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Exóticos y desplazados: los otros invitados a la Feria del Libro

Por Gonzalo León

Un rapero que tuvo que escapar de la guerra civil de Ruanda y escribió un bestseller absoluto, un narrador maltés que reside desde hace trece años en Bélgica, marroquíes y africanos que llegaron en los bloques de Barcelona, ciudad invitada, o Francia. El lado B de la Feria del Libro que acaba de terminar: una lista para seguir leyendo.

Por Gonzalo León.

 

En la historia de la literatura no ha sido raro encontrar autores que hayan emigrado a países con una tradición literaria distinta a la suya: esas tradiciones a veces han sido mayores, otras menores y otras tantas sólo distintas. A medida que los medios de transporte fueron más expeditos la inmigración –no sólo de escritores– ha sido más fluida: las guerras o diferentes conflictos internos (dictaduras, o sentirse simplemente fuera de lugar) han sido causas muy recurrentes, pero no las únicas. Los franceses Paul Groussac (que fue director de la Biblioteca Nacional por más de cuarenta años) y Alfred Ebelot (vino para construir la famosa Zanja Alsina) llegaron a la Argentina en la segunda mitad del siglo XIX, lo mismo pasó con el polaco Witold Gombrowicz cuando quedó varado al estallar la Segunda Guerra Mundial.

Esta inmigración –forzosa o voluntaria– se notó en la última Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. Muchos escritores venían de países diferentes de los que nacieron, empezando por los de la ciudad invitada Barcelona, cuya delegación estuvo formado por mexicanos, africanos y argentinos. Se vive en otro país por muchos motivos, y a veces esos motivos quedan plasmados en el arte de estos inmigrantes.

Hasta aquí es algo sabido. ¿Pero qué significa que un escritor se establezca en un país del primer mundo? Pensar de qué modo un autor de una tradición menor y exótica influye en una mayor es un interesante desafío, más allá de las razones de su desplazamiento. Aunque algunas veces este desafío resulta más fácil porque hay una lengua en común entre esas tradiciones, y es lo que ocurre entre Andorra y Cataluña. Aquí vale la pena aclarar que el término exótico lo uso en el sentido que le da César Aira en su ensayo Exotismo, es decir a atreverse a observar con ojos de extranjero la realidad de “nuestro lugar”; en este caso la metáfora sería innecesaria, pero funciona porque los ojos de los desplazados son extranjeros tanto en el lugar de origen como en el de llegada. En este sentido quizá la tradición que mejor ha incorporado este exotismo en el último tiempo ha sido la inglesa y esa generación de autores nacidos después de la Segunda Guerra, procedentes de países como India, Pakistán y Japón. Me refiero a Salman Rushdie, Hanif Kureishi y Kazuo Ishiguro, Premio Nobel de Literatura 2017.

Pero volvamos a lo que nos dejó la Feria. Andorra es un principado que queda entre España y Francia, su idioma oficial es el catalán, por lo que los escritores de este principado han tenido un contacto fluido con Cataluña y en especial con Barcelona. Este año vinieron dos invitados de ese país a la Feria dentro de la delegación catalana. Se trata de la poeta Teresa Colom (1973) y del escritor Albert Salvadó. Colom empezó a publicar en 2001 y desde ahí no ha parado, entre sus títulos se cuentan Elegías del final conocido y Donde todo es cristal. No es su primera vez en Sudamérica, ya que antes había sido invitada al Festival Internacional de Poesía de Medellín. Ha sido además directora artística de Barcelona Poesía. Salvadó (1951), por su parte, escribe libros infantiles, ensayos y novelas históricas, por las que ha recibido varios premios y distinciones y es considerado como uno de los revitalizadores de la novela histórica. Por Los ojos de Aníbal obtuvo el Premio Carlemany.

Quizá la respuesta de cómo ha influido una tradición menor y exótica en una tradición mayor como la española y en un centro editorial como Barcelona sea la presencia misma de estos autores en la Feria del Libro, porque eso supone un nivel de influencia en Cataluña. Otra explicación es lo que Juan José Saer, que vivió casi cuarenta años en Francia y fue capaz de escribir de un pueblo de Santa Fe hasta sus últimos días, llamaba la “perspectiva exterior”, que vendría siendo la definición saeriana al exotismo aireano; en otras palabras, escribiendo sobre su país de llegada pueden modificar el punto de vista que, entre los nacidos de ese país, se tiene de él. Y viceversa, escribiendo sobre sus países de origen pueden añadir una nueva perspectiva de lo que habitualmente se conoce de la realidad de Marruecos, Burundi o Malta.

Los de Andorra no han sido los únicos escritores provenientes de países exóticos. Hubo dos autores nacidos en África, Najat El Hachmi (1979) en representación de Barcelona y Gaël Faye (1982) en el de Francia, aunque nació en Burundi. En el caso de El Hachmi el tema de la inmigración está presente en Yo también soy catalana (2004), que en su prólogo escribe que tiene el sueño de “poder dejar de hablar de inmigración algún día, no tener que dar más vueltas a las etiquetas, no tener que explicar por enésima vez de dónde vengo”. Después de este libro le llegó el reconocimiento en las letras catalanas con El último patriarca, que fue, como consignó cierta prensa, un ajuste de cuentas con el machismo. Con esta novela obtuvo el Premio Ramon Llull y el Prix Ulysse. Pero a esta autora nada le ha sido fácil: recién a los nueve años aprendió el catalán; en su país natal, o mejor dicho en el entorno rural donde vivía en Marruecos, se hablaba el amazigh o bereber, y la particularidad de esta lengua es que son las mujeres las que cuentan historias, ya que los varones cuentan chistes. Sin duda esa experiencia está en su literatura y se trasladó de alguna manera a las letras catalanas.

Gaël Faye, por su lado, es un famoso rapero, pero para que eso fuera posible primero tuvo que escapar de la guerra civil de Ruanda a mediados de los 90. Las letras de su música ya hablaban de lo que le había tocado vivir, por eso cuando una editora las escuchó pensó que ahí había un libro, ese libro es Pequeño país, que vendió en Francia más de 700 mil ejemplares. En un principio Faye no pensaba incluir la guerra de su país y el genocidio ruandés, pero después de los atentados de París en 2015 decidió incluir esos pasajes, porque se dio cuenta de que sus amigos parisinos nunca habían vivido una violencia similar. “Todo”, dijo en una entrevista durante su visita a Buenos Aires, “me devolvió al Burundi de veinte años antes, cuando la situación política había puesto al país patas arriba”. Faye es un doble desplazado, ya que primero huyó de Burundi y luego de Ruanda, hasta donde había llegado dado que su madre era ruandesa, más específicamente de la etnia tutsi. Para tener real perspectiva de la violencia a la que se refiere este escritor, hay que recordar el genocidio perpetrado contra esa etnia hace veinticinco años implicó una cifra de muertos cercana al millón en tres meses. Faye se salvó gracias al pasaporte francés que le legó su padre. Pese a que lleva viviendo veinte años en París, en la actualidad pasa una parte del año ahí y otra en Kigali, la capital ruandesa. Pequeño país fue publicada en castellano por editorial Salamandra.

En el caso de estos dos escritores queda claro que llevaron la experiencia de sus países de origen a la tradición mayor: el machismo, la guerra, pero también están esos ojos de extranjero que miran el nuevo (y el viejo) país.

Otro país exótico que estuvo representado en la Feria fue Malta. Alex Vella Gera, quien reside hace trece años en Bélgica, vino a presentar su novela Troyano. Básicamente Troyano habla de un escritor maltés de casi setenta años que con su primera novela dejó de publicar, ya que sintió como señala el protagonista: “Escribes para sacar lo que llevas dentro pero, una vez terminado, descubres que sigues igual”. Podría decirse que es una novela de anti-iniciación, aunque es más que eso, porque narra, a través de su protagonista, lo conservadora que es la sociedad maltesa (como dijo su autor en una entrevista, “hasta hace unos años no se podía decir públicamente que se estaba a favor del aborto”), sus férreos valores morales (el 95% de la población es católica), en suma, lo reaccionaria que es ante todo tipo de cambios. De hecho, pareciera que esa sociedad sólo tolerara los cambios urbanísticos que propina el auge inmobiliario, que para una pequeña isla como Malta resulta difícil de creer.

Si bien Vella Gera se crió dentro de una familia católica (él ya no lo es), empezó a escribir cuando aprendió el maltés (antes hablaba y escribía en inglés, como toda la burguesía de su país), de ahí el impacto que han tenido sus novelas en ese país. Hace unos años Vella Gera fue llevado a juicio por el contenido obsceno de un cuento de su autoría. Quizá por eso este autor ha dicho que sólo la distancia hizo posible que pudiera escribir de Malta. Pero Troyano tiene una curiosidad adicional: no fue traducida del maltés (que tiene la gramática del árabe pero palabras del italiano) por una editorial argentina, sino por la editorial chilena Libros de Mentira.

Por último, es válido recordar aquellos escritores que hicieron el movimiento inverso a los antes mencionados, es decir que se fueron a vivir a países exóticos: Rimbaud se fue a Egipto y luego hizo un periplo que lo llevó hasta el Mar Rojo y Yemén; E.M. Forster también fue a Egipto, y luego estuvo un par de veces a la India, donde encontró la inspiración para una de sus célebres novelas, Pasaje a la India; Ernest Hemingway vivió en Cuba; Lawrence Durrell se fue a Alejandría, y un grupo de escritores estadounidenses, entre los que se contaban Paul Bowles y su esposa Jane además de William Burroughs, se estableció en Marruecos. En varios de estos autores la marca del nuevo país quedó en su obra.

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