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Los libros que leía Vincent Van Gogh

Por Valeria Tentoni

Un día como hoy hace exactamente 129 años moría por una herida de bala de pistola (aún no se sabe con seguridad si fue un suicidio o un homicidio involuntario). Shakespeare estuvo entre sus últimas lecturas, que incluían autores como Balzac, Zola, Dostoievsky, Dickens, Heine y Maupassant. Biografía de un lector por correspondencia que además llegó a trabajar como librero.

Por Valeria Tentoni.

 

“Voy a deshacerme de todos mis libros de Michelet, etcétera, etcétera. Haz lo mismo”, le ordena desde París y por carta Vincent Van Gogh a su hermano Theo, en uno de aquellos intercambios en los que hablaban mayormente de arte, naturaleza y literatura. En una carta anterior su hermano le hablaba de la dulce melancolía de los libros de ese autor: “Theo, quiero decirte algo que quizás te sorprenda: Deja de leer a Michelet, o cualquier otro libro (excepto la Biblia) hasta que nos volvamos a ver en Navidad. (...) Por supuesto hay, gracias a Dios, una dulce melancolía, pero no sé si todos somos capaces de conocerla”, le respondió. Meses antes, Vincent le había recomendado leerlo: “Me pone contento que hayas leído a Michelet (...) Un libro como ése al menos enseña a ver que hay muchas más cosas en el amor de lo que la gente acostumbra a buscar. Para mí, ese libro ha sido una revelación, y al mismo tiempo un evangelio”. Hablaba de El amor, del historiador francés Jules Michelet. Las Cartas a Theo (Adriana Hidalgo), seleccionadas, anotadas y traducidas por Víctor Goldstein, incluyen muchísimos intercambios como aquel entre esos dos lectores que fueron hermanos y socios -aunque lograron vender una sola de las pinturas de Vincent que Theo financió con sus frecuentes envíos de dinero, dinero que probablemente haya viajado escondido en los libros que se prestaban-.  

La lectura siempre fue un refugio para Van Gogh, e incluso llegó a trabajar como librero en Dordrecht, cerca de Roterdam. Fue después de que, en 1876, lo echaran en Londres de la tienda Goupil & Cie., una empresa editora de reproducciones de arte, grabado y fotografía. Al quedar desempleado y tener que irse de la ciudad, Vincent se desempeña como maestro de escuela en Ramsgate y después como predicador adjunto en Isleworth. De esos años es el párrafo que sigue en otra de sus cartas:

“Almorcé con un pedazo de pan seco y un vaso de cerveza, medio que aconseja Dickens como muy eficaz para aquellos que están por suicidarse, para desviarlos algún tiempo de su proyecto”.

 

Shakespeare, Víctor Hugo, Balzac, Voltaire, Harriet Beecher Stowe (autora de La cabaña del tío Tom) y Esquilo están entre los autores que menciona como lecturas recientes hacia 1880: “Hay algo de Rembrandt en Shakespeare, y algo de Corrége en Michelet, y de Delacroix en Victor Hugo (...) y en Bunyan hay algo de Maris o de Millet y en Beecher Stowe hay algo de Ary Scheffer”, dice, cruzando personajes de universos pictóricos y literarios en toda la carta. “El amor de los libros es tan sagrado como el de Rembrandt, y hasta pienso que los dos se complementan”.

“¡Dios mío qué hermoso es Shakespeare! ¿Quién es tan misterioso como él? Su palabra y su manera de hacer equivale bien a determinado pincel trémulo de fiebre y de emoción. Pero es preciso aprender a leer, como se debe aprender a ver, y aprender a vivir”.

 

Por esa época, Vincent también recomendaba a su hermano y enfáticamente lecturas espirituales, en especial la Biblia y el Evangelio. Son recomendaciones cercanas al momento en que trabajaba como predicador -cosa en la que fracasó rotundamente-, visitando por ejemplo a los obreros de una mina belga a los que, si bien no pudo fortificar demasiado en su fe, supo dibujar y pintar.

Van Gogh, en aquella solitaria etapa formativa, prácticamente autodidacta, rastreaba pistas en la literatura para encarar sus retratos: identificaba modos de delinear a un personaje con palabras, maneras de la profundidad y la gestualidad, logros de completitud que daban por resultado una presencia. Le costaba mucho pero conseguía modelos que posaban para él -soldados, obreros, chicos, mandaderos, vecinos, gente de los pueblos en que vivió-, y en la narración de aquellas tareas hay atajos que podría haber tomado prestados de la literatura que frecuentaba como lector. Además, en no pocas ocasiones elogiaba cuadros o describía resoluciones pictóricas comparando pintores con escritores: “Qué talento a lo Hoffman o Edgar Poe que tiene”.

Los libros iban y venían en préstamo y por correo entre los hermanos, una biblioteca trashumante, compartida, suspendida en el movimiento. “¿Sabes que ‘dibujar con palabras’ también es un arte?”, escribe Vincent, que leía y escribía en varias lenguas. La lectura se le presenta como un ejercicio más amplio: “Si leo -y no leo mucho, en fin de cuentas, no conozco más que un escritor o dos descubiertos por casualidad-, lo hago porque esos hombres ven las cosas con una visión más amplia, con más generosidad y más amor, porque conocen la realidad mejor que yo”. En otra carta, le explica que para retratar mujeres no sólo se guía por los trabajos de Rembrandt sino también por “los análisis de mujer por los maestros de la literatura, un Zola, un Daudet, un Goncourt, un Balzac”.

La literatura francesa le interesaba especialmente (una de sus naturalezas muertas se llama “Novelas francesas y una rosa”), y se mantuvo cerca de La comedia humana hasta el final de su corta vida. En 1888 escribe: “Estoy leyendo a Balzac, Cesar Birotteau, te lo enviaré cuando lo haya terminado. Creo que voy a releer todo Balzac”. Emile Zola también era de su incumbencia, mencionando títulos como La tierra y Germinal. “Nos gustaría mostrar que esa lectura terminó un poco por ser indisociable de nosotros”, pretendía, al pintar. Dostoievsky es otro de los autores que aprovechó.

Además de la poesía y la ficción, le interesaban las biografías: por ejemplo, la que escribió John Forster sobre Charles Dickens o la que escribió Alfred Sensier sobre el que fuera quizás su pintor más admirado, Jean-François Millet, o las que encontró sobre Delacroix. También leía, por supuesto, bibliografía especializada, entre la que menciona Los maestros de antaño, de Eugenio Fromentin, Los artistas de mi tiempo de Ch. Blanc, A.B.C.D. del dibujo de A. Cassagne, o un tomo de anatomía que, según cuenta, pagó muy caro pero alegre porque consideraba le sería útil toda su vida: Anatomía para los artistas, de John Marshall. Y estaba atento a publicaciones periódicas, como el semanario L'Illustration o las críticas en Graphic.

En retribución, las novelas, en oportunidades, le daban tema para sus obras. Por caso, Las aventuras prodigiosas de Tartarín de Tarascón, de Alphonse Daudet, cuya lectura dio por resultado La diligencia de Tarascón en 1888: “Acabo de pintar ese coche rojo y verde, en el patio del albergue. Verás”, le dice a Theo antes de enviárselo. Asimismo, repesentaba escenas de lectura, como en La lectora de novelas, en la temprana escena del granjero leyendo al calor del fuego, o el retrato de Madame Ginoux, L'Arlésienne, una modelo que compartió con Gauguin cuando lo visitó y a la que Vincent retrató con libros abiertos y libros cerrados, en distintas versiones. En una de ellas alcanza a leerse el título de uno de los lomos: es Cuento de Navidad.

Los libros como objetos también fueron pintados por su mano entre otros objetos en reposo: sobre el sillón de Gauguin, por caso, o entre otras naturalezas muertascomo en la que incluye un tomo de Bel-Ami, o aquella en la que ubica La alegría de vivir de Zola.

Van Gogh no descartaba un destino que incluyera el trabajo con la hechura de los libros: “Espero llegar a ser más o menos capaz de trabajar en la ilustración de diarios o de libros”, escribía al cumplir treinta años.  

No se trataba únicamente de la prosa, del ensayo, de la Biblia (uno de los primeros libros que pintó y al que siempre regresaba) o de los libros de ficción. En un cuaderno, Vincent copiaba poemas para su hermano, por ejemplo del alemán Heinrich Heine. “Pon en mi pecho, niña, pon tu mano. / ¿No sientes dentro lúgubre inquietud? / Es que en el alma llevo un artesano / que se pasa clavando mi ataúd”, escribió Heine (aquí en traducción del chileno Vicente Huidobro). “Siempre me parece que la poesía es más terrible que la pintura, aunque la pintura sea más sucia y finalmente más fastidiosa”, creía Vincent, y comentaba impresiones sobre la obra de Petrarca, Dante Alighieri y Giovanni Boccaccio. “Dios mío, qué impresión me causó leer las cartas de esa gente. Petrarca estaba aquí muy cerca, en Avignon, y yo veo los mismos cipreses y adelfas. Traté de poner algo de eso en uno de los jardines empastados en amarillo limón y verde limón”.

En vida, Vincent Van Gogh no logró mayor aceptación como artista que un comentario crítico perdido entre el silencio. Un año antes de dejar este mundo, a sus 37, escribió: “No ambiciono esta gloria suficientemente como para provocar un estallido. Prefiero esperar la generación que vendrá, que hará en el retrato lo que Claude Monet hace en el paisaje, el paisaje rico y atrevido a lo Guy de Maupassant. Entonces yo sé que no soy como ellos, pero ¿acaso los Flaubert y los Balzac no han hecho los Zola y los Maupassant?”. Y también: “Como artista no se es más que un eslabón en una cadena”.

Además, el éxito estaba lejos de ser una prioridad para él. Mucho lo atormentaba la falta de dinero, física y materialmente, como en lo espiritual la dependencia económica, la necesidad que lo obligaba a pedir dinero una y otra vez a su hermano. Cuando Theo formó una familia y se convirtió en padre (un niño al que nombraron Vincent, y del que fue padrino), la mortificación en este punto comenzó a invadir por completo al hombre de los girasoles.

Demasiado y mal conocida es la historia de su locura, malversada hasta el hartazgo y especialmente en lo atinente a su desenlace. Según consigna Goldstein en las notas al pie de su correspondencia, un domingo 27 de julio se dispara un tiro en el pecho con un revólver comprado días atrás, escondido en el patio de una granja vecina. Su hermano, al que llaman de urgencia, lo encuentra en la cama fumando su pipa tranquilamente. Al otro día muere.

Poco antes, cuando internado en Saint Remy, había recibido de Theo un envío de libros. Sus últimas lecturas incluyeron a Dickens, Balzac y Shakespeare. “Te agradezco mucho el Shakespeare. Eso me ayudará a no olvidar el poco inglés que sé, pero sobre todo es muy hermoso. Empecé a leer la serie que más ignoro, que en otro tiempo, como estaba distraído por otra cosa o no tenía tiempo, me era imposible leer: la serie de los reyes; ya leí Ricardo II, Enrique IV, y la mitad de Enrique V. (...) Lo que me emociona, como en ciertos novelistas de nuestro tiempo, es que las voces de esa gente, que en el caso de Shakespeare nos llegan de una distancia de varios siglos, no nos parezcan desconocidas. Es tan vivo que uno cree conocerlos y ver todo eso”.

 

 

Otros libros mencionados o comentados en sus cartas:

 

  • Un philosophe sous les toits, de Émile Souvestre

  • El Rey Lear, de Shakespeare

  • Historia de los Trece, de Honoré de Balzac

  • Prière de l'ignorant, de Multatuli (Eduard Douwes Dekker)

  • L'ami Fritz, de Émile Erckmann y Pierre-Alexandre Chatrian

  • Bel-Ami, de Guy de Maupassant

  • Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes

  • El inmortal, de Alphonse Daudet (“me parece muy hermoso, pero muy poco consolador”)

  • Los hermanos Zemganno, de Edmond de Goncourt

  • Cuentos de Navidad, de Charles Dickens (“hay cosas tan profundas, que a menudo hay que releerlas”)

  • Salambó, Gustave Flaubert

  • El médico de campaña, de Honoré de Balzac (Leído en el hospicio: “Es muy hermoso: hay allí una figura de mujer no loca, pero sí demasiado sensible, que es encantadora”)

 

 

 

 

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