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Viajeros horizontales

Osvaldo Baigorria habla de Llévatela, amigo, por el bien de los tres, su primera novela, que, más de 25 años después, acaba de ser reeditada por Caja Negra. “Creo que los libros nunca se terminan de escribir, así como nunca se terminan de leer”, dice.

Por Valeria Tentoni.
Foto: Bruno Dubner.

“El encuentro entre dos seres se produce por razones de tipo visual, táctil, auditivo, olfativo, por memorias genéticas, mandatos ancestrales, condicionamientos sociales; aunque también porque no hay dos seres en el cosmos entero con exactamente el mismo olor, la misma historia y la misma química corporal”: Lila y Eduardo son los huéspedes de un iglú que calefaccionan a fuerza de ejercer sus fantasías y de no dormir, en “un experimento conyugal no convencional, volcado a la liberación del deseo”.

“Después de aquella primera edición dejé a esta novela prácticamente abandonada, no sé por qué, quizá por inseguridad. El despertar del interés de nuevos lectores me despertó la curiosidad por reeditarla”, explica Osvaldo Baigorria sobre Llévatela, amigo, por el bien de los tres, su ópera prima, que saliera en 1989 por el Grupo Editor Latinoamericano. Luis Chitarroni predicó de ella: “Esta sí que es una novela divertida”. En aquel entonces se presentó —según detalla en la posdata el autor— en una fiesta en la discoteca Nave Jungla: los ejemplares se vendían y eran dedicados “en medio del baile”.

Varios títulos (entre ellos: Sobre sánchez y Correrías de un infiel), más de veinticinco años después, Baigorria explica que “la decisión de reeditarla sobrevino gracias a la propuesta e insistencia de los editores de Caja Negra”. Llévatela… aparece cerca de otro título reciente, Cerdos y porteños, la compilación de los freelanceos que el periodista, docente y escritor hacía en los 80 para “Cerdos & Peces” y “El Porteño”, editada por Blatt & Ríos.

En su página web, a sus libros los ubica bajo el título “Libros (casi) terminados”. Las reediciones incluyen revisiones, prólogos, posdatas, arreglos acá y allá. Ronda esta idea de la escritura como algo que no se clausura por la publicación: “Creo que los libros nunca se terminan de escribir, así como nunca se terminan de leer”, dice Baigorria.

“Un experimento conyugal no convencional” es el nudo que reúne los muchos hilos de deseo que se narran aquí. Una pareja abierta que viaja, que se arremolina en distintas locaciones; Canadá, México, Argentina. En Anarquismo Trashumante. Crónicas de crotos y linyeras, Baigorria se interesó por el nomadismo y el vagabundeo, pensando al anarquismo trashumante como a “una sensibilidad o temperamento, una inclinación a la errancia, una voluntad de andar”. ¿El sexo, tal y como lo vivencian los personajes de esta novela, es un modo de nomadismo y vagabundeo? “Sí”, responde. “No he sido un verdadero nómade sino hasta el instante en que empiezo a escribir este texto”, dice el anfitrión cuando comienza a hablar en la novela. Eros y anarquía fueron cruzados también en la compilación El amor libre.

“Construimos un contrato de relación que pretendía reflejar ese credo. Éramos una pareja abierta, es decir, políticamente correcta para la época. Lo cual significaba que estábamos dispuestos a permitir las relaciones paralelas de cada uno, con el acuerdo de que nada se realizara a espaldas de nadie. Pensábamos: una genuina unión amorosa no tiene por qué romperse ante la irrupción del deseo por otros”.

En Llévatela… aparecen Gandhi y la no posesividad, “la erradicación de la propiedad privada de los afectos”, según Martín Hendler en la contratapa. El amor no monogámico, “lo que hoy se llamaría poliamor o polifidelidad”, ocupa las relaciones. “Respecto de los celos, llegué a pensar que tienen dos puntas: la envidia y el miedo a la pérdida; y que lo peor es esto último”, reflexiona el personaje de Eduardo, quien descubrirá que “ningún acto es gratuito, que ninguna nueva incorporación deja de influir sobre el conjunto y que, por el contrario, cada movimiento de piezas descoloca al resto y pone en marcha reagrupamientos cuyos efectos escapan a todo control”.

¿Cómo se vinculan las ideas anarquistas con la idea de pareja abierta? “En cuanto al vínculo con el anarquismo, ahí está la idea del amor libre que propusieron activistas ácratas a lo largo de los siglos XIX y XX, desde Bakunin hasta Luigi Fabbri, Emma Goldman y Emile Armand, entre otros. El escritor socialista libertario Cardias, fundador de la Colonia Cecilia en 1890 en Brasil escribió sobre la relación entre pareja y amor libre. Además, Pepita Guerra y otras escribieron sobre el tema en el periódico anarcofeminista La voz de la mujer, que se publicaba en Buenos Aires en 1896 y 1897. Pero esto no quiere decir que los personajes Lila y Eduardo sean anarquistas, de hecho esta palabra creo que no se menciona ni una sola vez en la novela”, responde el creador de esos personajes que duermen en una cama en cuya cabecera se leen las palabras de David Cooper: “Hacer el amor es algo bueno en sí mismo, y tanto mejor cuanto más veces ocurre, de cualquier manera concebible, entre el mayor número de personas y durante el mayor tiempo posible”.

En el epílogo leeremos: “Preciso de lo extraterritorial por la misma razón que necesité de lo extraconyugal, saber que hay un afuera para vivir intensamente el adentro”. Promediando el libro: “La nostalgia es otra forma de deseo”. Por su parte, Baigorria también es un viajero: ha pasado temporadas en España, Italia, Perú, Costa Rica, Estados Unidos, incluso Canadá y México: “Me gustan los saltos de lo autobiográfico a la ficción, y prefiero que las lecturas atentas descubran o sospechen dónde están las partículas, los elementos particulares que actúan como mojones en esa frontera brumosa entre lo vivido y lo imaginado en Llévatela… así como en otros textos. No tengo un plan para construir límites, depende de cada libro. En Sobre Sánchez están las ‘Notas al pie’, en Correrías de un infiel hay signos o señas de pasaje desde la referencia histórica hacia la fantasía, la imaginación de lo íntimo”, cuenta.

¿Cómo te acercaste a los libros, cómo se generó esa fascinación en vos?

—Mi papá, que no había terminado ni el tercer grado de la primaria para dedicarse a trabajar desde chico, era un gran lector y me incentivó el placer de leer libros. Salgari y Julio Verne, pero también Stevenson, Alejandro Dumas, Dostoievsky, a quienes él leía en sus días de franco, cuando trabajaba como obrero panadero, y después me los pasaba a mí desde que pude empezar a entenderlos. Tenía una hermosa biblioteca de autodidacta en ese hogar paterno que siempre cambiaba de ubicación, porque había que mudarse contantemente por problemas para pagar el alquiler, así que muchos libros se fueron perdiendo.

Decís en algún lado: “Solo escritura: nadie interpreta: solo se escribe”. ¿Cómo se llevan en vos el periodismo y la literatura? ¿Qué préstamos se hacen?

—Depende de qué periodismo se trate. Hay un periodismo meramente informativo que no tiene mucho que ver con lo que llamamos “literatura”. De cualquier manera, prefiero hablar de “escritura”, esa instancia en la que el acto o acción de escribir se suelta, se libera, sin interpretar nada, sin otro objetivo que el de avanzar hacia delante.

En una entrevista a Marcelo Cohen, sobre su última novela, dice: "La pregunta que me haría es cómo vivir juntos; de hecho es una de las preguntas esenciales de la literatura", ¿coincidís?

—Cómo vivir juntos es también la pregunta esencial de la vida política, o sea del arte de vivir juntos como ciudadanos. 

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