_{Por Edgardo Scott.}

Hasta la fecha, la última película de James Bond -saga de la que soy víctima desde mis siete años, vi la última de Roger Moore, con una persecución a Grace Jones en París a bordo de un Renault 11-, decía, la última película de James Bond fue Spectre (2015). La canción icónica para la apertura estuvo a cargo del mediocre y gritón -e inglés, claro- Sam Smith. Una balada mersa y sin gracia, de veras sin gracia, con una afectación y un vibrato propio de los realities que inventan vocalistas para un hit radial de tres meses, que también sea vendible a una aerolínea o una marca de desodorante. El mundo la mayoría de las veces es una gran confusión y justamente por eso se vuelve tan misterioso. Sin embargo, la canción de Spectre no la iba a interpretar Sam Smith : la iba a interpretar Radiohead. Y de hecho la interpretó Radiohead, y la canción se puede escuchar y encontrar sin mayores dificultades. Y, por supuesto, es preciosa. A la altura del cancionero Bond, de Radiohead y sobre todo del encuentro entre esos dos hemisferios. Pero el mundo es una gran confusión y aunque fue grabada, la canción fue rechazada, no entró a la película. O mejor dicho, en los cínicos términos del discurso democrático : no hubo acuerdo.

Unos de los primeros correos felices de 2018 fue de Mercedes Roffé que me invitaba a hacer la contratapa de su libro, Glosa continua, libro que yo había tenido el privilegio de leer hace un par de años, entonces inédito, y que ahora publicaba Excursiones. Yo recordaba que entonces, además de leer y admirar ese libro bello e infrecuente para nuestras costas, le había sugerido a Mercedes como posible editorial y catálogo, a Excursiones.

Pero la confusión o el misterio reinaron y las palabras para aquella contratapa no pudieron imprimirse en papel. En verdad, con Mercedes nos había precipitado un entusiasmo en común, que no cabía en el diseño editorial. El tiempo pasó y Glosa continua vio la calle. Y ahora, un poco como los hijos no reconocidos que aparecen o reaparecen con los años -y ahora que lo pienso, no hay azar, nunca lo hay, como un spectre- comparto feliz la contratapa bastarda o falsa o ilusa o inédita.

Lejos de la competencia, el texto sólo añade algún epíteto o subrayado a las lúcidas palabras de las editoras y a las del magnus Jorge Monteleone.

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Sólo Mercedes Roffé puede captar y decir con autoridad: « ese monólogo constante que llamamos silencio ». Sólo porque es la misma poeta que escribió, « oh, mentida joya, la palabra ». Valéry dijo que el poema era el desarrollo de una exclamación. Agamben que el destinatario del poema era una exigencia. Los dos merodean imperativos. En Glosa continua, Mercedes Roffé prefiere y se aplica a « una voz alternativa, ya sea de disidencia, de aceptación o de encomio » y entonces escribe bajo la forma del diario intelectual un diálogo « sostenido, múltiple y abierto ».

Así como ya no abundan en el Río de la Plata los narradores que escriban -y lean- versos, tampoco abundan los poetas que escriban ensayo. Ecología de guerra: zona de especies en extinción. La mística de la literatura sólo puede nutrirse de la excepción, lo contradictorio y lo impensado. Este libro está hecho con cierta anacronía o décalage -ya Fogwill en el `83 había descubierto en Roffé esa inclinación, esa rara óptica de la palabra- como nuevos autómatas del siglo XVIII.

Manual ético y tecnológico del poema contemporáneo, a la altura de las mejores páginas de Elizabeth Bishop o Anne Carson. Justo, inspirado y sereno, parecido al tono de su autora, Glosa continua es un libro excepcional en nuestros catálogos, de esos que una y otra vez se consultan, se subrayan, se admiran, se releen.