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Los escritores y sus primeros libros: una relación difícil

¿Escondidos, repudiados o reeditados?

¿Germen de libros futuros, borrador público, entrenamiento, prueba de fuego? No todos se llevan igual con el primer tomo que lograron convertir en papel. Dar el gran salto según distintos autores, de México a Costa Rica, de Uruguay a Argentina: María Teresa Andruetto, Luis Chaves, Alberto Chimal, Irene Gruss, Roberto Appratto y Ana María Shua hablan de sus inicios.

Por Valeria Tentoni.

El primer libro: un salto difícil de dar sin caer mal, pero un salto al fin. Un salto que por lo general se percibe como urgente, y que exige coraje. O inconsciencia. Conocido es, por caso, el repudio de Adolfo Bioy Casares hacia sus primeros libros, prohibiendo reediciones y evitando hacer comentarios alrededor de ellos. El primero es de 1929, se llama Prólogo: son cuentos y misceláneas a buena distancia de lo que haría diez años más tarde en tomos como La invención de Morel.  

Y es que hay que darlo alguna vez a ese salto, si se quieren dar los siguientes. También debe decirse que, si bien son los menos, sí hay seres de temple privilegiado en esta tierra, seres que saben esperar. Claro que con esperar no alcanza para hacer libros dignos de leerse. Gonçalo M. Tavares -poeta, narrador y dramaturgo nacido en Angola, uno de los más destacados escritores en lengua portuguesa- es un ejemplo entre los contemporáneos: en repetidas oportunidades ha dicho en entrevistas que a sus textos los deja dormir por años después de escritos y antes de publicarlos. Hasta que pueda separarse lo suficiente y leerlos como si no los hubiese escrito él mismo. Así que no tiene mayores conflictos cuando mira hacia atrás, nada que tachar si se le pregunta cómo se lleva con su primer libro.

"Nada bien, desgraciadamente. No lo he releído en mucho tiempo y de la última vez que lo hice me parece que es malo sin remedio", dice en cambio el mexicano Alberto Chimal sobre su debut, Los setenta segundos, publicado en 1987, año en que ganó un premio del centro de escritores de su tierra natal, Toluca. "Es que es una obra muy juvenil, que completé a los 16".

El prolífico autor -entre otros, Los atacantes, El último explotador, Historia siniestra- sin embargo sí que reconoce en ese libro primero gérmenes de textos posteriores, "como por ejemplo el interés en la imaginación fantástica y en los juegos con estructuras narrativas. Tengo un texto allí que es una imitación de Mario Levrero, a quien ya entonces admiraba muchísimo", explica. ¿Y qué ha ido variando desde entonces hasta ahora en su recorrido de tinta? "Fui aprendiendo con los años, por supuesto, y fui leyendo más, encontrando más y más variadas influencias y técnicas. Dejé atrás el entusiasmo por ciertas formas de escritura y me quedé con la libertad que ésta puede dar", responde. Si se le pregunta qué extraña de ese escritor que era el día que vio su nombre en una portada por primera vez, dirá: "Creo que de aquel escritor que era entonces extraño la impresión de estar explorando un terreno infinito, desconocido, donde cualquier cosa podía suceder".

"Yo empecé a escribir muy joven, pero empecé a publicar en el año 1993, cuando tenía 40 años. Esto me ahorró que algunas cosas vergonzantes vieran la luz", explica la cordobesa María Teresa Andruetto, premio Hans Christian Andersen. Su debut fue tardío pero cuádruple: ese mismo año salieron Tama, su primera novela (que ganó el premio de la editorial municipal de Córdoba); un libro de poemas, Palabras al rescoldo (por editorial Argos); un libro de cuentos que salió en una colección juvenil de Sudamericana, El anillo encantado; y otro libro de cuentos, Misterio en la patagonia. El anillo encantado sigue publicándose, se sigue leyendo entre los jóvenes, y no le ha hecho cambios en ninguna reedición: "Es un libro cuya existencia no me incomoda", dice. Pero con los demás tiene una relación que cataloga como ambigua: "De El misterio de la patagonia en algún momento reedité algunos cuentos, no todos, porque algunos no me gustaban. Quité algunos, y lo reedité con otro nombre unos diez años después: La mujer vampiro y otro cuentos, al que suman otros textos nuevos". También reeditó Palabras al rescoldo, en Mujer, artes y oficios (junto con otro de Silvia Barei), pero, dice, "no es un libro que yo incluyo cuando hablo de mis libros de poesía. Lo dejo fuera porque me parece muy distinto a todo lo que escribí después. Cuando hago una selección de poemas para una antología, nunca incluyo ese".

Párrafo aparte para su novela Tama: "Es una novela que tiene un tono de realismo mágico a mi juicio muy fuerte, la veo como recargada. En el 2002 yo la reedité en Alción Editora; primero intenté modificarla, pero después me di cuenta que no se podía porque se desarmaba completamente. Así que la reedite tal cual. Luego ya no he querido hacer otras ediciones. Es, a mi juicio, una novela de juventud: la escribi a los 28 años. Intentaba poner todo, o sea: demasiado. Es una novela que primero quise, después rechacé y luego me amigué, de algún modo. Tomé algunas partes, las que más me gustaban, para incluirlas en una novela muy posterior que se llama Los manchados (Random) en la que regresé a ese universo, pero de otra manera y con otra escritura, me parece".

Como Chimal, Andruetto también puede ubicar en ese despegue muchas cosas que más tarde iba a seguir desarrollando. "En todos esos libros ya están los asuntos que me preocupaban y me preocupan. En Tama ya está fuertemente la mirada sobre las mujeres, la memoria, la oralidad en el lenguaje y sobre la relación ciudad-campo, noroeste-centro, mujeres-varones, pobres-ricos, el tema de la explotación, la pobreza, el machismo. La búsqueda en la oralidad, sobre todo. Con los años se ha vuelto más sencillo el lenguaje, me parece, más hondos los asuntos. Y apareció una escritura más suelta, más libre, mas a mi aire, diriía".

El primer libro de la poeta argentina Irene Gruss salió en 1982, La luz en la ventana. "Le tengo cariño y piedad como a la higuera... Cariño porque fue el primero, tardó diez años en salir con el sello de El Escarabajo de Oro pero pagado por mí. La mayoría de los poemas son del libro que ganó en 1975 el Primer Premio Muncipal a Obra Inédita, y que como tardaron algo de tres años en otorgarlo lo fui modificando. Era justo el pasaje de la democracia a la dictadura. Y piedad le tengo porque es muy 'cerradito', medio solemne; el tipo de remates, por ejemplo, obedecía más a los referentes cercanos que a mí misma. Como si hubiera que escribir así. Con el tiempo me fui percatando de eso y huí...", dice. Con el tiempo salieron más libros, Gruss se transformó además en una referente en cuanto a formación de poetas en sus talleres privados, y su obra ha sido reunida en antologías y compilaciones como Humo (Ediciones Ruinas Circulares) y La mitad de la verdad, edición de Bajo la luna que reúne sus trabajos entre 1982 y 2007. ¿Qué quedó y qué se fue de esa primera poeta en las siguientes que todavía encarna? "Lo que quedó fue el amor y el trabajo sobre el contraste en las cosas, sobre todo el de la luz, y esa manía de incluir textos o ideas de otros no para decir 'mirá cómo sé' sino todo lo contrario. Dejé atrás la probable y lógica influencia pizarnikeana de esos tiempos, y creo que mi estilo se fue abriendo literal y rítmicamente hacia otros pagos, cuanto más lontananza mejor", concluye Gruss.

Desde Costa Rica, Luis Chaves recuerda cómo apareció su primer libro, también autopublicado como el de Gruss, en sus años de estudiante de Economía Agrícola: "Pongamos que hacia 1994 y 1995 ya estaba dividido, una mitad mía vivía la carrera que había elegido (universitaria, quiero decir), trabajaba en un organismo interamericano, tenía amigos de ese universo. La otra iba a talleres literarios de cuya exdistencia me había enterado no recuerdo bien cómo, y empezaba a conocer autores fuera de los que había leído en el colegio. En 1996 junté algunos poemas de la época, me fui a una editorial/imprenta y pagué para que los publicaran como libro. El anónimo fue mi primera publicación. Nunca lo incluyo por eso, porque fue un libro autopublicado, un remedo de la idea que tenía entonces de qué-era-poesía", explica el Premio Nacional Aquileo Echeverría por su libro La máquina de hacer niebla (2012). Pero antes de ese premio, y un año después de El anónimo, salió Los animales que imaginamos por una editorial tica. "Ese lo cuento como el primero, por una editorial pionera en el territorio independiente". Luego salió en México y premiado con el sello CONACULTA: "Es un libro donde se nota a legua lo que estaba leyendo parra entonces". El anónimo quedó en las sombras: en 2016 se publicó Falso documental, la poesía completa y muy recomendada de Chaves escrita entre 1997 a 2016, y empieza con Los animales que imaginamos.

Mientras tanto, el primer libro del escritor, crítico literario y profesor uruguayo Roberto Appratto acaba de cumplir cuarenta años: bien mirada no quedó en el olvido ni mucho menos, de hecho en su caso sí reapareció en el tomo de su poesía completa: "Lo reedité y tuve que leerlo varias veces, lo cual no fue un tormento. Lo respeto como comienzo de una línea de escritura experimental que después modifiqué, pero en la base sigo siendo el mismo de hace cuarenta años", explica Appratto. Aun así, sí que hubo cambios desde entonces: "Mi escritura se fue abriendo, ya a partir del siguiente libro, a un tipo de lenguaje más hablado y menos duro, menos consciente de sí mismo y solemne. Aprendí a escribir, introduje otras lecturas y otros modos de encarar la poesía. Pero son otras maneras de hacer lo que ya hacía en bien mirada". El autor de Como si fuera poco y Mientras espero, entre otros libros que vinieron después del primero, se lleva bien con aquél salto originario: "Reconozco que es ingenuo y que se tomaba muy en serio la escritura, pero eso mismo va a favor".

La condesa del microrrelato argentino, Ana María Shua, nos contaba hace un tiempo la historia de su primer libro, poemario publicado en el año 67, cuando tenía 16. "Gané un concurso del Fondo Nacional de las Artes, un premio muy chiquitito que era solamente un préstamo para publicar el libro. Por las bases del concurso, yo tenía que publicar 1000 ejemplares. No me daba cuenta pero es muchísimo. Había elegido un editor, me parecía importante para que tuviera distribución, y no hacerlo en una imprenta. Pero al final el editor no le puso su sello y además no lo quiso distribuir, me dijo que ninguna librería lo quería. Para mí fue un golpe durísimo. Entonces mi mamá, que era muy de armas llevar, me dijo: lo tenás que distribuir vos, andá a las librerías y llevá el libro, aunque sea lo dejás en consignación. Empecé a ir a las librerías y no me lo aceptaban en ningún lado, y un librero, no me acuerdo quién era pero le agradezco mucho, me dijo: mire, hablemos en serio, ¿usted se llama Neruda? ¿Se llama García Lorca? Y, no. Bueno, me dijo, entonces no pierda tiempo, porque esos son los únicos dos autores que se venden".

 

—¿Y qué hiciste con los mil libros?

Bueno, estaban ahí obstruyendo el paso todo el tiempo en mi casa. Eran dos paquetes; el libro era muy finito, pero de todas maneras eran muy molestos y pesaban sobre mi conciencia. Una vez que hice un viaje mi mamá los tiró a la basura. Me dejó 100 para mí. En ese momento me pareció terrible y ahora, a la distancia, me parece que estuvo muy bien.

 

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