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La larga vida de las formas breves

Epigramas

"El epigrama vive resignado, envuelto en una zona de tinieblas. Un arte milenario, luminoso, que ha conocido más de un momento de gloria, parece haber quedado sumergido en el fondo del mar de las formas". Otro aporte imperecedero de Christian Kupchik al blog sobre ese género que está entre nosotros desde el siglo VII a.C. y llega a nuestros días, más una selección impedible.

Por Christian Kupchik.

Resulta hasta cruel verificar la fragilidad de las formas breves en literatura. Ni todo dinosaurio al despertar justifica la existencia de un microcuento ni toda oración que pretende expresar un principio con reminiscencias poéticas se convierte en aforismo. Del mismo modo que tres versos de métrica irregular y cierto “aire oriental” no implican en modo alguno haber concebido un haiku. Sin embargo, se insiste en repetir las fórmulas de Augusto Monterroso o el mexicano Arreola aún lejos de las costas que ellos supieron definir a la hora de concebir una narración breve, o se insiste en preconizar cualquier frase insustancial más cercana a José Narosky que al arte que concibió Heráclito de Efeso y fue desarrollado luego con maestría desde Píndaro hasta Antonio Porchia o René Char.

No obstante, mal o bien, se sigue insistiendo en estas fórmulas. En cambio, el epigrama vive resignado, envuelto en una zona de tinieblas. Un arte milenario, luminoso, que ha conocido más de un momento de gloria, parece haber quedado sumergido en el fondo del mar de las formas. El género remite al siglo VII a. C., y alcanzó, renovado y optimizado, su apogeo en la península del Peloponeso, más allá de la frontera del antiguo Helesponto. El epigrama fue un texto grabado sobre un soporte material duro: tablas de arcilla, piedra, bronce, cerámica, muros, etc. Habitualmente, estas inscripciones hacían referencia a algún tipo de ofrenda, invitación, agradecimiento o invectiva, pero la mayoría de las veces tenían un carácter esencialmente funerario.

El primer rasgo estilístico del epigrama es su brevedad. Debido al estrecho y limitado espacio en el que se inscribía, la economía verbal y el tono sentencioso, de naturaleza solemne, fueron fundamentales en su desarrollo. Las restricciones físicas que condicionaron al epigrama como discurso (la superficie de la lápida) influyeron en la delimitación de sus características esenciales: forma, tono y brevedad. Esta poética determinó de algún modo lo que en la preceptiva griega se llamaba “estilo ático”, es decir, una forma contenida y moderada respecto al arte metafórico. Etimológicamente, el término deriva vía latina (epigrama) del griego antiguo para significar “inscripción”, y más estrictamente, “sobreescritura”. Por lo general abraza un concepto y la consecuencia que de él se deduce, a menudo con un sesgo festivo, ingenioso o satírico.

Aproximadamente en el 980 d. C. se conoció la Antología Palatina, la colección más importante y generosa que nos llega desde la Antigüedad. Se trata de una recopilación anónima, producto a su vez de compilaciones anteriores, que reúne quince o dieciséis siglos de poesía. El único manuscrito que existe a la fecha fue hallado en la biblioteca del palacio de Heidelberg en 1616, el Codex Palatinus 23 Heidelbergensis. El volumen muestra un conjunto poético muy variado tanto en lo formal (sus métricas difieren) como en ingenio y temáticas, ya que dan cuenta de circunstancias y trivialidades diversas, muchas de ellas cargadas de un vivo erotismo. Pero no faltan aquellos que hacen a tópicos de carácter más sentencioso que inducían, en tono persuasivo, a la corrección de costumbres y actitudes, a las buenas obras, a la dedicación de una disciplina –por lo general, la filosofía–, lo que da cuenta de su vínculo con el primer cristianismo.

Tras los griegos, destacaron los romanos en particular Cátulo y Cayo Valerio Marcial. Éste último, en 102 d. C., regresó a Bilbilis (actual Calatayud, en Zaragoza) para morir en su tierra natal. Se educó en las instituciones latinas de Hispania y fue a Roma para buscar la protección de sus compatriotas Quintiliano, Séneca y Lucano. Igual que tantos otros poetas, tuvo que mendigar la ayuda de los poderosos y alabarlos sin medida para sobrevivir. Su primera obra, el Liber Spectaculorum, es un descarado elogio de Tito Flavio Vespasiano. Más tarde ganó la libertad para volverse crítico y escribir treinta y tres libros de epigramas que, como las Sátiras de su amigo y contemporáneo Juvenal, conservan una vigencia sorprendente, sobre todo aquellas que refieren a la corrupción, muy semejantes a las de nuestro tiempo. En el siglo XIX, Marcial encontró un entusiasta e inimaginable admirador en Oscar Wilde: la velocidad, la nitidez, la economía y la tersura de sus punzantes frases se atribuyen en mucho a la influencia del romano.

En sus Poetices libri septem (Lyon, 1561), el humanista Giulio Cesare Scaligero definió al género en base a dos de su características fundamentales: dos características definitivas: “brevĭtas et argutĭa”, es decir, la brevedad y la argucia, que se aplicarán prolijamente en la producción literaria del barroco español, donde el epigrama fue muy utilizado para la exhibición cortesana del ingenio. Baltasar Gracián, en su obra Agudeza y arte de ingenio (1648), realiza un estudio y antología extensa de epigramas escritos en castellano y latín. También el jesuita Joseph Morell logró una excelente recopilación aparecida bajo el título de Poesías selectas de varios autores latinos (Tarragona, 1684).

Los epigramas siguieron su derrotero a través de tiempos y culturas diversas. Nada menos que Johann Wolfgang von Goethe hizo uso del género en 1790 al publicar sus Epigramas venecianos, fruto de su segundo viaje a Italia. Si en las Elegías romanas se exaltaba la pasión amorosa y la imagen de una ciudad, en los Epigramas venecianos tiene lugar la desmitificación de Italia. Son el puesto de un vigía, pequeños ejercicios de crítica y admiración, su manera de ver la época en que vivía. Goethe escribe todo lo que se le ocurre, defiende y amonesta a sus contemporáneos. Su estilo lacerante y seco encontrará un cómplice fiel en otro alemán universal: Friedrich Nietzsche.

Aunque el epigrama siguió teniendo plena vigencia en grandes nombres de la poesía en castellano, como el español Jaime Gil de Biedma y muy en especial el nicaragüense Ernesto Cardenal, cuyo volumen Epigramas (1961) se convirtió en una referencia de la poesía amorosa. Aunque en realidad, Cardenal escribió estos epigramas para Claudia, su musa, inspirado en la admiración pero también en el resentimiento por el amor no correspondido. Y aún así, el costado irónico de su poesía exteriorista los hace asimilables a un canto adorado de la que la propia destinataria es probable que se haya arrepentido de no haber sido capaz de otra respuesta.

Aún entre el ruido absurdo y mundano, el epigrama vive y lucha para que su agudeza y síntesis permita ver el otro lado de las cosas.

 

 

Epigramas Selectos

 

• No te sorprenda en nada que rechace
tu invitación
para una cena de trescientos, Néstor:
No me gusta cenar a solas.

• Nerón quiso que Roma fuera honrada:
así pudo robar él solo.

• Te compadeces del cartaginés
y tratas a patadas a los tuyos.

• Eres muy pobre y serás más pobre.
Ahora sólo los ricos se enriquecen.

• Preguntas qué me da mi parcela
en una tierra tan distante de Roma.
Da una cosecha que no tiene precio:
el placer de no verte.

Cayo Valerio Marcial

 

 

• El marqués y su mujer
contentos quedan los dos.
Ella se fue a ver a Dios
y a él le vino Dios a ver.

Álvaro Cubillo de Aragón (siglo XVII)

 

 

• El señor don Juan de Robres,
con caridad sin igual,
hizo este santo hospital...
y también hizo los pobres.

Juan de Iriarte (siglo XVIII)

 

 

• Lo único capaz de consolar a un hombre
por las estupideces que hace
es el orgullo que le proporciona hacerlas.

• Algunas personas causan felicidad
adónde van.
Otras, cuando se van.

Oscar Wilde, de Vita Beata

 

 

En un viejo país ineficiente,
algo así como España entre dos guerras
civiles, en un pueblo junto al mar,
poseer una casa y poca hacienda
y memoria ninguna. No leer,
no sufrir, no escribir, no pagar cuentas,
y vivir como un noble arruinado
entre las ruinas de mi inteligencia.

Jaime Gil de Biedma

 

 

• Esta será mi venganza:
Que un día llegue a tus manos el libro de un poeta famoso
Y leas estas líneas que el autor escribió para ti
Y tú no lo sepas.

• Me contaron que estabas enamorada de otro
Y entonces me fui a mi cuarto
Y escribí ese artículo contra el Gobierno
Por el que estoy preso.

• Al perderte yo a ti, tú y yo hemos perdido:
Yo, porque tú eras lo que yo más amaba
Y tú porque yo era el que te amaba más.
Pero de nosotros dos tú pierdes más que yo:
Porque yo podré amar a otras como te amaba a ti,
Pero a ti no te amarán como te amaba yo.

• Cuídate, Claudia, cuando estés conmigo,
porque el gesto más leve, cualquier palabra un suspiro
de Claudia, el menor descuido,
tal vez un día lo examinen eruditos,
y este baile de Claudia se recuerde por siglos.
Claudia ya te lo aviso.

• Tú no mereces siquiera un epigrama.

Ernesto Cardenal

 

 

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