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Santiago Craig: “Hay que estar seguro pero al borde de caerse”

Por Agustina Rabaini

"En los cimientos toda ficción siempre hay un dejo de realidad": en su primera novela, Castillos (Entropía), Santiago Craig vuelve a apostar por lo cotidiano, apela a la memoria y narra una historia que va de la efervescencia luminosa de los días de vacaciones de una familia a la aparición de lo siniestro.

Por Agustina Rabaini.

 

 

A Santiago Craig —autor y psicólogo, declara su bio— le interesan los vínculos y los momentos de cambio, los paréntesis en la vida de las personas.Una mudanza, unas vacaciones o una tormenta pueden volverse recurrentes en sus textos, y charlar con él confirma que en la escritura busca esos paréntesis o inventa planes de escape en medio de la rutina o el tedio de la vida de todos los días.

Luego de incursionar con firmeza en la narrativa breve, Craig estrena su primera novela, Castillos (Entropía), un relato con fondo autobiográfico y sugerente historia de ficción. Como en otras aventuras del autor, aquí hay climas cambiantes, amores y amenazas, pero también canciones de los Beatles, referencias cinéfilas y un pulso narrador que esconde a un escritor que parece pensar escenas como si se tratara de planos cinematográficos.

Un escritor y una voz narradora que pregunta, se hace preguntas y cuenta desde una mirada poética, la del que sabe que nada es solamente lo que parece, y que la cosa es más grande, frágil y vertiginosa.

La banda sonora de fondo va del recuerdo de Los Goonies y El increíble Hulk a Morrisey y Los Beatles, del libro El cine según Hitchcock a Kaspar Hauser, Taxi Driver y Hemingway o London, mientras la trama sigue a Julián y Elvira, una pareja con dos hijos, en días de vacaciones en Uruguay.

También hay, en Castillos, reflexiones sobre la escritura: “Escribir es como tirar cosas en un aljibe. Quedarse mirando las ondas que se abren en el agua. Escribir es como cazar osos en la playa. Qué miedo”, se lee. Hay recuerdos y asociaciones múltiples: "Era atropellada la memoria y así pasaban las cosas también, extrañas y sencillas, siniestras” y, más allá, “lo siniestro era que lo cotidiano, armado con tanta perseverancia, por contraste, se les volvía absurdo frente a la vida que se hacía sola”.

 

 

¿Cómo nació Castillos y esta necesidad de escribir más largo, una novela?

Yo venía escribiendo cuentos y poesía desde chico. Había escrito ya una novela pero quedó ahíy a veces estiro las cosas para ver hasta dónde llegan las historias. Cuando empecé con Castillos no me propuse escribir largo, pero sí sabía que quería un relato que pudiera partir en dos y que cada una de las partes tuvieran un ritmo diferente. Me gusta mucho John Banville y él hace eso de partir en dos y que las partes funcionen como espejos desfigurados, o que los personajes aparezcan en circunstancias o puntos de vista distintos. Algo de eso estuvo en la génesis de Castillos.Después también hay historias personales. Yo estuve en el lugar de vacaciones del relato, por ejemplo, y ahí había dos escenarios que me servían: Uruguay como un lugar que me gusta pero también siniestro, en el sentido de extraño y familiar a la vez. Y las vacaciones como este punto en el que uno se pregunta: ¿y qué tal si esto se prolonga para siempre? ¿Y si me quedo en ojotas y me pongo el puestito?

¿Hay una ficción acá?

Hay una ficción, sí.Al construir una novela o artefacto, uno construye eso, pero en los cimientos toda ficción siempre hay un dejo de realidad. Además de conocer los lugares del libro, hay personajes que tienen que ver con mi vida y mi familia, pero no solo la propia; construcciones y pensamientos a partir de la observación de otras parejas, otros chicos y mujeres. La construcción se da un poco como con los sueños a partir de restos diurnos. El material primario está y después las cosas van sucediendo, se van asociando. Para mí lo cotidiano y lo extraño están pegados, es natural para mí mirar de esa manera.

Hay una pregunta en Castillos alrededor deElvira, la protagonista: “¿Había algo que ella estaba dejando pasar mientras la vida transcurría?”, y después los personajes encarnan insistentemente el dilema de vivir “sin esperar nada o esperando todo”. ¿En qué lugar te ubicás vos?

Esas dos ideas me interesan y creo que terminan tocándose o necesitan complementarse. Si juntás dos incertidumbres, y ahora hablo de Elvira y de Julián —esta voluntad que va para adelante y  otra que se queda— termina generándose algo que da un orden, un marco, una manera de estar en el mundo. Yo estoy más del lado del que no espera nada y no lo asumo como una derrota sino en el sentido de que lo que viene, viene.Cuando era chico leía a Rimbaud, un ídolo para mí como para otros podían ser Morrison o Kurt Cobain. Él decía que había que fijar la certidumbre o la certezaal borde de un abismo, y yo siento que hay que estar seguro pero al borde de caerse.Sé que es una respuesta rara, pero esa sería mi respuesta a esto. ¿Hay que esperar todo o no hay que esperar nada? Hay que estar en el limbo o donde se puede.

La espera también refleja incertidumbre o algo de eso en tu novela…

Sí, el esperar tienen peso, los protagonistas están entre esperando y no esperando todo el tiempo. La morosidad es algo que yo defiendo y un componente que me ayudó a darle un hilo a la novela. Me gustan algunos personajes de Robert Walser oel Bartleby de Melville, o Zama, de Di Benedetto, estos tipos que están ahí y parecen esperar algo que no pasa.

¿Y esta afición por coleccionar escenas, recuerdos, objetos, personajes? ¿Hay recolección en tu modo de escribir?

La recolección me suena, desde lo literal, a alguien que junta hojas o cosas por ahí y yo definitivamente hago eso. Tomo notas, me mando audios a mí mismo, acumulo.Puede pasar que después intercale algo de un cuento en otro, o borro y me queda algo. Uso mi propia memoria, los recuerdos de otros o ideas vagas. Mi modo escribir funciona por acumulación y después mi cabeza asocia. Eso es constante.

El libro explora y piensa la infancia, también. Para el protagonista, hasta tener hijos la infancia “no es nada, un tesoro perdido, un recuerdo”, y de repente todo ese recuerdo es una masa que se resignifica…  

Sí,los recuerdos, la memoria como añoranza, pero en el libro hay algo más. El protagonista es este tipo que piensa que todo se puede romper en cualquier momento y que no hay nada más frágil que la vida. Eso lo ubica en una especie de nostalgia inmediata o de memoria futura.Vive el momento que después va a recordar sabiendo que no lo puede aprehender o agarrar, que se le escapa de las manos.

Volviendo a la idea del residuo y las influencias. En Castillos aparecen Los Beatles y también los mitos, Medusa, Poseidón. ¿Qué hay ahí?

Los mitos son parte de un corpus de pensamiento muy arraigado en mí y me gusta tomar esas cosas para asociar ideas o usarlas como fondo. Para mí los Beatles y Poseidón tienen un aura mítica similar. Generan cosas que hacen que las personas los sientan propios, eso que ocurre también con Mafalda o con Cortázar, lo general que se particulariza.Abren un espacio de juego,magia o como lo querramos llamar y eso permite otros bordes, otra dimensión. Y también están las preguntas. Hacerme preguntas me lleva a lugares que pueden ser más o menos tortuosos, pero eso, en realidad me da más felicidad. Me amplian el mundo. Algunos mitos, Los Beatles, la literatura de Cortázar o las películas de Truffaut o Hitchcock nos ponen en un lugar de complicidad o diálogo con ellos. Yo no siento que estas personas nos hayan querido explicar la vida; la muestran o la ponen a jugar adelante nuestro y eso está buenísimo.

Hay otro momento en el libro en el que aparece la belleza de expresar algo desde una voz propia o singular (“no había en el mundo dos voces iguales”), y otro donde los chicos le preguntan al padre por los detalles y él responde que “los detalles son lo que hace que una cosa sea distinta de otra. O no”…

Sí, poder decir y escribir, hacer algo con esa herramienta que tenemos y la voz como algo que nos diferencia. Uno va buscando una especie de voz que distinga eso que dice, o se pregunta si vale la pena que alguien se tome el tiempo leyendo lo que uno escribió. Hay momentos en que los padres encuentran un modo de decirles cosas a los chicos pero no a través de la sentencia sino desde la experiencia. Una de las preguntas que me hacía cuando escribía Castillos era qué era ser un padre o qué decirles a los hijos; cómo transitar ese momento de la vida.  Decidí situar a los personajes en un lugar en el que no alcanzan a ser lo que tienen que ser; cuando hablan tratan de decir algo que se abre al sentido y tal vez encuentren algo de eso ahí. Pero no están buscando decir algo trascendente.

Hay escenas en Castillos que suceden no solo en la acción sino dentro de la escritura, en cierto goce o juego con el lenguaje. ¿Pensás en quien va a leer lo que escribís?

Sí, escribo pensando en que alguien me va a leer. Nunca escribo solo para mí, antes lo compartía con alguien, mi mamá, mi novia, un amigo, y ahora con otra gente. Siempre pienso que los lectores son mejores que yo y que no les tengo que explicar nada, que lo que yo diga lo van a mejorar. No escribo para explicar las cosas pero me interesaría que el que lea se entretenga y que los textos puedan abrir pensamientos propios porque eso es lo que me gusta leer a mí. Dejar huecos o espacios para que el lector se pueda ubicar, poner lo propio o acomodarse ahí.

¿Tenés algo más por publicar, pendiente, en los cajones?

Sí, yo sigo escribiendo. Hay dos libros de cuentos por salir y otro libro que se va a llamar Vida en Marta y cuenta la vida de una mujer desde que nace hasta que muere. Ahora debe tener 36 años y pretendo que tenga una vida más larga, así que vamos a ver hasta dónde llega. También empecé una novela más cercana al terror, y el año que viene va a salir publicado un libro para nenes por editorial Limonero.

 

 

 

Un fragmento de Castillos

“Julián pensaba que escribir era como montar una de esas paredes que usaban los alpinistas para ensayar sus escaladas; uno de esos muros agujereados en los que se agregan y se sacan protuberancias de plástico que imitan la complejidad de los paisajes reales. Escribir era montar esos puntos de apoyo imaginarios, esos relieves fantasma de los que los lectores pudieran agarrarse y ascender. Había que construir el sueño o la pesadilla, según el caso; inventar esas montañas de mentira que no fueran a ninguna parte y desde donde, después, los que quisieran, pudieran dejarse caer otra vez al suelo. Elvira lo escuchaba a medias. Estaba acostumbrada a esas cosas que decía Julián. Sus “teorías” acerca de la escritura y de todo”.

 

 

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