No se mide con regla el sufrimiento
Sobre Una temporada con Lacan, del novelista francés Pierre Rey
Lunes 22 de octubre de 2018
Escribe Matías Moscardi: "En el libro de Pierre Rey, como en las novelas de Kafka, nunca se sabe exactamente cuál es problema: comparado con otros famosos pacientes de Lacan, Pierre Rey parece un tonto, como Castaneda ante Don Juan o Daniel San ante Miyagui".
Por Matías Moscardi.
Hace poco volví a terapia y recomencé el análisis que había abandonado en 2016. Cuando mi analista me preguntó por los motivos del retorno, respondí que «no le encontraba la vuelta». Típico chiste lacaniano: «¡Pero estás de vuelta!», me dijo. ¿Siempre está en frente de nuestras narices lo que buscamos? Por otro lado, la frase que usé como respuesta era, en verdad, una cita robada. La había tomado, sin saberlo, de un libro que leí hace mucho: Una temporada con Lacan (Seix Barral / Letra Viva, 2005), del novelista francés Pierre Rey. Cuando, en el transcurso de la sesión, recordé y declaré el robo, mi motivo de retorno apareció, entonces, a partir del motivo de retorno de un otro. «¿Y qué le respondió Lacan?» me preguntó mi analista. Pero Lacan no le responde nada a Pierre Rey.
Quiero hablarles de este libro, un libro que regalé varias veces. Pierre Rey estaba perdido en los excesos frívolos del mundo. Se sabe: el dolor no es cuantitativo, no se mide con regla el sufrimiento, la tristeza no tiene aritmética, ni geometría la experiencia. Una vez, cuando se suicidó un compañero de la facultad, otro amigo en común, jefe de terapia intensiva y cardiocirujano, me llamó a mi casa y me dijo: «No lo entiendo. Yo veo gente que le sacás un brazo y vuelve; le sacás otro y vuelve, le sacás una pierna y vuelve, la otra y vuelve». Nuestro compañero no tenía problemas aparentes y aún así sufrió hasta el extremo. Pierre Rey estaba rodeado de suicidas: su mejor amigo, analista y boxeador, se mata. Y él, al comienzo, no le encuentra la vuelta.
El libro, sin embargo, no es un testimonio, ni una novela, ni un diario. Se trata de una escritura de la deriva del diván, una deriva flotante y poética a la que invita la reverberación de la asociación libre. En este sentido, el libro de Pierre Rey tiene algo fundamental: conserva la lógica de ese silencio que se abre como escucha en el análisis, un eco especular de la propia voz devenida otra. Quizás, por eso, Lacan aparece poco y se nota que el verdadero trabajo no es el trabajo del analista, sino el trabajo solitario y personal del paciente, un trabajo que no concluye, sino que recomienza todos los días más allá del consultorio. Tampoco se trata de un libro de «superación personal», ni un libro aleccionador acerca de cómo ser feliz día a día o cómo aceptar el sufrimiento. En este sentido, lo que aparece aportar el psicoanálisis tiene que ver con una amalgama entre lo vacío y lo pleno; y acá su costado zen: el sunya, la idea de que lo real es un blanco que rellenamos de manera constante. No hay resolución a los problemas del inconsciente: no se saldan, no desaparecen, su lógica es la del retorno y la fluctuación. Una amiga que también recomenzó terapia me contó que su analista le dijo que Freud decía que Goethe escribió que una persona feliz por tres días seguidos se volvería loca. ¿Qué haríamos si nuestro plato preferido se transformara en la comida invariable de todos nuestros días? Por otro lado, en el libro de Pierre Rey, como en las novelas de Kafka, nunca se sabe exactamente cuál es problema: comparado con otros famosos pacientes de Lacan, Pierre Rey parece un tonto, como Castaneda ante Don Juan o Daniel San ante Miyagui.
Pierre Rey no explica conceptos sino que los traduce a partir de su propia experiencia como paciente de Lacan: nos cuenta cómo vive su histeria, su neurosis, su plus de goce o lo que sea. El concepto se hace carne, se vuelve autobiografía y la abstracción que relacionamos con muchas instancias del pensamiento lacaniano, de pronto, se hacen constatables en cada vivencia y conflicto psíquico, en las dudas, las incertidumbres, las perplejidades y las contradicciones.
Por último, Pierre Rey tiene un problema fundamental con Lacan: el dinero. Al principio, cuando se conocen, Lacan siempre lo despide, después de diez minutos, con la misma frase: «lo espero mañana». Cuando Pierre esgrime excusas reales relacionadas con la imposibilidad de reunir el dinero, Lacan se limita a repetir la frase y darle la mano nuevamente: «lo espero mañana». Moraleja: Pierre Rey tiene que hacer piruetas para poder pagarle todos los días y hasta llega a endeudarse. La escritura de este best seller responde, en parte, a la necesidad de recuperar la inversión. De alguna manera, la cura es el pago de una deuda.
Mi analista siempre me hacía algo con el vuelto y el cambio. Soy una persona omnipotente que quiere controlarlo todo, un gran y molesto defecto. Siempre que le pagaba, no me entregaba de inmediato el vuelto y yo tampoco veía dinero en sus manos. Cada vez, me contenía hasta que señalaba antes de irme: «el vuelto». Y él sacaba, como un mago, un billete de diez pesos que había ocultado de mi vista sin ningún tipo de gesto en la cara. Nunca supe si lo hacía a propósito o sin querer. El día que decidí no pedírselos, a ver qué pasaba, se quedó con el cambio.