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Entrevistas

"Necesito que la realidad sea la piedra de toque para escribir"

Ph | Alejandra López

Ana Wajszczuk

"Venimos del hambre y la tragedia, y aunque no se cuenten esas historias nos marcan. Yo siento que eso pesa en la construcción de la propia identidad", dice en esta entrevista la autora de Chicos de Varsovia, crónica de viaje y reconstrucción del Levantamiento de Varsovia. Un libro en el que narra para su padre la historia de un país, pero también de su propia familia.

Por Valeria Tentoni.

Es martes primero de agosto, con nubosidad en aumento y lloviznas en el horizonte: en un día como este que cae sobre Buenos Aires ahora, pero de 1944, se producía el Levantamiento de Varsovia. Pasarían muchos años hasta que un correo electrónico activara la reconstrucción periodística de esas semanas a manos de una periodista argentina, Ana Wajszczuk. "La Historia está llena de excepciones", leemos en Chicos de Varsovia (Sudamericana) y ella, con su intuición en llamas, parece ser también una.

Para escribir este libro tuvo que luchar contra el "olvido benigno" de las víctimas, contra el rechazo de un familiar a darle testimonio y contra el retobe de una lengua que, si bien está inscripta en su ADN, se le negaba con su profusión de zetas y eses. Pero por algún motivo, Ana Wajszczuk ―que de nena se aprendió Mujercitas de memoria y se fascinó con Ana Frank después de que una bibliotecaria que la veía escurrirse hasta sus dominios en los recreos le regalase un libro sobre su vida―, siguió.
Quizás porque el eco de las cosas que su abuela Stefania le decía de chica no había sido saldado todavía, ni siquiera con su segundo libro de poesía, el último que publicó, hace unos quince años. "Dice que el dolor es en polaco / y todo lo demás sobrevivencias" registraba ahí, en esa Varsovia de la mente que imaginaba invernal, congelada. Tuvo que viajar hasta "la ciudad que todos los años se detiene por un minuto" para enterarse de que los martes primeros de agosto como aquel, allá suele hacer calor. Mucho calor.

Y es bajo el sol que la encontramos al comenzar Chicos de Varsovia, recorriendo cementerios y plazas, esperando ese minuto hundido como un clavo en el paredón de la ciudad que Hitler ordenó talar ―literalmente― a cero. La periodista recorre ese sitio reconstruido junto a su padre, lenguaraz que funcionará no sólo como traductor sino como compañero de viaje, como garantía de pertenencia y también como inesperado universo nuevo a explorar. "Soy una hija que le cuenta a su padre un cuento de buenas noches sobre la historia desconocida de su familia", dirá al cerrar el libro.

Ana Wajszczuk habla rápido y con fluidez. Despacha grandes cantidades de información en pocas líneas, porque después de tanto investigar tiene, como le enseñó Leila Guerriero en su taller, "el tema en el puño". Responde, además, con la comodidad que le otorga un entrenamiento que durante muchos años fue silencioso: es que ella acompañó a varios autores en rondas de entrevistas, trabajando como responsable de prensa editorial, y a su vez estuvo muchas veces del otro lado, encendiendo el grabador, como periodista.



El libro va por su segunda edición ya. ¿Por qué creés que los lectores se identifican con la historia de un evento que hasta para los polacos está un tanto perdido en el mapa?

Creo que pasan dos cosas. Por un lado, me escriben muchas personas con origen polaco que viven en Argentina, que son muchos. En sucesivas oleadas, debe haber más de trescientos mil polacos que llegaron acá en el Siglo XX. En la guerra, específicamente, llegaron alrededor de veinticinco mil. Por otro lado, muchos lectores que no tienen nada que ver con la historia se sienten identificados con la vuelta al origen. Todos tenemos algún pariente que vino de esas historias, si no es de la Segunda Guerra es de la Guerra Civil española, de las hambrunas que hubo en la Rusia estalinista, o de los periodos de hambruna de entreguerras. Venimos del hambre y la tragedia, y aunque no se cuenten esas historias nos marcan. Yo siento que eso pesa en la construcción de la propia identidad. 

Hubo un llamado un poco intuitivo en vos hacia estos temas, ¿no? ¿Recordás el origen de este interés?

Sí, me acuerdo de ser muy chica y de que no me dejaran ver la serie del Holocausto, a mediados de los 80. Me acuerdo de que en la primaria, no sé cómo, descubrí El diario de Ana Frank. Me acuerdo de que la bibliotecaria de la escuela (yo soy de zona sur e iba a la escuela en Bernal), me regaló un libro sobre Ana Frank, que se llamaba Ana Frank, la predestinada. No sé dónde quedó ese libro... Yo debería ser la única que no iba cuando la obligaban a la biblioteca. Y no sé si será porque se llamaba Ana, como yo, o porque yo también ya escribía diarios, que me fascinaba un poco esa historia. Y después, todos los temas de la Segunda Guerra mundial me llamaron siempre la atención. Ahora veo que por ahí ese interés tenía que ver con esta historia que yo no supe hasta que ya era grande. Durante mucho tiempo escribí e investigué bastante sobre la dictadura, sobre el robo de bebés; son todos temas que me pegaban, en el sentido de cómo se vive en una sociedad que está pasando por ese momento tan límite, y cómo se pone en juego la personalidad de uno. Uno cree que es de una manera, y en una situación así uno tal vez no actúa como cree que actuaría. Son cosas que te ponen en dilemas muy grandes. Sobre todo la masa de gente que Primo Levi llamó "los grises", los que están en el medio, los que no son ni víctimas ni perpetradores. La pregunta sobre qué haría yo en ese lugar no tiene respuesta, pero sirve para investigar un poco acerca de uno como persona y de la sociedad en la que vivís también.

En el libro hay un trabajo de suspensión del juicio de valor: el dedo no apunta, señala. ¿Te costó lograr ese equilibrio?

Sí. Y también me costó trabajo no quedar pegada con la fascinación del heroísmo, que es lo primero que te sale. Me sirvió, cuando fui allá, más allá de los testimonios, entrevistar periodistas del lugar. Me ayudó a entender un poco todo, porque es algo que pasó hace muchos años en una cultura muy diferente, en un idioma que no me permitía entrar. Hay muchísimo escrito, pero todo en polaco, muy poco en inglés, menos aún libros en español. Yo sabía que había un corpus al que no iba a poder acceder y tenía que trabajar con esa imposibilidad. A la vez, quería escribir algo con el mayor rigor histórico y perioidístico posible, por eso creo que me llevó tanto tiempo el libro.

¿Cómo fue entrar a una lengua de la mano de tu papá, que te acompañó a Polonia?

Yo venía estudiando polaco, pero aprender un idioma de grande, y más uno tan complicado, no es fácil. No era la primera vez que yo viajaba con mi papá, pero siempre le pasa que cree que no lo van a entender en Polonia y al final pasa por polaco nacido y criado. Él me abría las puertas, de alguna manera; la gente me hablaba porque estaba con él. Era como mi certificado de garantía de que tenía raíces polacas y de que tenía cierta pertinencia que yo buscara la historia.

En el libro contás la historia de un familiar que se niega a darte testimonio dándote trato de intrusa, diciéndote que te querés "pegar" a la historia familiar.

Fue una duda que yo mantuve durante el trabajo. Quise explicitar a esta especie de "villano" que aparece en el libro porque me pareció que estaba bueno para dejar ver que es una historia muy reciente, que toca a mucha gente. Y, por otro lado, está la discusión de quién es el dueño de la memoria, a quién le corresponde. Hay una lucha de poder también, en el sentido más foucaultiano del término: quién se queda con ese legado. Yo tenía miedo de encontrarme con él, que era uno de los hijos de una prima de mi abuelo, que sobrevivió al levantamiento. Los demás me hablaron sin problema, pero él, que se supone que era el que tenía más información y además el que hablaba inglés, se puso muy duro, me trataba como si yo fuera una impertinente que me metía en algo de lo que no sabía nada. Yo tenía mucha ansiedad y por otro lado me sentía mala periodista, ¿yo debería ir y enfrentarlo e intentar hablar con él? Pero no quería exponerme a eso, entonces me sentía mal. Y cuando me lo crucé, como cuento en el libro, me asusté, porque fue muy agresivo.

Estudiaste Comunicación Social y además vas al taller de Leila Guerriero, has trabajado mucho en medios. A partir de lo que dijiste recién, ¿qué entendés por "buena periodista"?

En cuanto al periodismo al que yo me dedico, periodismo narrativo o crónica o investigación, me parece que hablo de esa capacidad de no quedarte pegado a una historia, en el sentido de enamorarte de una versión de la historia, y poder poner en juego las demás versiones también. Poder investigar más allá de tu comodidad o de tu conveniencia. Poder integrar eso en una prosa, y tener algo para decir, también. O por lo menos tener alguna búsqueda genuina para contar, porque yo no sé si tengo algo para decir con este libro. Por ahí lo que tengo para contar es una búsqueda, que puede llegar a identificar a un lector. En ese sentido, en el taller de Leila siempre hablamos mucho de que para poder convertir algo en un texto tenés que tener el tema como en un puño, tenerlo bien apretado, bien investigado. En un punto yo me tuve que poner un límite, porque podía haber seguido, pero siempre te pesa la duda de si no tendrías que haber investigado un poco más. Y está esa cosa de que a veces tenés que enfrentarte a alguien que no va a ser del todo amable con vos, a mí eso me costaba un poco. Creo que tiene que ver con eso, con tener los hechos bien investigados para poder contarlos bien.

¿Quiénes son tus referentes en periodismo?

Bueno, Leila claramente es una. Fue mi editora hace unos veinte años, y fue la primera con la que empecé a trabajar cuando yo vivía en Costa Rica y escribía para Travesías, después hice cosas para Gatopardo con ella. Fue mi primera editora presente. Svetlana Alexievich me gusta mucho, quizás son un poco repetitivos sus recursos pero para poder conseguir los testimonios que ella pone en sus libros hay que pasarse horas con un entrevistado. Esa capacidad para empatizar con el otro y que te cuente algo no es muy fácil de conseguir, no lo lográs en una entrevista de media hora.

¿Cómo te resultó el Nobel de literatura que le dieron, el cruce ese?

A mí me pareció muy bien, también me pareció muy bien el de Dylan. Me parece que los cruces hacen a la literatura también, en general. Después bueno, también está Martín Caparrós. Cuando era chica, Larga distancia fue un libro de crónicas de viajes que me hizo pensar que yo quería hacer eso. Joan Didion me gusta mucho, pienso en trabajos suyos como Arrastrarse hacia Belén, muy muy bueno. Hablo de los últimos que me acuerdo... El trabajo que hizo Selva Almada con Chicas muertas me pareció fabuloso, siendo como es alguien que es una escritora de ficción y no una periodista.

Vos además sos poeta.

Sí, eso me resulta medio problemático; digamos que escribí poesía...

Pero hay poesía acá adentro, incluso, en este libro.

Sí, fue una cosa medio rara: no me lo propuse, sino que simplemente abrí esa puerta a todos los recursos que pudiera encontrar para rondar ese pasado que no se deja atrapar. El pasado es imposible de atrapar, entonces lo seducís con otros recursos además de la investigación pura y dura, además no quería convertir al libro en una investigación histórica a rajatabla. Cuando entró la poesía me sorprendió, hacía catorce años que yo no escribía ningún poema. En este libro tuve mucha libertad, porque no había nadie esperando que yo haga nada, así que me dije: yo me doy todos los gustos, meto todo lo que quiera, hago lo que se me ocurra. Siempre leí mucha literatura, y siempre tuve una particular atracción por los hechos reales. Tal vez porque yo no me imagino escribiendo algo de ficción, necesito que la realidad sea la piedra de toque para escribir, para imaginar una situación o poder darle una forma narrativa. A mí particularmente me resulta muy difícil imaginar personajes, ¡y además la resalidad me resulta muy interesante! La ficción también, pero cuanto más se parezca a los hechos reales, más me interesa.

¿Cómo fue el trabajo de edición, hubo que defender esos poemas ahí en medio del libro?

No, al contrario, mi editora fue Ana Laura Pérez y en seguida me dijo que le encantaba y que lo dejara. La verdad es que me dio mucha libertad y confianza. La mirada del editor es muy importante para mí, sobre todo en la no ficción; es fundamental, porque uno a veces está tan metido en la historia que necesita que le marquen cosas.

En tu poemario El libro de los polacos hay muchos poemas sobre tu abuela Stefania, el tema de Varsovia, ¿cuando lo terminaste de escribir creíste que habías cerrado ahí el tema?

Me sorprendió el tema, de vuelta, porque el libro había hecho su recorrido, se había publicado en España. Acá no circuló, estuvimos a punto de publicarlo con VOX, el otro día encontré las galeras; ahora me dieron ganas de publicarlo de nuevo, para que circule en Argentina. Por un lado siempre creí que la poesía no estaba en la forma, sino que es como una corriente subterránea que atraviesa bastante de lo que escribo, entonces no me preocupaba mucho por escribir poemas propiamente dichos. Es una puerta que a veces se abre, a veces se cierra y es medio misteriosa. Pero el tema del Levantamiento se volvió a abrir en unas vacaciones en las que me llevé un libro pestado de mi hermana, Varsovia 1944. Nunca lo había leído y lo tuve en mi biblioteca por años, pero lo llevé recién ese verano y cuando lo empecé a leer y a fascinarme con la historia me di cuenta de que se cumplían 70 años del levantamiento y me dieron muchas ganas de escribir algo. Escribí una nota, pero me quedó mucho material afuera y dando vueltas. ¿Y si hago un libro?, me dije. Al principio pensé que iba a ser relativamente fácil, ya había escrito bastante, pero me di cuenta de que tenía que volver a Polonia, buscar más historias...

¿En algún momento del libro te agotó, tuviste ganas de abandonarlo en medio del proceso?

En varios momentos, ppero yo sé que es algo que hay que atravesar. Como en las maratones, que uno dice que después del kilómetro tanto, que parece que te vas a morir, empezás a correr más liviano. También me pasa cada vez que escribo una nota: siempre hay un punto en que ya no sé cómo seguir ni por qué me meto en esos temas. Pero es pasar esa meseta y seguir.

¿Hace cuánto te dedicás al periodismo?

Que me pagan, en periodismo, desde el 2001. Empecé en Costa Rica, en La Nación de Costa Rica, es como el Clarín de allá. Me acuerdo de mi primera nota: yo vivía en Santa Teresa, en una playa, y en el pueblo de al lado hubo un recital de Versuit y Los Decadentes, juntos, en un bar. Cubrí eso y ahí empecé a colaborar, más que nada con cosas locales, y después empecé a colaborar con el suplemento cultural.

¿Y cómo terminaste en Costa Rica?

Porque tenía un novio en ese momento que se iba a vivir para allá y me fui con él. Tenía 22 años y era el año 97, ya estaba todo mal acá y todo el mundo empezaba a ver si no se podía ir a algún lado. Yo trabajaba de promotora en Banco Río, estudiaba Comunicación Social. Pero no quería ese trabajo, esa vida: quería aventura. Al llegar a Costa Rica, en seguida lo conocí a Luis Chaves, nos hicimos amigos, empezamos a planear la revista de poesía que sacamos después, Los amigos de lo ajeno. Igual yo venía mucho a Argentina, porque seguía cursando la carrera y rindiendo, así que escribía también acá.

¿Y por qué te anotaste en Comunicación?

Siempre supe que me gustaba leer y escribir, pero en la carrera de Letras no veía ninguna otra salida que ser profesora y yo no quería ser profesora, no sentía que ese era mi camino. De alguna manera, Comunicación era una carrera que tenía un poquito de todo, como a mí me interesa. Tuve profesores alucinantes, muy importantes en mi formación y en mis lecturas.

El periodismo es una profesión que tiene una cuota de ingratitud laboral alta.

Muy alta, y ahora más. Yo me siento muy en los 90, con respecto a la situación actual de los periodistas. En esa época, a nadie se le ocurría trabajar de lo que le gustaba porque era imposible. Todos mis compañeros de facultad trabajaban de cualquier cosa. Lo que veo es que ahora los chicos más jóvenes están en una situación parecida, cerraron un montón de medios y hay muy pocos lugares.

¿Y qué creés que va a pasar con el periodismo?

Yo creo que el periodismo es cada vez más necesario, en el sentido de la interpretación de una realidad. No te puede llegar todo sin filtro, sino es un cúmulo de estímulos que lo único que hacen es noquearte, que es un poco lo que pasa con las redes sociales. Creo, sí, que el periodismo va a tener que encontrar alguna manera de resistir; yo creo que la va a encontrar o que la está encontrando. La gente sigue leyendo, tiene necesidad de encontrar a alguien que le cuente las cosas desde una mirada particular. Pero sí es cierto que cada vez hay menos espacios para eso. Yo tengo mucha confianza en el periodismo y en la escritura, creo que siempre encuentra la manera de sobrevivir.

 

 

 

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