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Tiro al blanco: arranques inolvidables de la literatura universal

Párrafos que atrapan

¿Qué tiene que tener un arranque para volverse indeleble y suficiente como para que no querramos pasar a otro libro? Invitamos a Edgardo Cozarinsky, Mercedes Roffé, Marcelo Carnero, Carla Maliandi, Mariana Travacio y Jorge Consiglio a elegir sus predilectos y a contarnos cuándo se los encontraron y cómo los afectó.

Por Valeria Tentoni.
 
 
"Hoy ha muerto mamá. O quizás ayer". El arranque de El extranjero de Albert Camus es quizás uno de los más citados al momento de señalar un comienzo impecable. ¿Qué hay allí, condensado, de la fuerza que tiene ese libro entero? 
 
"Después de todo, lo único que se puede decir sobre la belleza es cuán fuerte nos ha golpeado", le escribió Willa Cather en una carta a Fitzgerald. Le preguntamos a seis escritores y escritoras cómo fue ese golpe maestro y de dónde provino. Las respuestas varían entre una línea y varios párrafos, algunos que convocan, incluso, a más subrayados.  
 
 
 
 
 
 
Según Mercedes Roffé
Entre sus últimos libros: Glosa continua (Excursiones) y Diario ínfimo (La isla de Sistolá)
 
 

“Antes de haberme apasionado por mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la violencia.”

La vorágine, de José Eustacio Rivera (1924)

 

Cito de memoria estas líneas que me acompañan desde mucho antes de ser capaz de leerlas.Mi madre solía decirlas en los momentos más inesperados, como en un arrebato de alegría, por el mero placer de decirlas, sin conexión alguna con lo que estuviéramos haciendo.

El recuerdo más lejano se remonta a una tarde. Yo no tendría más de seis años. Ella estaba de cuclillas arreglando algo en un estante bajo de un placard, en el cuarto de mi hermano. Y de pronto, como una ola de luz saliendo de esa semipenumbra, se dio vuelta y le dijo a la nena que la esperaba paradita detrás, la frase mágica, como en un rapto de inspiración platónica:

—“Antes de haberme apasionado por mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la violencia”. 

 
 
 
Según Edgardo Cozarinsky
Entre sus últimos libros: El vicio impune (Monte Hermoso Editora) y En el último trago nos vamos (Tusquets)
 
 
"Después de haberle dado una bofetada a Alexei Tolstoi, Mandelstam volvió a Moscú".
 
Contra toda esperanza, Nadezhna Mandelstam (1970)
 
 
Traduzco del inglés. No sé si el libro de memorias de la viuda de Mandelstam está traducido al español y con qué título. El título inglés (Hope Against Hope) juega con el sentido del nombre de la autora. Nadezhna: esperanza. Sería por lo tanto "Esperanza contra esperanza", algo así como "no desesperar a pesar de todo".
 
Es un principio extraordinario porque es el ejemplo más claro que conozco del in media res. Nos sumerge de entrada en una acción, una relación, unos personajes de quienes nada sabemos, o si conocemos su nombre no sabemos qué ha pasado entre ellos. Además, in media res, sí, pero con un gesto violento.
 
No sé cuándo lo leí por primera vez. Compré el libro en una librería de viejo en Londres, supongo que en los 80 del siglo pasado.

 

 

 

Según Mariana Travacio
Entre sus últimos libros: Cenizas de carnaval (Tusquets) y Como si existiera el perdón (Metalúcida)
 
 
"Al principio había un llano, y una leve claridad de otoño, y una vía, una sola, que cruzaba la distancia sin revelar dirección ni sentido. A cada lado del terraplén se extendía la misma intemperie vaporosa, menos verde que azulada, de pasto revuelto por la brisa y tomillo reseco y cardos un poco ateridos, y contra los durmientes agrietados, tapando los tirafondos, la ortiga crecía cómodamente, casi como una prueba de que los rieles nunca habían pretendido ordenar ese espacio”.
 
El testamento de O'Jaral, Marcelo Cohen (1995)
 
 
Leído por primera vez en Brasil, en enero de 2011. Fui feliz con su gramática. Tiene, esa prosa, una inmensidad de hallazgos.
 
Dejo algunas frases más del libro:
 
"De repente empieza a llover y el ocaso se estira en un lúgubre rumor violeta".
 
"El mundo es promiscuo, oleoso, perentorio, está repleto de gente que cree que dos miradas pueden intercambiar algo sustancial".
 
"En las condiciones de esta vida no hay razón inherente para que un ateo se considere obligado a dedicar miles de horas a una obra cuyo reconocimiento póstumo poco importará a los gusanos que le coman el cuerpo".
 
"Se impone una carcajada terapéutica y le sale un sollozo".
 
"Como si le costara subir, el sol deja en el cielo un nacarado rastro de babosa".

 

 

 

 
Según Carla Maliandi
Autora de La habitación alemana (Mardulce)
 
"En la sala de espera de una clínica platense volví a ver la cabeza de Luis, cachado capitel, siniestramente puesto entre los hombros de su segunda esposa. Ahora sé que lo perdí para siempre y por toda la eternidad, entiendo que jamás sentiré su contacto, tan dulce y tan mío entonces, porque su segundo matrimonio debió ser una feliz unión, y por eso ella pudo salvar su cabeza de la muerte, salvar la expresión del único ser humano que amé, como pareja normal. Porque también he amado apasionadamente a mi tía abuela".
 
Nosotros, los Caserta, Aurora Venturini (1992)
 
 

Pienso en muchas novelas con inicios que me deslumbran: el de El castillo, de Kafka, el de Pedro Páramo de Rulfo, el de El amante de M. Duras, el de El quijote. Pero ahora recuerdo con especial afecto el inicio de Nosotros, los Caserta, de Aurora Venturini.

Lo leí por primera vez en 2011, cuando editaron sus obras luego de que su novela Las primas, ganara el premio Página 12 de Nueva novela. En ese momento Venturini tenía 85 años y su voz narrativa fue una sorpresa para los que no la conocíamos.

Este inicio tiene una mezcla de cosas que me encantan, el orden en que se narran los acontecimientos es un orden trastocado en muchos sentidos: cronológico, sensorial, informativo. Así todo el lector reconstruye lo que ahí sucede y genera una expectativa no sólo por la historia que va a desarrollarse sino por seguir escuchando esa voz. En ese pequeño párrafo nos ubica en un presente y un espacio conocido, pero enseguida lo hace estallar hacia lugares metafísicos que retroceden y se anticipan en la historia casi al mismo tiempo. Y cuando parece tocar un fondo dramático muy hondo sale con lo de la tía abuela.  Abre intrigas por todos lados, no en el sentido del policial, ni escondiendo nada para sorprendernos después, sino en un sentido siniestro pero provisto de un humor muy particular. Y un trabajo precioso sobre el lenguaje, la sintaxis, y el ritmo fonético de las frases.

 

 
 
 
 
Según Jorge Consiglio
Entre sus últimos libros: Villa del Parque (Eterna Cadencia) y Plaza Sinclair (Conejos)

 

“Quisiera no haber visto del hombre, la primera vez que entró en el almacén, nada más que las manos; lentas, intimidadas y torpes, moviéndose sin fe, largas y todavía sin tostar, disculpándose por su actuación desinteresada. Hizo algunas preguntas y tomó una botella de cerveza, de pie en el extremo más sombrío del mostrador, vuelta la cara –sobre un fondo de alpargatas, el almanaque, embutidos blanqueados por los años− hacia afuera, hacia el sol del atardecer y la altura violeta de la sierra, mientras esperaba el ómnibus que lo llevaría a los portones del hotel viejo.

Quisiera no haberle visto más que las manos, me hubiera bastado verlas cuando le di el cambio de los cien pesos y los dedos apretaron los billetes, trataron de acomodarlos y, en seguida, resolviéndose, hicieron una pelota achatada y la escondieron con pudor en un bolsillo del saco; me hubieran bastado aquellos movimientos sobre la madera llena de tajos rellenados con grasa y mugre para saber que no iba a curarse, que no conocía nada de donde sacar voluntad para curarse.”

Los adioses, Juan Carlos Onetti (1955) 

 

Cuando empecé a leer esta novela corta de Onetti, me voló la cabeza este comienzo. Me fascinó esa forma que tiene de arrancar por el detalle. Empieza por el fragmento, por la astilla y, a partir de ese pormenor, edifica un complejísimo cosmos narrativo. Además, me impactó el tremendo lirismo –la música, la cadencia sintáctica, todo ese encabalgamiento de belleza−, que tiene tanto de fatalidad, con la que construye su prosa. Esos dos párrafos son una gloria total.

  

 

 

Según Marcelo Carnero
Entre sus últimos libros: La boca seca y La edad del agua (Mardulce)

 

“Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría, pues ella estaba por morirse y yo en un plan de prometerlo todo. «No dejes de ir a visitarlo —me recomendó. Se llama de este modo y de este otro. Estoy segura de que le dará gusto conocerte.»
Entonces no pude hacer otra cosa sino decirle que así lo haría, y de tanto decírselo se lo seguí diciendo aun después de que a mis manos les costó trabajo zafarse de sus manos muertas.”

Pedro Páramo, Juan Rulfo (1955)



La primera vez que leí Pedro Páramo, releí varias veces este párrafo. Cómo si Rulfo me hubiera agarrado a mí también, para no soltarme nunca más.

 

 

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