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Un exceso de realidad

Se reeditó Cosmos, la última novela de Witold Gombrowicz, y Valeria Tentoni la comenta. Además, un anticipo de lo que ocurrirá en 2016 alrededor del autor de Ferdydurke en Buenos Aires.

Por Valeria Tentoni.

Dice que va a contar otra aventura, dice que aun más extraña. ¿Con respecto a qué? A las que ya ha contado, claro, desde que es de los mejores entrenados en la extrañeza. Y entonces empieza a detallar la abundancia de objetos, movimientos, luminosidades, temperaturas, fricciones, sensaciones y voces. Como si se pudiera dar cuenta de todo, todo, todo, mientras se modifica y se bifurca y se superpone en la percepción. “El mundo era en realidad una especie de biombo”, y detrás el infinito que, como nos dejara sugerido Borges, es un infierno –nadie mata a nadie en esta patria holográfica, ya se sabe, y de noche todos ladran a la misma luna, harta de derretirse de luz ajena sobre sus sombras. Los elementos, esa intemperie total, caen a la vez sobre la silueta de un hombre que alinea señales.

Esa profusión de ocurrencias abrumadora, de figuras (una detrás de la otra, una detrás de la otra) es el pantano en el que se agita el narrador, su “cabeza atestada”. El hombre se está escapando. Consigue en su fuga un compañero circunstancial y consiguen juntos, a su vez, (también en desfile: uno detrás del otro, uno detrás del otro) una habitación en una pensión familiar para hacer las noches. Pero allí el infinito también reverdece. En especial, desde las bocas de las mujeres. Canta sus abundancias alcanzando tonos todavía más agudos, ¡justo ante un hombre a quien, para dar una idea, las constelaciones producen “agobio cerebral”! “Demasiado, demasiado, sin ningún orden, ola tras ola, inmensidad en la distracción, en la dispersión”. Más adelante en el libro encontramos: “Existe algo así como un exceso de realidad, una abundancia que ya no se puede soportar”.

“Había un gran desorden de acontecimientos, de pequeños hechos continuos”: para Gombrowicz esta era una novela policial, porque la definía como “el intento de organizar el caos”. “Es un libro rarísimo”, dice Nicolás Hochman, organizador del Congreso Internacional Witold Gombrowicz. Rarísimo pero no por eso expulsivo. “Hace unos meses estrenaron la película en Francia y fue exitosísima”, cuenta, de hecho. La versión del cineasta polaco Andrzej Zulawski quizás pueda verse en Argentina en no mucho tiempo. Desde el equipo del Congreso preparan varias sorpresas para el año que comienza: murales, performances e intervenciones urbanas a partir de textos del autor de Ferdydurke; la publicación de artículos reunidos bajo el nombre El fantasma de Gombrowicz recorre la Argentina, de descarga libre y gratuita, así como de la Biblioteca Gombrowicz, página web en la que planean incluir unos 400 links en español. Además, explica Hochman, buscarán conseguir que sea leído en carreras de grado universitarias: “No conocemos ninguna materia de grado en la que se lo lea”, advierte.

“Creo que para Gombrowicz Cosmos fue particularmente importante porque la sintió como su obra final. Final en el sentido de que iba a ser la última, y final en el sentido de que llevaba su búsqueda hasta las últimas consecuencias, si es que eso existe. De algún modo, ninguna de sus obras queda descolgada de las demás. Todas son parte de lo mismo, de un camino obsesivo por romper ciertos moldes y formar otros nuevos, y me parece que Cosmos es, para él, la frutilla que va encima”, agrega sobre el libro en cuestión Hochman, cuya tesis de doctorado se encarga del exilio del escritor.

El Cuenco de Plata, en uno de los últimos movimientos valiosísimos de su editor Edgardo Russo, recuperó el Ferdydurke para los estantes de novedades de las librerías, y también esta novela, que había sido editada por Seix Barral en 2002. Hochman encuentra fundamentales estas reediciones “para poder darle un poco de lugar a Gombrowicz”: “En Polonia ya está en el panteón de los escritores nacionales (los chicos lo leen en la escuela, como nosotros leemos a Echeverría o a Hernández), en Europa y Estados Unidos es considerado uno de los autores más importantes del Siglo XX, y acá, donde vivió casi veinticuatro años y escribió la mayor parte de su obra, apenas lo conocemos. Lo leen algunos intelectuales, académicos, dramaturgos, escritores, y pocos más. Por eso, el hecho de que su obra vuelva a circular es muy importante. Gombrowicz es un autor que merece ser leído no sólo por el placer de la lectura, sino porque es un tipo que a casi medio siglo de haber muerto tiene muchas cosas para decir. Es un autor absolutamente actual del que hay que aprovechar sus ideas y ponerlas en vigencia. No se me ocurre ningún otro escritor tan crítico, tan ácido, que haya destruido tantos lugares comunes como él”.

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