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Un lenguaje monstruoso de varias cabezas

Ariana Harwicz y Matate, amor

"La literatura de Ariana sería anti-naturalista. Incluso anti-realista. Por eso en Matate, amor hay tanto humor. Es una comedia. Dramática, pero comedia al fin". Edgardo Scott alrededor de la reedición de la primera novela de Harwicz, vía Mardulce.

Por Edgardo Scott.

Probablemente para presentar o introducir un libro haya que leerlo. De eso se tratan las presentaciones. Pero esta es la presentación de una reedición. Ya han pasado 5 años de la salida de Matate, amor. Ya fue presentado en su momento (2012), pero sobre todo, ya fue leído y comentado. Y tanto lo fue, que agotó su edición y mereció (no todo libro corre esa suerte), la reedición. De modo que voy a intentar hacer una re-presentación, de Matate, amor, y por lo tanto, mi relectura, como toda relectura, estará hecha de lecturas: de haber leído qué escribieron y qué dicen varias lecturas de Matate, amor. A cada una, a su vez, le asigné un rasgo.


La lectura psiquiátrica y esotérica

Nunca olvidaré que en la dedicatoria del DSM IV, la psiquiatra compiladora, en un arrebato sentimental había puesto el nombre de su amado, y después de una coma, decía: “un hombre para todo”. Es una mujer la que escribe –compila– este célebre y terrible manual de psiquiatría, en verdad pseudo-psiquiátrico, un manual embrutecido, tan imaginario, tan, como nuestro tiempo, oscurantista. Podría decirse que lo compila menos una médica que una bruja; y se lo dedica a un hombre total, a un hombre absoluto, o como dice ella: un hombre para todo. ¿Hay una mujer en la nueva tapa de Matate, amor, hay debajo de un manto, no una bikini, a lunares, una mujer? ¿Por qué estamos tan seguros? Primero, porque en la primera edición sí la había. Ahora hay un disfraz islámico, un velo islámico intervenido, que acaso oculta a una mujer esclava, sometida a un hombre, pero sobre todo sometida a un amo. Aunque también me gusta pensar o evocar con el manto a lunares, esos pañuelos a lunares que en composé con anteojos negros usaban las divas de Hollywood. En nuestra mitología contemporánea, modelada, hasta el reinado de lo digital, por el cine del siglo XX, las brujas o hechiceras ocultan su rostro hasta que llegue el momento dramático indicado. Entonces dejan ver un rostro desfigurado, chupado, sin dientes, horrible. A fin de cuentas, en Matate, amor, hay un paisaje de medioevo, hecho de bestias salvajes, bosques e inquisidores.

 

La lectura autobiográfica

¿Cuántas veces se le pregunta al autor, en este caso a la autora, por lo autobiográfico? ¿Qué dosis de realidad –y no de verdad– hay en el texto? A Ariana le gusta (a mí también) una frase que le oímos a Edgardo Cozarinsky: en lo anecdótico nada, en el deseo todo. Pero además, hay un pequeño gran detalle: la protagonista, el personaje, el narrador de Matate, amor no escribe. Sufre, es infiel, piensa, es ignorada, duda, se lastima, corre, se lamenta, se queja, pero no escribe. Ni lee. Acaso lo hará después de que termine la novela. “El que escribe –cito– no necesita un saco de piel porque en su invierno es verano”. ¿Vive la autora en la biografía de la novela, vive la autora en el paisaje de la novela? Habrá que volver a decir que lo autobiográfico es ante todo una intimidad. Menos la confesión que su dispositivo: el confesionario. El lugar sagrado de la verdad. Dos voces a la vez tan cerca como separadas, por el silencio y la penumbra. Un tono. Hasta la narradora se delata: “es siempre un tono –dice– y la manera de clavar los ojos”. Pero sobre todo, lo autobiográfico de Matate, amor que por otra parte ha suscitado o promovido tantas identificaciones, está en esa extraordinaria narradora que debemos escuchar fascinados desde la primera a la última palabra. Un poco como en aquel final de Titanic, cuando toda la tripulación estaba pendiente de la viejita de ojos azules que alguna vez había sido Kate Winslet y que simplemente contaba su gran historia de amor.

 

La lectura teatral

“El dramaturgo de mi vida es muy mediocre”, dice la narradora cuando el marido la escucha detrás de una puerta. Y cuando empieza la novela, “detrás en el decorado de una casa entre decadente y familiar”. Y en otro momento, dice “salir de cuadro”. No importa tanto que la autora haya estudiado dramaturgia. Importa más que la novela esté escrita por escenas. Y que la novela esté poseída por lo teatral, en tanto representación y negatividad de la vida, o mejor, la puesta en abismo de la vida. La literatura de Ariana sería anti-naturalista. Incluso anti-realista. Por eso en Matate, amor hay tanto humor. Es una comedia. Dramática, pero comedia al fin. La más divertida de sus tres novelas, la más luminosa. Casa de muñecas o Dogville, sí, pero escrita por Neil Simon.

 

La lectura lingüística

“Mi marido –dice la narradora– tiene una pija mil veces más grande que el otro, pero no sabe usarla. Tampoco la lengua. Escucho una serie de consejos que dice el profesional, pero creo fervientemente que vamos a divorciarnos por el mal uso de su lengua. Lengua de reptil. Lengüita de serpiente dormida. Nunca un lengüetazo, un chupón, una lamida. Lengua dócil que no sabe ahorcar.”
¿Qué es una lengua? Pero antes, ¿qué es un idioma? Una convención. Una convención más o menos regional. El alambrado lingüístico de un territorio más que geográfico, semántico. En Matate, amor como en las posteriores nouvelles de Ariana (La débil mental y Precoz) sospechamos que no estamos en el Río de la Plata, ni en Argentina. No geográficamente. Y sin embargo, en Matate, amor el idioma es el idioma del Río de la Plata. Incluso su argot, su lunfardo: cualunque, estrole, dorima, rope, copete. Es decir que hay algo no solo porteño sino arrabalero en el lenguaje de Matate, amor.
De modo que la lengua de Ariana nace, se alumbra, en la colisión con otro idioma y con otra lengua. El idioma francés, pero la lengua no de Paris sino de la Francia profunda. Nace ahí, entonces, un lenguaje monstruoso de varias cabezas. No sólo, como en Arlt o Ferreyra, un lenguaje afectado por la lectura de traducciones; no sólo, como en Conrad o Nabókov o Wilcock, la elección de palabras y expresiones que consigan pasar una intensión, un sentido, un mundo de un idioma a otro. No: en Ariana hay además un lenguaje de fórceps, un lenguaje que adopta el español del Río de la Plata a la vez que traduce y se traduce (engendra y se engendra) una y otra vez desde el francés de provincia. Un lenguaje arrebatado, imperfecto, impreciso, y por lo tanto, excesiva y necesariamente lírico.
Matate, amor aún no se tradujo al francés. ¿Es extraño? Es sospechoso. Tampoco se tradujo al italiano o al esloveno, pero de lo que se trata es, una vez más, de una disputa, de una querella lingüística. Del divorcio de dos lenguas. De entrada se dice: una extranjera. Una lengua contra otra. Una lengua extraña porque se halla en un medio (otra lengua) familiar. Por eso la lengua francesa se resiste a esta novela, la rechaza. La lengua sometida, la lengua sumisa se ha revelado, ha traicionado y asesinado, porque toda liberación tiene algo de traición, de infamia, de deserción y guillotina. La lengua de la novela nace del francés para elegirse argentina, porteña, del Río de la Plata. Y en la discordia de nuestros dos grandes linajes, el lenguaje de Ariana es un lenguaje arliano. Una lengua hecha con múltiples retazos: el francés y el español, las lenguas judías, pero también la lengua teatral y cinematográfica. Un lenguaje escolar, insuficiente, inmaduro. Capaz de asumir cualquier metáfora, cualquier contraste. Lascivo, imprudente, ajeno a cualquier pudor.

 

La lectura aeróbica

Fabio Morábito, dice sobre la poesía de Fondebrider: “Como si el tiempo de una respiración fuera el único legítimo para el quehacer poético. Pareciera que a esta poesía la rigiera la superstición de que se empieza a mentir cuando se vuelve a tomar aire.” Matate, amor posee ese tipo de respiración, que a la vez, es su ética.

 

La lectura de género

“Él es mi hombre. Él, que sabe mirar mi tristeza infinita. Los otros son apenas hombres.” Los hombres ya no son hombres. Pero qué son. La narradora, siempre rodeada de bichos, estudia y anhela bestias. Los hombres han perdido su dignidad bestial que no es otra cosa que su épica. Ahora son hombres domésticos, hombres de su casa, psiquiatras o psicólogos de sanatorio, adictos, perros fieles y sumisos, pajeros, suegros muertos. Los hombres se han domesticado –en el sentido adiestrado y en el sentido casero de la palabra–, es de las mujeres la posibilidad de conquista, la remota aventura del héroe. “El lujo de tener sobre las tripas un hombre entero, pies y cabeza sobre mí”. Un hombre entero. Pies y cabeza. Para Ariana los hombres ya no tienen pies (no tienen profundidad, no tienen historia, no tienen fuerza), y no tienen cabeza (no tienen ideas, no tienen astucia, no tienen fe). Los hombres, la especie –y Matate, amor es escandalosa en este sentido– ha evolucionado una vez más; todo pasa por una letra. Una letra clave. Los hombres ya no se convierten durante un sueño en cucarachas, Ariana lo sigue, consciente o no, a Gustavo Ferreyra y su receptor de carozos: los hombres se han transformado en siervos. Por eso el verdadero, el único hombre de la novela es un ciervo. Ni el marido cornudo ni el amante apocado y cobarde. Un solo ciervo vela por el sueño intemporal de Emma o Mrs. Dalloway, un solo ciervo, como un fauno alucinado y viril, posee la noche y la hombría, el ojo insomne y dorado.

 

La lectura cinematográfica

He tenido acceso a la reciente traducción de Matate, amor al inglés. Y en el pasaje a ese idioma es donde más se nota la ficción cinematográfica que subyace a la novela. En inglés, Matate, amor encuentra su imaginario visual, incluso, su montaje y su mejor forma narrativa. Si en español la lengua de Matate, amor es una lengua de facón, la afilada lengua del cuchillo –hay una cautiva revirada y, como dije, arrabalera– en el pasaje al idioma inglés, Matate, amor encuentra el esplendor de su lengua cinematográfica. No tanto Cassavetes o David Lynch, sino esos melodramas o comedias dark de los últimos tiempos: Begginers, Little Children, Blue Valentine, Revolutionary Road.

 

La lectura subjetiva

El talento. Ariana admira a Martha Argerich, a Richter, a Barenboim, a Glenn Gould. Pero también a Maria Callas o Amy Winehouse. El talento de los intérpretes. El talento recrea y representa. Y simplifica. El talento es la contraseña de los clásicos. Ariana no lee la última moda ni la vanguardia ni las novedades; lee a Celine, a Dostoievsky, a Stefan Zweig. El talento es el antídoto de la mediocridad, el pasaporte para la Historia. El talento es la gracia, el don, la belleza hecha sin tentativas, sin corrección, hecha de una sola toma, de una sola vez, de una sola pieza. La narradora de Matate, amor, observa la tremenda banalidad y vulgaridad del mundo. De algún modo, tiene una mirada aristocrática sobre las cosas. Ella quiere Rembrandt, y Mozart y Lucien Freud. No rock, ni reggaetón ni balnearios con familia. Sobre todo familias. El teatro costumbrista y demagógico de la familia. Otra vez Ferreyra: “Mientras exista la familia el individuo es una hipótesis a confirmar”. Vida o Sujeto. Hay en Matate, amor una mujer que se emancipa menos de algún malentendido régimen machista o patriarcal, que del mutante, camaleónico régimen familiar, invariablemente acosador y demandante.

La lectura sentimental

Matate, amor demuestra la radiante vigencia de la novela sentimental. Y así como en su lenguaje Ariana encuentra precursores en la generación de Literal: Liliana Heer, Zelarayán, Luis Gusmán, Lamborghini, esa entonación musical, religiosa y atropellada. En la novela sentimental, está el impulso de Bioy, de Puig, de Carlos Correas, novelas como En breve cárcel, de Sylvia Molloy y, más cerca, El pasado, de Alan Pauls. La irrealidad, los esfuerzos y torturas y caprichos del amor. En un tiempo en que la novela política resulta anémica e indiferente, la novela sentimental se vuelve política y apasionada. Crimen, intriga, pasión, aventura. Todos los condimentos de la literatura parecen hallarse en los desfiladeros de la pasión. Ya desde su título, Matate, amor se anuncia como una abolerada melodía de canción pop que podrá cantar todo el mundo en cualquier lado. Si hasta como las bandas o las canciones, incluye su abreviatura: no decimos Matate, amor, sino Matate.

 

La lectura enamorada

Pero todo esto lo dice y lo lee la voz de un hombre enamorado. ¿Será un sueño, otra alucinación o pesadilla más del personaje? Un efecto de la ficción. Sobre todo hoy, nada menos real que un hombre, nada más insignificante. En cambio, nada hay más real y vital que la literatura. Porque para el que escribe, en el invierno es verano. Y qué más quisiera yo que vivir para siempre en la pupila insomne, en el centro del bosque, en el gran ojo dorado del ciervo.

 

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