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Leila Sucari: “Nunca pienso en términos de género"

Y su nueva novela, Casi perra

"Este libro para mí es un poco una novela, un poco poesía, un poco crónica”: la autora de Adentro tampoco hay luz regresa con una obra breve que se adentra en una separación amorosa.

Por Gustavo Yuste. Foto de Adolfo Rozenfeld.

 

 

 

Leila Sucari es una autora que se mueve con fluidez entre distintos géneros y estilos. Desde la aparición de Adentro tampoco hay luz, novela que obtuvo el Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes en 2016, supo ganarse un lugar propio en la escena narrativa. Sin embargo, el cruce con la poesía, la crónica y el ensayo también se impone en sus trabajos. 

Casi Perra, su último libro, lleva esa tensión al extremo: una novela breve, compuesta de capítulos cortos que coquetean con la prosa poética, y en donde la protagonista encara una separación desde la pérdida paulatina y constante del lenguaje. Partiendo del exceso de sentido propio del psicoanálisis, en este trabajo se llega a un momento clave de transformación que desemboca en lo salvaje, en otra forma de percibir y habitar el espacio. A su vez, eso da lugar a la puesta en debate de ciertos discursos dominantes de la época. 

Nacida en Buenos Aires en 1987, Sucari señala la particularidad de esta nueva novela: “Muchas veces, en la novela, uno labura varias escenas que sirven más para entender de qué va el asunto y acá todo eso lo quité. Eso fue un riesgo, porque fue trabajar desde lo que falta todo el tiempo, lo que no está dicho, lo fragmentado, los silencios”. 

En la misma línea, agrega: “En las otras novelas yo escribía más desde un punto de partida hacia un final, sin revisar mucho hasta terminar. En Casi Perra fue todo mucho más acuático, sin jerarquías, la abandoné durante meses, volví. De todas maneras, yo nunca pienso en términos de género, para mí están mezclados todo el tiempo. Este libro para mí es un poco una novela, un poco poesía, un poco crónica”.

 

¿Cómo fue el proceso de escritura de Casi Perra?

Fue un proceso muy largo. De hecho, yo en general escribo bastante rápido y Casi Perra llevó entre cuatro y cinco años, porque todo cambió muchísimo. Es decir, no fueron cinco años de escritura de este libro, que es muy breve, sino que para llegar a eso fui y vine por distintas voces, hice muchas pruebas. 

¿Y de dónde nació la idea del proyecto?

El puntapié no tiene nada que ver con lo que terminó resultando: empezó con la escena de un hombre que era dejado y que se hacía un eco doppler. Al escuchar su corazón, el sonido era de un mar revoltoso. Empezó por ahí porque yo me había hecho un control y me había parecido increíble cómo se escuchaba el corazón. Estuve un tiempo con ese señor, pero en realidad me di cuenta que lo que me interesaba era qué pasaba con ella, con la que se iba. Lo abandoné a él y comencé a explorar, a meterme en ella. Después, tuvo mucho de quitar, más que un laburo de escribir, fue un laburo de des-escribir.

¿Cómo encaraste ese recorte?

Saqué mucho, quería dejar lo que yo consideraba que era la sustancia del asunto. No quería dejar nada que estuviera de más. Muchas veces, en la novela, uno labura varias escenas que sirven más para entender de qué va el asunto y acá todo eso lo quité. Eso fue un riesgo, porque fue trabajar desde lo que falta todo el tiempo, lo que no está dicho, lo fragmentado, los silencios. Después, vinieron los años de pandemia en el medio, que también fue una transformación total. 

¿De qué manera impactó la pandemia en el resultado final de Casi Perra?

Hay algo de todo ese tiempo que impactó. Yo terminé la novela en esa época, en donde entré en una búsqueda de otros lenguajes. Si bien siempre me atravesó, en esos años fue muy intenso lo que me pasó en torno a la palabra, a lo narrativo, a romper el comienzo-nudo-desenlace. Empecé a sentir que eso no tenía sentido, me la pasé leyendo poesía. 

 

De ahí el formato que se asemeja más a la prosa poética, ¿no?

Sí, si bien hay una trama, es lo que menos me importa, en realidad. Me interesaba captar esa transformación, ese estado de ánimo, cierta atmósfera. Abrir la pregunta sobre lo animal, el sentido, el amor. Con respecto a la palabra, se me viene a la cabeza la imagen del escultor que va sacando, va tocando la materia, hasta que encuentra una forma. Creo que fue eso: probar, sacar, hasta que fue encontrando su cauce. 

El cruce con lo poético, género en el que vos también te desenvolvés, cruza todo el trabajo. Lo pienso también en el proceso y el resultado final: el tiempo de edición, de sustracción. En la novela eso puede ser un riesgo en algún sentido y ser pensado como un texto que se escribió rápido. 

Totalmente, me dio mucho vértigo cuándo me llegó el libro, no podía creer lo chiquito que había quedado. Pero es lo que pedía esto, era un libro que quería este formato. ¿Hasta dónde quitar? Casi Perra es un libro que también habla de perder la palabra. De hecho había un final que terminé sacando que decía algo así como "Recién estoy aprendiendo la no palabra". Cada vez que saco un libro me da vértigo, pero con este en particular fue más fuerte.

¿Qué lecturas te acompañaron o influyeron para el trabajo de Casi Perra? A mí se me ocurre el nombre Anne Carson, por ejemplo.

A Anne Carson justo la empecé a leer más ahora, en los últimos años, no tanto en ese momento. Leí mucha poesía: a Silvina Ocampo, a Cristina Peri Rossi, a Marosa Di Giorgio. 

Con Peri Rossi se puede pensar ese proceso de sobrepsicoanalización del principio de la novela con gran parte de sus trabajos poéticos, ¿no?

Sí, tal cual, pero no sé si hubo un diálogo directo. Con el que sí hubo fue con un libro que se llama La vida de las plantas, de Emanuele Coccia. Me puse a leer mucho sobre plantas, yuyos, me iba a la dietética a comprar distintas cosas, salía por mi barrio (Parque Chas) a agarrar gajos de distintas plantas. Fue un diálogo con una manera de percibir diferente y con el espacio. No es lo mismo percibir desde un animal que mide cincuenta centímetros, ¿no? En la pandemia pasaba mucho eso, yo me subía al techo con mi gata para ver de otra manera. El libro de Coccia es maravilloso, ayuda a pensar cómo viven las plantas, todo eso que está entre, esa transformación que se va produciendo. En Casi Perra se va de la palabra a lo salvaje. 

¿Y qué similitudes ves con tus anteriores novelas?

En las otras novelas yo escribía más desde un punto de partida hacia un final, sin revisar mucho hasta terminar. En Casi Perra fue todo mucho más acuático, sin jerarquías, la abandoné durante meses, volví. De todas maneras, yo nunca pienso en términos de género, para mí están mezclados todo el tiempo. Este libro para mí es un poco una novela, un poco poesía, un poco crónica. Sin embargo, no lo pienso como un ornitorrinco, en el sentido de tomar recursos de distintos géneros. La escritura es la escritura, cada texto sigue una forma que se impone, que el propio libro va pidiendo. De la novela me interesa el perderse en ese proceso largo, ese mundo de ficción, y cómo se empieza a mezclar con la vida de uno.  

Me quedé pensando en lo que decías, la influencia de la pandemia en el proceso de escritura, en donde fueron años en dónde se rompió cierta barrera entre lo real y lo fantástico, lo verosímil y lo inverosímil, algo que en Casi Perra también sucede. 

El discurso de las certezas se cayó, entonces aparece un terreno poco firme. Y eso no lo pienso como una tragedia, sino como una posibilidad. 

En los últimos años se puede ver una tendencia hacia una narrativa breve no solo en la extensión en sí misma, sino en la composición de sus partes, sus capítulos. ¿Lo ves como una marca de época?

Sí, claramente es algo que tiene que ver con la pérdida absoluta de sentido, de la perspectiva de futuro. Incluso en la tendencia a escribir en presente y en primera persona también se puede ver: estamos en este instante, no hay perspectiva a nivel sociedad. Si bien no es algo que decidí de forma consciente ni lo hice para reflejar nada, pero estoy en este mundo y veo una pérdida de sentido muy fuerte. Incluso fenómenos como las redes sociales y su inmediatez son parte de ese fenómeno, la imposibilidad de poder tener una mirada más amplia. La protagonista de Casi Perra quiere salir de ese bloqueo, de ese encierro. 

¿Qué desafíos te representó este personaje que se vuelca a lo salvaje?

En mi primera novela estaba el desafío de cómo narrar desde la voz de una nena, hay algo del lenguaje corriéndose. En Casi Perra, sin dudas, siento que fui todavía más lejos en esa búsqueda. Una intención de derribar cualquier tipo de certeza y de seguridad en el discurso, algo que en el fondo impacta en mis discursos propios. Cuando escribo, lo que me sucede está todo el tiempo en diálogo y me produce distintas crisis. Me da mucho placer escribir y al mismo tiempo me resulta algo terrible, no es gratuito. También está la cuestión del poder: qué es domesticar, qué es domesticarse. Estamos en años donde se imponen los discursos anti amor romántico, los vínculos sexo afectivos donde parece que todos tenemos que cuidarnos del otro, mantener a raja tabla la división, la frontera. Algo que incluso la pandemia reforzó: el otro es un peligro para mí. En definitiva, había muchos discursos vinculados a la autoayuda que me interesaba dinamitar. Abrirse a un otro es un viaje hacia lo desconocido, a hacer equilibrio en uno mismo.

Sí, a cierta vulnerabilidad, ¿no?

Exacto, a ser vulnerable, a exponerse. Todo eso que viene pasando y que no me gusta, por lo que llevó a pensar y escribir otra forma de habitar el mundo básicamente. 

Por último, ¿en qué estás trabajando ahora?

El último año me la pasé trabajando en una novela sobre un adolescente, la pasé muy bien metiéndome en ese mundo. Después, tengo varias cosas, muchas listas, aunque no sé bien en qué va a derivar. También estuve en el cruce entre la escritura, la danza y las artes visuales en un libro que, supongo, saldrá para fines de este año. Ahí también hay un lenguaje más anfibio, aunque ligado más al ensayo. 

 

 

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