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María Luque: "Las imágenes tienen una manera muy extraña de apoderarse de nosotros"

Y su libro nuevo, Noticias de pintores

"Me gusta exprimir las ideas, insistir, porque siento que siempre ahí hay algo más para sacar que del primer flechazo". La dibujante rosarina, ganadora del Premio Internacional de Novela Gráfica Ciudades Iberoamericanas, dedicó un año a investigar pintoras y pintores para retratarlos en su nuevo libro editado por Sigilo, después de La mano del pintor. 

Por Valeria Tentoni. Fotos de Facundo Barisani.

 

Nacida en Rosario en 1983, María Luque está radicada en Buenos Aires desde hace unos años ya, aunque no precisamente quieta: como en su libro Casa transparente -el mismo que la hizo ganar el Premio Internacional de Novela Gráfica Ciudades Iberoamericanas-, se presenta a la entrevista directo desde una casa que está cuidando, mientras sus dueños están afuera. Pocos días después, saldrá del país para una nueva residencia, esta vez en Suiza.

Viajera no sólo alrededor de los cuartos ajenos, la dibujante se pasó más de un año visitando museos europeos para componer Noticias de pintores, recientemente editado por Sigilo, el mismo sello que le había publicado La mano del pintor, novela gráfica que cuenta un encuentro fantástico entre María y Cándido López.

 

El libro fue hecho en varias etapas, ¿no?

Sí, me llevó poco más de un año. Me pasó como con La mano del pintor: necesitaba leer bastante para ir encontrando las historias que me interesaban. Primero hubo una parte que fue de leer e investigar, y recién después empezar a dibujar. También de indagar un poco más profundo, tratando de encontrar mujeres, porque el primer bloque grande de historias era de todos hombres.

¿Y cómo fue eso de ir encontrando artistas mujeres? ¿Dificultoso?

Un poco sí, porque si me ponía a pensar las que a mí se me ocurrían, nomás, eran Frida Kahlo, Georgia O Keeffe y algunas más, pero después hay un montón de mujeres que estuvieron invisibilizadas un montón de tiempo. Me pasaba también de no encontrar bibliografía sobre otras, porque nadie escribió sobre ellas, entonces tenía que ir a buscar cartas con colegas, o material de gente que habló sobre ellas pero que no eran ni críticos ni historiadores. También autobiogafías y textos que ellas habían escrito. La búsqueda en ese sentido estuvo buenísima porque descubrí un montón de mujeres que para mí, al menos, estaban totalmente ocultas.

En un momento aparece Tracey Emin en tu libro, justamente, entrevistando personas y preguntándoles por artistas mujeres.

Bueno, ella es una de las primeras mujeres que dibujé. Me pareció que era importante contar la inquietud de ella también, el salir a la puerta de la Tate a hacer entrevistas a la gente sobre arte y que nadie mencione mujeres, y ella misma reconocer que si le hicieran la pregunta seguramente nombraría hombres. Es lo primero que se te viene a la cabeza, lo que siempre vimos, lo que está en los libros de Historia del Arte, lo que tenemos todos más a mano en el recuerdo, también. Pasa lo mismo con escritores, con un montón de cosas.

Pero finalmente lo lograste: te quedó un mitad y mitad.

Sí, yo estoy súper contenta porque era uno de mis objetivos pero tampoco quería forzarlo. Me pasó de descurbir un montón de artistas con cuyas obras terminé encantada, medio fascinada y fanatizada. Para mí también fue un hallazgo enorme. 

¿Fue un libro estudio, de algún modo?

Sí. El proceso fue hermoso. De hecho lo extraño un poco, lo disfrutaba un montón.

Decías en el libro que hubo una "auto residencia" en Italia para hacerlo, ¿cómo fue eso?

Lo empecé acá, yendo mucho a la biblioteca del Museo Nacional de Bellas Artes, un lugar que me encanta. Ahí empecé a recopilarlo primero, y después yo tenía una especie de viaje en mente y coincidió con que estaba este libro en proceso y me dije bueno, lo voy a dedicar a terminar esto. Si bien yo ya había ido a Roma, era una ciudad que tenía ganas de exprimir un poco más. Me alquilé una habitación por tres meses y me hice socia de una biblioteca. Era verano, hacía mucho calor y en Roma no hay aire acondicionado en ningún lado, pero las bibliotecas son por lo general edificios muy antiguos con paredes bien anchas, techos altos, entonces tenían como un aire acondicionado natural. Además no llega la señal de teléfono, entonces no hay distracción, no podés hacer ruido: es perfecto para mí. Y en esos tres meses terminé de dibujar lo que me faltaba del libro, que era casi la mitad.

¿Dibujabas en la biblioteca?

Sí, era increíble. Este libro lo hice solo con marcadores y dos colores, azul y rojo: me entra todo en una cartuchera re chiquita, las páginas son del tamaño de un libro. Entonces no les decía que iba a dibujar a los bibliotecarios, no les decía que iba a desplegar material, porque eran muy pocas cosas. Yo me imaginaba que si alguien me miraba de lejos, parecía que estaba escribiendo. Entonces nadie nunca me dijo nada. Con algunos hubo más complicidad, porque los veía mucho y sabían que yo estaba dibujando y se interesaban por saber cómo avanzaba el libro. ¡Era la oficina perfecta!

¿Y a qué museos pudiste ir?

A muchos, en esos tres meses en Roma me hice un plan y traté de ir a todos. Son muchísimos, es interminable, porque más allá del Museo del Vaticano o de los que todo el mundo conoce hay un montón de otros museos chiquititos o casas museo que tienen una cantidad de obras impresionante. La ciudad entera es un museo. 

¿Cuánto tiempo te lleva cada dibujo?

Por lo general dibujo bastante rápido, y sobre todo con esos materiales con los que, por ejemplo, no hay que preparar el color. A la fibra la destapás y empezás. Mi plan, que a veces me funcionaba y a veces no, era hacer una página por día. A veces era un objetivo demente, porque algunas páginas tenían mucho detalle. O el dibujo me llevaba poco tiempo pero me costaba más pensar la idea. 

¿Tenías un guion preparado o ibas armando de a una?

Fui haciendo bloques. Trataba de leer los fines de semana para en la semana tener para hacer mi página por día. Habías días en los que no tenía historia; ya sobre el final sobre todo, que estaba con esta cuestión de las mujeres. Fue la parte que más me costó, porque no encontraba el tipo de historias que a mí me interesaban entonces me tocaba seguir leyendo. Había momentos en que era medio desesperante y frustrante. Sobre todo para esa parte usé mucho Internet, porque había más información de algunas.

En el último libro de Andrea Giunta ella se encarga de hacer un conteo en los museos del porcentaje de espacio ocupado por obra de mujeres y es apabullante: a veces no llegan ni al 20%.  

Creo que fue en Madrid que, cuando apenas llegué, había una muestra de pintura rusa y había una pared muy grande, entera, sólo de mujeres. Ahí me asombré y, de hecho, muchas de las mujeres que aparecen en el libro son rusas, porque en Rusia sí había una paridad interesante en la época del constructivismo. Había muchísimas mujeres pintando. Pasa que después, claro, no hay mucha información sobre ellas. Pero existieron. En una de las historias se cuenta que los surrealistas sobre todo las tomaban a las mujeres como musas, y ellas no querían tener ese lugar pero se ve que estaban como atrapadas y no podían salir de ahí. A mí me da mucha ilusión que quien esté leyendo el libro y se quede con curiosidad también haga su propia investigación y se ponga a ver quiénes fueron esas artistas que nunca había visto. No sé, al menos que te quede la curiosidad de saber un poco más de esas mujeres.

Son como pequeños perfiles, estas páginas, ¿no? Perfiles en viñetas.

Puede ser, no lo había pensado así; a mí me gusta pensarlos como momentos congelados, perdidos en sus días. Trataba de buscar esas historias que a lo mejor no son las que estamos acostumbrados a escuchar de un pintor, cosas muy pequeñas de su vida diaria, que a mí me encanta saber. Trabajé con diarios, cartas, con todo lo que podía encontrar. Era una especie de bola, un libro me iba llevando a otro. Hay un libro que me gusta muchísimo, las Vidas de Giorgio Vasari; yo hubiese hecho un libro sólo con esas vidas. Me encantaría hacer una traducción de Vasari a la historieta.

¿Y por qué dos colores?

Quería probar otras cosas. En otros libros había trabajado como suelo dibujar siempre, con todos los colores que puedo conseguir. Tenía ganas de dibujar un poco diferente, para mí era un desafío achicar la paleta. No estoy acosumbrada. También, como sabía que iba a estar viajando bastante, la cuestión de la comodidad pesó; poder ir a cualquier café o a cualquier biblioteca y que no me reten y me dejen trabajar para mí era importante. Y además porque yo empecé este libro con la idea de hacer un fanzine en risografía, que pensé como de dieciséis páginas. Pero después me di cuenta de que me había vuelto un poco adicta, quería seguir, me agarró una voracidad medio imparable y descarté la idea del fanzine. 

La de Roma no fue la única residencia, ¿no?

No, después de Roma fui a Lituania a hacer una residencia de risografía, justamente. Ese mes un poco descansé del libro porque fui a experimentar un poco ese proceso, que yo no conocía. Y fue genial. Después de eso me fui a una residencia en Rusia, en San Petesburgo, y ahí sí a terminar Noticias de pintores, que me faltaba la parte de digitalizar las páginas y dejar todo más preparado para que se convierta en un libro. Elegí esa residencia sobre todo porque el Hermitage era mi museo soñado, me moría por conocerlo. Son varios edificios, pero tiene uno que es sólo de pintura, y los rusos tienen grandes coleccionistas en el siglo XX. Hay un coleccionista que compró la mayor cantidad de Matisse, y están ahí. Hay tres salas espectaculares. Yo iba una vez por semana a mirarlo, me quedaba un rato.

Bueno, Matisse está muy presente en tu estilo, ¿no?

Sí, es como el pintor al que más vuelvo. Cuando necesito un poco de estímulo o lo que sea vuelvo ahí y es rápido, como un shock. El color, sobre todo. Siento por Matisse o por Rousseau, por ejemplo, una devoción instantánea. El ojo se me derrite, no lo puedo evitar. Siempre intento buscar por otro lado, pero termino volviendo ahí cuando necesito ayuda.

Leí que no te reconocés en las cosas que hiciste antes, que visitaste a tu mamá y decidiste tirar todas tus cosas viejas. ¿Cuándo sentís que se produjo ese click en el que encontraste tu estilo, tu manera?

A mí me parece que fui en 2012, más o menos. No hace tanto. En ese año fui a hacer una residencia a Brasil y ahí algo cambió. Fue un mes muy intenso en donde estuve en un lugar donde tampoco había Internet. No sé por qué siempre eso para mí termina siendo muy importante. Me parece que en ese mes de ver cómo trabajaban otros artistas, de dibujar todo el tiempo, catorce horas por día, algo cambió. En cada semana yo sentía que avanzaba como si hubiesen pasado seis meses de ciudad. Fue un acelerador de procesos total, y ahí también me hice un poco adicta a ese formato de las residencias porque aceleran mucho los procesos y para mí, que a veces me pongo un poco ansiosa, es el lugar ideal. Y al año siguiente de eso me fui seis meses de viaje, partiendo desde acá hasta Colombia, conociendo gente, yendo a museos, y ahí creo que todo terminó de encajar. Empecé a disfrutar realmente de dibujar, porque antes me pasaba como a cualquiera que está empezando a buscar su lenguaje que se sufre más de lo que se disfruta. Y ahí empecé a entender que yo quería disfrutarlo. Al haber ido a un colegio de monjas, un poco me genrea un montón de culpa todo el tiempo, entonces empecé a despojarme un poco de eso y a decir ah, yo esto lo tengo que disfrutar, no se puede estar sufriendo porque un dibujo te quede perfecto, sino bueno, me amigué un poco con esa idea de disfrutar de los errores.

Y también de hacerlos jugar a favor de un estilo.

Sí, el otro día en el Festival Sudestada, Cristian Turdera decía que en vez de pensar e un estilo quizás mejor pensar en un lenguaje, que se va alimentando todo el tiempo, porque el estilo se puede convertir en algo estático, y por eso medio peligroso.

¿Te da miedo eso? ¿Que el estilo se te cristalice, o te inmovilice?

Tengo que hacerle caso a lo que a mí realmente me dan ganas, porque yo me aburro si dibujo siempre igual. Siento que no hay nada nuevo por descubrir. Así que trato todo el tiempo de que estén pasando cosas nuevas, porque si no se me hace una rutina que me parece no se lleva bien con la creatividad, se te empieza a estancar todo. Trato de siempre intentar incorporar cosas distintas.

Empezaste haciendo fanzines, pero desde La mano del pintor estás haciendo libros, ¿las ideas se te ocurren en series ya?

Sí, un poco sí. Con La mano del pintor fue bien distinto, porque era una historia larga con un hilo, era una novela. Este libro no es eso, es otra cosa, pero sí me doy cuenta que me gusta agrupar cosas. Colores, lápices o historias, modos de contar algo como pueden ser los ex votos que estoy haciendo ahora. Mismo me pasa con los dibujos que son sueltos y no tienen mucha finalidad, por ahí aparece algo, una situación o un personaje o un espacio y me gusta repetirlo. Me gusta exprimir las ideas, insistir, porque siento que siempre ahí hay algo más para sacar que el primer flechazo que aparece.  

Todos los niños y las niñas dibujan, pero de repente ya no lo hacen. ¿Por qué creés que vos seguiste?

Me da la impresión de que ese impulso que todos tenemos cuando somos chicos se rompe cuando aparece la cuestión de la verosimilitud. Cuando alguien te dice: el pasto no es rojo. Eso está mal. Y eso te frustra, porque es muy difícil dibujar exacto a la realidad. Yo, de hecho, nunca lo pude hacer. Sufría un montón la facultad, cuando había que dibujar bodegones o modelos vivos. Las personas siempre me quedaban medio desproporcionadas. Y ese reto es espantoso, nadie quiere que lo reten. Para mí la clave fue hacer que eso no me importe más.

En La mano del pintor le decís a Cándido, llorando, que la perspectiva no te sale.

Es que yo sé que es algo que se puede aprender, si uno le pone mucho esfuerzo, pero yo no quiero. Además siento que después te rompe algo. Una vez que lo aprendés es muy difícil después desaprenderlo.

Muchos artistas y escritores dicen que el proceso que te da carácter es justamente el de desaprender, ¿coincidís?

Yo lo intenté porque me lo exigían, pero no lo lograba, no había forma. Y también me pasa mirando obra de artistas que me gustan, como Rousseau, mirando sus primeras pinturas o las de Miró, que es un ejemplo bien claro: sus primeras pinturas tienen árboles con un millón de hojas, cada cosita detallada, y al final de su vida su pintura era cada vez más simple. Y a la vez cada vez mas personal y a la vez mas emocionante, en cierto punto. Obviamente el proceso de cada uno es distinto. Hay gente que sí es muy virtuosa y para lograr algo mas simple también sufre. En los dos caminos hay algo, la búsqueda no es tan simple. Pero me parece que es importante no rendirse por lo que los demás te dicen.

¿Cómo fueron tus primeras experiencias con la pintura?

Tengo algunos recuerdos de ir a museos siendo chica con mi papá y también con la escuela. En Rosario hay varios museos, me encantaba ir al Museo de Arte Decorativo o al Museo de Ciencias, al Castagnino... Pero también en mi casa se escuchaba mucha música, nos sentábamos a escucharla. Una cosa que no tenía relación con la imagen pero sí con la contemplación. Charlábamos sobre música, mi papá me iba enseñando los nombres de los instrumentos, a descomponer todo lo que estaba sonando. Y pienso que algo de eso me quedó incorporado, que después lo vinculo con la mirada, aunque sean experiencias distintas. Tienen algo en común. Las imágenes tienen una manera muy extraña de apoderarse de nosotros. A lo mejor en una primera visita a un museo algo te pasa totalmente desapercibido, pero al tiempo esa imagen vuelve con más fuerza o en una segunda visita te ataca de lleno. Es muy misterioso.

 

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