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Vanessa Londoño: "Sospecho que estamos siempre escribiendo el mismo libro"

Y su novela, El asedio animal

"Me parecía importante que el presonaje principal de la novela fuera precisamente el territorio, y que la escritura fuera un ejercicio cartográfico": la escritora colombiana desembarca con su primera y premiada novela, editada por Eterna Cadencia en Argentina.  

Por Valeria Tentoni. Foto de David Amado Pintor.

 

 

"La prosa de Londoño es violenta y exquisita, una poesía brutal y sofisticada. Estremece al cuerpo lector: vibra vital. Late con la sangre nuestra, latinoamericana. Bisnieta de Rulfo, estoy segura, será precursora de multitudes" asegura Gabriela Cabezón Cámara desde la contratapa de El asedio animal, novedad de Eterna Cadencia Editora y primera novela de la autora nacida en Bogotá en 1985.

El libro fue ganador del Premio de Literatura Aura Estrada, y ya circula en varios países. Graduada como abgoada, Londoño es escritora y periodista, y se ha formado en escritura creativa en Nueva York.

"La literatura, pienso, está en el acto de restituirles vitalidad a los miembros cortados, y en contar las historias de los cuerpos que persisten en recordar las partes mutiladas y sus fantasmas", leemos en el arranque de este libro breve y perturbador.

 

 

Esta es tu primera novela, ¿cómo fue escribirla, hubo intentos en el camino?  

A la novela le fueron cambiando los rasgos mientras la escribía, y cuando me miraba en ella, me devolvía facciones y gestos que empecé a desconocer. Trabajarla me hizo pensar en el contagio de esos manuscritos antiguos que se escribían repetidamente sobre el mismo cuero de animal, y que se lavaban para apilar indefinidamente un texto sobre el anterior. Un contagio que ocurría entre la línea oculta y la que se iba insertando, porque sospecho que estamos siempre escribiendo el mismo libro que se pelea por reaparecer desde el fondo. En ese sentido, creo que los intentos anteriores a la novela siguen siendo esta novela; y las demás que pueda escribir, van a seguir siendo distintas versiones interminables de esas líneas ocultas, que resurgen desde el fondo. 

¿Qué libros fueron marcantes para tu escritura, además de Rulfo? ¿Y de qué modo Rulfo, además?

La casa grande, de Álvaro Cepeda Samudio, porque su forma de adjetivar produce una desestabilización del lenguaje que me interesa, y que me ha servido para entender que la literatura es también un proceso de divulgación de una lengua que ha hecho crisis en uno mismo, y que puede manfiestarse al exterior. 

Los recuerdos del porvenir, de Elena Garro, porque es una novela cuyo personaje principal es el territorio, y fue una lección que me permitió entender que el personaje principal de El asedio animal, podía ser el mapa de un lugar que se iba ilumniando mientras escribía. 

¿Cómo diseñaste el escenario de la novela, este pequeño pueblo? ¿Qué importancia le diste al territorio en la trama?

La violencia en Colombia tiene una razón histórica: la falta de distribución equitativa de la tierra, debido a que nunca se completó una reforma agraria ni se ha cumplido ese capítulo de los Acuerdos de Paz. Por esta razón, me parecía importante que el presonaje principal de la novela fuera precisamente el territorio, y que la escritura fuera un ejercicio cartográfico.  

Mientras en su aspecto geográfico la novela ilumina un lugar y traza las fronteras de un mundo que aparece, la escritura llena ese espacio con sus propios habitantes de la lengua. Trazar ese mapa es en el fondo un acto egoísta porque parte del deseo de localizarse a sí mismo y también de que los demás se localicen conmigo en ese lugar creado por mí, y delimitado por corrdenadas que han dejado otros espacios fuera. No puede olvidarse que la función principal de un mapa es excluir, y que su relevancia está mediada tanto en lo que encierra como en lo que no, de forma que esa inquietud sobre lo excluido va creando una inestabilidad del territorio, desde la que también se leen esos renglones del mapa.

"Tengo la sensación de que siempre que pasa algo importante llueve": ¿Cómo pensaste el elemento agua, por qué la lluvia? 

Como lectora y también como escritora, me interesan las novelas que están llenas de cuerpos líquidos. Anatomías que se insertan en distintas líneas de significación, como los cuerpos que invaden el paisaje, los espacios, la ciudad. Árboles, por ejemplo, que regresan por entre el ombligo vegetal de los personajes.  

Mircea Eliade explica que la anatomía humana irradia simbólicamente el mundo y nos permite explicarlo através de estas analogías y proyecciones. La lluvia hace circular la vida y en ese giro, crea rastro, huella y memoria; que es la función principal de la lluvia en la novela: evocar el recuerdo. Pero la lluvia también se empoza y genera deslaves, diluvios e inundaciones que arrastran y destruyen todas las formas a su paso, detonando también el olvido.  

La novela habita esa tensión entre la memoria y el olvido, o, para ponerlo en términos de Eliade, entre la lluvia y el diluvio, que es, también, la tensión que mejor explica a América Latina. 

Larvas, cosechas, selvas, tierra floja y suelta arrastrada por el agua: la naturaleza en esta novela también es agente de carácter, ¿cómo la pensaste? 

En Manifiestos sobre la diversidad lingüística, Yasnaya Elena Gil cita una frase hermosa de Barry López: “Cuando viajo, lucho por conocer la tierra como si fuera una persona. Reunirme con ella como si fuera tan profunda en su significado como la personalidad humana. Espero que hable. Y espero”. 

Creo que eso resume bien el territorio de esta novela, que tiene, precisamente, el carácter de un ser humano, con sus violencias, apegos y contradicciones. 

En tu libro, el deseo antecede a la animalidad: ¿Cómo pensaste estas dos fuerzas, cómo las separaste y les diste dirección? ¿Por qué te interesó trabajarlas? 

El patriarcado supone una represión sistemática de la experiencia femenina que pone al hombre blanco como centro del pensamiento. El hombre es escritor, padre y poseedor, y todos los otros cuerpos se han narrado en relación al suyo.

El feminismo francés detectó, por ejemplo, que el de las mujeres ha sido narrado como un objeto del deseo -vacío- que espera a ser llenado de conocimiento y de sémen. Las mujeres hemos reivindicado en la literatura el derecho a llenar nuestras propias anatomías, como lo hizo Doris Lessing en Summer Before the Dark que, de manera subersiva, narra el cuerpo de la mujer que envejece, o como lo ha hecho también Camila Sosa Villada al narrar el cuerpo travesti por encima de la etiqueta trans. El cuerpo de la mujer se convierte ya no en un punto de entrada, sino en uno de salida.

Esta reescritura pasa inevitablemente por el cuerpo y por el deseo. Un deseo múltiple y plural que se opone al deseo fálico localizado en un solo órgano masculino. El deseo femenino es una geografía tan impredecible como la del sistema nervioso, que se irradia así mismo en su pluralidad y entre los distintos circuitos del lenguaje.

 

 

Hay mutilaciones, miembros fantasma, llagas, ampollas: el cuerpo es receptor de castigos, sobreviviente a múltiples violencias. ¿Qué podés decirnos de esta búsqueda, la que reúne casi sin respiro al cuerpo con la violencia en tu libro? 

Sí. Pero también hay mucha belleza, porque la vida habita la luz y la oscuridad al mismo tiempo. 

Hay un trabajo muy delicado en el lenguaje que elegís para entregar la historia, ¿cómo puliste ese estilo? ¿De qué modo trabajás las correcciones? ¿Qué valor le das a la poesía en tu narrativa?

Subrayo y saqueo los libros. Anoto palabras en un cuaderno que luego voy gastando en mis textos. Imito la anatomía de las frases que me interesan y, sobre todo, leo en voz alta, hasta lograr que el texto tenga la musicalidad que me interesa. En eso se me van años.

La poesía tiene un lugar fundamental en la novela pone de presente que la lengua es materia viva, capaz de generar sus propias trayectorias y propensiones.

Finalmente, ¿qué noticia podés darnos de la literatura colombiana contemporánea? ¿Qué de su universo editorial?  ¿Qué autores o autoras jóvenes querrías recomendarnos?

Me interesan dos autoras que con sus novelas están cuestionando mitos instalados por el patriarcado. Plaga, de Juliana Javierre (Seix Barral, 2021), reescribe un territorio llamado Sopinga, en una especie de diálogo en contestación a “Risaralda”, de Bernardo Trujillo Arias, una novela fundacional del Eje Cafetero colombiano. 

Galápagos, de Fátima Vélez (Laguna 2021), una novela que nos da la posibilidad de repensar a los homosexuales estigmatizados por el sida y la proximidad de la destrucción, en un hermoso viaje que habla sobre la descomposición de las formas, los procesos, los ciclos, los vínculos y la piel.

 

 

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