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Prólogos

Utopía queer

De José Esteban Muñoz

Compartimos el texto con que abre la novedad de Caja Negra Editora, donde Muñoz retoma la idea de utopía de Bloch y recorre obras de artistas, escritores y performers como Andy Warhol, Frank O’Hara y Elizabeth Bishop.

Por Mariano López Seoane.

 

No puede decirse que la cultura gay sufra un déficit de utopía. Muy por el contrario, la utopía constituye uno de los productos contantes y sonantes –vale decir, la promesa siempre insatisfecha– de un mercado que crece año a año y que contribuye a maquillar el rostro diverso del capitalismo tardío. Tenemos por ejemplo el “crucero gay”, ese híbrido de disco, gimnasio y piscina abiertos de sol a sol en el que los dispositivos de encierro y exilio que supieron imaginar los sueños de exterminio se vuelven espacios de intensificación del consumo y el placer. A esa suerte de Edén en movimiento se suman las iteraciones de lo que se conoce como “circuito”: encuentros anuales en destinos celebrados como paraísos (Mykonos, Barcelona, Río de Janeiro, Miami) en los que el menú musical y el repertorio de cuerpos hacen pensar en lo que Mercedes Bunz denominó “la utopía de la copia”. Estas fatigadas imágenes del deseo que consumen y producen los gays acomodados y cosmopolitas que pueblan la Nueva York desde la que escribe Muñoz, y que forman parte de una “internacional” que tiene representantes en todas las metrópolis globales, constituirían lo que rápidamente podemos llamar “utopía gay”.

No es ese el cielo de José Esteban Muñoz. Como mínimo, no son esas las formas de utopía que añora, invoca e indaga en este libro. Puede decirse, antes bien, que escribe contra estas utopías y contra la captura que han hecho del término. En efecto, ¿qué tiene de utópica la política de asimilación estratificante, o directamente excluyente, que promueven esas imágenes? Entendiendo que allí se produce una simulación, o directamente una estafa, Muñoz se propone rescatar un término clave para el pensamiento crítico, y para la política radical, de las garras del marketing inclusivo. Su intervención es, entre otras cosas, una disputa por los sentidos. Y un intento de geolocalización: “La versión de la utopía a la que suscribe este libro existe en alguna parte entre la figura del outsider, solitarix y freak, la loca que predica por las calles y la colectividad políticamente comprometida”. Ese lugar que se afirma entre el freak, la loca y la colectividad es lo que nos hemos acostumbrado a nombrar con el término anglo “queer”.

Claro que esta costumbre, como todas, esconde un adormecimiento que puede ser fatal para el proyecto crítico que cobija este trabajo, que, desde su título, se esfuerza por matizar o complejizar lo que de otro modo podría ser una fórmula. Si esta versión en castellano nos invita a pensar en una Utopía queer lo hace encabalgando este sintagma a las ambigüedades temporales que encierra la futuridad. Se entiende: hablar de utopía queer a secas no constituiría en sí mismo garantía de haber arribado a mejor puerto, toda vez que este término también ha sido sometido a una serie de usos y apropiaciones que están lejos del rumbo que Muñoz imagina para la política de las disidencias sexuales. En otras palabras: sustituir “gay” por “queer” sin mayores preámbulos sería cancelar por adelantado una de las discusiones centrales que este trabajo viene a plantear.

En este sentido, conviene detenerse en el título original en inglés: Cruising Utopia. 1 La utopía está presente, desde ya, pero antecedida, custodiada o modulada, por un término taimado de difícil traducción. Cruising es lo que en Buenos Aires llamaríamos yire, o levante, y que en un neutro accesible para todo el mundo de habla hispana llamaríamos aparatosamente merodeo con intención erótica. Digo “aparatosamente” porque esta práctica universal solo se puede nombrar como se debe, es decir, desde el deseo, agitando la lengua local. Pero digo bien “universal” porque en todos los rincones del mundo urbano occidental el cruising es piedra de toque de una cultura del sexo público que busca sostener el goce del contacto carnal inmediato en contextos de persecución o marginalización. Una cultura del sexo público que debe entenderse como estrategia colectiva para reconocer las calles y adueñarse de la ciudad, como forma de fundar y fortalecer la comunidad de los que no tienen comunidad. Y como escuela en la que se enseña el amor por uno mismo y por el otro, en la que se socializan tradiciones de cuidado, en la que se transmiten saberes y códigos más o menos secretos.

Utopía queer anuncia su interés en indagar la utopía salvaje del yire. Y el libro le va a reservar pasajes significativos a esta práctica y a uno de sus resultados posibles (y deseables): el sexo en público. Pero la nuez de su trabajo depende de un giro decisivo que Muñoz insinúa en un pliegue escondido en el título original. Cruising debe leerse también como verbo, y, en este sentido, la invitación no es meramente a rastrear las latencias utópicas del flaneurismo sensual y sexual sino, fundamentalmente, a yirar la utopía, a iniciar un ejercicio de reconocimiento de ese territorio de ensueño que ha sido fatigado por la literatura, por la filosofía y por la política revolucionaria. Al declarar que se dispone a merodear la utopía, Muñoz nos dice que buscará recorrer la utopía como se recorre un parque a oscuras, un muelle casi abandonado o el borde boscoso de un río; es decir, los escenarios privilegiados del cruising. Y la pregunta pasa a ser, entonces, ¿qué podemos activar en la utopía si la recorremos estimulados por la mezcla de excitación, desesperación y miedo que sostiene el yire urbano de las maricas? Más aun, ¿qué podemos descubrir en las múltiples utopías que compartimos y en las que no compartimos, pero también en el concepto mismo de utopía tal como lo ha trabajado la tradición filosófica y política, si las exploramos munidos de los saberes, las astucias y las tácticas cultivados y bruñidos en décadas de merodeo queer?

Entregado al yire, Muñoz busca agitar el horizonte de la utopía y ponerlo a trabajar en beneficio de una política disidente. Siendo más específicos, de una política de las disidencias sexogenéricas. Es esto lo que promete el subtítulo del libro, que habíamos dejado en pausa: Utopía queer propone un recorrido por “el entonces y allí de la futuridad antinormativa”. Orillando la redundancia, la invitación no deja de ser opaca. Si por un lado confirma casi tautológicamente que la utopía se define por su relación con el futuro, por el otro introduce una fórmula en la que conviene detenerse. Sabemos que la utopía nos habla de un mundo a fundar, inventar, crear o descubrir. “El entonces y allí” se lee como inversión espejada del enunciado con el que se nos suele amarrar al presente: “El aquí y ahora”. “El aquí y ahora” define el presente como espacio y como tiempo, como lugar y como momento, en ese orden. Y en esa insistencia en dos planos lo que se comunica es una suerte de fatalidad: el aquí y ahora es un encierro concreto del que no se puede escapar. Muñoz juega entonces con dos desplazamientos. El primero, espacial. Al contrario de lo que sucede en “el aquí y ahora”, lo que encabeza es el tiempo, no el espacio: el “entonces” antecede al “allí”. Esta voltereta carga aún más la dimensión temporal de su operación: “el entonces y allí” tiene en inglés la ambigüedad suficiente como para aludir a un momento y a un lugar que tanto pueden situarse en el futuro como en el pasado de la enunciación. En ambos casos, eso sí, se comunica la sensación de “momento exacto”, un momento exacto que puede cambiarlo todo, como en la idea de la tradición judía de que cada segundo puede marcar el instante de la llegada del Mesías a la Tierra. Si el futuro ya estaba insinuado en la “futuridad”, lo que el enunciado completo viene a iluminar es su presencia en las huellas del pasado. O, dicho de otro modo, la posibilidad de que el futuro que podemos hacer surgir haya sido anticipado, o soñado, en un pasado que nos sigue interpelando. En breve: en la perspectiva de Muñoz, el pasado no existe como bloque cerrado; es, por el contrario, una constelación de huellas en las que puede estar escondida, momentáneamente desactivada, la llave que puede abrir la puerta de un futuro de salvación.

Ese modo de encarar el pasado, que va a ser clave tanto metodológica como políticamente en su trabajo, está entrelazado con los usos y los sentidos que Muñoz quiere darle al término “queer” a veinte años de su resignificación por parte del activismo de las disidencias sexuales.2 Debemos preguntarnos entonces, para precisar esos usos y sentidos, qué ocurría en “el aquí y ahora” en el que Muñoz decide iniciar este proyecto; más específicamente, qué ocurría en el campo de discusiones y acciones interpelado, tensionado y nombrado por lo queer.

 

 Continúa en

 

 

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1. Cruising Utopia es el segundo libro firmado por José Esteban Muñoz. Anteriormente había publicado numerosos artículos en revistas y en libros compilados por otrxs, todos orientados a cuestiones de afecto, performance y cultura latina en los Estados Unidos. A su vez, en colaboración, Muñoz editó dos volúmenes en los que se perfilan las preocupaciones de toda su carrera: Pop Out: Queer Warhol (1996), en el que rescata al creador del arte pop para las culturas queer; y Everynight Life (1997), dedicado a la cultura bailable latina en los Estados Unidos.

2. Ver, por ejemplo, la compilación editada por Michael Warner, Fear of A Queer Planet. Queer Politics and Social Theory, Mineápolis, University of Minnesota Press, 1993.

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