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"En toda ficción siempre hay algún componente de tu propia biografía"

Leila Sucari

"Me interesa pensar las palabras no sólo como una especie de frasco que se llena de cierto contenido sino como materia con vida propia. Es algo que busco todo el tiempo. Y es algo que busca la chica de la novela": una entrevista de Ivana Romero con la autora de Adentro tampoco hay luz (Tusquets).

Por Ivana Romero.

Durante el verano de 2014, Leila Sucari decidió averiguar quién era esa voz que se le aparecía en la cabeza una y otra vez. Así construyó la historia de una chica que, en plena pubertad, pasa una temporada en un campo mientras su madre resuelve qué hacer con su vida. El campo, lejos de ser un lugar idílico es, más bien, tierra yerma. Ahí viven su abuela y su prima. Ese universo de mujeres aisladas gira según sus propias reglas: de a ratos la abuela es despótica, conservadora, absurda. La prima no duda en desafiarla mostrando su cuerpo voluptuoso ante los hombres, en alguna escapada al pueblo. Pero en general, todo ocurre en los límites de una casa cubierta de polvo. La protagonista se refugia dentro de sí misma, ahí donde esas parientas no llegan ni la abruman. Desde allí, observa y relata un tiempo en apariencia estancado, entre cuyos pliegues asoman lo bello y lo terrible.

Cuando empezó a construir su primera novela, Adentro no hay luz, Sucari –nacida en 1987, estudiante de filosofía, de pintura, de teatro, de artes visuales, licenciada en periodismo– no sabía que estaba embarazada. Y aún cuando nueve meses después nació su hijo, siguió escribiendo. “Estaba en dos universos a la vez y cada uno era raro y fascinante por razones distintas”, cuenta ahora, en un bar céntrico, mientras afuera llueve. El libro obtuvo el año pasado el primer premio del Fondo Nacional de las Artes y acaba de ser editado por Tusquets. Se trata de un texto bellísimo y gozosamente salvaje. La voz de esa narradora se abre paso con la potencia de quien confía en la luminosidad de los mundos invisibles. Esos mundos comienzan en el paisaje frondoso de su propia mirada. Y terminan en el borde al cual el lector (o la lectora) decida asomarse.

 

¿Qué fue lo primero que supiste de tu novela?

No es que dije “voy a escribir una novela”. Es que la protagonista empezó a aparecer. Y con ella, su abuela, su prima y ese pequeño mundo rural que relata en primera persona. Para esa niña, las otras resultan incomprensibles. La abuela pretende controlar a una prima que utiliza todo su potencial sensual para escaparse, pero no sabe hacia dónde escapar. Es como si diera vueltas en círculos. El mundo masculino casi no está, no aparece retratado. O sea, hay un padre ausente, ese novio con el que la madre aparece en un momento, los amigos de la prima en el pueblo… Frente a tanto desconcierto, la chica se refugia en la naturaleza. Ahí busca lo auténtico. Porque es una comunicación más sensorial, sin tantos rollos. Así adopta una chancha primero y un lagarto, después.

Ese entorno rural es sumamente vívido.

Es que en toda ficción siempre hay algún componente de tu propia biografía. Mi papá se separó de mi mamá cuando yo tenía cinco años y se fue a vivir a unos ochenta kilómetros de Capital. Hay mucho de ese territorio, para el lado de San Antonio de Areco, que no llega a ser campo. Pero yo lo llamaba así de todos modos. Así que irme los fines de semana para allá era entrar en otra sintonía. Yo observaba bichos todo el tiempo, casi como estudiándolos. Me fascinaban. Me pasaba horas juntando renacuajos adentro de un tupper sólo para mirarlos.

¿Por qué los varones ocupan espacios tan laterales aquí?

No lo sé. Quizás tenga que ver con que hay demasiada potencia femenina que busca ser explorada. Y por eso los varones quedan de lado. Bueno, hasta cierto punto, porque ese embarazo de la prima resulta bastante escabroso. También puede ser que yo justo supe que estaba embarazada mientras empecé a escribir y mi cuerpo necesitaba ocupar cierto lugar nuevo, íntimo. Pero no lo sé realmente. De todos modos, hay un varón que tiene lugar aunque él también sea un púber. Me refiero a Joaquín. Por ahí sí entra un poco la luz.

¿Cómo fue el proceso de escritura?

Una cosa fue durante mi embarazo y otra, después. En principio, se trató de sentir el territorio y conocer el personaje. Después fue surgiendo la historia. Hay gente que tiene diagramas, que sabe bien qué quiere contar, pero no fue mi caso. Eso me dio muchas dudas en algún momento; volvía hacia atrás, no sabía si todo era una locura o si podía continuar. Y decidí seguir adelante. Para eso fue muy importante el acompañamiento de Fernanda García Lao. Y de mis compañeros. Es que hice un taller coordinado por ella y ahí leía los borradores de la novela. Todo el proceso grupal me ayudó mucho a ordenar lo que quería contar. Me refiero a los otros escritores del taller. Fernanda, además, fue quien me dijo que no tuviese miedo, que avanzara con todas las intuiciones que tuviera. Así que cuando nació mi hijo, seguí escribiendo en los pocos ratitos disponibles. Y luego vino todo un largo proceso de corrección.

¿Te interesa el modo en que suena eso que escribís? Me refiero a la música de las palabras.

Sí, claro. Me interesa pensar las palabras no sólo como una especie de frasco que se llena de cierto contenido sino como materia con vida propia. Es algo que busco todo el tiempo. Y es algo que busca la chica de la novela, que construye un lenguaje con palabras abiertas. Es decir, ella no queda presa de las definiciones sino que a través de las palabras buscar abrir sentidos y posibilidades. Por ejemplo, todo el tema religioso es algo que le llama la atención. Pero no entiende mucho de rituales. Entonces, pensando en Joaquín puede decir cosas como “me tapo la cara, tiemblo. No sé si tengo frío o calor. Soy otra. Creo que me llegó la divinidad”. La divinidad es eso que a ella le pasa por el cuerpo. En ese sentido es una novela de iniciación. Hay cosas que le ocurren por primera vez. Entonces las palabras también se abren, son el modo de indagar un territorio novedoso.

¿Qué significó ganar el primer premio del Fondo Nacional de las Artes en narrativa?

Una sorpresa absoluta. Sabía que en algún momento iba a publicar la novela pero no pensé que fuera a ser de este modo. O sea, con el premio como aval. A ver, trabajo como periodista pero en calidad de monotributista. Nadie me dio licencia por ser madre. Una está acostumbrada a hacer mil cosas a la vez en condiciones precarias. Entonces te entusiasmás, enviás tu novela y luego lo olvidás porque estás pensando en cómo conseguir un trabajito más. Así que ganar un premio también es una alegría que te impulsa a seguir.

¿Estás con algún texto nuevo?

Sí, es sobre el vínculo entre una madre y su hijo y un viaje al mar. Aparecen ballenas, como aparecieron en mis sueños. No sé mucho más por ahora.

¿Qué escritores y escritoras te gustan?

De todos los géneros, de todos los tiempos. Ahora estoy muy interesada en literatura japonesa porque estoy trabajando, como parte de un equipo, en un documental sobre inmigración japonesa en Argentina. Así que, por ejemplo, estoy leyendo la correspondencia entre Kabawata y Mishima. También me gustan Clarice Lispector, el Céline de Viaje al final de la noche, Alicia en el País de las maravillas. Y cualquier texto de Walter Benjamin.

 

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