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La densidad de lo efímero

Por Jorge Consiglio

"Sorrentino narra la pervivencia de la fantasía, su fuerza regenerativa, su poderosa dialéctica de juventud, pero también narra el tiempo". La lectura de presentación de El presente, de Cecilia Sorrentino, publicada por Ediciones Cienvolando.

Por Jorge Consiglio.

 

 

El presente, la novela de Cecilia Sorrentino, empieza con un poema:

La rumia es un pensamiento lluvioso.

De agua que cae

Escurre

Desciende.

Un pensamiento de alcantarillas.

La rumia es femenina.

Empezar una novela con un poema es todo un gesto. Porque no se trata de un epígrafe; el poema, en este caso, es parte de la trama, la constituye, la nutre y, al mismo tiempo, la condensa a través de una imagen. En ese sentido es elocuente desde varios aspectos. Por una parte, plantea una actitud maravillosamente subversiva con respecto al género, se desmarca del precepto de la narrativa tradicional e impone un tono que funcionará como la acústica del relato. Por otra parte, actúa como un índice de enunciación. Es la directriz del foco del relato. Anuncia qué se va a narrar y desde dónde se va a narrar.

Porque la rumia, que es lo que se va a activar en el relato, supone un proceso de cavilación extrema. Su materia va y vuelve, se procesa para ser digerida. Y esta marcha se narra desde una intimidad que, en este caso, está asociada entrañablemente a lo femenino. Ese es el punto de vista —el lugar desde dónde se narra— de EL presente.

Pero el poema también da cuenta de un segundo nivel de subversión. Porque la rumia establece un movimiento (la materia va y vuelve), pero, en este caso, además, sin negar ese dinamismo, se derrama en cascada (se escurre, desciende, se filtra).Y este flujo establece en el texto un modus narrativo que lo articula desde la primera oración hasta la última.

En El presente, Sofía, una mujer de unos setenta años, narra el espesor de su cotidiano. En su cosmos gravitan su hija, Nati; su nieta, Azul; sus amigas, Clara y María; su ex esposo, Miguel; Juan, el encargado, y los padres de la protagonista. Todos se mueven en una danza constante, una foto inquieta que se agita en la trama. Son los protagonistas de escenas que despliegan a partir de una economía estricta un enorme poder connotativo. Lo que cuenta la narradora de la novela, que funciona como una especie de monólogo desplazado, siempre es un nodo aparentemente minúsculo que se abre en una multiplicidad de sentidos. Doy un ejemplo. En un capítulo, Sofía cuenta el diálogo que tuvo con el encargado a partir de un problema de filtración en la bacha de la mesada. Así. Es eso, un tema menor, una menudencia, una nadería, pero la destreza narrativa de Sorrentino hace reverberar la circunstancia. La respuesta del encargado (la minuciosa descripción del reticulado de sus movimientos), la elección de la ferretería para ir a comprar una pistola de siliconas y las listas en las que se anotan los pendientes sirven para desplegar un abanico de temas que se enlazan unos con otros. En este juego de significaciones se hace referencias a las fronteras, pero también a los hábitos, a los mandatos, a la doxa, a la soledad, a las fantasías, a la dimensión real y fantástica de los espacios, a los sueños, a las proyecciones.

En El presente todo acontecimiento inaugura una catarata de sentidos. El punto de vista de la novela, en todos los casos, se detiene en la densidad de lo efímero. Sofía se mueve en el mundo con la mirada asombrada.

Observa su celular y reflexiona sobre la comunicación, sobre las redes sociales y los efectos de la tecnología; habla con su nieta y despliega su mirada feminista. Sofía, que se jubiló como maestra, observa el mundo con ojos de semióloga. Decodifica los sistemas de signos: códigos, lenguas y señales, y saca conclusiones que la llevan a actuar de una manera u otra. Sofía es una mujer activa (mucho más de lo que ella misma cree) y autónoma que, en virtud de su mirada crítica, se decontruye y se construye a un mismo tiempo. Edifica una narrativa, lo que supone una moral, en la que se pueda mover cómoda.  Y moverse cómoda, en este contexto, significa no transigir con lo que se está en desacuerdo. Por supuesto, esta actitud tiene sus costos, pero la protagonista los paga con gusto, casi con cierto módico orgullo.

Otra cuestión central en esta novela son los sueños de Sofía. En varias entradas (creo que en tres), ella cuenta lo que sueña por las noches; pero, además, de manera indirecta, en el texto se narra la proyección de sus fantasías (que, en todos los casos, tienen que ver con la confección de un mundo mejor y más equitativo). En este sentido, Sofía tiene la capacidad para construir un sistema de relaciones que le permite vivir activamente en el campo de los sueños; es decir, el idealismo de la protagonista permanece intacto. Esta idea se vincula con lo que Ricardo Piglia dice sobre lo que significa envejecer (el acceso a la madurez plena) en la ficción de Onetti. Cito: “Perder la posibilidad de acceso a la ficción; en ese consiste envejecer, en perder la posibilidad de sostenerse en la fantasía y quedar atado a la pura lógica de lo real, a la pura lógica económica, de lo posible” (44). La utopía, entonces, se plantea como un salvoconducto que convierte a la protagonista de El presente en una figura de excepción, en alguien que escapa de la noción de vejez.

Esta novela Cecilia Sorrentino narra la pervivencia de la fantasía, su fuerza regenerativa, su poderosa dialéctica de juventud, pero también narra el tiempo. Y, desde mi manera de ver, existe una articulación entre estos dos tópicos. Porque el tiempo, en la novela, es una zona encrespada, un vórtice. Se trata, sobre todo, como se anuncia en el título, del presente. Un presente organizado con minuciosidad e inminencia: los acontecimientos se precipitan sobre la protagonista con la determinación de lo real. En el texto hay una cadencia, un movimiento sintáctico, un empleo de la síntesis, que barnizan de levedad a este relato del presente, pero no hay que confundir levedad con ingravidez. Porque si bien el relato es de tramado aireado, termina por dar cuenta de sustancias espesas y concretas. En el texto, el presente, ese asunto impostergable, se nombra a través eventos epifánicos y cotidianos, pero que guardan estrecha relación con el pasado. Es un sistema causal: cada movimiento de hoy contiene un eco del ayer, pero también cuenta con una proyección hacia el futuro y, en algún punto, esa zona no narrada o, más precisamente, no narrable, tiene que ver con la fantasía, con la posibilidad de fugarse, como diría Piglia, de la pura lógica de lo posible. Y en esto radica, en la novela de Ceci, la perduración de la esperanza. Por eso El presente, desde el comienzo hasta el final, se lee desde lo celebratorio. “¿De qué está hecho el tiempo que no fue imaginado?”, se pregunta Sofía en el primer parágrafo. Tendremos que leer todos la novela y después de un tiempo, pongamos un mes o un mes y medio, juntarnos para ensayar felices nuestras respuestas.

 

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