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Tamara Kamenszain: "No existe el escribir sin leer"

Libros chiquitos, su último tomo de ensayos

"El presente fue la brújula", dice la autora de Libros chiquitos (Ampersand), parte de la "Colección Lectores" del sello. "Todas mis novelas son familiares al mismo tiempo que ninguno de mis libros es novela".

Por Valeria Tentoni. Foto de Sebastián Freire.

 

Nacida en Buenos Aires, ciudad donde reside, Tamara Kamenszain es poeta, ensayista y, por supuesto, una gran lectora. Una de las primeras imágenes que inmortalizaron este último aspecto de su existencia estuvo a cargo de su mamá, quien la retrató en su infancia marcándola para siempre. Esa es sólo una de las escenas que encontramos en Libros chiquitos (Ampersand), donde repasa sus inicios en bibliotecas, sus años de estudio, sus conversaciones y viajes iniciáticos.

Acerca de esta publicación intercambiamos preguntas y respuestas con la también autora de libros como Una intimidad inofensiva, El libro de TamarLa novela de la poesía (Premio de la Crítica en 2013).

Libros chiquitos es parte de la Colección Lectores de editorial Ampersand. Dirigida por Graciela Batticuore, esta serie busca internarse en la biografía lectora de distintos autores, entre los que ya pasaron Edgardo Cozarinsky, Carlos Altamirano y Margo Glantz.

 

La última vez que te entrevistamos en este blog, por El libro de Tamar, conversamos también sobre Una intimidad inofensivaLa novela de la poesía y El libro de los divanes, donde aparecen escenas de tu formación y conversaciones con tus pares generacionales, amigos. "No es, o no me gustaría que fueran, unas memorias. No me gustaría el toque nostalgioso, la mistificación de nuestra generación", nos contabas. ¿Libros chiquitos está también en esta familia de libros tuyos anteriores? ¿Cómo lo pensás en ese sistema?

Lo que vos citás que te dije aquella vez lo volvería a suscribir tal cual respecto de Libros chiquitos, salvo si escribir “memorias” se entendiera como una producción activa que se mezclara con el presente y no como una operación melancólica mistificadora del tipo “todo tiempo pasado fue mejor”. Seguramente por eso empecé este libro sobre mis lecturas con lo que estaba leyendo el mismo día que empecé a escribirlo y no con los libros de la colección Robin Hood que leía cuando era chica. El presente fue la brújula que me dio la orientación para seguir, pero seguir también supone irse para atrás, porque la colección Robin Hood aparece, pero lo hace en espiral, no cronológicamente. Ese tipo de trabajo en espiral que retoma lo anterior y lo presentifica, es el que me estimula siempre para escribir y es lo que, creo, se mantiene idéntico en mis libros anteriores. Porque en ese procedimiento encuentro la posibilidad de armar una narrativa interna, de armar lo que yo llamo un libro, sea de poemas, de ensayos o, por qué no (¡o por qué sí!) una novela.

¿Cómo fue escribir por encargo? Leemos que es un disparador y también una preocupación, ¿no?  

Para mí el encargo es todo un tema, siempre anhelo que me encarguen un libro porque, si no, cuando empiezo a escribir algo nuevo me torturo preguntándome para quién carajo lo estoy escribiendo si a nadie le importa y entro en ese rumiar que no tiene salida. Con el encargo tengo bien claro para quién lo escribo, pero enseguida el que me lo encargó se transforma en mi cabeza en una especie de jefe malo que me apura y que me va a juzgar. Ese conflicto se refleja un poco, acá no tanto respecto de escribir sino de leer, en las dos partes en que se divide Libros chiquitos: “Ver hacer” que es leer para escribir y “Leer por dinero”, que es leer por encargo. De todos modos, que los encargos no se corten, mejor sufrirlos que no tenerlos…

¿Cómo te llevás con este libro que sale justamente ahora, en pleno encierro, en días en los que seguramente estás con tu biblioteca a mano? ¿Es como una carta de navegación por tu propia biblioteca?

Por un lado me digo pobre librito, no tuvo la suerte de los otros, no hubo lanzamientos, fanfarrías, celebraciones, etc. pero por otro me gusta que esté ahí guardadito medio esperando que lo vengan a buscar los lectores porque justamente es un libro que trata de la lectura, que es la actividad del encierro por excelencia. Y también lo estoy cuidando para tiempos mejores, me digo, el que ríe último ríe mejor, así que este libro ya va a encontrar su lugar cuando no tenga que salir con barbijo… En medio de la cuarentena también me nació un nieto, así que me falta plantar alguna especie de arbolito en mi balcón -que de ignorado pasó a ser mi lugar preferido de la casa- y estoy hecha.

"Una antología de lecturas de trabajo", leemos en el arranque, cuando te encontrás como recomendadora en el libro de Paloma Vidal. ¿Creés que la lectura, para quienes escriben, puede ser despreocupada, "inútil", puramente placentera, despegada del trabajo de escribir? ¿O creés que la escritura extravía para siempre esa posibilidad de lectura?

Es que son dos caras de lo mismo, es como preguntarse si leer, al que escribe, le puede impedir escribir despreocupadamente, si no es algo que lo va a determinar. Algunos dicen “mejor no leo esto porque puede influir en mi escritura”. ¿Y qué mejor que algo te influya cuando estás escribiendo? Es pura ganancia, puro viento a favor. Porque no existe el escribir sin leer pero tampoco, para quien quiere escribir, hay que leer por la obligación de formarse, de volverse erudito y autor culto con el fin de escribir mejor, eso desde ya que, tomado así, no sirve para nada. La cosa es encontrar en lo inútil lo útil, nada más placentero que tener entre manos un libro del que no esperabas más que entretenimiento y encontrarse con que te despierta ganas de escribir. Esa sería una “lectura de trabajo” como la que pide Macedonio, una “lectura de ver hacer”, donde cuando leo veo cómo fue escrito lo que estoy leyendo. Yo le agregaría que ese ver hacer es un motor de escritura, cuando pesco como fue hecho lo que leo, inmediatamente me provoca ganas de escribir. No sé si quiero escribir parecido o distinto a lo del otro, pero qué importa eso. Como diría Cucurto, qué importa “plagiar al plagiario”.

"La crítica era un acto de amor tan disfrutable como la poesía", leemos en el capítulo en que presentás al ensayo como género predilecto. ¿En qué dirías que consiste ese disfrute y cómo es posible se produzca tanto en quien escribe como en quien lee?

Bueno, yo estudié filosofía y de hecho mi primer acercamiento a la escritura fue a través de esa disciplina y leyendo a Nietzsche me llamó la atención, entre otras cosas, el formato del fragmento. Venía de leer los grandes sistemas, Kant, Hegel, Husserl. Pero Nietzsche te trasmite la sensación de que ya se agotaron los modos de decir a través de una enunciación abstracta y sistemática, que tiene que ensayar otra cosa. Eso me fascinó. Y me da mucho placer hoy leer a algunos pensadores post estructuralistas porque su camino de trasmisión me parece fluido, chiquito, sin pretensiones de producir bodoques. Diría que hasta divertido. Agamben en el prólogo al libro Estancias dice que en Occidente durante muchos siglos la filosofía conocía su objeto pero sin poseerlo y la poesía lo poseía pero sin conocerlo. En medio de estas dos opciones extremas él sitúa la irrupción de la crítica que nace cuando este dualismo del pensamiento occidental llega a su límite La crítica aparecería como una opción intermedia que ni quiere representar (como lo hace la poesía) ni conocer (como lo hace la filosofía) sino que la crítica, dice él con un firulete crítico, es la que “conoce la representación”. En fin, es medio complicado, pero creo que está apuntando a un género nuevo que en este nuevo siglo se está reinventando cada vez más, hibridándose con la narrativa y con la poesía, podés llamarlo ensayo si querés, por qué no.

En Libros chiquitos, además encontramos una biografía, quizás paralela, que es la de tus aprendizajes feministas: contás que, por ejemplo, algunas cosas no te llamaron la atención en su momento porque no habías conocido todavía ciertas teorías, y también contás tus primeros encuentros con algunas preguntas de este tipo. Además, compartís retratos de las mujeres de tu familia, entre ellas tu madre y su acto de pintarte leyendo. ¿Creés que este libro explora también esa biblioteca privada de aprendizajes feministas?

Sí claro, de entrada aparece en el libro –como lo opuesto de lo “chiquito”- el concepto de “vate”, que alude a ese masculino agrandado, de voz fuerte y convencido de lo que dice, que se condecora a sí mismo con la categoría de poeta con mayúscula y, además, se ocupa de cuidar la quintita de la poesía con ahínco. Creo que no hay vatas, el inclusivo no admitiría esa expresión porque no es necesaria, las poetas mujeres -o mejor las que yo llamaría con todo gusto poetisas, un anacronismo que merece ser retomado por los estudios de género- no escriben para convencer a nadie. O sea que la búsqueda de lo chiquito me lleva naturalmente, desde el principio del libro, por caminos donde lo patriarcal queda excluido de suyo. Y si ya entramos en detalles, mi madre Eva, la pintora frustrada que me dibuja leyendo y Josefina Ludmer, con su emblemático “Las tretas del débil”. son dos hitos (uno íntimo y el otro público) que me guían por el aprendizaje feminista. Hoy me animo a rebautizar el artículo de Ludmer como “Las tretas de las débiles” pero era impensable que cuarenta años atrás, cuando salió el texto, ella hubiera podido hacerlo (tal vez ni siquiera pensarlo). Yo en este libro coqueteo con el lenguaje inclusivo, no me animo demasiado a usarlo porque todavía no encuentro claves para hacerlo de un modo natural que mi estilo acepte, sin embargo ya está todo el tiempo entrelíneas como guiñándome el ojo y por momentos me pide irrumpir. Por ejemplo en el capítulo final, cuando aludo a mis nietes, ya explota de una manera tan indiscutible que me hace pensar que tal vez lo uso por estos millenials que, cuando puedan leer el texto, seguramente el lenguaje inclusivo les pertenecerá por completo y será para ellos la lengua natural.

Claro, y Libros chiquitos también es, como El libro de Tamar, una especie de novela familiar donde aparecen tus hijos, tus nietos, tus mayores, ¿lo ves así? 

Sí, todas mis novelas son familiares al mismo tiempo que ninguno de mis libros es novela…. En fin, el hecho es que yo sin la familia como referente no hubiera narrado, aunque no narre como novelista sino como ensayista, como poeta o como lo que fuera, lo cierto es que lo familiar es lo que me nutre, lo que me da letra. También entran en esa redada que hago para acaparar material de trabajo, los amigos y los escritores que admiro y que considero familia. También cuando leo lo hago con espíritu familiarista. Me comentaron que alguien dijo por ahí que yo en este libro elaboraba algo así como un canon de amiguismos. A eso contestaría con dos argumentos: que más que amiguismos habría que hablar de familiarismos y ahí la expresión deja de ser despectiva. Porque uno cuando lee y algo le copa, lo adopta, lo vuelve de su familia o se deja adoptar por esa lectura. Y respecto del canon diría que es un dispositivo escolar (ni siquiera académico) que no deja entrar el afecto. Se arma como una fría y congelante estructura patriarcal de jerarquías y de poder. Y lo chiquito (lo que le pertenece a mis amigues, a mi familia, a mis vecines literarios) es por naturaleza una pequeñez a la que no le daría la talla para entrar en ningún canon.     

¿Qué efecto tuvo en vos, en tu escritura, el haber entregado este libro? ¿En qué proyectos de escritura te embarcás de ahora en más? 

Me pasó lo de siempre: la sensación de que ya no se me va a ocurrir nada y que no tengo más nada para decir. Es como un ataque de pánico que me suele durar un tiempo y en este caso se me incrementó con la pregunta medio necia acerca de si después de El libro de Tamar que es una especie de relato y de Libros chiquitos que es una especie de ensayo, me tocaría de nuevo la poesía porque la tengo medio abandonada o si mejor la dejo para siempre. En medio de esa debacle y ya pisándole los talones a la cuarentena, me apareció una especie de poema narrativo con mucho momentos de ensayo al que estoy sacándole punta ahora con esa especie de modorra (o procastinamiento para decirlo con más finura) que me produce este encierro. Veremos qué sale antes, si un libro o la puta vacuna.

¿Nos contás qué estás leyendo por estos días? ¿Qué lecturas elegiste para el encierro?

Bueno, me pasa algo gracioso: estoy empezando a buscar lo opuesto a las lecturas chiquitas. Quiero grandes sagas, que me cuenten muchas cosas y que duren en el tiempo. Lástima que a Balzac, Proust, Thomas Mann los leí antes, pero quiero volver a eso. Me acuerdo que Benjamin dice que los “short stories” coinciden con la época en que la arquitectura empieza a construir puro vidrio, grandes ventanales donde todo es el afuera y donde todos te ven. En cambio los novelones piden encierro en casitas con ventanitas y cortinas tipo las de la época de las hermanas Bronte. Yo ahora me metí en Mi lucha, la saga de Karl Ove Knausgard, voy por el tercer tomo y lo recomiendo. Es una saga que tiene algo de antigua (por ser saga) pero con un componente muy postmoderno: no hay linealidad, no hay grandes historias, sino que lo chiquito y lo familiar se estiran como se estira esta pandemia: sin dejarnos vislumbrar un final.

 

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