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Al rescate de Frankenstein: "Nadie podía creer que lo hubiera escrito una mujer"

La vuelta de un clásico 

"Shelley fue una visionaria": Virginia Higa y Esther Cross, dos escritoras reunidas en el rescate de la obra maestra que Mary Shelley escribió con diecinueve años y reedita Fera en edición de lujo.

Por Valeria Tentoni.

 

 

 

Nacida en 1797 en Londres, Mary Shelley vivió buena parte de su juventud viajando por Europa junto a su pareja Percy Shelley. La historia de esta autora que con sólo diecinueve años escribió Frankenstein (1818), obra catalogada como la novela que inauguró el género de ciencia ficción, está majestuosamente contada en La mujer que escribió Frankenstein, de Esther Cross (Emecé / Minúscula).

Ahora, Fera acaba de lanzar una nueva versión de este clásico con la participación de Cross en comentarios que se incorporan de modo muy original a la traducción que quedó a cargo de Virginia Higa. Con edición de lujo a todo color, este trabajo de rescate suma las ilustraciones de Jazmín Varela: "Los momentos cruciales de la historia están representados con  colores subidos de tono y un enfoque muy original de la distribución de  los cuerpos: el efecto es electrizante", explica Cross. "Me gustan mucho las ilustraciones crudas y un poco pop y la paleta fría que eligió Jazmín Varela", agrega la autora de Los sorrentinos. 

Shelley, que además escribió obras como Mathilda y también se dedicó a la dramaturgia, el ensayo, los cuentos y llevaba un diario que tuvo distintas ediciones a lo largo de la historia, murió a los 53 años mientras dormía. ¿Cómo vuelve a librerías una autora que vivió en una época tan disímil? De la mano de autoras contemporáneas como Cross e Higa. 

 

 

¿Cómo recuerdan su primera aproximación a esta novela? ¿Qué versión fue la primera que leyeron?

VIRGINIA HIGA: Recuerdo haber leído la novela en unas vacaciones de verano hacia el final de la adolescencia. No sé qué versión era, pero seguramente la de 1831. No recuerdo demasiado de esa primera lectura, pero sí la sensación de estar leyendo un libro atrapante, de esos que no te sueltan. También recuerdo que algunas escenas y atmósferas me impresionaron durante mucho tiempo y las tenía presentes cuando volví a acercarme al libro para esta traducción.

ESTHER CROSS: Mi primera aproximación fue a través del cine: de chica veía las viejas películas basadas en Frankenstein, que pasaban algunos sábados por tele. Me acuerdo de que La novia de Frankenstein empezaba con la escena de Villa Diodati, y Elsa Lanchester, que después hace de novia del monstruo, en el papel de Mary Shelley. A la novela llegué de adolescente, intrigada por todo esto. No me acuerdo de cuál fue esa primera edición que leí. Pero sí del impacto de descubrir todas las diferencias entre la adaptación y el libro.

¿Cómo pensaron en una versión 2023, más de 200 años después de su primera edición?

V.H.: Creo que el gran mérito de esta edición es de las editoras de Fera, Mara Parra y Victoria Benaim, que decidieron incluir la novela en su colección de clásicos escritos por mujeres. Son nuevas traducciones que incluyen notas y guías de lectura, y la experiencia que se busca es la de leer acompañados por alguien (en este caso Esther) que sabe mucho del tema y nos acerca al texto de una manera amable. La idea es que cualquiera pueda acercarse a los clásicos y disfrutarlos, y me parece de una gran generosidad y lucidez. 

E.C.: Para mí la traducción era fundamental en ese sentido, y Virginia lo hizo de la mejor manera. Encontró una respiración nueva en el clásico. En cuanto a los comentarios y guías de lectura, en estos 200 años el material biográfico y los libros sobre la novela crecieron exponencialmente, así que fue cuestión de pautar, y elegir. 

Mary Shelley tenía 19 años cuando se publicó por primera vez y, como se cuenta en el prólogo, no pudo firmar su propia obra en ese momento. ¿Qué pueden decirnos acerca de trabajar el texto de una escritora que, al momento de escribirlo, era más joven que ustedes pero vivía en un tiempo tan distinto?

E.C.: En el prólogo de 1831, más grande y mucho más sufrida, Mary Shelley escribe una breve autobiografía para contar cómo surgió la novela. Ese texto puede leerse como una historia de influencias y condicionamientos, y de una liberación. Habla de ventajas y presiones: era hija de dos reconocidos autores, siempre supo que iba a dedicarse a la literatura, vivía en troupe con grandes escritores y Shelley, su marido, la “incitaba a que tuviera una reputación literaria”.  Ella se plantó en medio de todo y oyó su propia voz, siendo tan joven. Lo hizo, además,  con esa historia. Nadie podía creer que la hubiera escrito una mujer. Me hace acordar a algo que dijo Yeats. Los jóvenes no se rebelan contra el pasado. Eso sería fácil y lo hace cualquiera. Se rebelan contra los imperativos del presente y los mayores que ostentan el poder. Trabajar su texto y pensar en esto produce mucha admiración y gratitud. 

V.H.: El hecho de que Mary haya escrito Frankenstein a esa edad me parece increíble, porque la novela tiene la solidez y la profundidad de una obra de madurez. Al mismo tiempo tiene una frescura que la hace muy legible, todavía hoy. Mientras la releía y traducía tenía todo el tiempo la sensación de que era una novela escrita sin ego, que todo lo que hacía Mary como novelista estaba en función de lograr la mejor novela posible, de contar bien esa historia, y que no sobraba nada ni había despliegues superfluos de estilo. Creo que eso demuestra el talento enorme que tenía y es quizás una de las razones por las cuales el libro se convirtió en un clásico.

¿Qué pueden decirnos del rescate de obras de mujeres que escribieron en otras épocas? ¿Qué autoras que apenas están editadas o reeditadas podrían recomendar para devolver a librerías y bibliotecas?

E.C.: Mary Shelley anotaba en sus diario cada libro que leía. Y al repasar esas listas, aparecen muchos nombres de escritoras que no pasaron el filtro del tiempo de una manera sospechosa, porque no todos los escritores que lo pasaron son parejos. Vale la pena revisar esas listas. Por otro lado, en Frankenstein hay muchas referencias implícitas, y ahí también hay autoras para redescubrir, como la ensayista Catharine Macaulay. Más allá de Frankenstein, una escritora de ese tiempo que recomiendo no solo por sus novelas sino también por sus diarios de viaje, es Johanna Schopenhauer. Nombro también a algunas posteriores a Mary Shelley, ya de fines del siglo XIX y principios del XX. Jane de la Vaudère, casi ignorada. Marie Belloc Lowndes, que quedó marcada como “autora de best sellers” y escribió una de las mejores novelas que hay, si no la mejor, sobre el caso de Jack el Destripador, celebrada por Gertrude Stein y Hemingway. Creo que May Sinclair no tiene todo el reconocimiento que merece. Constance Fenimore Woolson, de quien Henry James tomó la idea de la figura en el tapiz, es otra. Son tantas, ni hablar de escritoras más cercanas en espacio y tiempo.

V.H.: En el último tiempo se viene dando una gran labor editorial para rescatar la obra de autoras poco leídas u olvidadas y algunos de esos rescates son verdaderos hallazgos. En el espíritu de la idea borgeana de los precursores, nos puede resultar fructífero pensar que la literatura que escribimos hoy las mujeres está parada sobre los hombros de gigantas. Algunos descubrimientos que hice en el último año son Julian of Norwich y Margery Kempe, dos escritoras inglesas medievales que creo que pueden echar luz sobre muchas escrituras íntimas o ligadas al tema de la maternidad que a veces creemos que no tienen continuidad con el pasado.

 

¿Cómo trabajaron juntas? ¿Cómo fue el proceso de composición de esta edición?

E.C.: Antes de comenzar, lo fundamental fue decidir con Virginia, Mara Parra y Victoria Benaim (las editorias) cuál de las ediciones de la novela tomar. Finalmente optamos por la primera, de 1818. Yo empecé cuando recibí la traducción  de Virginia. No hubiera podido hacerlo sino era a partir de su versión. Al traducir, Virginia había agregado algunos comentarios (referencias a libros, etc). Así que no trabajamos al mismo tiempo pero estábamos coordinadas. 

V.H.: Primero decidimos entre todas con qué versión de la novela íbamos a trabajar. Fue un ida y vuelta muy interesante, porque cada versión tenía su atractivo. Después de ponernos de acuerdo en la versión de 1818, yo hice la traducción y sobre esa versión hizo Esther las notas. 

Virginia, ¿cómo fue traducir una obra maestra como esta? ¿Qué desafío te planteó?

V.H.: En un primer momento, cuando las editoras me lo propusieron, fue un desafío casi paralizante y me costó aceptar. Frankenstein es una obra canónica con muchas traducciones y antes de empezar eso me atemorizaba. Pero una vez que me metí de lleno en el texto, resultó ser un trabajo enormemente disfrutable. Como decía antes, es un libro muy legible y ameno con un planteo que está super vigente. El desafío para mí fue buscar una traducción que sonara al mismo tiempo literaria y actual. A veces los clásicos se traducen con modismos y giros del lenguaje que parecen buscar un efecto de "clásico" o "antiguo" cuando el texto original no busca ni necesita nada de eso. 

Esther, después de La mujer que escribió Frankenstein, en esta edición tu tarea es introductora y expansiva, una especie de bello diccionario enciclopédico que sin embargo no ocupa notas al pie sino que salta desde los márgenes. ¿Cómo encaraste este trabajo paratextual, también interviniendo con subrayados?

E.C.: Las ediciones de FERA tienen algo de club de lectura, con una intención de comunicar sin invadir al lector, que a mí me parecía muy tentadora. Hay ediciones académicas excelentes y abarcadoras, disponibles para consultar. El ánimo de esta edición es totalmente distinto.  Encaré el trabajo pensando en eso: una especie de lectura compartida con el lector.  

Hay algo tremendamente actual en la historia que escribió Mary Shelley, se me ocurrió pensarla en paralelo al problema de la Inteligencia Artificial, por ejemplo... ¿Lo ven así?

V.H.: El planteo de la novela es tan profundo y humano que sirve para pensar muchísimas cuestiones que nunca van a perder vigencia. No la había relacionado en particular con el tema de la IA, aunque creo que sin duda se podría hacer una lectura en ese sentido. Una de las cosas que más me impactaron mientras trabajaba con el libro es la relación que tenemos con lo monstruoso, que en cada época toma una forma específica y que siempre nos incomoda, nos descoloca. El monstruo de Frankenstein es lo más abyecto que la sociedad concibe y a la vez es un ser con sentimientos, cuyo sufrimiento lo convirtió en lo que es. Me estremecía pensar en qué forma podía tomar eso hoy en día, y pensaba en las personas que la sociedad entera rechaza, los pedófilos, los abusadores, todos esos monstruos en los que no queremos pensar pero que están ahí, conviven con nosotros y son seres humanos. El pasaje en que la criatura relata cómo asesinó al hermanito de Victor Frankenstein te hiela la sangre.

E.C.: Es algo que ya pasó varias veces con Frankenstein y seguramente se va a repetir. Algunas ficciones se convierten en dispositivos para entender cierto tipo de  acontecimientos. Y eso pasa con Frankenstein. Una  escritora visionaria es, como decía Flannery O’Connor, una realista de distancias. Ve con tanta profundidad  un asunto de su tiempo, que lo trasciende, capta su núcleo, el factor humano que lo produce más allá de sus especificidades. Y Shelley fue una visionaria. 

 

 

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