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Poesía

Tres poemas elegidos por J. M. Coetzee

Tomados de 51 poetas

Sharon Olds, Stephen Watson y Eugenio Montale en esta selección, a modo de muestra del libro editado por El hilo de Ariadna en que el Premio Nobel ofrece los diamantes de su biblioteca de poesía. "Está formada por poemas que responden a mi estándar personal de excelencia poética", advierte.

Fotografía de UNSAM.

El profesor de literatura, traductor, lingüista y crítico literario nacido en Ciudad del Cabo en 1940 preparó, dentro de la colección de su Biblioteca Personal que El Hilo de Ariadna le dedica, el libro 51 poetas. Antología íntima del que extraemos estos tres poemas.  

Entre los poetas incluidos, además de los que siguen, están Pablo Neruda, Wallace Stevens, Anne Sexton, Ezra Pound, Walt Whitman, por caso. "Esta antología es personal en dos sentidos. Primero, está formada por poemas que significan y significaron mucho para mí. Segundo, está formada por poemas que responden a mi estándar personal de excelencia poética".

 

 

Felicidad infinita

Sharon Olds (1942)

Traducción de Inés Garland

 

Cuando vi por primera vez la nieve cubriendo el aire

con sus delicadas pisadas, dije que nunca

iba a vivir donde no nevara, y cuando

el primer hombre arremetió para entrar en mí,

y desgarró el pasadizo,

y vino al pequeño cuarto, y apartó

la cortina a un lado para que yo entrara, supe que nunca

podría vivir alejada de ellos

otra vez, la extraña raza con sus macizos

cascos ensangrentados. Hoy est+abamos acostados en nuestro

pequeño cuarto, dorado con

el reflejo de la nieve,

donde estábamos acostados, y donde entraste en mí y

apartaste la cortina, revelando

el pequeño cuarto, dorado con

el reflejo de la nieve, donde estábamos acostados.

 

 

La canción de la cuerda rota 

Stephen Watson

Traducción de Cristina Piña

 

Debido 

a un pueblo,

debido a otros,

otro pueblo

que vino

rompiendo

la cuerda para mí,

la tierra

no es la tierra,

este lugar ahora

es un lugar

cambiado para mí.

 

Debido

a que la cuerda

se ha roto para mí,

esta tierra

no es más

la tierra para mí,

este lugar

ya no parece

un lugar para mí.

 

Debido

a que la cuerda está rota,

el país se siente

como si yaciera

vacío ante mí,

nuestro país parece

como si yaciera

a la vez vacío

y muerto ante mí.

 

Debido

a esta cuerda,

debido a un pueblo

que rompió la cuerda,

esta tierra, mi lugar

es el lugar

de algo

-una cosa rota-

que no

deja de sonar

rompiéndose dentro de mí.

 

 

 

El huerto

Eugenio Montale

Traducción de María Julia de Ruschi

 

No sé, mensajera que desciendes,

predilecta de mi Dios (quizás del tuyo),

si en el huerto de manzanos

donde al atardecer, sin tregua

se quejan los pajarillos en sus nidos,

no sé si en el huerto

donde llueven las bellotas y más allá del muro

los amentos del abedul

deshaciéndose aéreos, evocan

el espumoso confín del oleaje, una vela

entre coronas de escollos

sumergidos y lóbregos o más resplandecientes

que la primera estrella que asoma-

 

no sé si tu pie

leve, la ciega pesadilla donde crezco

hacia la muerte desde el día en que te vi,

no sé si tu paso, que hace latir mis venas

cuando te acercas a este laberinto, es el mismo

que me dio alcance otro verano

antes que una ráfaga, rasando

la hirsuta punta del Mesco

triturara mi espejo-

no sé si la mano que me roza la espalda

es la misma que una vez en la celesta

respondía a los gemidos

de otros nidos, de una espesura que ya ardió.

 

La hora de la tortura y de los lamentos

que devastó al mundo,

la hora que leías sin vacilar, como en un libro,

clavando tu dura mirada de cristal

bien hasta el fondo, allí

donde alzándose de centelleantes fraguas,

ares cortinas de hollín

nos impedían ver la obra de Vulcano,

el día de la ira que más de una vez el gallo

anunció a los perjuros,

no te separó, alma inseparable,

del suplicio inhumano, no te fundió

en su caldero, corazón de amatista.

 

Oh labios mudos, que agrietó el largo

viaje por el sendero hecho de aire

que te sostiene, oh miembros que distingo

apenas de los míos, oh dedos que apagan

la sed de los que mueren e inflaman a los vivos,

oh designio que has creado el más allá de tu medida

las esferas del cuadrante y que te expandes

en tiempo humano, en espacio humano, en furias

de demonios encarnados, en frentes

de ángeles que de lo alto descienden... Si la fuerza

que guía al disco ya grabado fuera otra

sin duda mostraría

tu destino unido al mío un solo surco.

 

 

 

 

 

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