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Tatiana Țîbuleac: "No creo que exista algo así como la ficción pura"

Mañana en el Filba Internacional

"Descubrí que la escritura es un lugar de reconciliación o venganza mucho más humano que otros", dice la escritora moldava, autora de El jardín de vidrio y El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes (Impedimenta), en esta entrevista desde París.

 

Por Valeria Tentoni.

 

 

 

"¿Qué es una piedra comparada con una palabra?", escribió. Nacida en 1978 en Chisináu, Molvadia, Tatiana Țîbuleac es una de las invitadas internacionales más esperadas del Filba Internacional. Mañana sábado 23 de octubre a las 20hs. Argentina, la autora de El jardín de vidrio estará con Milena Busquets en diálogo sobre la maternidad, el feminismo y la muerte, temas en común que atraviesan sus libros. 

Mientras esperamos el evento, enviamos algunas preguntas por correo electrónico a París, donde actualmente reside, acerca de aquella novela y de la primera, El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, que impactó tanto a la crítica como a los lectores de Rumania y ahora al mundo hispanoparlante con la edición de Impedimenta. Premiadas, traducidas a varias lenguas y adaptadas a teatro, sus historias, escritas en una prosa más bien poética, cargada de imágenes extraordinarias, producen una profunda conmoción en lectoras y lectores de distintas latitudes.

 

 

 

Hija única de un periodista y de la correctora de un periódico, comenzaste como periodista también. ¿Cuándo y cómo decidiste abandonar ese oficio para dedicarte exclusivamente a la literatura? 

Es cierto que la escritura siempre ha tenido un lugar especial en mi familia. De hecho, era como una segunda hija, sólo que no había que alimentarla, pero sí demandaba igual cantidad de atención, y hasta más que yo. En el caso de mi padre, siempre competí con la escritura. Y él la prefería antes que a mí una y otra vez. Más tarde, el periodismo llegó de modo natural. Era la cosa más simple que yo podía hacer. Una profesión basada en la escritura, ¿qué podría haber sido más adecuado? La transición sobre la que me preguntás ocurrió, como todas las cosas buenas, sin pensarlo demasiado. Cuando dejé Moldavia y amanecí en un país completamente distinto, en el que no hablaba la misma lengua de nadie, no tenía amigos ni familiares, acudí a lo que mejor sabía hacer: escribir. Comencé escribiendo en rumano y así es como apareció el primer libro. No dejé el periodismo para convertirme en escritora, sino para convertirme en madre. En realidad no dejé nada para convertirme en escritora. A veces pienso que todo este éxito es una trampa y que ahora que sólo me dedico a escribir libros pierdo de vista algo muy importante, algo que definitivamente lamentaré después.

Has declarado que la escritura te ayuda a hacer las paces con el pasado y también con la incomodidad. ¿Por qué? ¿Qué significa la escritura para vos? 

Nunca escribo ficción pura. Y además no creo que exista algo así como la ficción pura. De cualquier modo, quien escriba dejará su marca, y quizás especialmente cuando trate de no hacerlo. Cuando escribo, me encuentro involuntariamente frente a frente con lugares o personas en mi vida con los que tengo asuntos pendientes. Tanto buenos como malos, simplemente pendientes. Descubrí que la escritura es un lugar de reconciliación o venganza mucho más humano que otros.

¿Qué libros dirías que cambiaron tu manera de escribir?

Es difícil modificar el estilo de escritura de alguien, porque esto es lo más difícil de conseguir en primer término -un estilo. Pero sí hay un libro que significó mucho para mí y sin el que mi primera novela, El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, no hubiese existido. La autora ya está muerta, pero si no lo estuviera hubiese comprado un pasaje con mis últimas monedas para ir a verla, al menos de lejos. El libro es Por qué se cuece el niño en la polenta, de Aglaja Veteranyi. 

En tus novelas trabajás temas duros, traumáticos, incidentes crueles en vidas muy delicadas, como las de los niños o los enfermos. ¿Cómo entrás en esos mundos como escritora? ¿Y cómo salís?

Conozco esos mundos, conozco todos sus pasadizos. No necesariamente salgo de ellos, no creo que jamás vaya a abandonar estos temas. Hay temas que me interesan, hay temas sobre los que quiero escribir. Me siento bien escribiendo acerca de ellos. Para mí la escritura no es un proyecto social. No creo en la escritura comprometida, en que la escritura nos haga mejores, más justos, más atentos. No creo en los temas de moda, así como tampoco creo en la quema de los libros que ya no se corresponden con los tiempos que corren. Es muy simple: un libro puede o no ser leído.

La maternidad es abordada en ambas novelas, de modos distintos. ¿Por qué es un camino tan fuerte para vos? ¿Dirías que lo abordás como feminista?

Diría que lo abordo como madre, ¿ser madre es lo suficientemente feminista? Amo a las mujeres. Amaba a las mujeres desde antes de convertirme en madre. Crecí entre mujeres, con sus historias, con sus necesidades. A veces creo que la maternidad me debilitó y me volvió injusta, pero otras veces pienso lo opuesto. La verdad es que no creo que la maternidad sea algo obligatorio, algo así como una prueba de fuego en la vida de una mujer. Ningún libro hace más fuerte a una mujer. Como dije antes, no todas las mujeres tienen que convertirse en madres. Pero al mismo tiempo algo se tensa en mí cuando veo que el rol de las madres está siendo ridiculizado. Parece difícil pero es muy simple. Una mujer es un mecanismo complejo y cambiante, ¿por qué deberíamos reducirla siempre a un único rol? Madre o no madre, santa o pecadora, buena o destructiva. Ella lo es todo.

El problema del lenguaje es encarado directamente en El jardín de vidrio, en la que los lectores quedamos ante un montón de palabras desconocidas. ¿Qué te interesaba de esta operación, la de mostrar un mundo en constante traducción?

Es mi historia, pensé que podría ser interesante para los demás. A veces, cuando no tenés un lugar propio ni una lengua propia, es justamente eso lo que te hace tener una identidad. 

¿En qué lengua escribís y cómo te llevás con ella? 

Siempre escribo en rumano, que es la lengua de mis familiares. A medida que envejezco, mi convicción de que este es mi idioma se hace más fuerte. 

Tenés un manejo muy personal de las metáfortas, búsquedas visuales excepcionales. ¿Cómo pensás estas herramientas?  

Me han preguntado mucho acerca de las metáforas. Para ser sincera, nunca pensé en ellas mientras escribía. Después de la salida de mi primer libro me dijeron que mi prosa es muy poética, que tiene metáforas, comparaciones. Cuando releí el libro por primera vez, me dio algo de vergüenza. Un poco mucho, pensé. Con el segundo libro fui más cautelosa, pero eso no significa que lo hice mejor. Probablemente estas metáforas sean el lugar en el que respiro mientras escribo.

Para cerrar, ¿cómo son tus procesos de escritura?

No tengo rituales. Me siento y escribo. O me siento y no escribo nada, que es lo que más ha ocurrido últimamente.

 

 

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