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Eva Baltasar: "Lo vital es puro riesgo y no hay guion posible"

Y su novela, Permafrost

"Este libro es, más bien, una confluencia de géneros. Y salí ganando. No me había dado cuenta pero estaba un poco harta de hablar de mí porque escribo poemas confesionales. Y es que la burbuja del ego huele a cerrado", responde la poeta y narradora nacida en Barcelona a Ivana Romero en esta entrevista realizada en ocasión de su última visita a Buenos Aires.

Por Ivana Romero. Foto de Walter Sangroni.

 

Hace unos años su psicóloga le pidió que le hablara de su infancia. Eva Baltasar comenzó el relato. Al terminar, la psicóloga reconoció que su anotador se había convertido en un revoltijo de flechas y datos cruzados. Entonces le recomendó que volviera a su casa y escribiera una pequeña autobiografía. Eva comenzó evocando situaciones reales pero su imaginación se metía donde quería. Lo malo es que la terapia cumplió su ciclo. Lo bueno es que, casi sin querer, esta poeta (es autora de diez libros de poemas) comenzó a escribir su primera novela. El resultado es Permafrost, un boom de ventas y críticas laudatorias que estalló en España el año pasado y cuyo rumor se expandió por América Latina y llegó hasta acá.

Narrada en primera persona, la novela relata diversos momentos en la vida de esta protagonista sin nombre, con un sentido del humor cáustico y una capacidad de observación llena de mordacidad pero también de insólita ternura. Si bien ella coquetea con la idea del suicidio, la muerte y el sexo son puntos de fuga, la capa más evidente de un centro en combustión. “Por fuera soy más blanda de lo que creo, un objeto de cera tibia barnizado, atractivo como una primera línea”, escribe. El desafío de la novela consiste en indagar qué hay en ese interior cambiante, habitado por demasiadas preguntas. El permafrost, de hecho, es la capa del subsuelo terrestre que se encuentra congelada de manera permanente.

El texto fue escrito en catalán, pero cuando Random House compró los derechos de publicación, Eva decidió que Nicole d’Amonville Alegría se convirtiera en su traductora. “Yo sé español, claro, pero intenté traducirme a mí misma y fue imposible”, explica Baltasar. De visita en Buenos Aires en el marco del Filba, dialoga con esta cronista una mañana donde la primavera se anuncia en los techos. Y es que desde la terraza del hotel donde se aloja, en Palermo, asoman los techos linderos, cubiertos de ropa blanca y limpia. Sin embargo, Eva prefiere los paisajes menos urbanos: vive junto a su esposa y sus dos hijas (una, de 16 años y otra de ocho) en Cardedeu, un pueblo de unos 15 mil habitantes en las afueras de Barcelona. “Si por mí fuera, me la pasaría en el río, meditando y caminando entre montañas”, reconoce con una sonrisa amplia esta catalana nacida en 1978, licenciada en pedagogía, que abandonó la carrera de filosofía poco antes de recibirse y que en alguna época vivió en medio de un campo lejano al que describe como “la nada misma”.

 

Que tu novela haya surgido de una sesión de terapia no sé si es muy catalán pero sí bien de esta zona rioplatense.

Claro, ustedes aquí recurren mucho a terapia. Pero en mi caso, si bien funcionó, lo mejor fue encontrar una historia que quise contar. Porque cuando empecé a escribir esas pocas hojitas por pedido de la terapeuta, descubrí que metía mentirillas aquí y allá. Incluso pensé en presentarle una historia inventada pero al fin me di cuenta de que no iba a pagarle para que trabaje sobre algo que no existía. De todos modos, me sedujo encontrar esa voz que rápidamente dejó de ser mía para transformarse en la de otra. Al fin no volví a terapia pero seguí escribiendo y así apareció la primera versión de la novela, donde me di el gusto de vaciarme, de decir muchas cosas que pienso. Luego fue necesario trabajar el lenguaje, buscando la belleza y la síntesis. Por ejemplo, un capítulo de diez páginas quedó en dos. O la descripción de una amante tenía originalmente dos páginas y quedó en dos frases.

¿Esa alusión a la belleza del lenguaje tiene que ver con la zona poética de tu escritura?

Este libro es, más bien, una confluencia de géneros. Y salí ganando. No me había dado cuenta pero estaba un poco harta de hablar de mí porque escribo poemas confesionales. Y es que la burbuja del ego huele a cerrado. Relacionarme con la lengua a través de un personaje ficticio, por el contrario, incluye cosas mías pero a la vez corre el aire, y eso es sanador.

¿Cómo fuiste construyendo esa primera persona del libro?

Como la protagonista, yo viví esta época de estar sola en un piso en Barcelona, de no abrirme, de no entregarme, por miedo más que nada. También es un libro donde hay sexo pero no hay encuentro con la otra, con esa chica que está ahí. Es algo que he vivido, aunque no de modo tan radical. La infancia me ayudó a atravesar ese miedo no solo por el contacto con mis hijas sino a través del trabajo con niños porque, como sabes, soy licenciada en pedagogía. Tampoco he trabajado tanto, ¿eh? Pero vi realidades muy distintas a las mías. Y la enfermedad que sufre la sobrina de la protagonista en un tramo de Permafrost, es la misma que mi hija mayor ha padecido. La vida es esto: no sabes cuándo va a explotar ni cuándo te va a exigir tu humanidad. Entonces el asunto es si asumes la responsabilidad o no. La protagonista de la novela responde esa pregunta a su manera.

Pero también estás pensando en otras maneras, ¿verdad? Lo pregunto porque sé que Permafrost es parte de un tríptico.

Sí. Cuando terminé pensé me hubiera gustado ver qué hace esta mujer viviendo en pareja. Sería otra mujer, seguramente. Bueno, Boulder, que es el que sigue, tiene que ver con la maternidad, el embarazo, la vida en pareja. Saldrá el año que viene. Y estoy trabajando sobre la tercera, Mamut.

¿Avanzaste de manera casi paralela con los dos nuevos libros?

Ocurrió que tenía escrita Permafrost, avancé con Boulder y cuando la tenía casi lista sentí que no me gustaba tanto. Y es importante que un libro que vas a publicar, te guste. Así que la borré casi entera, salvo algunas pocas frases. A la vez empecé Mamut, que la escribí rápido y me dije: “Déjala que suba, como el pan”. Mientras esperaba, volví con Boulder. Y ahí sí descubrí una protagonista que me enamoró.

¿Tuviste algún tipo de método?

No, descubría cada día cómo avanzar. Yo no tenía en claro ni la trama ni los personajes sino que iba improvisando. A veces podía avanzar con algún capítulo, con alguna idea, pero todo iba siendo experimentación. Más o menos como en la vida.

¿En qué sentido?

En que lo vital es puro riesgo y no hay guion posible. Ahora vivo en un pueblo que está relativamente cerca de Barcelona y aunque tiene 15 mil habitantes, de vez en cuando pienso “ya, somos mucha gente”. Antes viví en medio de la nada, en una casa vieja, con mi hija que por entonces tenía dos años y ahora tiene 16. Ahora tengo otra que cumplirá ocho y criamos a las dos junto a mi mujer. Pero a mi hija mayor la tuve sola. Mucha gente me dice “a mí también me gustaría irme de la ciudad”. Pues hazlo. Yo tenía una niña pequeña, me tocaba buscar cole y decía no quiero esto no, esto tampoco y así. Entonces me fui aunque tenía trabajo en la universidad y un ático alquilado bien bonito. Es que en algún momento pones en valor lo que te gusta. Y a mí las ciudades no me gustan.

¿Es verdad que fuiste pastora?

Sí. Por ahí cuando lo cuento me dicen que cómo es posible. Y en verdad era lo que podía hacer en el lugar donde estaba: tenía que mantener a mi hija y de algo hay que vivir.

¿Cómo llegaste a la poesía?

Por necesidad de escribir. Me gustan mucho poetas como R. S. Thomas, un galés que además era pastor anglicano. Y Les Murray. Y U. A. Fanthorpe, una poeta inglesa que fue maestra primero y recepcionista en un hospital psiquiátrico después, maravillosa, cuya poesía no está muy traducida al español, lo cual es una lástima.

 

 

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