorecidos para una independencia que se avecinaba y las responsabilidades que ese autogobierno conllevaría.


 

                                                                                                               Ayesha Attah


La nigeriana Flora Nwapa, la primera mujer negra africana en publicar una novela en Inglaterra, empezó a escribir en la década de 1950 y ha sido desde entonces un modelo a seguir. considerada por muchos como la madre de las literaturas africanas moderna, ha sido una de las

mejores retratistas de la vida y de las tradiciones desde la perspectiva de una mujer igbo3. Efuru (1966), su primera novela, se basa en un viejo cuento popular de una mujer que es elegida por los dioses. Idu (1970) se centra en una mujer cuya vida está ligada a la de su marido hasta el punto de que cuando este muere, ella lo busca en la tierra de los muertos. En la colección relatos This Is Lagos and Other Stories (1971) y en las novelas posteriores One Is Enough (1981) y Women Are Different (1986), Nwapa plasma el retrato compasivo de las mujeres en la sociedad nigeriana moderna.


Su compatriota Buchi Emecheta, exiliada en Londres, ha ganado varios premios por su ficción y un considerable reconocimiento internacional. Con más de veinte libros publicados, sus temas principales abordan cuestiones relacionadas con la problemática de la mujer africana tratados desde su propia óptica: matrimonio y maternidad, esclavitud infantil, emigración, independencia femenina, educación y feminismo. La subyugación de las mujeres africanas y su constante lucha por una justa y equitativa participación en una sociedad dominada por hombres son examinadas en The Bride Price (1976), The Slave Girl (1977), Kehinde (1994) y The New Tribe (2000). La lucha en la crianza de sus hijos y las penalidades que padeció en Londres fueron temas abordadas en sus dos primeras novelas, In the Ditch (1972) y Second-Class Citizen (1975). En su novela de mayor éxito, The Joys of Motherhood (1979), disponible en español bajo el título Delicias de la maternidad (Empatía, 2021), la autora reconsidera la maternidad en la cultura africana, planteando una desmitificación de la misma.


En África Occidental encontramos otra escritora de extensa y aclamada trayectoria nacional e internacional, la ghanesa Ama Ata Aidoo. Considerada también como madre de las literaturas africanas, fue ministra de Educación en 1982, cargo al que tuvo que renunciar debido a que sus opiniones eran consideradas demasiado radicales para el régimen. Tras abandonar el país, residió en los Estados unidos, Inglaterra, Alemania y Zimbabue, donde ha ejercido como profesora. En 1992 fue galardonada con el Commonwealth Writers’ Prize for Africa por su libro Changes: a Love Story, donde explora el mundo complejo de una mujer que tras casarse se enfrenta a la dicotomía de la presión de la tradición y de lo que se espera de ella como mujer, como así también a la transgresión de estas normas sociales a fin de materializar sus propias ambiciones personales y alcanzar de este modo la realización personal.


Las obras de Ama Ata Aidoo se caracterizan por estar enfocadas en la mujer y en la participación que tiene esta dentro de la sociedad; preocupación fundamental de la autora. Sus personajes femeninos, caracterizados por la fortaleza, desafían los estereotipos de la mujer africana pasiva y victimizada. Las protagonistas se debaten con asiduidad entre la tradición africana y la civilización y vida occidental.


En Our Sister Killjoy (1977), disponible en español bajo el título Nuestra hermana aguafiestas (Cambalache, 2018), la autora se sumerge en un ingenioso trabajo experimental y de estilo, cuyo punto principal es el elegante rechazo que realiza a las actitudes del mundo blanco y a las de la clase media de la población negra. Las diferencias y los estereotipos de los roles de género son expresados por la escritora a través de su protagonista, Sissie.

Entre las escritoras contemporáneas de esta región no se podría dejar de nombrar a una de las autoras internacionales más distinguidas y vitoreadas: la nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie. Considerada como una de las voces más importantes que han surgido de las literaturas africanas contemporánea y quien cuenta al día de la fecha, con tres novelas, una colección de relatos cortos y un ensayo feminista traducidos al español: La flor púrpura (2005), Medio sol amarillo (2014), Americanah (2014), Algo alrededor de tu cuello (2015) y “Todos deberíamos ser feministas” (2015).




Su compatriota, Sefi Atta, perteneciente a la denominada diáspora africana, no solo tiene en su haber una novela publicada en español, Todo lo bueno llegará (Icaria Editorial, 2008) y varias novelas traducidas en otros idiomas, sino además seis obras de teatro, cuatro piezas radiofónicas emitidas por la BBC, una antología de cuentos y dos guiones.


Entre las autoras contemporáneas nacidas fuera de África observamos una narrativa orientada hacia la identidad, la diáspora y los conflictos nacionales y políticos. Es el caso de la escritora de origen sierraleonés, Aminatta Forna, que emprende un viaje en The Devil that Danced on the Water (2002) para llegar al fondo de la muerte de su padre, que había sido torturado y ahorcado por el régimen. Tiene otras tres novelas traducidas al español: El jardín de las mujeres (2006), Donde crecen las flores silvestres (2013) y La memoria del amor (2010) donde en esta última nos habla sobre el conflicto y la independencia de África, de las fronteras –tanto del territorio como del amor.


La escritora, Taiye Selasi –Lejos de Ghana (2013)– de padre ghanés y madre nigeriana, será la responsable del neologismo "afropolita"4, término acuñado por ella al referirse a los “jóvenes de origen africano con una identidad híbrida”. Son aquellos que representan a una nueva generación de africanos cosmopolitas, en la era de la globalización: jóvenes cultos, políglotas, con estudios universitarios, nacidos de padres profesionales que se vieron obligados a emigrar a Europa y Norteamérica en las décadas del sesenta y setenta. Ejemplo de esto, son autoras como las ya mencionadas Chimamanda Ngozi Adichie y Aminatta Forna, y también Helen Oyeyemi NoViolet Bulawayo, Yvonne Adhiambo Owuor, Nadifa Mohamed o la escritora, oradora y comentarista Minna Salami entre otras.


Las mujeres están cambiando la dirección de las literaturas del África occidental, a pesar de las dificultades. Si bien sus personajes y problemas pueden ser de índole africano, la cosmovisión de las autoras hace que, al mismo tiempo, puedan verse dentro de una perspectiva global.






África Oriental


La incorporación del África oriental angloparlante –Kenia, Tanzania, Uganda, Sudán y Sudán del Sur– en el campo literario se vio demorada. Los autores kenianos, Ngũgĩ wa Thiong’o y Grace Ogot, experimentaron un sentimiento de exclusión cuando esta región no tuvo ningún representante entre los participantes de la histórica conferencia Africana de Escritores, en 1962, celebrada en Kampala, Uganda. El florecimiento de la literatura de estos países tuvo lugar durante los años que siguieron a su independencia, en 1960, pero este progreso fue interrumpido, algo más tarde, a causa de los conflictos políticos. Esto produjo que muchos intelectuales entraran en la cárcel o fueran condenados al exilio.


Los escritores de la descolonización se caracterizaron, en sus inicios, por mostrar un choque entre los cánones literarios europeos y sus temas locales. Se percibía un desencanto ante la crisis, lo que había conducido a esta región a la corrupción y a la toma del poder por distintos regímenes luego de la independencia.

La escritora keniana Grace Ogot en sus primeros trabajos, Land Without Thunder (1968) y The Promised Land (1966), expresa la preocupación de su pueblo por la tierra y las costumbres de vida, así como la de los valores tradicionales ligados al pastoreo y la producción agrícola. Ya no son supremacía en esta época los temas relacionados con la poligamia y la superposición colonial de creencias, sino que se hace hincapié en la angustia de haber sido desposeídos del terreno que habían pisado durante décadas. Varias escritoras kenianas, entre ellas Charity Waciuma, en A Daughter of Mumbi (1969), expresan su necesidad de permanencia en la morada tradicional de sus antepasados, aunque tuvieran que aceptar la cristiandad y la medicina occidental. El abandono de la tierra, las migraciones internas y el aislamiento serán algunos de los temas recurrentes dentro de su literatura. Entre fines de los setenta y durante la década del ochenta, las obras reflejarán la preocupación económica y socioeconómica y la lucha constante ante el neocolonialismo. Es una generación que emprende la laboriosa tarea de reescribir la historia y plasmar la realidad social, urbana y política de una forma más ficcional.


Zoe Wicomb


Durante la globalización que se produjo entre los años ochenta y noventa surgirán aquellas escritoras que tendrán que describir el malestar político, cultural y económico. Un ejemplo de ello es Grace Ogot, quien aborda en The Graduate (1980) y en Island of Tears (1980), el impacto político en la vida privada de las mujeres. También Marjorie Oludhe Macgoye y Margaret Ogola aluden a distintos conceptos como la familia, la religión, el hogar, la nación y las tradiciones. Otras intelectuales, sin embargo, fueron obligadas a exiliarse por su activismo político durante la dictadura de Daniel Arap Moi, como fue el caso de Mïcere gïthae Mũgo, la primera mujer decana universitaria en Kenia.






África del Sur


Cuando el apartheid hizo su irrupción y fue legalmente impuesto, en 1948, los escritores angloparlantes de esta región(7), sin distinción de género, han vivido una situación ardua y compleja. Su producción narrativa se vio mermada ante las amenazas de acoso, censura, arrestos domiciliarios y penas de prisión.

Para las mujeres negras, que sufrían desigualdad por un salario justo y la tradicional subyugación en el servicio doméstico, era aún más desalentador. Sin embargo, fueron varias las que pudieron publicar poemas, relatos y artículos. Miriam Tlali, a quien se le censuró su primera narrativa breve una vez publicada, ha tenido incluso la oportunidad de publicar novelas. Amelia Blossom Pegram escribió durante su exilio poesía, obras de ficción y crítica literaria. A pesar de los obstáculos que se tuvieron que sortear durante la producción, publicación y difusión de obras, la creación de ficción en África del Sur ha sido única.


En Sudáfrica, la trayectoria literaria ha sido más intensa y apasionada debido a las condiciones impuestas por el apartheid. Era de esperar que la audiencia, la crítica y el interés editorial se centrara al principio, en escritoras afrikáners5 y en angloparlantes blancas, dentro de las que podemos destacar a novelistas como Nadine Gordimer, Olive Schreiner y Doris Lessing, que se han convertido en las representantes de la narrativa blanca sudafricana. Sus obras no fueron infravaloradas como las escritas por mujeres negras. De hecho, la primera novela en lengua inglesa traducida al español, de una africana, no fue la de una escritora negra, sino la de Nadine Gordimer en 1992. También fue una obviedad que se le otorgase a ella, en 1991, el primer premio Nobel de Literatura en África, en lugar de a una escritora negroafricana. Es lamentable que el común de los lectores, al hacer referencia a escritoras africanas, mencionen casi siempre a las tres indicadas más arriba; y también que incluyan –por error– a la escritora Karen Blixen, Memorias de África (1937), más conocida por su pseudónimo literario Isak Dinesen, que en realidad es danesa. Sin desmerecer la férrea trayectoria literaria de ellas, me gustaría destacar que todas tienen algo en común: son blancas. Hablar de Sudáfrica y no mencionar a prestigiosas escritoras que han batallado dentro y fuera del país, sería imposible. Tal es el caso de Miriam Tlali, Bessie Head, Farida Karodia, Zoë Wicomb o Sindiwe Magona, entre muchas otras. Algunas han sido etiquetadas, de forma arbitraria, en subgrupos literarios, según su etnia o color de piel –mestizas, indias o asiáticas– aun- que compartiendo un denominador común: la reconquista de la identidad, el apartheid y la opresión racial, la vida urbana, la crítica al mundo moderno y la lucha contra el opresor blanco.


La primera novela publicada por una mujer negra en Sudáfrica fue la de Miriam Tlali, Muriel at Metropolitan (1979). Aquí la autora narra una sucesión de embozos basados en su propia experiencia y en el destino de la mujer sudafricana durante el apartheid. Tanto esta como su segunda novela, Amandla (1980), serán censuradas poco después de su publicación. En esta última, Tlali nos cuenta los acontecimientos que se produjeron durante los disturbios en el suburbio de Soweto, Johannesburgo, en 1976, en donde jóvenes negros se manifestaron en contra de las políticas educativas, lo que provocó la muerte de quinientos sesenta y seis niños.


Bessie Head es considerada en la actualidad, como una de las escritoras africanas de expresión inglesa más conocida. Con diez obras en su haber y basándose en la rica tradición oral de África Austral y en el lenguaje narrativo, la autora converge con gran maestría y prolijidad, imágenes de los lugareños –del período de la independencia de Botsuana– con la situación, posición y la espinosa realidad de las mujeres africanas. Prueba de ello es The Collector of Treasures and Other Botswana Village Tales (1977), una de las obras más destacadas de las literaturas africanas anglófona, traducida al español como La coleccionista de tesoros (2003).


Las obras de Head se centran en la vida cotidiana de la gente corriente y en su papel dentro de las grandes luchas políticas. En ocasiones, también las ideas religiosas ocupan un lugar destacado, como en A Question of Power (1973) en donde se refleja la vida turbulenta de la propia autora y sus declinaciones mentales. Su producción literaria más importante fue durante su exilio en Botsuana: en Nube de lluvia (2017) aborda su vida como refugiada a través de los ojos del joven Makhaya, que huye de Sudáfrica para convertirse en un refugiado de un pequeño pueblo del corazón de Botsuana. Maru (1971), le permitirá salir de la pobreza, aunque luego morirá muy joven, con cuarenta y ocho años, en el mejor momento de su carrera literaria.


Ser mujer, negra, empleada doméstica, madre soltera de tres niños y nacida en el apartheid, no fueron obstáculos para que Sindiwe Magona completara su educación secundaria por correspondencia. Luego se convirtió en trabajadora social y, ya radicada en Estados unidos, prosiguió sus estudios mediante una beca. Asimismo, fue nombrada Doctora honoris causa por el Hartwick College, de Nueva York.


En Mother to Mother (1998), esta autora explora el legado del apartheid de Sudáfrica a través de la lente de una mujer que recuerda una vida marcada por la opresión y la injusticia. Utilizará una temática diferente en Beauty´s Gift (2008), en donde cinco amigas de la infancia y pertenecientes a una nueva generación de africanas, profesionales y con una favorable posición social, se enfrentan a tradiciones arraigadas como el patriarcado y la poligamia; y donde el VIH será tratado por la autora desde una dimensión diferente.


La novelista sudafricana Zoë Wicomb, que vivió veinte años en Gran Bretaña antes de regresar a su país tras el fin del apartheid, examina la multiplicidad de las relaciones humanas y las opresiones que aún perduran en las identidades coloured6 e intenta contribuir a la construcción de un nuevo pluralismo y libertad. La lucha de su pluma se centra en los problemas de identidad nacional y en los del individuo per se: etnia, origen étnico, opresión, feminismo y amor. Su primer libro, You Can’t Get Lost in Cape Town (1987), es una colección de relatos cortos y la hizo merecedora de un gran reconocimiento internacional. Desde entonces ha escrito varias novelas y relatos cortos, incluyendo David’s Story (2002), Playing in the Light (2006), The One That Got Away (2008), October (2014) y su más reciente novela Still Life (2020). En toda su obra el tema recurrente es el apartheid; sin embargo, el tratamiento que le da no siempre aflora de la misma forma. La ironía, el juego de palabras y los monólogos internos que utiliza son fascinantes.


Zimbabue, a su vez, no tiene nada que envidiarle a Sudáfrica, siendo esta última considerada la cuna de las literaturas del África Austral. Allí han surgido grandes figuras como Petina Gappah, autora de An Elegy For Easterly (2009). Esta es una serie de trece relatos que nos introducen en la vida cotidiana de la burocracia, la hiperinflación y la misoginia que padece este país. En El libro de Memory (2017), la autora nos ofrece como personaje a una mujer albina que es encarcelada y escribe sus memorias mientras aguarda la ejecución o el tan deseado indulto presidencial, o su más reciente novela épica, De la oscuridad, una luz resplandeciente (2021).


A Ivonne Vera se la considera una de las principales novelistas que han surgido en las últimas décadas. Ha utilizado la tradición oral shona como escudo de resistencia ante la dominación blanca y tiene una colección de narrativa breve, Why Don’t You Carve Other Animals (1993), y varias novelas: Nehanda (1993), Without a Name (1994), Under the Tongue (1996), Mariposa en llamas (1998) y The Stone Virgins (2002). Sus obras están íntimamente ligadas a la igualdad de género y a experiencias traumáticas de la mujer en relación con su cuerpo: infanticidio, violación, incesto y aborto, vistos en términos que responsabilizan a la clase política zimbabuense.


 

Jackee Batanda


NoViolet Bulawayo ha conquistado la crítica anglosajona al posicionarse como una de las novelistas contemporáneas de más éxito, gracias a su primera novela, Necesitamos nombres nuevos (2013), que cuenta con cinco galardones literarios, o Glory que narra la historia de un levantamiento y de la implosión de un país a través de un vívido coro de voces animales que desvelan la tiranía y la crueldad necesarias para mantener el poder absoluto.






África del Norte


Si bien esta antología se centra en las literaturas negroafricanas de escritoras angloparlantes, no me gustaría excluir de este prólogo a las escritoras del norte de África, de expresión francesa y árabe, ni dejar de lado a otras escritoras blancas que lucharon y siguen batallando por un reconocimiento justo y equitativo dentro de su sociedad y del campo literario.


Como pionera de la literatura de mujeres, en África del norte francesa, nos encontramos con Taos Amrouche, tunecina de nacimiento. Ella fue la primera mujer en publicar una novela en Argelia. En su literatura convergen tanto el desarraigo y el exilio, como el amor insatisfecho y la soledad. Algunas obras son intimistas y con un fuerte matiz psicológico.



Franka Andoh 




La argelina Assia Djebar le emboza al lector occidental los dilemas por los que deben atravesar muchas mujeres musulmanas. Es muy consciente del “viaje interior” que deben emprender aquellas que se encuentran secuestradas detrás del velo a fin de encontrar su autoestima.


Fátima Mernissi, marroquí, ha sido destacada por su defensa a los derechos de la mujer y es un referente intelectual en el mundo islámico. Con Sueños en el umbral. Memorias de una niña del harén (1994), que fue Premio Príncipe de Asturias de las letras 2003, describe el harén doméstico que vivió en su infancia y lo entreteje con innumerables cuentos y anécdotas del patio al que la autora estaba confinada. Estudió diferentes versiones del Corán y plasmó su teoría en El harén político (1987), de que Mahoma había sido feminista y progresista y fueron otros los hombres que etiquetaron a las mujeres como segunda clase. Este es el único libro prohibido en Marruecos, al día de hoy.


En lengua árabe sería imperdonable no nombrar a la egipcia Nawal al Saadawi, firme defensora de los derechos de la mujer y portadora de una incansable lucha contra el machismo y el extremismo religioso; razón por la cual fue llevada a la cárcel y padeció el exilio durante diez años. Con más de medio centenar de libros, entre novelas, relatos cortos y obras de teatro en su haber, denuncia la mutilación genital, la violencia machista, la prostitución y el radicalismo religioso. Para ella el feminismo “es liberar la mente del sistema patriarcal, de la religión y del capitalismo, que son las principales amenazas para la mujer... para mí una mujer es independiente cuando se alimenta por sí misma”. Estas elocuentes mujeres comparten una esperanza, e incluso una promesa, un nuevo orden mundial que no se base en la coacción o la violencia, sino en la comprensión y el respeto mutuo. Su mejor arma es la literatura, y a través de ella transmiten con gran emoción sus deseos. 







1Distintos estudios sobre literaturas africanas argumentan una continuidad de la tradición del arte verbal, que, en ausencia de una tradición popular de escritura, era exclusivamente oral. Algunos especialistas consideran las formas narrativas tradicionales de las sociedades africanas como «los precedentes orales a la novela» y argumentan con cierta extensión contra los críticos que sugieren diferencias entre los dos. Pero en lo que no hay duda es que las literaturas modernas son evidentemente un legado de la irrupción europea en la escena africana, y difieren notablemente de las formas tradicionales.

2Varios críticos y académicos han subrayado que en ella se efectuaba una crítica al consumismo occidental. 

3Los igbo son una de las etnias más extendidas en África. La mayor parte de ellos se encuentran en el sudeste de Nigeria. Su idioma es llamado igbo y su población asciende a 25 millones de igbos y 19 millones hablan el idioma y sus dialectos.

4El término fue popularizado en 2005 gracias a la amplia difusión de su ensayo «Bye-Bye, Babar (Or: What is an Afropolitan?)».

5Los afrikáneres o bóeres son un grupo étnico de origen neerlandés cuya área de asentamiento se extiende fundamentalmente por territorios de Sudáfrica y de Namibia. Su idioma, el afrikáans, es la lengua criolla derivada del neerlandés que comenzó a forjarse en Sudáfrica a finales del siglo XVII.

6Es de importancia señalar que el término «coloured» tiene un significado distinto en el África Austral, en particular Sudáfrica, en comparación con el término utilizado en otras variaciones del inglés como puede ser la americana o la británica. Mientras que en el África Austral significa «mestizo», es decir, persona de padres racialmente mixtos, en el resto de países angloparlantes hace alusión a la «persona de color», en otras palabras, de etnia negra. En el sur de África el término hace referencia al grupo étnico racialmente heterogéneo que posee ancestros europeos, asiáticos y de varias tribus bantú y joisanas o khoisanas.

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