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Entrevistas

"La literatura es la manera en la que me relaciono con el mundo"

Luisa Geisler

La revista Forbes Brasil la incluyó entre los jóvenes más promisorios del país menores de 30, la Revista Granta entre los mejores escritores menores de 40 de su país: el mérito de la autora de Las luces de emergencia se encenderán automáticamente (Blatt & Ríos) no es, sin embargo, su juventud, sino sus libros.

Por Valeria Tentoni.

 
Hace unos días, la revista Forbes Brasil incluyó a la escritora Luisa Geisler entre los jóvenes más promisorios del país menores de 30. Un par de años antes, la Revista Granta la había incluido entre los mejores escritores menores de 40 de su país: Geisler tenía, por entonces, 21 años y dos libros publicados, Contos de mentira y Quizás, una novela que en castellano publicó Siruela, pero en España. Recién con su tercera novela, Las luces de emergencia se encenderán automáticamente, publicada en idioma original por Alfaguara y editado entre nosotros por Blatt & Ríos, llegó a Argentina. Sus cuentos han sido traducidos al inglés y al alemán, y con su primera novela obtuvo el prestigioso Premio Sesc de Literatura. Además, fue finalista de los premios São Paulo, Jabuti y Machado de Assis.

Clase 1991, Geisler sigue siendo muy joven ahora y lo seguirá siendo por mucho tiempo todavía, pero sabe que su mérito no es ese. Que la juventud es un estado momentáneo y que cualquiera que se dedique a escribir está eternamente en etapa de formación. Estudió dos carreras, Ciencias Sociales y Relaciones Internacionales, pero a poco de comenzarlas decidió recalcular, silenciar por un rato algunos de sus intereses para atender al llamado de la literatura. Ahora está haciendo una Maestría en Proceso Creativo en la Universidad Nacional de Irlanda y desde su habitación de estudiante, en Cork, responde por Skype esta entrevista.

El cuarto es pequeño e impersonal, como todos esos lugares de paso académico, pero esta chica tímida que se las arregla para responder en un español nada desdeñable se lo apropió llenándolo de libros y de chocolates. Desde Brasil se llevó varios tomos para que la acompañen, entre ellos dos que duermen en el cajón de los remedios y a los que se refiere como sus “biblias”: Gran Sertón: Veredas, de João Guimarães Rosa y Eles eram muitos cavalos, de Luiz Ruffato.También se llevó un Borges, los diarios de Kafka, libros de su admirada Elvira Vigna. Reposan sobre un escritorio junto a los de Mike McCormack, su descubrimiento irlandés, de quien está leyendo todo lo que encuentra. Muestra a la cámara uno: está lleno de tiritas naranja flúor. "Es que estuve contando cuántas veces usa algunas palabras que repite. Puedo ser extremadamente compulsiva con algunas cosas", explica. El resto de su biblioteca está en la casa de su mamá, en Canoas, cerca de San Pablo, esperándola, aunque Geisler dice que le gustaría vivir en Buenos Aires.

 

¿Cómo te vinculaste con la literatura, de chica?

Me gustaba mucho leer. Era muy introvertida, hasta hoy lo soy, pero en la adolescencia, cuando no entendés mucho el mundo, lo era especialmente. Los libros eran un espacio seguro, aliados con los que podía contar todo el tiempo. Se convirtieron en la manera en que me relacionaba con el mundo. Y después, cuando terminé el secundario, no estaba muy segura de lo que quería hacer, así que empecé un taller literario con Luiz Antonio de Assis Brasil, uno de los talleres más antiguos de Brasil. No hay muchos, pero este es uno de los más tradicionales. En el taller una de mis compañeras de clase me habló de un concurso literario al que enviabas tu manuscrito y si ganabas lo publicaban. Lo que me gustaba era que era con seudónimo; como aun era muy tímida, fue ideal. Pienso que si no hubiera ganado este premio no habría buscado una editorial para el libro, porque era demasiado introvertida, tenía ataques de pánico y todo eso. Cuando supe que gané estaba en mi primer año de Relaciones Internacionales. Me empecé a involucrar con cosas de literatura, a traducir; en ese momento imaginé que iba a terminar haciendo una carrera de escritora diplomática, como Pablo Neruda, pero después me di cuenta de que solamente ser escritora ya me tomaría mucho trabajo.

¿Creés que la literatura, de alguna manera, rompió ese hielo de timidez en vos?

Con el primer libro fue un poco difícil, porque el premio viene con requerimientos de divulgación. Parte del premio, que es un premio nacional, tiene que ver con una agencia cultural en Brasil que es en parte pública y en parte privada, y tiene sedes por todo el país a las que te hacen ir. Tuve que viajar por diversas filiales y hablar sobre el libro. Yo estaba acostumbrada a escribir como modo de comunicación, me comunicaba a través de la literatura y ahora tenía que hacer, justamente, lo que más detestaba, porque cuando hablo es algo terrible, me dan ganas de editarme inmediatamente. Ser espontánea no es algo muy fácil para mí. Lo bueno es que te acostumbrás, también, y hay una repetición de muchas cosas que te preguntan. Así que las primeras veces fueron terribles, pero después de un cierto tiempo ya no.

Este año apareciste en la Revista Forbes como una de las personas menores de 30 años más influyentes, y Revista Granta te había incluido en la lista de las mejores escritoras brasileñas menores de 40. ¿Cómo te llevás con esas listas?

Siempre digo que mi sueño es cumplir cuarenta o cincuenta y no tener que hablar más sobre eso. Me gusta mucho estar en las listas, especialmente en Granta, fue extremadamente importante en mi carrera. No estaría en Alfaguara hoy si no hubiera estado en Granta antes, lo tengo claro. Sería un poco hipócrita decir que no fue importante. Esos reconocimientos, si bien no cambian mi literatura ni lo que hago, tienen un aspecto de mercado que no se puede fingir no existe. Hay escritores muchísimo mejores que yo que no tienen este tipo de divulgación y sus libros no están en el medio, así que sería un poco necio decir que eso no cambia nada, porque cambia muchas cosas. Pero al mismo tiempo es un poco simplista, y también está el asunto de ser "una promesa": por más que escribas, que tengas tres libros afuera, seguís siendo una promesa, seguís siendo una escritora joven, con mucho tiempo de carrera por delante, y no sos vista como una escritora completa, sino como una aun en formación. Es bueno, por un lado, pero es algo sobre lo que no tengo ningún control: es decir, los años van a pasar. Es un rasgo que viene muy del mercado, y en realidad no tiene nada que ver con mi literatura. De cualquier modo, no es por ser joven que soy una escritora en formación: todos los escritores están siempre en formación, cambiando. No es una cuestión de edad.

Y con toda esta carga de reconocimiento, con lo joven que sos, ¿te imaginás cambiando de rumbo, haciendo otra cosa, por ejemplo?

Sí, he pensado en eso… Pero también es algo tan intrínseco en mí, escribir. Me relaciono con el mundo a través de la literatura, no sé si me podría relacionar de otra manera. Pero sí, ya pensé en dedicarme menos, en tener otra carrera y hacer otras cosas y escribir menos.

¿Por qué?

Porque todavía conservo el sueño de cambiar el mundo y todo eso, y a veces pienso por qué no voy a trabajar a una ONG, o a Naciones Unidas; a veces pienso ¿por qué no voy a trabajar en algo que tenga un gran impacto en el mundo? ¿Por qué hacer literatura? También pienso en hacer algo con mis manos, algo más directo. Pero no tengo una respuesta para esta pregunta, necesitaría pensarlo. En realidad, lo he pensado, pero no sé si podría vivir sin la literatura, cómo haría para vincularme con el mundo, tengo este problema esencial. Lo pensé, pero la literatura no me deja salir.

Las luces de emergencia se encenderán automáticamente es tu tercer libro, y el tuyo anterior también tiene personajes jóvenes, quizás un poco más chicos. Quería preguntar por la elección etaria, si se corresponde con que hayan sido tus primeros libros.

En el anterior quería hablar de una relación infantil: el libro, básicamente, es sobre un primo que es un ex suicida y una prima que es extremadamente controladora para ser una chica de 11 años. Creo que tiene un poco que ver con la desilusión de volverse adulto, y Las luces de emergencia… también tiene que ver con eso, pero además sobre el descubrimiento sexual. Los libros tienen una temática parecida, pero los ángulos son muy distintos. En el primero es una tercera persona que se enfoca más en lo que ocurre, de hecho, y no tanto en interpretarlo. Y Las luces de emergencia… es una primera persona y uno de los grandes problemas que tenía mientras escribía es que el personaje de Henrique era demasiado autocentrado: no se daba cuenta de lo que ocurría a su alrededor, así que tuve que meter intervalos con otros puntos de vista, porque si solo me hubiese guiado por ese personaje yo no podría haber narrado las cosas que estaba narrando. En el primer libro yo tenía esa cosa de Hemingway, me gustaba la idea de un narrador bastante seco, y Las luces de emergencia… tiene un punto de vista más personal. De hecho, se volvió tan personal que se convirtió en un problema narrativo, así que tuve que encontrar maneras de burlar mi propio sistema.

Está estructurado a partir de cartas, ¿por qué elegiste ese soporte?

El libro cruza dos ideas muy antiguas que quería escribir desde hace mucho tiempo: quería escribir sobre mi ciudad natal, Canoas, una ciudad suburbana de Puerto Alegre, y quería escribir un libro narrado en cartas. Descubrí que esto último no era tan simple. Empecé a construir la historia con estas dos premisas y con preguntas: ¿por qué escribir cartas?, ¿qué tipo de persona escribe cartas? El libro, originalmente, estaba mucho más enfocado en Henrique y Gabriel, pero cuando empecé a escribir sobre Dante, ese personaje me empezó a gustar mucho. Varios lectores me dicen que el libro tarda un poco en arrancar, y de hecho es porque no debería arrancar ahí, cuando aparece Dante: en mi plan original, iba a ser un personaje marginal. Pero disfruté mucho escribir la relación entre ellos dos, y tuve que cambiar el plan. Creo que fue una buena decisión. Me di cuenta de que sin Dante el libro tendría muchos espacios vacíos, también. De hecho Dante es mi personaje favorito, y hace una pequeña participación en mi próximo libro. No es perfecto, pero me gusta su dinámica.

Las cartas de Henrique están dirigidas a un amigo que está en coma, ¿por qué sigue escribiendo si no puede leerlo?

Cuanto más escribe, más se da cuenta de que probablemente Gabriel no va a volver a la vida. Pero se da cuenta de que las cartas empiezan a ser para sí mismo, son una manera de terapia.

Hablabas recién del planeamiento: ¿cómo te organizás para escribir, cuánto tiempo le dedicás?

Hay un poco de todo. Hay un aspecto de gran planeamiento, hago grandes divisiones en el libro, lo separo en partes. Para mi primer libro, que es una antología de cuentos, yo tenía hasta una tabla en Excel, y sabía por ejemplo cuántos de los cuentos estaban en primera persona, cuántos en tercera, cuántos tenían protagonistas femeninos y masculinos, todo tipo de marcas así, para que el libro fuera equilibrado. Con Las luces de emergencia… también, hay cambios en el lenguaje que están planeados. Pero, por el otro lado, también apareció el personaje de Dante, entonces si bien hay mucho planeamiento porque soy muy controladora y me pongo metas de escritura, hay improvisación. Los deadlines me sirven mucho, también: sé que mi editor no se va a enojar si no le entrego las cosas en fecha, pero me sirve para avanzar. A veces no escribo como por un mes y lo resuelvo en una semana. Los deadlines son lo que motivó mis primeros dos libros, porque los envié a concursos y los tenía que enviar hasta una fecha límite y eso me organizó.

Hemingway, en una entrevista de The Paris Review se cuenta que él se ponía también metas, algo así como que si escribía 500 palabras en la mañana se ganaba ir a pescar por la tarde.

Sí, las metas me sirven, porque la verdad es que no escribo mucho, avanzo con pocas frases. Describo cosas en dos líneas, pero a veces me pongo el objetivo de trabajarlo un poco más. Tengo metas en cuanto a la extensión, porque a veces el texto se me vuelve muy seco, en demasía.

"La ciudad no puede dar su versión de los hechos", se lee, ¿por qué aparece como tema la ciudad?

La temática, para mí, ocurre naturalmente. No intento controlarla tanto, porque si sé sobre lo que quiero hablar, si intelectualmente lo sé y apunto hacia ahí, literariamente se me vuelve un poco panfletario. Para mí es difícil no hacer propaganda de lo que pienso, así que dejo que los temas crezcan en la ficción. En general, lo que trato de hacer es que la ficción traiga sus propias cuestiones. Tengo opiniones, pero sé que si tengo que explicitarlas, el texto literario pierde.

¿Qué libros te han golpeado de modo irreversible como lectora?

Tengo fases. En mis primeros libros era muy fan de Chejov, Hemingway, de escritores realistas, y de cierta manera muy machos, ¿no? Hemingway, especialmente. Ahora estoy leyendo cosas raras, en cierto sentido más exquisitas. Thomas Pynchon, James Joyce, esto es lo que me gusta mucho ahora. Hay una escritora brasileña que se llama Elvira Vigna, que es como una ídola que tengo. Hay algunos obvios, como Borges, Cortázar, Virginia Woolf... Pero, por ejemplo, si me preguntás por un libro que haya cambiado la manera en que escribo, me acuerdo de cuando encontré Cien años de soledad. Mi mamá tiene no una biblioteca pero sí muchos libros en una sección de la casa. Es una cómoda con muchos libros. Me gustaba ir a ese lugar y elegir y mirarlos, porque me gustaba también la idea del libro, de tenerlos en una sala, verlos, el objeto libro me gusta. Y me acuerdo de cuando tomé un ejemplar de Cien años de soledad, y me acuerdo de leer la primera frase, porque es una frase tan rara. Es algo alrededor de llevar a un hijo a conocer el hielo. La frase tiene un largo paréntesis y yo, que tenía doce años y estaba acostumbrada a leer Harry Potter o libros como Guía del autoestopista galáctico, un libro sci fi divertidísimo que hasta hoy me gusta mucho, estaba acostumbrada a un tipo de narrativa mucho más lineal. Me acuerdo del impacto, no totalmente del libro, pero sí del impacto de esa primera frase extraña. Creo que para mí ese fue un momento crucial, porque fue el momento en el que percibí que la literatura podía ser algo desconcertante. Algo que te saca de la normalidad.

 

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