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Política e ideología

Handke y el premio Nobel

Un Nobel que "pone en evidencia el lugar del escritor, en tanto que agente político, ideologizado o no, dentro de una sociedad que tiende a cerrar o desplazar hacia los márgenes todo debate político, precisamente por su completa inseguridad. Handke afronta esa función del escritor, y no teme enfrentarse a los agentes que quieren «despolitizar» la literatura y convertirla en mera propaganda de la doxa".

Por Antonio Jiménez Morato. Fuente foto La Vanguardia.

 

Una de las características que más desconcierta al lector poco habituado a la filosofía o al ensayo son las aclaraciones en las que el autor en los prólogos, o al inicio de los capítulos, parcelan el significado de determinados términos que serán recurrentes a lo largo del tránsito por ese texto, o textos, en los que el lector acaba de sumergirse. Acostumbrados, siquiera de modo intuitivo, al hecho de que si por algo puede ensalzarse a la literatura es por la capacidad de generación de significados o el desplazamiento de los mismos dependiendo de las combinaciones léxicas que se tracen, cosa que se hace evidentísimo en la poesía –ojo: la poesía no puede ser reducida al verso–, estas acotaciones parecieran restarle capacidad de vuelo al lenguaje, y en ese sentido dejan perplejo al lector poco acostumbrado a ellas. Para la lectura, como para todo, hace falta una formación y un ejercicio que vaya matizando y haciendo más sofisticada la capacidad del lector de interpretar todas y cada una de las capas de un texto, y por eso el trato continuado con estos textos termina por hacerle entender al lector que ese supuesto encarcelamiento del lenguaje no es tal, ya que pretende construir pensamiento, y para poder hacerlo de modo cabal requiere establecer uno o dos pivotes esenciales en torno a los que girarán sus reflexiones. Y esos pivotes deben ser firmes e inequívocos.

Hago toda esta aclaración porque una de las confusiones más reiteradas, no solo en las conversaciones de barra de bar, sino incluso en los púlpitos académicos, es la de establecer una identificación entre los adjetivos “político” e “ideológico”. Constantino Bértolo, en ese libro fundamental que es La cena de los notables, realiza un deslinde claro y esclarecedor de las diferencias. Una cosa es el compromiso político y otra es el ideológico. Es algo que puede entenderse leyendo a cualquier ultraliberal partidario del capitalismo especulativo y financierista más descontrolado, como pueda ser Vargas Llosa, que quiere siempre dejar claro su neto e inequívoco compromiso político pero tiembla ante la idea de que se le pueda tildar de comprometido ideológico. Algo parecido sucede, pero al contrario, con mucha de la militancia feminista, que tiene un neto compromiso ideológico –quiénes duden de qué es una ideología pueden dirigirse a Althusser, por favor, léanlo, no caigan en el juego de olvidar a uno de los últimos grandes filósofos marxistas–, pero pecan precisamente de una nula visión política, ya que muchas veces caen en los mismos comportamientos que censuran dejándose llevar por un sectarismo ideológico (el sectarismo no puede ser político, precisamente cancela la posibilidad de una política, y usar el sintagma «sectarismo político» supone no entender el significado de los términos que lo forman, que se oponen entre sí, o querer trazar una figura retórica, un oxímoron de manual).

La política, tal y como la definió Hannah Arendt, y como acaso quede ya fijada por lo lúcido y completo de su aproximación, es lo que compete a las relaciones entre los humanos. Toda reunión de seres humanos es política, pero puede o no estar ideologizada. Por extensión, todo acto que afecta a los humanos es político, y la política está muy condicionada por la ideología de cada uno, obvio, incluso por una ideología extremada que niega otras posibles visiones del mundo, una postura sectaria. La política es, pues, lo que se ocupa de las relaciones, los afectos, los intersticios entre las esferas que somos cada uno de nosotros. Cuando, a menudo, se tilda a un escritor como «político» se olvida que todo escritor realiza una acción política, y que es solo en este espacio donde existe como tal. Si uno escribe para uno mismo, sin lector ajeno, no entra en el ámbito de lo político, claro, pero, ¿puede ser uno considerado escritor? Ahí dejo esa pregunta de complicadísima respuesta.

Lo que es más sencillo de aclarar es que muchas veces cuando se habla de un escritor comprometido políticamente, en realidad se está hablando de un escritor comprometido ideológicamente. Así, es evidente que Sartre y Camus eran dos escritores de filiación marxista, pero vivían ese compromiso de modo muy diferenciado. Simone de Beauvoir era una escritora comprometida ideológicamente con el feminismo, pero eso no evitó que abusara de alumnos suyos o que estableciera una relación de, cuando menos, cuestionable ortodoxia feminista con Sartre. Podríamos extendernos mucho sobre estos detalles, pero en realidad creo que ya ha quedado claro a dónde quiero ir.

Toda esta reflexión viene a cuento del premio Nobel que el año pasado sí se falló y que, como suele ser habitual, acertó. La Academia sueca está formada por lectores mucho más sofisticados que los comentaristas que suelen glosar o dar las noticias de sus decisiones. El caso de Handke y el supuesto escándalo que acarreó su designación como Premio Nobel 2019 es un ejemplo perfecto de ello. Salieron muchos a la palestra a cuestionarlo por «razones políticas», cuando en realidad era por motivos ideológicos. Dicho de otro modo, la doxa impuso, o quiso imponer, su sectarismo ideológico contra un escritor disidente. Revisar la hemeroteca es esclarecedor en ese sentido. Fue tanto el ruido generado que, por lo visto, los representantes de la Casa real sueca sentaron a Handke bien alejado del rey en el banquete celebratorio tras la ceremonia. Eso fue un error, porque dejó claro que la monarquía sueca no está a la altura de la Academia que concede los galardones. Eso, de todos modos, tampoco es una sorpresa, si hay un colectivo que no da la talla nunca ése es el de la realeza, tan irreal y difuso que ya ni siquiera saben hacer lo único que realmente se les exige: representar.

Hay pocos, por no decir casi ninguno, de los escritores galardonados en los últimos tiempos con el reconocido premio, que sean tan virtuosamente políticos, tan idóneos para ser premiados, como Handke, que no gratuitamente ha afirmado que «vive en los intersticios», o, lo que viene a ser lo mismo, que si algún espacio habita es el de la política. Porque la Academia de los Nobel sí tiene muy clara la diferencia entre lo político y lo ideológico, y siempre ha premiado lo político cuando se hace explícito, esto es, la capacidad de los escritores de ejercer una posición dentro del tablero de la sociedad y las relaciones entre los miembros que la conforman. Solo de este modo se entiende la falta de uniformidad ideológica entre los galardonados, donde pueden encontrarse desde halcones capitalistas como Vargas Llosa hasta comunistas irredentos como Fo o Saramago. Pero es más, si por algo destacan autores como Tokarczuk, Jelinek, Munro o Müller es porque, manteniéndose de modo intencionado alejados de cualquier compromiso ideológico inequívoco, han centrado sus obsesiones temáticas en los modos en que se plasma la política individual de cada uno de los humanos: en las relaciones con sus semejantes, y esto, siempre, colocado en el foco principal de la escritura, nunca como un aspecto más, un ingrediente necesario pero poco cuidado, de su labor. La Academia sueca premia a la conciencia política de los autores, no a su filiación ideológica. Por eso Handke es no sólo un estupendo acierto como premiado, ya que hay pocos escritores que hayan sabido transitar con su sutileza y energía por el campo de la literatura, sino un mensaje claro a todos los que aún no entienden, o no quieren entender, qué senderos siguen los premios Nobel. Naipaul, Coetzee, Kertész u Ōe son muestras de una escritora que se enfrenta a la ideología como horizonte de expectativas y mimbre de pensamiento, pero que está profundamente enraizada en lo político y es, por tanto, esplendorosamente política. Por poner un ejemplo final muy aclaratorio: Borges. Siempre se argumenta que Borges «perdió» su premio Nobel por aceptar la invitación de Pinochet y poder ser tildado de fascista o simpatizante de las dictaduras. Pero eso es un sinsentido, porque él, mucho antes, obligado u oprimido por ciertos gobiernos argentinos, había ya expresado de modo inequívoco sus preferencias por gobiernos de corte autoritario. No, si algo tuvo que ver el viaje a Chile con el ser o no premiado acaso fuera que dejó en evidencia la total y absoluta irresponsabilidad política, no ideológica, de Borges. Y era algo que se había visto ya desarrollarse a lo largo de toda su obra, así que no resulta ni siquiera sorprendente ese gesto pueril. A Borges, si algo le faltó con la pérdida de la presencia de su madre, fue alguien conectado con el mundo, alguien con visión política, que sus seres más cercanos no pudieron reemplazar jamás, permitiéndole ser un niño malcriad con aspecto de viejo prácticamente ciego.

Si por algo destaca Handke es por todo lo contrario. Su defensa de la facción serbia durante el conflicto balcánico, que no le ha impedido cuestionar las acciones de los propios serbios y condenarlas, como ha quedado ya más que clarificado, es un ejemplo perfecto de esto, ya que pone en evidencia el lugar del escritor, en tanto que agente político, ideologizado o no, dentro de una sociedad que tiende a cerrar o desplazar hacia los márgenes todo debate político, precisamente por su completa inseguridad. Handke afronta esa función del escritor, y no teme enfrentarse a los agentes que quieren «despolitizar» la literatura y convertirla en mera propaganda de la doxa. Solo por ello merecía el premio Nobel, pero es que, además, es un estupendo escritor, uno de los verdaderamente grandes. Y es que, precisamente, si algo no han podido echarle en cara todos los que han alzado la voz para cuestionarle, es que fuera mal escritor, y eso, considerando que se trata de un premio de literatura, uno piensa que debe tener también algo de peso en la toma de decisiones. No sé, digo yo…

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