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Isabelle Eberhardt, la flor más salvaje del desierto

Por Christian Kupchik

Viajera y escritora rebelde nacida en 1877, Eberhardt entra en el extraordinario catálogo de Los lápices editora con esta presentación de Christian Kupchik para Hacia horizontes azules.

Por Christian Kupchik.

 

 

 

Algo por completo inesperado ocurrió el otoño de 1904 junto al Djebel Mekter, en el sur de Orán. El 21 de octubre de aquel año, la ciudad de Ain-Sefra (Fuente Amarilla), rodeada de altas montañas, a casi 1200 metros de altitud, se vio superada por la crecida de los ríos Sefra y Mulen. En su furia, un limo ocre sepultó a la ciudad que vigilaba el desierto. Algunos días más tarde, el Akhbar (periódico bilingüe publicado en Argel, arabófilo y crítico de la intocable administración colonial) da cuenta de la anómala tragedia que se llevó árboles de cuajo, la mayor parte de las casas de la ribera baja (los gurbís), una buena cantidad de rebaños y veintiséis personas. 

El dolor lógico que provoca toda pérdida humana se vio potenciado porque entre las víctimas figuraba Isabelle Eberhardt o, si se prefiere, Mahmoud Saadi, Nadia, Mariam, Nicolai Padolonski... El nombre, en definitiva, solo enmascaraba la cualidad con que esa muchacha de apenas 27 años concibió la vida: la pasión. Morir sepultada por las aguas en las puertas del desierto no hizo más que responder a los hados ocultos de un destino literario, expresado tanto en las letras como en la encarnadura de sus días.

Isabelle Eberhardt nació en Les Grottes, Ginebra, el 17 de febrero de 1877. Su madre, Nathalie Eberhardt de De Moerder (hija natural de una alemana y un judío ruso), fue una aristócrata cuyo marido, el general y senador Pavel Karlovitch de Moerder, perteneció a los círculos privilegiados del zar Alejandro II. Los primeros tiempos de su vida conyugal, Natalia Nicolaïevna vivió en un comercio cotidiano con diversos espectros familiares: soberanos difuntos cuyos retratos todo juzgaban desde las paredes y que fueron testigos de las hazañas de su marido, historias de íconos milagrosos, pies congelados, cargas de caballería y oriflamas. A pesar de la prudencia del senador De Moerder, estos espectros gobernaban la vida familiar. Para cuando Nathalie llegó a Suiza con sus tres hijos, la pareja ya estaba destruida. 

Pero no arribó sola a Ginebra: la acompañaba Alexander Trophimowsky, una suerte de sabio loco, erudito y políglota, nacido en Kherson, Ucrania, en 1826, quien se ocupaba de la educación de los niños en Rusia. Se lo suele pintar como un tipo enérgico, alto, de voz grave y profundos ojos azules. El personaje de Trophimowsky podría emparentarse con alguno de Tolstoi (a quien también frecuentó como discípulo) o Dostoievski. Su pasado conoce un confuso itinerario en donde llegó a ser descripto como un sacerdote renegado de la iglesia ortodoxa, que profesaba un nihilismo extremo y cultivó la amistad del anarquista Mikhail Bakunin e incluso era buscado por los servicios de inteligencia por oscuros planes para atentar contra la vida del zar. Lo cierto es que el carácter pintoresco y fogoso, tan lejano a la fría mesura del general, cautivó a Nathalie hasta el punto que no dudó en huir con él. Los adúlteros se detuvieron un tiempo en Turquía y luego en Nápoles, hasta donde llegó De Moerder para intentar una reconciliación. Todo fue inútil.

En 1871, la pareja se estableció en los alrededores de Montreaux y tres años más tarde, Nathalie retornó a San Petersburgo, con la esperanza de recuperar parte de su mundo perdido al enterarse de la muerte de su marido, en abril de 1873. El intento resultó imposible: ya había sido condenada. Volvió a Suiza y con la frondosa renta heredada, en 1879 adquirió la mansión de Ville Neuve, en Meyrin, un suburbio ginebrino. Su última hija, Isabelle, contaba con dos años y fue anotada como hija ilegítima, ya que Trophimowsky estaba previamente casado y no se animó a reconocerla. Pese a todo, no los abandonó. 

Isabelle se educó en la estricta disciplina libertaria de su preceptor (a quien llamará “Vava”, pero sin aceptar nunca su paternidad). Con él obtiene un saber enciclopedista: aprende griego, latín, turco, ruso, árabe, alemán e italiano, además de filosofía, literatura, geografía y nociones de química y medicina. Su casa de Meyrin es un hervidero de conspiradores rusos y turcos, además de exiliados de toda calaña. Unto con el saber ilustrado impartido por Vava, la educación de Isabelle se verá completada por las discusiones –a veces violentas– de los visitantes que llegan hasta su hogar y los relatos de experiencias de remotos y exóticos confines. Con su hermano Augustin mantendrá una íntima complicidad, idealizando un mundo solo entrevisto a través de la férrea disciplina moral e intelectual. Este universo plagado de fascinaciones y secretos que tanto subyugaba a los hermanos, debía atravesar una rigurosa subordinación al entrenamiento moral e intelectual. 

En 1895, ella, con 18 años, y él, con 23, participan en alguna intriga nunca del todo aclarada pergeñada por los exiliados rusos junto al samovar de su casa y Augustin debe enrolarse en la Legión Extranjera para salvar su vida. Vava monta en cólera e Isabelle siente el alejamiento de su hermano como una herida mortal. Luego de recibir una esquela de Orán en donde el legionario expresa su tristeza por la lejanía, ella le contesta de inmediato el día de Nochebuena: Es la primera vez, mi bien amado, que vamos a pasar esta fiesta separados, separados quizá por el Tiempo y la Eternidad… Pronto hará tres meses de los besos intercambiados en el umbral de nuestra casa (…) No hay esperanza ni fe, no hay Dios al que llorar nuestro dolor sin nombre, la atroz injusticia de nuestro sufrimiento… 

El enclaustramiento, el desorden afectivo, sentimental y estético de Isabelle amenaza con explotar. El mundo exterior la atrae como un fruto salvaje. Como forma de exorcisar sus demonios, comienza a escribir. Entabla relación con intelectuales árabes (en particular, un judío egipcio y miope llamado James Sanua, pero que firma como Abou Nadara, quien dirige una revista en París) y traduce los versos del poeta ruso Nadson que se publican en L´Athénée. En una carta enviada desde Annada años después a un amigo, Isabelle descubre sus motivos: Escribo porque me gusta el proceso de creación literaria. Escribo como amo, porque probablemente ese sea mi destino. Y es mi verdadero consuelo. Busca con desesperación pulir un estilo personal que le permita llegar a una mayor perfección en su literatura. Escribe frenéticamente, y comienza a metamorfosearse bajo seudónimos y lenguas: ruso o árabe, Nicolai Podolinsky, francés o latín. Ya había tenido suficiente. Ahora necesitaba cambiar el gélido viento que sus raíces imprimieron al pasado y la fría indolencia de su presente suizo  por un futuro más tórrido, de horizontes llanos, sin obstáculos a la vista. Estaba preparada: el viaje podía comenzar. 

En realidad, el vagabundaje se inicia junto a su madre, en mayo de 1897, cuando desembarcan en el puerto de Annaba, en el extremo oriental de la ciudad de Constantina (Bône), en el norte de Argelia. Pocas semanas después de su llegada, abandonan la casa del barrio europeo que les alquila el fotógrafo Louis David para instalarse en los confines de un distrito árabe. Su casa es sencilla, de adobe blanqueado a la cal, con un patio interior de naranjos enanos y mosaicos multicolores. Madre e hija pasan días felices: Isabelle cambia sus vestidos europeos por una larga chilaba blanca, fuma kif y comienza a hablar árabe con una rapidez sorprendente. También profundiza sus estudios de árabe clásico y establece íntimos lazos con la historia de ese país que un día considerará suyo. Por si faltara algo, las dos mujeres se convierten al Islam. Tampoco olvida la escritura: comenzará una novela que se llamará sucesivamente A la dérive y Trimardeur (Vagabundo). En la misma época corrige la primera versión de Yasmina, una nouvelle que cuenta un amor imposible entre un oficial francés y una beduina. En realidad, las metáforas del conflicto entre las dos culturas, será un tema que retornará siempre en su temática. Aquí no me muevo, no hablo: estudio y escribo, manifestó en una carta. Educada por Vava en el amor por el estudio y el conocimiento, nutrida por las ideas revolucionarias de los jóvenes que visitaban su casa de Ginebra, Isabelle no puede sino ser receptiva del nuevo universo que se abre ante ella. Continúa así formando parte de la marginalidad social de la que proviene y que siempre la condicionará. 

Pero esa felicidad inicial sólo duró seis meses: el 28 de noviembre de 1897 Nathalie muere de un ataque al corazón. Isabelle está desesperada y en adelante, en sus horas de soledad, la imagen de su madre será una presencia reconfortante a la que llamará, en ruso, el Espíritu Blanco. De modo curioso, el certificado de defunción es extendido bajo el apellido falso de Nathalie Korff, y es enterrada en el cementerio musulmán. Sobre su tumba, Isabelle graba su nombre islámico: Fahtima Manoubia. De este modo, creaba también un final literario para su madre. 

El comienzo de 1898 la encuentra sola en Bône. Se dice que Vava asistió a los funerales de su compañera y retornó a su “Ville Neuve”. Escribe poco para esa época, pero emprende la primera versión de su novela Rakhil. El letargo y la tristeza infinita provocadas por el vacío que dejó Nathalie, se verán agudizados casi de inmediato con la noticia del suicidio de su hermanastro Wladimir, el 13 de abril, en extrañas circunstancias. Las tendencias depresivas de Isabelle la impulsan a una huida hacia adelante. Se traslada a Argel, donde se esfuerza por captar el alma de cosas y personas, empapándose de ellas, buscando confundirse camaleónicamente con la gente y el paisaje. Y lo hace de modo literal. Mientras bajo la luz del sol sumerge su condición femenina en el fervor religioso, por las noches se traviste y se funde en la barahúnda de los cafés de la casbah. Ebria de kif, licor o palabras, seduce a los hombres mediante su androginia. En sus diarios dejará testimonio de aquellos días: ¡Qué borracheras de amor bajo aquel sol ardiente! Mi naturaleza también era ardiente y la sangre me fluía con una rapidez febril por mis venas infladas de pasión.

Isabelle viaja por los desiertos de Túnez deteniéndose en Biskna, Touggourt, El Oued, Batna y los oasis del Suf. El paisaje yermo actúa como bálsamo para su desasosiego. Cuando cree alcanzar la calma, vuelve a Ginebra para intentar desbloquear la herencia de su madre en Rusia. Vava está solo en Meyrin, como una caricatura del que fue, inconsolable desde la pérdida de su compañera, enfermo de cáncer a la garganta y muy envejecido. De nuevo juntos en Ville Neuve, Augustin e Isabelle cuidan de él. También encontrará a Archivir (Rehib Bey), un joven diplomático turco-armenio a quien ya conociera de su etapa anterior. El muchacho encuentra a Isabelle más bella y madura, y mientras espera un cargo en Oriente, se amarán con locura. Con Archivir vivirá su amor más puro, pero este está demasiado comprometido con los jóvenes turcos como para establecerse con Isabelle. Finalmente, el destino no es Oriente sino La Haya, y se separan. Por otra parte, la joven Eberhardt está ansiosa por retornar a su amado Sur. 

El 14 de mayo, en una crisis de su enfermedad, se apaga la vida de Vava. Aparentemente, les pidió a Augustin e Isabelle cloral para aliviar el dolor, pero la dosis resultó demasiado fuerte. En distintas ocasiones Isabelle hablará a sus íntimos de lo sucedido aquella noche, pero ningún testimonio permite afirmar si se trató de un error o una voluntad eutanásica lo que provocó la muerte del anciano. Vava, el Espíritu Blanco y Wladimir se convierten en una dolorosa trilogía que ella fundamenta como la negritud de un destino que se refugia en el interior de su alma eslava. Luego de dejarle un poder a Augustin para que se ocupe de las ruinas de su antiguo mundo, en junio se dirige a Toulon y de allí a Marsella para volver a Túnez. Pasa dos meses vagando por el desierto, fumando durante horas en los cafés moros o sumida en discusiones sobre el Corán con cualquier musulmán ilustrado. Por supuesto, no abandona sus atavíos árabes. Frecuenta barrios de mala reputación y el viejo cementerio musulmán de Bab El-Gorjani. Los franceses la vigilan, no confían en ella, la suponen metodista, una agente de la pérfida Albion para sembrar una revuelta entre los pobres y miserables. En verdad, derrocha con ellos lo poco que consiguió extraer de su pobre herencia (luego se felicitará de ello). Pero Isabelle, travestida en un muchacho alto, de voz musical y maneras algo rudas, resulta una presencia molesta para árabes y europeos. Aprende así a cultivar el rechazo. La Revue Blanche le encarga un relato sobre su vida en tierras del Islam. Dos cuadernos escritos en ruso, el primero titulado Sahara y el segundo Vagabondages, narran esa vivencia tunecina y el viaje que realizará semanas más tarde al sur de Constantina.

En julio abandona Túnez para hacer un viaje al Sahara que marcará su futuro. Allí adopta de modo definitivo su “personalidad amada”: Si Mahmoud Saadi (o Essadi). Parte sola, haciéndose pasar por uno de esos jóvenes árabes que tienen por costumbre perfeccionar su educación recorriendo el desierto, donde los morabitos los inician en un aprendizaje espiritual. La región que visita, desde Biskra hasta Touggourt, es rica en tradiciones, y muchas de ellas se manifestarán en su literatura. Se acentúa su pasión por el viaje y los descubrimientos, en compañía de gentes sencillas, y también aparecen problemas de salud: Isabelle sufre los primeros ataques de paludismo y malaria. De todos modos, el gran oasis del Suf será para ella completamente inolvidable: El Oued se le revela como su paraíso particular. 

Al finalizar el otoño, Isabelle vuelve a Túnez. Se encuentra sin dinero, Ville Neuve ha sido saqueada y decide retornar a Europa. A principios de noviembre vuelve a Marsella para reunirse con su hermano, ahora casado con Hélène (a quien Isabelle llama despectivamente Jenny la obrerita). El casamiento de Augustin será otro duro golpe para ella. Estoy solo, escribe, en masculino, por aquellos días. Estoy solo, como siempre he estado en todas partes, como lo estaré siempre en el gran universo, maravilloso y decepcionante. Ese "je suis seul" con que inicia sus diarios íntimos, no es fruto de un error gramatical sino de una elección premeditada. El uso frecuente de distintos seudónimos, así como la alteración de sus referentes biográficos, termina por convertirse en su verdadera personalidad. Su estadía en Marsella será breve, de allí a París, Gènes, Livorno y Cerdeña, porque le habían dicho que se parecía a Africa. 

En Cagliari, una especie de exilio interior, encuentra una desposesión distinta que la libera de las contingencias sociales. Trabaja con fervor llenando las páginas de sus diarios y elaborando relatos: termina la primera de las tres versiones de Trimardeur. En febrero de 1900, vuelve a París luego de otra breve estadía en Marsella y Abbou Naddara la pone en contacto con Lydia Paschkoff, gran viajera, escritora y corresponsal del Figaro en San Petersburgo. Entablan una intensa relación epistolar, en la que la rusa la asesora en su destino literario. Isabelle vuelve a Ginebra cansada del “mundillo” mezquino que cree percibir en los círculos intelectuales parisinos, aun cuando a menudo se habla de ella con interés. En su ciudad natal, vuelve a sentir los pesados fantasmas de antaño, aunque alguien la ayuda a mitigar la confusión y el dolor: una vez más, Archivir. También conoce a Vera Popova, y los tres formarán un extraño triángulo en donde fundirán una deliciosa y pausada amistad. Vera le enseña a Isabelle nuevas sensibilidades, y estimula su necesidad de progresar en el desarrollo de su estética. Siento una vez más, con una intensidad ardiente, la necesidad de trabajar el terreno baldío, casi sin cultivar, de mi inteligencia, mucho más retrasado que el de mi alma. Lee mucho y consigue culminar la versión definitiva de Rakhil. 

Aprovechando el encargo de la marquesa Medora Mendes para que investigue la extraña muerte de su marido en Túnez, Isabelle siente la oportunidad de volver a reencontrarse con su múltiple y auténtico yo. Revestir lo antes posible la personalidad amada que, en realidad es la “verdadera”, y volver allá, a África, para reemprender mi vida..., escribe entonces. El 4 de agosto de 1900, un año exacto después de su encuentro con El Oued, Isabelle vuelve al oasis con el deseo de instalarse allí. Después de algunas investigaciones que la hacen sospechosas a los ojos de las autoridades militares, Isabelle se desinteresa por el asunto de la marquesa y pasa los días galopando por el desierto su caballo Suf. Con él recorrerá el país de arena, suplantando para siempre a Isabelle Eberhardt. Podemos imaginar la sorpresa de aquellos que descubren que ese joven imberbe, alto, de aspecto hermafrodita, intensamente perfumado al gusto árabe, en realidad es una mujer europea. Y no menos, la sorpresa del espahí () Ehuni Slimène, con quien habrá de convivir por el resto de sus cortos días. Slimène es el esposo ideal para mí, que estoy fatigado, cansado y harto de la soledad que me rodea", le escribe en una carta a Augustin.

Por supuesto, la unión con Slimène, sus hábitos masculinos y su congénito anticonvencionalismo provocarán escándalos tanto en la comunidad islámica como en la occidental. Sin embargo, Isabelle/Mahmud busca refugio en el Islam y el convulsivo amor por Slimène viajando por las rutas de los oasis. Visita con frecuencia al morabito de la zaouia () de Guemar, y la cofradía de los Qadrigya le otorga el rosario que la convierte en iniciada. Su existencia en El Oued es tranquila y sus apetitos casi ascéticos: fundirse más íntimamente con la geografía y las gentes del Suf, cabalgar por las rutas de los oasis (El Merayer, Ourlana, Bordj, Terajen, Touggourt), ensimismarse en la religión y amar a Slimène. 

En enero de 1901, luego de sobreponerse a una enfermedad, durante una reunión de notables en Behima, es atacada y logra salvar de milagro su vida. Mientras conversaba despreocupadamente, sintió un duro golpe en la cabeza. En un intento reflejo por alcanzar su arma, se levantó tambaleándose y otros dos furiosos sablazos se descargaron sobre un brazo. Una cuerda de tender interpuesta en el trayecto del primer golpe amortigua el efecto y le permite escapar a una muerte segura. El oscuro atentado (aparentemente a causa de la rivalidad de dos cofradías religiosas y sus inconvenientes preguntas por la muerte del marqués de Morés) le sirven de excusa a las autoridades coloniales para expulsarla del territorio hasta la vista del juicio. El proceso conmocionó al país y en él, celebrado en Constantina el martes 18 de junio, Isabelle no solo defendió piadosamente a su agresor, Abdallah ben Si Mohammed, sino que pasó de víctima a victimaria: es expulsada de Argelia luego de una campaña de prensa injuriosa. Al parecer, Isabelle es indeseable por varios motivos, entre los que figuran su pasado anarquista, pero sobre todo su inquietante presente: sus paseos en ropas masculinas, sus inquisiciones relativas al asesinato del marqués, su amistad con el morabito Si Lachmi, sospechoso de practicar un doble juego político. Abdallah, perteneciente a la cofradía de los tidjaniya (aliada a los intereses de Francia), para algunos fue un mero instrumento de oscuros intereses, aunque muchos han querido ver en él la obra de un místico, una ejecución religiosa, y la utilización del sable, un arma sagrada, sería la prueba. Isabelle, marcada por la muerte prematura de sus seres queridos, se identifica con su agresor ligando su destino al de él, y antes de partir al exilio firma una petición para que se conmute su pena de 20 a 10 años de prisión. Ambos están ligados a la misma voluntad divina: la que ha guiado la mano de Abdallah, le permite escapar de la muerte. Para Isabelle, absolver a Abdallah es también una forma de eludir la decepción, ya que se siente traicionada por ese mundo musulmán al que tanto quiso adherirse como por Francia. También se castigó a Slimène trasladándolo a Batna, más que por el carácter escandaloso de su relación con Isabelle, por la naturaleza conflictiva que rodea a su compañera. Es bueno recordarlo: cuando todo esto sucede tiene apenas 24 años.      

Behima es un punto de inflexión en su vida. Se encuentra dividida entre el desánimo y el vigor, la tristeza y la exaltación. En Batna, antes de partir, lee mucho (a D’Annunzio, Dostoievski…) y escribe largas páginas sobre el amor al pensamiento y la belleza del arte, y siente una fuerza creadora que se renueva en su interior. Con este curioso estado espiritual, parte el 14 de julio de 1901 hacia su exilio en Marsella. Es doloroso (sobre todo por su separación de Slimène), pero le sirve para retomar sus incursiones literarias marcada por el estilo de Pierre Loti, Eugene Fromentin y los hermanos Goncourt. Isabelle no puede sustraerse a los estertores del posromanticismo favorecido por la moda del orientalismo en pintura y literatura. Géneros que gozaban de la demanda ávida de un público fascinado por la simplificación de lo sensual del mundo exótico: velo ideológico que cubría la impudicia de la ultima ratio de la penetración y dominio francés en el norte de Africa. 

En octubre, cuando Slimène llega a Marsella tras complejas gestiones, se casan. De ese modo, Isabelle se convierte en súbdita francesa y ya no hay motivos que le impidan retornar a Argel. El 15 de enero de 1902, a las ocho de la noche, Isabelle desembarca del Duque de Braganza en Bône, como cinco años antes había hecho con Nathalie. Nuevamente en el Mahgreb, toma contacto con Victor Barrucand, editor del Akhbar, donde habrá de publicar buena parte de su producción. La pareja se radica en Tanas, a 200 kilómetros de la capital argelina. La intención de llevar una vida recatada dura poco: Isabelle vuelve a sus ropajes masculinos, se mezcla en peleas y borracheras, fuma kif, mantiene numerosos amoríos. Como años antes, durante el día cultiva su espiritualidad visitando al eremita Zella Zeynet, en Bou Saada. A pesar de sus desórdenes, es una etapa de prolija producción literaria. En el Akhbar son frecuentes sus colaboraciones sobre temas realistas del sur oranés. Comienzan a editarse sus novelas y relatos más largos (Yasmina, Heure de Tunis, Le Magicien y Trimardeur). 

En 1903, colaborando con Barrucand en una campaña electoral en Tanas, es víctima de nuevas injurias por parte del partido Colon (obviamente colonialista) a través de los periódicos La Petit Gironde y L’Union Républicaine. El presidente de la República, Emile Laubet, durante un viaje a Argelia participa de un banquete al que Isabelle asistirá como periodista del Akhbar, donde volverá a ser desacreditada por sus hábitos heteróclitos, lo que motivará una enérgica respuesta de ella a La Petit Gironde en forma de artículo autobiográfico.   

Por si algo faltaba a su vida, a comienzos de 1904, el general reformista francés Lyautey le pide su colaboración en la “colonización pacífica” del sur oranés. Isabelle, fiel a su eclecticismo ideológico, acepta. Tiene como misión mediar un estatuto de paz con las aguerridas tribus de la frontera marroquí en Kenadsa, una zona que es una suerte de estado teocrático aliado al sultán de Marruecos. Al cabo de seis meses de infructuosa espera en la región, enferma de gravedad: la malaria, el tifus, el paludismo y la sífilis la envejecieron prematuramente. De modo profético, escribe: Dentro de un año, por estas fechas, ¿viviré todavía?... He llegado a la conclusión de que no hay que buscar la felicidad. Se la encuentra por el camino, aunque siempre en sentido contrario... La he reconocido muchas veces...

De vuelta a Ain-Sefra debe ingresar al hospital. Sin estar del todo restablecida, lo abandona para guardar reposo en su gurbí de la parte baja de la ciudad. Pocos días más tarde, la noche de lodo será su refugio definitivo. Los soldados de Lyautey rescatarán los manuscritos dispersos y cubiertos de barro de Isabelle, su alma en pena. Barrucand trabajará en ellos y, con un exceso de celo improcedente y para muchos reprobable, dará a conocer algunas colecciones de relatos que incluso firmará con su legítima autora. Los manuscritos originales de sus diarios, libros de notas y correspondencia, los recuperará el escritor René Louis Doyon en 1921. Habían sido vendidos por Slimène diez años antes a una mujer en Bône. La adversidad que se imantó a la vida de Isabelle la perseguirá incluso después del fin de sus días buscando eliminar cualquier rastro de su existencia: en 1907 Slimène muere de tisis y siete años más tarde Augustin se suicida. 

Su vida fue su mejor novela, aunque paradójicamente, esta alimentara su vida. Escribir es algo precioso y espero que con el tiempo, cuando vaya adquiriendo la sincera convicción de que la vida real es hostil e inextricable, sabré resignarme a vivir esa otra vida, tan dulce y placentera. Lyautey dijo no saber si amar en Isabelle a la mujer de letras, al caballero intrépido o al nómade endurecido. Su Oriente no era imaginario, y sin serlo, creó con su vida una fantástica ilusión, un paisaje virulento y sereno a la vez, un relato tan refrescante como el oasis de El Oued. No es mal sitio para detenerse a beber.

   

 

 

                                        AYUNTAMIENTO DE AIN-SEFRA

                                          ACTA DE DEFUNCIÓN

 

El 25 de Octubre de 1904, a las once de la mañana, ante nosotros, Designy, Charles, capitán…, desempeñando las funciones de funcionario civil, han comparecido Bourqui, Jules, secretario, y Orsini, Jean Martin, secretario de estado mayor…, los cuales han declarado que el 21 de Octubre, a las once de la mañana, ha fallecido en Ain-Sefra la llamada Isabelle-Marie-Wilhelmine Eberhardt, esposa de Ehnni Seliman…, nacida en Ginebra, con 27 años de edad, hija de (en blanco) y de (en blanco). Después de habernos asegurado del deceso, hemos levantado la presente acta que, una vez leída a los comparecientes, ha sido firmada por ellos y por nosotros…

 

 

                                             EL DRAMA DE BEHIMA

 

El 27 de junio de 1901, La Dépêche Algérienne relató pormenorizamente el proceso de Abdallha ben Ahmed, que también resultó el de su víctima, Isabelle Eberhardt (a quien se describe “ataviada como una indígena”). Estos son algunos de los fragmentos más significativos del juicio:

 

   … El presidente del Tribunal procedió entonces al interrogatorio del acusado, quien antes, lívido y apenas pudiendo hablar, dijo llamarse Abdallah ben Si Mohammed, ser comerciante en Behima, pero ignoraba lugar y fecha de su nacimiento. Sobre las circunstancias de la acusación que pesaba sobre él, respondió:

   —No, no golpée a una europea, golpée a una musulmana por mandato divino. Un día recibí una misión de Dios: se me ordenaba ir al Djerid, pasando por Behima, donde debía encontrar a Mlle. Eberhardt que estaba provocando desórdenes en la religión musulmana. También se me apareció un ángel para decirme que Si Mohammed-el-Lachmi, morabito de la secta de los Qadriya, iba de camino hacia Túnez acompañado de Mlle. Eberhardt, quien llevaba ropas masculinas –lo cual es contrario a nuestra fe– sembrando así el conflicto en nuestra religión. Después de haber recibido ese mandato divino, ayuné cinco días sin ver a mi mujer y mis hijos. El sexto día llegó el morabito Ben-el-Lachmi. Entonces dejé mi casa para ir a ver al que entre nosotros es considerado un segundo Dios. El ángel volvió para decirme que matara a la europea a causa de la discordia que estaba sembrando en nuestra religión. Entonces tomé un sable y cometí el crimen que ya conocen. En aquel momento, aunque hubiera fusiles apuntándome, no me habrían impedido ejecutar tal acto. Ahora mis sentimientos son distintos, y quisiera pedir disculpas a la mujer que golpée.

   El abogado, Dr. De Laffont: ¿Cuál era la naturaleza de los desórdenes provocados por Mlle. Eberhardt?

   El acusado: Se vestía de hombre. Tenía además la sospecha de que ella era amante del morabito El Lachmi (murmullos en la sala).

   El procurador general: El acusado mantiene que usted provocaba el desorden en la religión musulmana.

   Isabelle Eberhardt: Ha cambiado de sistema de defensa muchas veces.

   El presidente: Díganos si el hecho de que una mujer lleve ropas masculinas está considerado como un insulto a la religión musulmana.

   Isabelle Eberhardt: Simplemente, se considera inadecuado.

   El presidente: ¿Por qué lo hace entonces?

   Isabelle Eberhardt: Es práctico para montar a caballo.   

 

 

 

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