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Roberta Iannamico: "La poesía no deja nunca de ser poesía"

Y su obra reunida, Rosa

A la espera del estreno de una película de Santiago Loza filmada en Villa Ventana con sus poemas, Ediciones Gog & Magog acaba de reunir sus libros e inéditos en un solo tomo. "Yo no entendía que era poeta, y que era muy diferente ser escritora que ser poeta", dice. Entrevista especial desde la comarca serrana.

Entrevista Valeria Tentoni.

 

 

 

"Roberta se arrodilla frente a lo natural, lo mira, lo escucha, lo huele sin tratar de traducir para que los elementos le manifiesten sus nombres". Así presenta Fernanda Laguna los poemas de Roberta Iannamico, cuya obra reunida acaba de publicar Gog & Magog. El libro incluye inéditos que avanzan su próximo libro, más los poemas publicados desde 1997, cuando ganó un concurso en Editorial VOX y salieron los de El zorro gris, el zorro blanco, el zorro colorado. A ese libro le siguieron otros como Tendal, Mamushkas, Muchos poemas El collar de fideos, pero también varios libros para infancias, como Nariz de higo, Bajo las estrellas, Saltar la soga de noche u Ovejitas.

Iannamico forma además parte de Kostureras, un dúo con la flautista Celeste Caporossi, donde canta sus canciones compuestas en guitarra. También con Celeste armó Editorial Maravilla, en cuya colección "Los libros del lagarto obrero" trabaja con David Wapner y donde acaban de publicar, por ejemplo, traducciones de Katherine Mansfield a cargo de Laura Wittner. Junto a sus hijas, también, Roberta armó otro sello: Monada, donde recuperan autoras de otros tiempos con ediciones artesanales. Y acaba de compilar Pasajeras esas nubes (Ediciones Bonaerenses), con siete poetas del sur bonaerense: Lorena Curruhinca, Laura Forchetti, Natalia Molina, Eva Murari, Agostina Paradiso, Carolina Rack y Alejandra Saguí.  

Iannamico ha ganado importantes premios de poesía y sus poemas están traducidos al inglés. Da talleres de poesía y canciones para niñes y jóvenes, clínicas de obra y capacitaciones para maestras orientadas a la escritura poética.

Nacida en Bahía Blanca, tras un paso por Buenos Aires se mudó a Villa Ventana, uno de los secretos mejor guardados de la Provincia de Buenos Aires: es una comarca serrana en la que vive desde principios de los 2000, cuando no llegaba ni siquiera la señal de teléfono.

Hasta allí llegó hace poco Santiago Loza para el rodaje de Amigas en un camino de campo (Gong Cine) una ficción que se hizo en Sierra de la Ventana y está atravesada por la poesía de Roberta. La música será de Santiago Motorizado y el estreno es inminente. "Fue una situación sorprendente. Los poemas que van a aparecer ahí los eligió él. Me gusta mucho su trabajo, las otras películas de él me encantaron", dice ella.

 

Del pueblo en el que vive Roberta se sale en tres pasos: al atardecer, cruzamos la cuadra y ya estamos ante el arroyo Las Piedras, escondido detrás de un bosquecito de álamos. Roberta guía hasta que se llega a un claro y se sienta en una piedra. Desde otra piedra, preguntamos:

 

Al leer Rosa, todos tus poemas parecen muy hermanos: son distintos entre sí, pero en todos se escucha una misma voz. Pienso que quizás el libro más distinto del conjunto es Mamushkas, ¿no?

Yo todavía no estaba liberada hacia mi voz en Mamushkas. Quería "hacer un libro", "ser escritora". Me imaginaba tener un proyecto. Y después, un día, dije no. No me sale.

¿Comenzaste publicando con VOX?

Sí, el primer libro es El zorro gris, el zorro blanco, el zorro colorado, en 1997, que ganó un concurso de la revista VOX. Yo estuve viviendo del 90 al 99 en Buenos Aires y lo escribí allá, es de esa época. En ese concurso también publicó Gabriela Bejerman, ahí la conocí y en ese tiempo también publiqué algo en la revista que tenía ella, Nunca nunca quisiera irme a casa, que era preciosa.

¿Estuviste en Belleza y Felicidad? Pregunto también por el prólogo de Fernanda Laguna en Rosa.

No, no estuve en Belleza... Fui alguna vez, sí. Creo que la primera vez que canté fue ahí. Pero el vínculo con Fernanda fue creciendo más después. Cuando viví en Buenos Aires no estuve en el mundo literario de la poesía de los noventa. Después sí, lo conocí a José Villa. Pero después, yo ya vivía en Villa Ventana, los primeros años del 2000.

¿A Buenos Aires te fuiste a estudiar?

Sí, me fui a estudiar. Me fui, principalmente, para huir de Bahía Blanca. De hecho yo quería estudiar Letras, pero si elegía Letras, pensaba, me van a decir que como estaba en Bahía me quede. Así que estudié Comunicación, que nunca me interesó ni me gustó. Hice un montón de materias, como tres cuartos de carrera. Y allá lo que hice sí fue un taller con Laura Devetach. Ahí hice un vínculo con el mundo de lo infantil. Después empecé a ser una especie de ayudante de ella; hacíamos una especie de intercambio por el taller, que era muy caro para mí en ese momento, haciéndole unas tareas que eran todas lindas. Mandados, ordenarle fotos…

¿Cómo fue Devetach como maestra?

Genial, buenísima. Me dio un montón de lecturas. Es medio china, ella. Leí hace poco el libro de Las clases de Hebe Uhart y es un poco parecido el tipo de enseñanza, medio zen. Muy de analizar qué te pasa con la escritura, de escribir con el cuerpo, de entender que es todo el ser el que está ahí. Fue un grupo que se sostuvo diez años; estaba Iris Rivera, conocí bastante gente de la que quedé amiga del mundo infantil.

¿Ahí comenzaste a escribir para chicos?

Por esos años, en el 95 ó 96, me ofrecieron hacer una prueba para hacer la parte literaria en un libro de lectura de Aique, una novelita, que se llamó En patines. La editora era Cecilia Pisos. Y quedé. Fue mi primer trabajo de escritura. Tenía que entregar dos capítulos semanales, nunca me había pasado algo así: trabajaba de escritora. Y aparte me pagaban bien. Inmediatamente me salió otro trabajo para entrar en un equipo, con otros libros que se llamaron Los libros del caracol, que fueron buenísimos, un proyecto en el que estaba María Inés Bogomolny, Laura como asesora literaria. Iris, Alejandra Saguier y yo éramos las que escribíamos o seleccionábamos textos de otros autores. Ahí justo nació Juli, mi primera hija, y fue el momento de decidir "trabajo de escribir", y de escribir para chicos. Y después de ahí siempre salieron millones de textitos que quedaron dando vueltas durante años, poemitas, que salieron en otros libros. 

¿Es muy fuerte el límite entre lo que escribís para chicos y para grandes?

Yo veo que lo que escribo para grandes les gusta también a les chiques, tuve muchas de esas experiencias, de esas devoluciones. Salvo algo como Bajo las estrellas o Saltar soga, libros que se conciben como una idea a desarrollar, se preveen los temas, los formatos, en general yo escribo todo y después veo si está más bueno para chiques que para adultes. Salen del mismo cuadernito, conviven. 

¿Existe ese cuadernito que aparece en tus poemas?

Sí, tengo un cuadernito. ¡Tengo un montón de cuadernitos! Y los voy pasando, de ahí van saliendo los libros. En la pandemia me puse a pasar, porque el último libro fue No me olvides, de 2012 con algún poema de 2013, y de 2013 hasta acá no tenía nada. Entonces empecé a pasar cuadernitos: no hice una gran cosecha, pero algo hay. Y de ahí va a salir El arte de escribir al sol, que algunos de sus poemas ya aparecen en Rosa. Ese es el que estoy haciendo ahora. Es bastante parecido a los otros. Para mí el que es más diferente de los demás es Nomeolvides. Es distinto, lo considero el más distinto. Este que estoy cerrando ahora es más parecido a Muchos poemas: hay de todo, algunos largos, algunos muy cortitos, como chistes.

¿Cómo fue el armado de esta reunión de tu poesía? Hasta ahora siempre fuiste publicando con distintas editoras pequeñas.

Publiqué bastante con VOX, después con María Medrano publiqué Muchos poemas, y creo que fue el único libro que sacó. Ella primero sacaba unos CDs con voces de poetas, Voy a salir y si me hiere un rayo, que primero fue una revista. Iba a empezar a sacar libros, sacó el mío y ya a esa altura ella ya estaba muy metida con Yo no fui, el proyecto que la alejó de la edición, y creo que no hizo ningún libro más, así que quedó ese solo que tiene un ciervo en la portada. Ahora lo reeditó Neutrinos, hace poco. Después Mamushkas, que lo leí en una lectura en Bahía Blanca y ahí Gustavo López lo quiso sacar en VOX. Después Tendal, con Ediciones Del Diego, que ahora lo reeditamos con Celeste en Editorial Maravilla, porque había quedado perdido. Tenía una jirafita en la portada, por eso nosotras también le pusimos una. Todo lo que sacó Del Diego estaría lindo que se reedite. 

¿Y cómo fue armar Rosa, recopilar esos libros?

Lo trabajamos con Vanina Colagiovanni, con quien habíamos trabajado juntas como jurado. Y sí, los tuve que recopilar, los tuve que ir consiguiendo. Algunos incluso pasarlos, porque ya no tenía ni los archivos. Estuvo lindo, aparte elegir algunos inéditos, eso estuvo bueno. Y verlo, ver que era un libro gordo así, ¡no podía creer que fuese un libro mío! Es que sí, está todo.

¿La foto de portada de quién es?

De Mario Varela, y casualmente el fondo es igual al de la foto mía que les mandé para la solapa. 

Tu poesía absorbe la naturaleza, está casi camuflada en la naturaleza; pienso en Juan L. Ortíz, quizás porque estamos hablando acá al lado de un arroyito, pero no solamente por eso. ¿Creés que podrías haber escrito estos poemas en otro lugar? ¿Podrías pensar a tu poesía separada de este lugar que elegiste para vivir, Villa Ventana?

Yo siempre digo que me gusta mucho la ciudad, pero la realidad es que yo escribo mayormente afuera. Me cuesta mucho escribir dentro de mi casa, entonces eso me lo impregna, me parece. Nunca encuentro un lugar para escribir, siempre estoy con el rollo del lugar. Una vez me habían regalado un escritorio y no tenía dónde ponerlo. Y José Villa me dijo: "Pero tu escritorio es la naturaleza", y me encantó, porque yo estaba re enrollada. Y la verdad que tiene razón, no me adapto yo ya a un escritorio. Al menos para escribir estas pavaditas, que es lo que finalmente termina siendo mi escritura. Creo que es eso, que escribo mucho afuera, y por más que escriba cualquier cosa, sin querer, eso traspasa. Es la posibilidad que tienen las palabras de estar cargadas energéticamente, primero de su significado, segundo de la carga que de por sí tiene el sonido de las letras, que también tiene su energía, y pienso que las palabras son algo absorbente, que captan. Los poemas, de hecho, son eso. A veces los leés y son una pavada, sin embargo si esa pavada captó energéticamente algo del momento de la persona que lo escribió yo creo que también capta del entorno. Eso lo que puede ser que pase acá, se mete. Las palabras tienen mucha capacidad de portar cosas, más de lo que pensamos. Y eso es lo que, de alguna manera, cuando se lee, se libera. Está, de alguna manera está. Porque no es tanto lo que se dice, aunque se mencionan elementos de la naturaleza, no es solo eso lo que le mete clima.

Trabajás con estrellas, pastos, cielos, ríos, animales, con un número casi cerrado de elementos, con pocos elementos, pero las combinaciones son infinitas, ¿no? Hoy me mostraban que en un solo metro cuadrado del pastizal de esta zona hay incontables especies vegetales. 

Yo creo que todo eso se cuela en la palabra, en el cuadernito. Y por eso también el cuadernito, porque es algo transportable, se puede llevar afuera. Nunca me acostumbré a escribir directamente en la compu, lo intenté pero la verdad es que no me sale. Me hice un hábito con eso. Después es un tema, porque lleva mucho tiempo pasar esos cuadernitos, y además me censuro un montón. Mucho queda, porque el cuadernito es todo, no son solo poemas: es el cuadernito del momento, desde la planificación de las clases, una descarga, un enojo familiar, va todo ahí. Y después de eso saco algunas cositas, no sé, a veces me pregunto qué pasa con lo que no elijo. Ahora estoy leyendo unos cuadernos de Simone Weil, los últimos, que son increíbles, y ves su mente, los lugares por los que va. Copia frases, lecturas. ¡Y la variedad! Pasa de la matemática a los relatos araucanos, de ahí a algo hindú, y en el medio va siguiendo su hilo. Pero es bien cuadernero, bien despelotado. A mí me gusta mucho eso. 

¿Los guardás a tus cuadernos?

Sí, los tengo ahí. Ahora estoy escribiendo un prólogo para un libro de I Acevedo, Una belleza y pureza de la escritura: sus anotaciones jóvenes, y leyéndolos me lamento de no tener los míos de cuando era chica. Los de los 15 a los 18 los quemé con una amiga, cosa que lamento mucho. Fuimos a un fogón para hacer asados y los quemamos. Una lástima.

¿De chica ya escribías y leías?

Yo escribía desde muy chica, desde la primaria, pero lo tenía muy en secreto. Aprendí a escribir muy tempranamente, me gustaba aprenderme poemas de memoria. Me regalaron un librito de Billiken con poemas para niños, me acuerdo. Los leíamos con mi mamá y aprendí a leer en el jardín. La poesía fue lo primero, algo musical que te podías saber de memoria. Alfonsina Storni, cosas así. La rima. Y después aprendí a leer libros más largos. En la infancia, en las bibliotecas escolares, no había tanta poesía. Hasta darme cuenta de que me interesaba la poesía y no ser escritora tardé mucho; yo creía que iba a ser escritora, lo tenía muy claro. Pero no entendía que era poeta, y que era muy diferente ser escritora que ser poeta. Eso lo entendí mucho más tarde.

¿Por qué decís que es muy diferente?

A mí me resulta muy diferente, por ejemplo, desde mi capacidad; yo no tengo capacidad de escribir narrativa, incluso siento que mi poesía tiene muy poco de todo lo que podemos llamar sintáctico. Puede tener algo musical, pero me cuesta mucho redactar. Y otra cosa que me cuesta muchísimo es que haya un hecho: narrar. Como narradora me considero malísima. En los cuentos míos, de hecho, nunca pasa nada. Tampoco tengo ese chip.

Quizás en tu poesía toda lo que se ve es la aventura o la experiencia de ser poeta, algo que sí se tematiza, ¿no?

Sí, más bien el fracaso. Es el salir y pensar: quiero escribir, ¡voy a escribir! Y después lo leés, y es una pelotudez. Es el fracaso permanente, y sin embargo ese es tu logro.

¿Qué perseguís cuando salís a escribir? ¿La belleza? ¿El sonido? ¿La soledad? ¿El silencio?

Lo hago un poco maniáticamente, ya. Me doy cuenta de que si escribo me desenredo. A veces estoy con una ansiedad, un estado de ansiedad, o algo así; no puedo estar en ningún lado y doy muchas vueltas, de hecho doy muchas vueltas antes de sentarme a escribir. Siempre me pasa que no encuentro el cuaderno, no encuentro la birome, no encuentro el lugar... Y voy juntando un malhumor. Hasta que encuentro el lugar y tengo que escribir. Podría hacer otra cosa, pero no: tengo que escribir. Y eso me des-malhumora. No busco mucho más que eso. Terapéutico, diría. Que es estar en soledad y que se haga una síntesis en la que pienso que voy a descubrir qué me pasa en el fondo de ese malhumor, y la verdad es que no. La verdad es que lo que aparece es de otro mundo. Entonces, tal vez lo que busco es conectar con ese mundo. Y con todo lo que dijiste: la soledad, el silencio. Tal vez el mal humor es un aturdimiento.

Al leer tus poemas la sensación es de salir al pasto, al cielo. En uno de tus poemas le decís al sol que lo amás, lo saludás. Es muy impresionante el efecto, por ejemplo, al leerlo desde una ciudad.

Bueno, eso mismo me pasa a mí. De ese mal humor paso a saludar al sol. 

¿Y en la época de esos cuadernos que quemaste escribías más?

Durante toda mi secundaria fui al taller con Mirta Colángelo. Ella fue mi maestra, mi iniciación, descubrir qué era la poesía, qué eran los poetas. Ahí empecé a entender la diferencia entre lo que yo creía que quería, ser escritora, y los poetas. Mirta te lo hacía ver inmediatamente: tenía que ver con algo más místico, filosófico, algo acerca de la libertad, sobre todo. Ella trataba de mostrarte qué tipo de personas eran los poetas. Un Artaud, por ejemplo. Alejandra Pizarnik. Sobre todo eso, en la adolescencia: empezar a entender a ese ser medio extraño, que podía ser un poco rechazado u ocultado, incluso por vos misma. 

¿Con quién más compartías tu escritura?

Que yo escribía lo sabía mi mejor amiga, Lola, y a ella le leía todo, pobre. Y después en la escuela nadie sabía porque yo era muy tímida, salvo en los últimos años que empecé a dar a conocer que escribía, muy poquito. Empecé a tener más intercambios. En el taller el grupo de gente era de personas más grandes, yo quedé medio colgada, era bastante más chica. No hablaba. Solo iba, escuchaba, y leía lo que había escrito. Años estuve sin hablar, ahí. Por suerte se me fue la timidez.

Claro, ¡y ahora hasta hacés música en vivo! ¿La guitarra cuándo apareció?

Yo jamás pensé que iba a tocar la guitarra, porque en mi casa se polarizaban las cosas. Mi mamá preguntaba quién quería ir a inglés y quién a guitarra, yo pedí inglés. Y así enganchó guitarra mi hermano y yo no, de hecho él es luthier y hace guitarras, toca alucinante. El vínculo con mi hermano fue la música: yo absorbía todo lo que a él le gustaba, aprendí todo de él, salvo Spinetta, que se lo mostré yo. O sea que la guitarra era de mi hermano. Pero después, cuando me vine a vivir acá, a Villa Ventana, no teníamos teléfono, no había internet, tenías que caminarte todo y llegar a un locutorio para ir una horita a mandar mails. Hace diez años que hay señal de celular acá, nada más. Los primeros años fueron bastante en el silencio, con cassettes. Y en ese tiempo me llegó una guitarra por mi hermano, una que le habían mandado a arreglar y nunca la habían ido a buscar, una guitarra hermosa. Y yo tenía bastante tiempo; estaba criando, tenía nenas chiquitas, bebés. Y tenía unas revistas Toco y canto, los cancioneros, y me dije bueno, lo voy a intentar. Arranqué con una canción de Sumo, y enseguida aprendí no mucho más que lo que sé hasta ahora -porque la verdad es que no avancé nada con la guitarra-, pero enseguida hice canciones. Aprendía dos notas y un yeite y con esas dos notas y el yeite hacía una canción. De hecho, en esa época hice un montón de canciones. Están en YouTube, grabadas en 2009 con un micrófono de la compu. Y también tenía algunas para grandes y otras para chicos, lo mismo que hice con la poesía, y algunas se cruzaron. Yo de hecho no me doy cuenta de qué es mejor para grandes o chicos, después todo se mezcla. Y las canciones salieron todas juntas. Ahora, de hecho, las están grabando en un disco para chicos algunos alumnos de la Universidad Nacional de las Artes. 

¿Cómo se armó Kostureras, tu banda con Celeste?

El otro día mi hijo Donato, que tiene 8, me dijo: "Para mí, tu especialidad verdadera es la música, no la literatura". Me quedé dura. Y es que yo en la literatura me paso de cabeza, y en la música no, me río, me río un montón. Soy insegura, porque no me siento música, siento que no sé tocar, todas esas cosas en las que nos educaron, pero cuando realmente estoy en acción con eso me río. Y con Celeste fue genial, porque antes tuve muchas bandas y es muy difícil juntarte con gente a tocar, se juegan un montón de cosas. Lo de Celeste fue una gran suerte porque ella hace una flauta que es un delirio poético, agrega en melodías un montón de cosas que no estaban. Ensayamos afuera, con una criolla y la flautita, no hace falta enchufar, y eso es cómodo, es posible. Y después Cele tiene toda una parte más teatral, propuso usar vestuario, algo a lo que yo me resistí tal vez al principio pero que finalmente estuvo muy bueno. Estás ahí, haciendo una payasada, y es lindo. Empezamos a incorporar las lecturas. Algo más teatral.

¿Y Editorial Maravilla? ¿Y Monada?

Monada es con mis hijas: robamos autoras antiguas, nada contemporáneo. Tenemos una medieval, Margarita Porete, la última joya. Están los discursos de Virginia Bolten, que no están publicados en ningún lado, Louise Michel, una francesa de la época de las comunas de París. Las fuimos descubriendo... También hay una poeta israelí de primera mitad del siglo pasado, que hizo las traducciones David Wapner. Son selecciones, son libritos chiquitos, cosidos a máquina. Y mi otra hija, Julia, hace las tapitas, unas acuarelas, unos figurines. Entra poquito, porque tienen que ser poquitas páginas. Es una editorial de divulgación de autoras antiguas. Está Sei Shonagon, de El libro de la almohada. De Sor Juana hicimos dos selecciones, también. Y tiene dos líneas: una literaria, que es en la que yo me enganché y en la que más laburo, y la otra que es más de feminismo, filosófica, que la hace más Ine, mi hija que estudia filosofía. Ine estaba en Buenos Aires, había empezado a feriar con Maravilla y la idea bajó toda junta. Hasta el nombre, apareció todo junto en una charla. Y ya vamos 23 títulos.

¿Y Maravilla? El último libro, las traducciones de Laura Wittner de Katherine Mansfield, es precioso.

Ahora viene uno nuevo de la colección Lagarto, El borde del agua, de Ángeles Durini. Está escrito como un guión, es muy sorprendente. Es un libro loco, ambientado en un puerto antiguo. Es poesía. Ese ya casi se va a imprenta. Con Maravilla el empujón fue un libro de Herminia Brumana: lo armamos con la impresora y un ganchito para regalar, ¡y ahí nos dimos cuenta de que con una impresora y una abrochadora podíamos hacer libros!  Ganamos después un subsidio y pudimos empezar a mandar a la imprenta, y arrancó. Había venido David Wapner. Por esa época nos conocimos y luego apareció la idea de una colección de poesía para niñxs: “Los libros del lagarto obrero”. Me gusta mucho su criterio en literatura infantil, muy raro. Y compartimos la idea de que el lector infantil de poesía no deja de ser un lector de poesía, y la poesía no deja nunca de ser poesía. Esa era otra de las cosas a las que apuntábamos. La poesía siempre va a ser distinta, rara, nueva, sorprendente, libre. ¿Por qué todos los poemas para chicos van a tener el mismo formato que en el siglo XIX o tocar solo ciertos temas?

¿Cómo pensás al lector de poesía?

El lector de poesía no va a esperar mucho nada, eso es lo lindo; si vos leés narrativa esperás enterarte de algo, avanzar. El lector de poesía va a pasar el rato, está muy en tiempo presente. Y el lector aparece, me parece que si pensás en eso antes obstruye un poco. Prefiero la libertad cuadernera. En el fondo la poesía tiene algo muy idealista, de búsqueda de verdad, algo en lo que fracasa todo el tiempo. Y ese compromiso hace que una intente la mayor verdad consigo misma posible. Y es muy difícil, y la tenés que alcanzar medio distraída (aunque tampoco así la vas a alcanzar del todo). Quiero decir: mejor distraída. Distraída me parece que va mejor para la poesía.

 

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