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El origen de la maldad

Marcelino Cereijido habla del ensayo Hacia una teoría general sobre los hijos de puta (Tusquets). “La ciencia está transformando la realidad en un medio donde tener más músculo no da más ventaja”, dice.

Por Patricio Zunini.

marcelino cereijido

Con letras blancas sobre cartulina roja, la palabra se destaca en el título. Primero mueve a risa. Pero luego aparece la pregunta: ¿y si fuera cierto?, ¿si se pudiera determinar por qué existe el mal? Porque finalmente esa es la búsqueda de Marcelino Cereijido, aunque lo trabaje desde una propuesta más gráfica, con una palabra irremplazable. Para Cereijido, «aquel que perjudica en forma grave a un tercero» no es perverso, malo, injusto, cruel, maldito. Esa persona es lisa y llanamente un hijo de puta. A través de diferentes abordajes —histórico, genético, social, biológico— Cereijido propone en Hacia una teoría general sobre los hijos de puta un acercamiento científico a los orígenes de la maldad.

 

Cereijido es doctor en medicina y se dedica a la fisiología celular. En 1976, luego del golpe militar, emigró a México donde aún reside. Desde hace años ha conseguido combinar el trabajo de laboratorio con el de pensador científico. En ensayos anteriores ha trabajado el término “cognicidio”, en referencia a aquellas acciones que se desarrollan programáticamente desde centros de poder con la intención de eliminar el conocimiento. El saber, dice, es la herramienta que permite interpretar correctamente la realidad en que se vive: limitarlo implica pensar al otro como un ser a dominar.

En esta entrevista, Marcelino Cereijido habla del ensayo y enumera los mecanismos por los cuales la ciencia —el conocimiento— funciona como una barrera para los hijos de puta.

¿Cómo se relaciona el cognicidio con la temática acerca de los hijos de puta?

—Todo organismo, vegetal o animal, se fabrica una herramienta para subsistir, para luchar por la vida. El ser humano ha hecho su herramienta de la capacidad de conocer. Como hay una evolución, algunos están más adelante, otros más atrás, otros en el fondo. Pero cuando hay tanta distancia entre dos grupos, es inevitable que el primero tome como ganado a los que van atrás. Por esa razón, la ciencia, el máximo exponente de lo que se puede cognitivamente, no se ha globalizado: la ciencia la tiene el primer mundo encerrado.

¿La ciencia o la tecnología?

—No tiene sentido despegar ciencia y tecnología. Galileo inventó un telescopio de sólo 32 aumentos, pero gracias a eso vio lunas, manchas, y eso ayudó a perfeccionar otros telescopios. Karl Popper se imaginaba a un hombre caminando por una ciénaga con una pata en la ciencia y otra en la tecnología: si se le quita una no puede caminar. Sin esos aparatazos para romper átomos y demás, la ciencia moderna no iría a ningún lado. Pero, a su vez, no se podrían construir esos aparatos sin una ciencia que la impulse. La división entre ciencia y tecnología la hacen más que nada los administradores.

En un capítulo habla sobre la violencia que impulsa la castración y la moral platónica (el cuerpo como cárcel del alma), y un poco más adelante menciona a un grupo de monos que alcanzaron una vida armónica en la comunidad a partir de una sexualidad más promiscua.

—Eso es una solución que parece haber encontrado la evolución en el caso de los monos bonobo. Pero tiene otra serie de problemas: si lo seres humanos adoptaran esa política cubrirían la tierra. No hay soluciones universales: la ciencia no progresa en forma lineal, extrapolable. Si tuviera una varita mágica no tocaría a la humanidad para que sea haga bonobo.

La filosofía y la moral aparecen como dos factores que, paradójicamente, exacerban las características del hijo de puta. ¿Cómo actúa la ciencia?

—Todo organismo, desde una bacteria hasta un ser humano, depende de interpretar correctamente la realidad en que vive. Si una babosa no pudiera interpretar que hacia la izquierda se agotaron los nutrientes pero aún quedan a la derecha, sería demasiado tarada para ser babosa. La evolución no permite semejante chapucería. El ser humano, como hablábamos al comienzo, se ha especializado en interpretar la realidad y hacia unos 50 o 60 mil años le brotó una conciencia que sumó a sus maneras de interpretar la realidad. Los primeros modelos serían los animismos; la ciencia es el último modelo. Nadie dice que es el último incontrovertible, sino el último que está actuando. Hace 500 años todos los grandes sabios eran religiosos: después de todo, la ciencia es un producto del judeocristianismo. Lo que pasa es que cuando ese modelo empezó a dejar de ser eficaz para moverse en el mundo, quienes lo sostenían tenían dos salidas: unos propusieron fomentar el modelo científico, pero otros buscaron bajar el nivel mental de los seres humanos para que sigan aceptando ese modelo. Siempre se trata de echar mano a la religión y que un chico de 5 años se arrodille, se pegue y se declare culpable por la manzana que se comió una pareja en el principio de los tiempos y tome como todo bondad a una figura filicida que permitió que crucificaran a su hijo. Esa semejante monstruosidad mental y ética no puede seguir andando salvo que hagas idiota a la humanidad. La religión católica y todas las grandes estructuras tratan de agarrar lo más pronto posible al ser humano para estupidizarlo todo lo necesario. La esperanza es que se les empiece a venir abajo la estantería que cognitivamente es muy pobre y moralmente, bochornosa.

Es una postura próxima a Bertrand Russell.

—En su momento, las religiones eran el modelo cognitivo más avanzado que había. Cuando Newton concibió al mundo como un aparato de relojería, imaginó que Dios se iba a quedar por ahí por si hacía falta darle cuerda. No hay que tirarse contra las religiones porque sin ellas hoy no habría ciencia. Es como si el señor Ford se burlara de las carretas. El problema no son las religiones: el problema es que trate de durar a fuerza de lo que sea. La ciencia tiene un componente que es el de autorrevisarse todo el tiempo. Las religiones no. Mientras la ciencia no tiene verdades, todo lo que dice en un momento dado está abierto a que venga un genio y lo dé vuelta, las religiones tienen grumos de conocimiento que no se pueden revisar porque lo llaman dogma y hasta lo sacralizan.

¿De qué forma la ciencia contribuye a reducir la característica de los hijos de puta?

—No lo sé. Espontáneamente, aunque no se lo proponga, el hecho de que esté preponderando la inteligencia, la originalidad, va atacando la ventaja del varón por sobre la mujer. El dimorfismo sexual es obvio en la pareja humana, el hombre es mucho más vigoroso y siempre lo ha usado en detrimento de la mujer. Pero la ciencia consigue que no haya ventajas para el más fuerte. Una chica limándose las uñas puede descargar con una grúa los containers de un transatlántico en cuatro horas: el hombre ya no tiene la ventaja de ser más fuerte. La respuesta más concreta a la pregunta es que la ciencia está transformando la realidad en un medio donde tener más músculo no da más ventaja.

El tema que subyace en el libro es el poder como factor que promueve la condición del hijo de puta. Aparecen entonces, la filosofía, la religión, la ciencia y también la política. Ud. señala que la democracia ha devenido en simplemente un sistema de votos.

—¿Por qué se inventa la democracia? Grecia estaba estratificada en una sociedad con jerarquía donde cada uno obedecía al de arriba y era obedecido por el de abajo, pero cuando esa estructura se viene abajo, toman importancia las ciudades y los habitantes, llamados de ahí en más ciudadanos, enfrentan un problema insólito: cómo gobernarse entre iguales. Tienen que inventar las leyes del tener razón, que son argumentar, refutar, disuadir, persuadir. Como los problemas que hay en la vida para decidir son tan complejos llega un momento en que agotado todo lo importante por decir, se vota. El problema es que en este momento se han dado cuenta que hay técnicas para gobernar esos votos. En México acaba de haber una elección en la que se cometieron todos los errores que puedan listarse. La democracia es fantástica, pero no la juegan bien. A la democracia la dejan en seguida de lado: no sé si la democracia no está bien o no la dejan funcionar.

¿Cómo es la recepción del público ante un tema como este, improbable en una conferencia científica?

—Soy muy solicitado para dar conferencias o aparecer en programas de radio y televisión. Más de las que me puedo dar el lujo de participar. El efecto es que la gente escucha, se entusiasma, pero no se siente protagonista. Acá, en México, es como si se sintieran personas de segunda clase. Todos los años se hace en Estados Unidos un congreso de mi especialidad de fisiología celular. Una vez, antes de mi ponencia, alguien me dijo “perdimos, Cereijido, ahí hay un tipo que dice justo lo contrario”. Antes de publicar algo me convenzo de lo que digo y, hasta que ese hombre no me convenza, creo que está equivocado. Finalmente aquel otro usaba otras células, trabajaba con otras condiciones, etc. Pero lo que me mata no es quién de los dos tenía razón, sino que en caso de discrepancia con alguien del primer mundo, el otro cree que está equivocado. ¡Eso es horrible! Esa es una actitud muy del tercer mundo. Eso hace que no se sienta protagónico. Si querés tener un esclavo no tenés que ser bruto con el látigo: tenés que convencerlo de que el cerebro de él no puede contra el tuyo.

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