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Salir de las aulas

Sobre Ludmer

"La ensayística en castellano tiene una estatura que sólo aquellos que no pueden leerla en su lengua original desconocen". Alrededor de Clases 1985. Algunos problemas de teoría literaria de Josefina Ludmer, publicadas por Paidós.

Por Antonio Jiménez Morato.

Llega el final del año y toca hacer arqueos y valoraciones. ¿Qué fue lo mejor del año? Las listas, siempre truncas, siempre fallidas en su pretensión de querer abarcar todo lo que se publicó en un año –pongamos por caso que entre todos los colaboradores de un medio realmente leyeran todo lo que se publica en un año, basta con que todos no hayan leído para que la elaboración de la lista se convierta en poco más que un intercambio de impresiones medio absurdo: «Te aseguro que este libro que leí yo es mejor que el que leíste vos», y a la postre un canon tan antojadizo y volátil como el que pueda hacer un lector solitario desde sus parciales, segmentadas y escasas por necesidad lecturas– comenzarán a sucederse, y como cada año uno no participará en ellas. Para qué. Busco en internet las listas de los años anteriores en diversos medios y las veo llenas de libros que no recuerdo ya, o de otros que en su momento leí fascinado y en los que jamás incurriría de nuevo porque ahora me repelen... Las listas, tan efímeras como los libros que las componen. Pero, quizás porque el contexto manda, me he decidido a escoger dos libros, uno de no ficción y otro de ficción como lo que más disfruté, o lo que pienso que más perdurará –viene a ser lo mismo cuando se trata de un crítico que se pretende serio– de entre las novedades que se publicaron en 2016 en las editoriales argentinas y con autor argentino. La ficción queda para la próxima columna.
Paradójicamente, el libro de no ficción que más me ha interesado es una novedad que, en buena lid, fue no ya escrita, sino dictada, hace treinta años. Se trata de las Clases 1985. Algunos problemas de teoría literaria de Josefina Ludmer editadas y prologadas por Annick Louis que publicó Paidós de un modo un tanto extraño: en el libro aparece diciembre de 2015 como fecha de edición aunque no fuera hasta los primeros meses de 2016 cuando llegaron ejemplares a las librerías. Se trata, como es sabido a estas alturas de la transcripción de las clases que impartiera Josefina Ludmer cuando regresó a la universidad tras los años de la dictadura. Hago esta aclaración porque cuando apareció el volumen escuché a muchos lectores –críticos, escritores, libreros, editores– decir que la mitad del libro no estaba escrito por Ludmer. Es este detalle lo primero que viene a demostrar cómo se leen los libros. Todas estas opiniones venían refrendadas por un vistazo, rápido y poco atento, al índice que se encuentra al inicio del libro, donde aparecen inventariadas todas las clases que se dictaron en el seminario, tanto las que impartió la ocupante de la cátedra como sus ayudantes, pero donde se diferencia mediante el uso de negritas, y una explícita nota de la editora, que el libro sólo incluye las clases magistrales de Ludmer y sus respuestas a las preguntas de los alumnos. Uno entiende que esa decisión de incluir tan sólo las clases de Ludmer, justo lo contrario que todos esos malos opinadores de índice me dijeron, posiblemente tenga que ver con diversos factores. Desde los más prácticos: cómo acordar con todos y cada uno de los que impartieron las clases la cesión de los derechos de autor, o evitar un volumen mucho más grueso físicamente y más costoso, que en vez de 400 alcanzara las 600 páginas con suma facilidad; hasta los más obvios: se trata, sobre todo, de recuperar el trabajo de Ludmer tras años de clandestinidad, que no de ociosidad, y su labor en la incorporación de nuevas perspectivas de estudio en la tan anacrónica universidad argentina de la dictadura. Pero no deja de ser cierto que el libro, que no se lee sino que se devora, habría salido beneficiado con la incorporación de esas clases. Acaso se hubiera perdido un poco de la tensión argumentativa de Ludmer, y es más que posible que muchos lectores apreciaran las diferencias de alcance entre la titular de la cátedra y algunos de sus discípulos. Es cierto, pero también muchas de las referencias que van cayendo a lo largo de las clases, en las que alude a ciertos puntos de vista de los que se encargaron esos ayudantes, no quedarían fuera del manual. Porque, y eso es lo determinante, se trata de las transcripciones de esas clases, en buena medida puede afirmarse que es un manual docente, un texto equiparable a sus monografías sobre Onetti, la Gauchesca o el Policial. Es más que probable que la presencia de esas clases eliminadas en pos de darle unidad a la edición lo hubieran convertido en un manual de referencia que podría, todavía hoy, usarse como guía básica en los cursos de teoría literaria de muchos departamentos. Posiblemente un poco más de bibliografía actualizada en torno a algunos temas, y el añadido de algún que otro texto sobre corrientes que Ludmer no revisa de modo más detenido, lo convertiría, todavía hoy, transcurridas esas tres décadas, en un manual idóneo para la academia actual. Sólo por eso la edición de estas clases sería un acontecimiento, porque si hay un vacío reiteradamente señalado en el ensayo en español es el de un manual que aúne la teoría literaria desde una perspectiva hispanohablante. La ensayística en castellano tiene una estatura que sólo aquellos que no pueden leerla en su lengua original desconocen, y el inventario de libros fundamentales es tan amplio como fascinante, pero un hueco real en la edición, en toda la edición en lengua española, es la de ese manual de uso docente. Es más que posible que estas clases magistrales, las notas de las que se valió Ludmer para dictarlas, fueran las mismas que siguió usando en la UBA los años siguientes, las que llevó a Yale y que han sido una y otra vez usadas por ella en sus seminarios. Son clases rotundas, de gran exigencia intelectual, que en todo momento ensalzan también el nivel de la universidad argentina, y justifican el lugar que los académicos argentinos han ido ocupando en los departamentos de español y de teoría literaria tanto en los Estados Unidos como en Europa. Funge así esta edición como emblema de dos acontecimientos: la existencia de una revisión de la teoría literaria solvente y de alto nivel y, al mismo tiempo, prueba incuestionable de la calidad del pensamiento intelectual argentino.
El libro está lleno, repleto, de citas posibles, de pasajes memorables que pueden ser entregados a la exégesis y comentario. Pero quiero, acaso por lo paradójico del mismo, centrarme en un momento genial del libro. Se encuentra en la página 199. Ludmer ha estado repasando en esa sesión las teorías de la especificidad, desde los formalistas rusos hasta Derrida, y justamente comenta que ha notado que buena parte del alumnado reclama una mayor cantidad de ejemplos cuando el seminario está mucho más dirigido al repaso y ensamblaje de dispositivos conceptuales y teóricos, y por eso invita a que los estudiantes le señalen qué es lo que no han entendido hasta ese momento (han sobrepasado ya el primer tercio del programa) y quieren que se repita. En ese contexto aparece este comentario de una alumna:
«Yo no he entendido nada.»
Ludmer, lejos de desesperarse, explica a los compañeros que no conozcan a la estudiante que se trata de alguien que es ingeniera, con entrenamiento matemático y, por tanto, acostumbrada a pensar en abstracciones. Y, pese a ello, afirma no entender nada. Ludmer ofrece la posibilidad de repetirlo todo, pero les recuerda a todos los estudiantes que el objetivo del seminario no es tanto desentrañar determinados textos como aportar herramientas para el pensamiento. Les dice abiertamente que es muy posible que sigan transitando por el resto de las clases del seminario sin comprender nada, pero que va a ser en la relectura de los apuntes, en el trato con los textos de los que se ha hablado y cuya lectura no se ha exigido antes de cada encuentro, en el momento en que tengan esas ideas latentes en su cerebro y emprendan la lectura de producciones literarias concretas cuando van a comenzar a comprender el verdadero alcance del seminario. No se trata de aprender material sino de conocerlo y prepararse para su uso. El objetivo no es administrar conocimiento sino exponer los mecanismos necesarios para el uso del mismo. La idea es comenzar a repensar el hecho literario en sí y cómo atacarlo. Tan sencillo y tan complejo como eso. Como recuerda al citar a Derrida más adelente, toda tesis es pro-tesis.

 

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