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Gustavo Guerrero y aquello que la literatura tenía que decirnos sobre el cambio de siglo

"Hemos pasado en unos pocos años de un régimen gobernado por el polo del futuro a un régimen presentista, que no produce sino este presente continuo, mientras el futuro se disuelve en fantasmagorías distópicas". Una entrevista de Ivana Romero al poeta, profesor, editor y escritor, autor de Paisajes en movimiento: literatura y cambio cultural entre dos siglos (Eterna Cadencia Editora).

Por Ivana Romero. Foto de María Teresa Slanzi para Anagrama.

 

La escritora mexicana Valeria Luiselli publicó en El País una crónica donde afirmaba: “Mi generación, perdida entre las grietas del convulsionado cambio de siglo, está ávida de miradas que volteen hacia atrás y miren hacia delante, y nos digan qué carajo pasó y quiénes somos”. El venezolano Gustavo Guerrero recogió el guante y escribió tres ensayos que terminaron configurando el libro Paisajes en movimiento: literatura y cambio cultural entre dos siglos, que acaba de publicar Eterna Cadencia. “Hay una necesidad entre las generaciones más jóvenes, pero no solo entre ellas, de entender cómo se ha llegado hasta este reino de la incertidumbre en el que estamos y de indagar hacia dónde vamos, si acaso vamos hacia alguna parte. Las notas, los apuntes de lectura y las citas que fueron componiendo los ensayos del libro se organizan como un intento por responder a esta inquietud”, cuenta Guerrero en uno de los intercambios por mail que mantuvo con este blog. Su indagación abarca, justamente, desde fines del siglo XX hasta comienzos del XXI. Y para su abordaje, el autor se valió del análisis de tres debates mayores en los noventa en América latina: la emergencia un nuevo paradigma temporal e histórico; la transformación de las relaciones entre mercados y productos culturales, y el debate que da cuenta del fin de las identidades culturales nacionales.

Guerrero nació en 1957 en Caracas. Es profesor de literatura e historia cultural contemporánea en la Universidad de Paris Seine y en el Instituto de Estudios Políticos de Saint-Germain-en-Laye. De modo paralelo se desempeña como editor de la Casa Gallimard para el área hispánica. En 2008 obtuvo el Premio Anagrama de Ensayo por Historia de un encargo: “La catira” de Camilo José Cela. Además, es poeta, autor de La sombra de otros sueños y Círculo del adiós. Y de hecho, una de las razones que hacen a este ensayo tan fascinante es que el autor crea un texto híbrido, donde son los diversos géneros los que, al establecer un diálogo entre sí, brindan algún tipo de certeza.

Así, por ejemplo, mientras Roberto Bolaño decía que era hora de tener audacia y reconocer que las tradiciones eran un lastre, Alberto Fuguet irrumpe con la antología McOndo, planteando que las verdaderas influencias de los escritores de su generación vinieron más del cine, la música y la cultural popular que de las figuras canónicas del boom. Al mismo tiempo que estos nuevos autores cuestionaban su vínculo con el origen instituido, Néstor García Canclini apuntaba que al momento de construir pertenencia en una era globalizada, era difícil pensar en esquemas binarios entre nacionales y extranjeros. El poeta cubano José Antonio Ponte llevó las cosas más allá al decir que lejos de considerarse jóvenes o novedosos, los escritores de la nueva escena deberían pensarse como “ruinólogos” mediante una poética de la degradación y el derrumbe.

En medio de estas variaciones, Guerrero articula el objeto central de su indagación: las “narrativas de cambio”. Esto es, los relatos que tratan de estructurar y volver inteligibles aquellas transformaciones históricas que nos llevan de un momento dado a otro distinto en la evolución de una cultura. “En el caso de mi libro, se trata de describir el tránsito entre dos épocas, desde fines del siglo XX a comienzos del siglo XXI por lo que toca a las condiciones de producción, de circulación y de lectura de las obras literarias”, agrega.

 

En Paisajes en movimiento, usted señala que el contexto histórico elegido es inédito en diversos sentidos. ¿A qué se refiere?

Creo que el cambio de régimen histórico es determinante. Como lo muestran figuras tan diversas como François Hartog o Andreas Huyssen, hemos pasado en unos pocos años de un régimen gobernado por el polo del futuro a un régimen presentista, que no produce sino este presente continuo, mientras el futuro se disuelve en fantasmagorías distópicas. No conocíamos un sistema temporal así. Tampoco, las magnitudes de la compresión espacio-temporal que ha traído consigo la revolución tecnológica y la globalización. Ni, agregaría, la crisis de las identidades individuales y colectivas que hoy se manifiesta hasta en la manera cómo Facebook acaba adaptando su formato al de una autobiografía y se erige paulatinamente en un ambiguo guardián (y saqueador) de la memoria individual y colectiva.

Su análisis se compone de una bibliografía que incluye autores consagrados, desde Beatriz Sarlo a Josefina Ludmer pasando por García Canclini. Sin embargo, el análisis en sí resulta novedoso, como si hubiese buscado otras maneras de poner en diálogo ahora a estos intelectuales que produjeron una obra vasta en los noventa.

Creo que la novedad procede acaso de mi trabajo de ensamblaje, del hecho de que la escritura de estos ensayos no se da solo como enunciación propia sino también como cita, diálogo y acercamiento entre discursos tan diversos como los de la crítica cultural, la edición, la poesía, el periodismo literario, la academia y la novela. Trato de hacer oír lo que distintas voces, a veces muy alejadas literaria y políticamente, nos dicen en esos años sobre los mismos fenómenos. Recorro esta biblioteca de voces con libertad, sin imponerme patrones previos. Quizás de ahí surjan las perspectivas inesperadas o nuevas que arrojan los ensayos. 

¿Cuál es la importancia, entonces, de los discursos narrativos y poéticos para detectar cambios y fisuras respecto de las épocas analizadas? ¿Por qué le interesa la poesía teniendo en cuenta que siempre es pensada como discurso lateral, por fuera de las pugnas del mercado y las modas?

Me interesé en rastrear aquello que la literatura tenía que decirnos sobre el cambio de siglo y sobre sus propias condiciones de existencia, en parte porque sigo pensando que el discurso literario es uno de nuestros barómetros más secretos, sensibles y fiables cuando se lo toma en su conjunto y no solo dentro del ámbito de la ficción. Y en parte, y aquí me refiero a la poesía, porque la necesidad de redefinir su lugar dentro de nuestras sociedades da cuenta de la crisis por la que hemos pasado y abre pistas para entender mejor el presente en el que estamos. Y es que la poesía está en plena mutación, entre las estéticas de la traducción y la reescritura, el salto tecnológico e inter-medial, el regreso a practicas performativas y orales, y los nuevos modos de circulación por las redes sociales. Es decir, el análisis de las subjetividades contemporáneas juega un papel central en el relato que los ensayos tratan de construir.

¿Cómo se ha reconfigurado el mercado editorial?

Creo que, en los noventa, las editoriales independientes debieron hacer frente a un fenómeno de concentración empresarial inédito dentro del ámbito hispánico. Hoy las independientes no solo son más numerosas a ambos lados del Atlántico sino que han ido acotando su territorio y saben que colectivamente disponen de espacios propios, algo que no era tan claro hace diez o veinte años. La lucha por la supervivencia, sin embargo, sigue siendo igualmente dura y el camino de la internacionalización es un combate de cada día. Con todo, muchas contribuyen hoy a la circulación internacional del libro de un modo bastante más importante que antaño.     

En cuanto al paisaje de la nación del tercer ensayo usted señala: “Ante el rápido avance de la globalización, reposicionar a la nación y reposicionarse ante la nación parecen dos necesidades solidarias  impostergables” ¿De qué modo se han dado estos reposicionamientos?

En el campo literario puede observarse en los noventa y dos mil la aparición de un abanico de alternativas que suplantarían (uso el condicional hipotético) al vínculo tradicional entre literatura y nación. Se habla de una literatura “en lengua española”, o del “territorio de La Mancha”, o de una literatura latinoamericana “sin fronteras”, o “global”, o “mundial”. La idea era que, con la globalización, iban a desaparecer las naciones y pasaríamos a identidades trans- o multi-nacionales. Pero esto no ocurrió. Hoy vivimos la resaca de aquel momento cosmopolita y el regreso de las formas más autoritarias del nacionalismo encarnadas por la peligrosa fe de sus nuevos conversos. 

En su libro, el concepto de “identidad nacional” es abordado, al menos, desde una doble mirada: como la emergencia de nuevas narrativas donde lo local deja de ser pintoresco para ser, incluso, político; y como una marca que los mercados globales desean. ¿Esto es así?

Una de las muchas contradicciones de la globalización en América Latina resulta de ese doble lenguaje de las transnacionales que parecieran conectar los campos culturales latinoamericanos a la esfera global, pero que, en realidad, explotan los mercados a nivel nacional, transformando a las literaturas nacionales en una suerte de efecto de los modos de gestión del propio mercado. Paralelamente, se produce una reificación de las identidades que viene a fijar los nuevos estereotipos de la producción latinoamericana: el fenómeno de la narco-novela es impensable sin ello.

También se detiene en el concepto de “escritores jóvenes” aunque también incorpora otras concepciones muy interesantes: “escritores mutantes” e incluso, siguiendo al cubano José Antonio Ponte “ruinólogos” (todo un hallazgo). ¿Por qué traza esta deriva?

A mí también me interesan especialmente los escritores “ruinólogos”, empezando por Ponte. Esta deriva da cuenta, en los noventa y dos mil, de la necesidad de redefinir la postura del escritor y su lugar de enunciación tras la crisis de la figura del gran intelectual y del letrado latinoamericano como portavoz de la nación. Bolaño es uno de los miembros de la nueva generación que más y mejor encarna este esfuerzo al demarcarse de los escritores del boom y asumir su nomadismo como seña de identidad.

Algunas indagaciones recorren la totalidad del libro, aunque desde distintas perspectivas. Por ejemplo, el fracaso de los vaticinos que declaraban la muerte de la literatura. ¿Qué ha sucedido realmente?

La muerte de la literatura (o de la novela o de la poesía) es un tema recurrente desde el romanticismo, que lo inventa. A principios de los noventa, el tema vuelve como amenaza sobre el futuro de la poesía y suscita, entre otras respuestas, la de Octavio Paz en su defensa La otra voz: poesía y fin de siglo, en 1991. A mí me interesa porque, justamente, vuelve como un síntoma de la crisis del estatuto del discurso poético y abre el debate sobre su transformación. “Otro arte amanece…”, dice Paz lúcidamente en aquel momento. En mi ensayo trato de indagar justamente cuál. 

¿Qué es capaz de decirnos la literatura en cada época?

Creo que puede decirnos muchas cosas, solo que hay que prestar atención y saber oírla. Es decir, saber leerla. Hoy, cuando se escribe tanto y se edita tanto, acaso deberíamos preocuparnos más por diversificar y ampliar nuestros modos de lectura tanto del pasado como del presente. El porvenir de una literatura, como lo enseñaba Borges, está mucho más en esa renovación continua de nuestras formas de leer que en los miles de ejemplares y en las incontables novelas que se producen y circulan virtual o materialmente. 

 

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