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Gloria Peirano: "La escritura es un terreno del no saber"

Por Agustina Rabaini

"La novela tiene hilos invisibles que hay que sostener, a veces por años. Aunque no esté escribiendo, ese mundo me habita, me alquila la cabeza". Una conversación con la escritora argentina, que viene de publicar La ruta de los hospitales y trabaja en una nueva novela, La última juventud

Por Agustina Rabaini. Foto de Irene Barki.

 

 

 

“Tendrás siempre una percepción finísima, que te volverá frágil, que te hará padecer la vida tanto como adorarla. Te moverás en el interior de esta definición, como un pez plateado girando dentro de un frasco diminuto”, se lee en La ruta de los hospitalesLa que habla es la madre oráculo de la novela de Gloria Peirano y se lo dice a su hija, que va creciendo.

Luego de atravesar ese relato intenso, no es difícil hallar rasgos y resonancias de la propia autora en el personaje. Gloria también fue una niña que recorría hospitales junto a su madre nutricionista y quedó hechizada por cierta melancolía que potencia la voz de sus relatos: Miramar, Las escenas vacías, Manual para sonámbulos y, claro, La ruta de los hospitales (Alfaguara). Peirano recuerda, narra y, al construir, hilvana delicadamente. En sus obras se ve el trabajo de orfebrería con el lenguaje, capas de experiencia y reflexión. Ahí están sus grandes temas: la salud y la enfermedad, la presencia y la ausencia, la falta y la necesidad de la autora de hacer algo con ella, la relación madre-hija, los vínculos con los hombres en la vida de las protagonistas y, muy particularmente, el mundo interior de las mujeres.

En el origen de su escritura hubo una primera ausencia: del padre, que faltó cuando ella tenía siete años. Desde una primera carta que recuerda haberle escrito, no dejó de llenar cuadernos ni de leer con devoción. Estudió Letras, se convirtió en escritora y guionista (coescribió las películas El día nuevo, El estanque y La deuda junto a su pareja, el cineasta Gustavo Fontán, y acaban de lanzar El piso del viento). Como profesora, además, está a cargo de Morfología y Sintaxis en la Licenciatura en Artes de la Escritura de la Universidad Nacional de las Artes (UNA).

 

 

La madre de La ruta de los hospitales, le dice a la hija “ya encontrarás las palabras para describir”. ¿Vos encontraste las palabras?

La palabra me tomó desde tempranoy ahí estoy desde hace mucho tiempo. Aun no encontré “la” palabra y por eso sigo escribiendo. En mi relación con el lenguaje, hay dos zonas entremezcladas. Por un lado, la fascinación con la sintaxis y lo que significa una oración, esa combinatoria de palabras. Por otro, la imposibilidad y el permanente fracaso a la hora de narrar. Uno escribe sabiendo que va a lograr un acercamiento, como si esa veladura pudiera ser quebrada. El mundo de las palabras fue, para mí, una puerta de entrada a mensajes sucesivos. Cuando ves que detrás de un verbo hay un despliegue de paisajes, eso te lleva a una obsesión blanda.

¿Una obsesión blanda?

Sí, el lenguaje es nuestra materia de trabajo y una pasión. Si hablo de sintaxis, hay un saber; en ese territorio puedo formular y compartir preguntas. En cambio, la escritura es un terreno del no saber.

¿Cómo es tu proceso de escritura, cómo se arman los libros?

Cada novela encuentra su forma, y los procesos son siempre diferentes. Con Miramar tardé cinco años. La empecé a escribir a los 35 años y fui leyéndola en una clínica con Tamara Kamenszain. En ese tiempo, mis hijas iban creciendo y pude publicarla diez años después. Con La ruta de los hospitales fue distinto, fui puliendo oración por oración, y si no revisaba cada párrafo, no podía avanzar.Ahora, conla nueva novela, volvía la escritura fragmentaria. Por ahí estoy en el capítulo tres y vuelvo al primero, reescribo. Cada novela tiene su régimen, yo lo voy encontrando sobre la marcha.

Sobre la forma que adoptan los relatos, Saer dijo: “Como ya no somos ingenuos, nos interesan menos las historias que nos cuentan que los medios que emplean para contárnoslas”.

Claro, la experiencia es la escritura en sí misma y el hecho de escribir es lo que modifica el relato. Yo vuelvo a algunos fragmentos como a un imán. La novela tiene hilos invisibles que hay que sostener, a veces por años. Aunque no esté escribiendo, ese mundo me habita, me alquila la cabeza. Cuando lo suelto, viene un tiempo de transición, hay que pasar de una ropa a otra.

Lo biográfico se cuela acá y allá. ¿Qué más hay en el inicio de tus proyectos?

Necesito ir hacia experiencias emocionales, como una cantera de la que voy sacando elementos que luego confronto con otros que no son autobiográficos. En esa amalgama se arma algo, lo importante es que esté transformado en verdadero. Hay un centro que uno tiene y lo habita, lo que vas escuchando y viviendo, se macerando en diferentes niveles. Después escribís y armás algo… Es un trabajo de artesano, verdaderamente. Hay que entrar en ese mundo de las palabras y manejar ese material, la lengua. Una tarea que, como decía Virginia Woolf, implica un asalto a la verdad.

Tu fascinación por la palabra aparece, por ejemplo, cuando el padre de la historia de Miramar pierde el lenguaje, y en La ruta de los hospitales cuando la madre señala la precisión con que la hija elige nombrar. También me llamaron la atención las torceduras y las trastabilladas. Muy interesante ese verbo, "trastabillar"…

Sí, trastabillar… Los personajes trastabillan y también el lenguaje. El que habla trastabilla, y es una idea que me gusta mucho.Yo también lo hago, usé tacos altos durante mucho tiempo y conozco la experiencia de trastabillar en la calle. En cuanto a las palabras, trato de estar disponible para escuchar, tengo el oído atento. En el primer capítulo de la novela que estoy escribiendo, por ejemplo, los perros ladran y es una escena de ficción, pero mi perro se enfermó y tuvo algo llamado “tos de las perreras”.Apenas escuché el término, se inoculó en mí y lo incorporé a la escritura.

También está el interés por el vínculo madres e hijas, y por el universo femenino. ¿Cómo lo pensás?

Sí, me interesan mucho las mujeres. Estuve siempre rodeada -mi madre, sus primas, sus amigas- y tengo dos hijas. Además, me interesan las escritoras desde siempre.Admiro a escritores varones, pero las mujeres han tenido una influencia poderosa en mí, empezando por Virginia Woolf. Hace poco releí Al faro, escribí un prólogo para una traducción al español. Releí sus diarios y en relación a la melancolía y a la belleza, me vuelve algo que ella escribió en 1941: “Mira, por última vez, todas las cosas hermosas”.Con el fondo de los bombardeos en Londres, Woolf describe las colinas de su infancia y a su casa como si nombrara una belleza que está a punto de extinguirse.

“Y solo entonces verás la parábola del tiempo, el despliegue singular de aquello contenido en un punto preciso”, escribiste.Y hay una perla sobre el final de Manual para sonámbulos: “Hay  una poesía de la muerte y hay una poesía de la vida”. ¿Cómo es eso?

Hay una poesía de la presencia y una poesía de la ausencia. Y la ausencia es algo muy poderoso que me produce fascinación. De todos modos, eso es algo más de la época de Miramar en mi vida, para mi esa novela tuvo que ver con lo experiencial, no tanto La ruta de los hospitales ni la nueva historia que estoy escribiendo. Por ahora se llama La última juventud y voy por la mitad. Hay que ver si el título queda, pero me gusta. Los títulos siempre me aparecen primero.

En Miramar había un secreto que empujaba la acción. ¿Cómo te es útil eso al escribir?

Sí, hay una pesquisa de la protagonista alrededor de un secreto y eso vuelve a aparecer enla nueva novela, donde también hay uno. La idea del secreto es un móvil poderoso en la narración.

En Manual para sonámbulos, incluido en el libro El lago helado, escribiste: “Los sonámbulos tienen los ojos como los de los zorros en la nieve. Están dentro del mundo, pero están fuera del mundo”. ¿No están los escritores también un poco así?

Los escritores están en una frontera en relación a los estímulos del mundo y a lo que el mundo les devuelve, a las exigencias. El mundo es un lugar estimulante y a la vez, devorador. Un escritor sería un sonámbulo en su mejor versión, ¿no?

¿Vos sos sonámbula?

Sí, una sonámbula importante. Ese texto fue escrito para la película El estanque, una parte la trilogía de Gustavo [Fontán] y probé una forma diferente, una escritura en fragmentos. La imagen de El lago helado me vino de Escribir, de Marguerite Duras. Ella escribía en su casa y en un momento ve a unos niños patinar en un lago. Esa imagen quedó en mí y después vino el título del libro y la relación con los sonámbulos. Mi hija mayor es sonámbula, mi madre era sonámbula, y mi abuela. Somos un linaje de mujeres sonámbulas.

Hay una idea más, que me hizo pensar otra poeta, Mariela Gouiric, esto de que lo único que se puede modificar en la vida son los relatos, cómo nos contamos la historia…

Sí, y la posibilidad de que el relato afecte la memoria. Uno no puede modificar el pasado, lo que se modifica es la memoria. Pienso en Natalia Ginzburg y en su modo de narrar la vida familiar, ese movimiento que tiene la literatura. Ella recrea algo de aquello, lo transforma y cuando uno lo lee, también es transformado. Natalia Ginzburg me gusta muchísimo. Su sencillez y ese modo tan natural que despliega. Son autoras faro, la siento  cerca y por eso las llamo amigas. Pienso en Lorrie Moore, también.

“La admiración, pequeña guerrera, será tu cárcel,  incluso tempranamente” le dice la madre a la hija en La ruta… ¿A quiénes más admirás?

Puedo admirar mucho a ciertas personas y a los que amo, en particular. Hay una parte mía que idealiza al otro. La admiración en la literatura es una especie de don de lectora. Cuando descubro a un autor o releo algo, mi admiración es muy amante siempre. Leo casi permanentemente y para mí es olvidarme el mundo y entrar en un universo distinto. De los libros, yo espero todo. De una novela como Stoner, por ejemplo, que esconde esa pregunta maravillosa. “¿Qué esperabas?” Qué esperabas de la vida.

¿Qué leíste en el último tiempo?

Leí mucha poesía norteamericana… Emily Dickinson tiene un verso que permite pensar en la forma, “parte la alondra y escucharás la música”. Ahí está la materialidad del lenguaje. Y en el último tiempo leí mucho a Anne Carson.También a las poetas argentinas: Mirta Rosenberg, Alicia Genovese, Diana Bellessi, Estela Figueroa. Y a poetas como Montalbetti, Viel Temperley y Mark Strand, que me gusta muchísimo.

"Yo me muevo para mantener intactas a las cosas…"

Ay, ese poema de Strand y sus distintas traducciones. Una de Octavio Paz, otra de Ezequiel Zaidenwerg.A mí me gusta la traducción de Chaves que dice “dejar las cosas intactas”. Esa es la que más me gusta.

Sobretu trabajo como guionista en colaboración con Gustavo Fontán te escuché decir que “el montaje es la sintaxis del cine”.

Sí, los directores de cine trabajan de una forma diferente. Pueden tener diez, doce horas de filmación y las escenas se pueden repetir pero no infinitamente. Para las escritoras y escritores el material es inagotable, como la imaginación. Es un tipo de infinito diferente. Los directores trabajan con un material muy concreto, y sobre eso se realiza el corte de montaje. Las decisiones que se toman son de orden sintáctico. Para mí fue interesante incursionar en otro tipo de lenguaje y pronto estrenamos una película que codirigimos con Gustavo, El piso del viento, la filmamos en mi casa.

Volviendo a lo literario, es interesante cómo manejas los tiempos en la escritura: el relato va y viene, hay todo un entramado entre el espacio y tiempo. ¿Cómo lo pensás?

Todo eso me interesa mucho: trabajar la temporalidad y el verbo como el rey de la oración. Toda esta cuestión del remolino temporal. La gama de posibilidades temporales del español es muy amplia, de una enorme riqueza. Nuestra lengua es muy flexible a la hora de narrar la anterioridad, la simultaneidad y la posterioridad.Y la gramática tiene la definición de presente más precisa que he escuchado: “El presente es el momento en que el hablante, habla”. Una definición muy bella.

Lo que hubo antes, debajo, lo que se pensó antes y lo que hay atrás también parece estar ahí.

Si, lo de abajo y lo que hay atrás de atrás. Siempre hay capas,pieles y remolinos en las lecturas. La historia de las lecturas me encanta, está la colección preciosa de Ampersand, que dirige Graciela Batticuore. En la lectura hay capas y capas, y yo no soy la misma que quien leyó Al faro cuando era joven. Hay una maceración indispensable. La escritura también requiere tiempo, y en mi caso, sucede en tiempos lentos. Ahora estoy haciendo entrevistas y después, de esas voces, a lo mejor tomo un tono de voz para mi novela. Lorrie Moore, en una entrevista que hicimos, me decía que como lectora era una omnívora lenta. Yo siento lo mismo en relación a la escritura. Como lectora puedo ser muy veloz, rapaz, encuentro lo que me gusta. Para escribir, en cambio, no hay nada que yo pueda apurar.

 

 

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