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Literatura infantil y juvenil

"Compartimos la ilusión de una literatura sin clasificaciones"

Natalia Méndez y Virginia Ruano

Enviamos algunas preguntas a la dupla días antes de que comiencen a coordinar el taller Safari en Fundación Filba, para el que todavía quedan algunos lugares.  

Por Valeria Tentoni.

 

Natalia Méndez y Virginia Ruano se conocieron por amigas en común, "pero particularmente una muy especial que insistió con que teníamos que conocernos", dicen. "Y fue una afinidad instantánea: kindred spirit". 

Méndez trabaja como editora de libros para chicos y jóvenes desde 2002. Da clases en la Carrera de Edición (UBA), de formación para escritores y de capacitación para editores de libros infantiles. Escribe, dibuja y hace cerámica: su libro más reciente es Tres seres verdes, de tiras de historieta. Junto a Eduardo Abel Giménez creó el sello de libros artesanales Dábale arroz. Virginia Ruano, por su parte, trabajó como editora de literatura infantil y juvenil en Norma y ahora es coordinadora editorial en Eterna Cadencia, a lo que suma su labor como docente en Casa de Letras y en la carrera de Edición de la Universidad de Buenos Aires. 

Enviamos algunas preguntas por correo electrónico a la dupla días antes de que comiencen a coordinar el taller Safari en Fundación Filba, taller para el que todavía quedan algunos lugares.

 

¿De qué van los encuentros y cómo los diseñaron?

Desde hace un tiempo armamos entre las dos Gabinete de lecturas, un proyecto de encuentros de lectura de libros infantiles y de los otros, que organizamos alrededor de una temática particular. En esta oportunidad, junto con Fundación Filba, compartiremos Safari, un taller de lectura que propone un recorrido por distintas obras para la infancia a partir de los personajes animales que habitan en ellas. Hicimos una selección de nuestras bibliotecas y tratamos de agrupar según las funciones narrativas o los tipos de animales o cómo se relacionaban esos animales con la historia y a partir de ahí cada encuentro gira alrededor de un eje para pensar ese mundo tan inmenso de los animales en las historias para la infancia. Desde las fábulas, con animales antropomorfizados a mascotas fantásticas, como en Harry Potter.

En cada encuentro leemos algunos fragmentos, o algunas obras completas y comentamos cosas que nos parecen particulares de cada autora o autor y de esas obras.

¿Qué idea de LIJ comparten?

Compartimos la ilusión de una literatura sin clasificaciones, tal como en su momento sostuvo Andruetto una literatura sin adjetivos al referirse a la LIJ y antes Saer, cuando planteó una literatura sin atributos en relación al concepto de literatura latinoamericana. La categoría “LIJ” suele responder a criterios mercantilistas, no es ninguna novedad ni necesariamente un problema desde ese punto de vista; el problema suele aparecer cuando esta misma definición se usa como categoría estética.

Por estos días, así como se habla de "feminismos" en vez de "feminismo", se habla antes de "literatura para las infancias", en plural, antes que de "literatura infantil", por ejemplo. ¿Cómo piensan el efecto de estas etiquetas sobre los libros y quienes los leen y escriben? ¿Con cuál se quedan?

Natalia Méndez: Yo diría “libros para las infancias” porque no son solo literatura, también hay libros de no ficción que me encantan, y el tema de “las infancias” en plural lo entiendo como abarcativo de una variedad de historias y modos de vida de niñas y niños. Pero la verdad es que la cuestión de las etiquetas solo me interesa un poco a nivel teórico, es una conversación que me resulta abstracta, que no me cambia mucho en cuanto a lo que realmente sucede con los libros, su circulación y su creación. No creo, al menos esta etiqueta en particular, que tenga mucho efecto en la realidad, que salga de una discusión de torre de marfil, digamos, mientras no cambien otras condiciones de acceso al mundo de los libros.

Virginia Ruano: Entiendo el gesto a tono con la época que hay detrás de un concepto como “literatura para las infancias”, pero no deja de ser una construcción del mercado, tan cercano a “literatura femenina” o “literatura para la mujer”. Creo que las clasificaciones y las etiquetas nos ayudan a comprender el mundo y a desarrollar el pensamiento; es maravilloso lo que sucede cuando nos encontramos frente a lo inclasificable, frente a aquello que rompe el aparato categorial previo y nos hace construir uno nuevo. Sin embargo, no dejan de ser categorías extra literarias, por así decirlo, que no deberían influir ni en la creación artística ni en la lectura.

¿Cómo pensar los libros que les llegan a las chicas y a los chicos? ¿Cuál es la misión de una editora de libros infantiles?

Ninguna de las dos sabe muy bien ni cuál es nuestra misión como seres humanos, pero en principio suponemos que en el caso de una editora (una editora a secas, sin atributos) debe ser lograr el arduo equilibrio entre lo comercial y lo cultural, a lo que hay que sumarle las condiciones económicas y estructurales en las que se desarrolla la cultura en nuestro país. Y particularmente en el caso de una editora de libros infantiles tiene que ser una buena malabarista que logre sus hazañas con tres pelotas: la de lxs chicxs, la de lxs maestrxs, la de lxs xadres (aunque también puede aprender trucos con solo dos pelotas en el aire mientras deja la tercera en equilibrio sobre su cabeza, solo por un ratito).

Los talleres que dan no apuntan a lectores "menores de edad", son para adultas y adultos. ¿Cómo piensan al arco de lectores posible para un libro que en librerías se ubica generalmente en las estanterías de infantil?

La gran parte del público de nuestros talleres son personas muy vinculadas con la niñez: maestrxs, bibliotecarixs, especialistas en lij, traductorxs, psicopedagogxs, abuelxs… Por lo que suelen ser habitués de las secciones de libros para chicxs de las librerías. Aunque de vez en cuando aparece un lectxr más amplix que, a pesar de haber cruzado la mayoría de edad, no tener hijxs ni sobrinxs, ni trabajar en nada relacionado con niñxs, confiesa que se compra “libros infantiles” porque lo interpelan con sus historias y estéticas diversas.

¿Qué no se le perdona a un libro para infancias? ¿Qué no le puede faltar?

Virginia Ruano: Creo que no se le perdona lo mismo que a un libro para adultxs: no ser auténtico.

Natalia Méndez: Sí, está esa idea de fondo histórica que lo didáctico tiene que estar ahí, y si bien toda obra tiene su ideología, claro, muchas veces se nota que solo se está queriendo dar una lección, y ahí para mí es cuando se rompe el pacto.

¿Recuerdan y compartirían sus primeras experiencias de lectura memorables? ¿Qué libros las acompañaron de chicas, qué efecto de esa experiencia quisieran replicar cuando ustedes actúan como portadoras de historias, en la modalidad que sea?

Virginia Ruano: Me recuerdo como lectora recién de adolescente, aunque tengo algunos recuerdos sueltos de mis primeras experiencias con los libros. Cuando tenía alrededor de nueve años leí prestada de la biblioteca del colegio la novela Corazón, de Edmundo de Amicis. No quisiera que nadie sufra ni llore lo que yo sufrí y lloré durante varios días con ese libro, pero me quedaron grabadas las ganas de compartir lo vivido: recuerdo que esperaba impaciente poder contarle a mi abuela durante el desayuno todo lo que había leído la noche anterior, lo que me había generado. Creo que esas ganas de compartir lo leído es lo que me gustaría replicar; son esos libros que los cerrás pero no terminan; los personajes te acompañan y querés que las personas con las que vivís también los conozcan.

Y una última lectura que no puedo dejar de mencionar: la colección Elige tu propia aventura. ¡Qué difícil me resultaba no caer en la tentación de volver atrás cuando la opción elegida no era la más conveniente!

Natalia Méndez: Me acuerdo que por suerte los libros ocuparon siempre un lugar importante en mi casa y en mi familia. En lo de mi abuela había Chiribitiles que eran de todos los nietos. Después nos prestábamos los Ásterix o los Elige tu propia aventura. Me acuerdo de haber pedido para cumpleaños o navidad libros, así que siempre tuvieron ese valor para mí. De chica, recuerdo dos lecturas especialmente: Marizul sueña que sueña que sueña, de Bernardino Rivadavia, que me trajo mi abuela de regalo cuando yo estaba con gripe en casa. Me acuerdo perfecto de escuchar cómo mi abuela le contaba a mi mamá que el librero le ofreció ese libro y ella dijo “uno de historia no, algo lindo, que la nena está con fiebre” o algo así. Y que el librero se lo mostró y le explicó que era el bisnieto o algo así del Rivadavia famoso. Ahí entendí que había autores que escribían los libros y que los libros podían contener una variedad de cosas y eran para distintos momentos. Todavía lo conservo el libro, es una historia maravillosa y este Rivadavia era tataratataranieto o algo así. Después de eso, el primer libro que leí sola es El niño envuelto, de Elsa Bornemann. Sentía que Andrés Domenech, el protagonista, era mi amigo. Lo mismo que Marizul. Me proponían un mundo otro, pero mío también.

Me encanta pensar que ese entusiasmo con las historias sigue vigente y que se puede compartir.

 

 

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