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"Hacer más y pensar menos"

Ph Romina Zanelatto

María Luque

Dibujó a Lou Reed y a Lou Reed le gustó su dibujo. Compuso su primera novela gráfica, La mano del pintor, la colgó junto a los editores de Sigilo en Ideame, y a los lectores les gustó aquello también. Tanto que la convirtieron en libro: el de un diálogo imaginario con Cándido López.

Por Ivana Romero.

María Luque pinta y dibuja, ajena al ruido de la máquina de café, de los parroquianos, de la tarde que termina en el café Varela Varelita. En su mesa hay un dibujo de colores planos, aún húmedos. Pone a un costado los pomitos de gouache, los pinceles, los lápices que asoman en su cartuchera y dice que sí, que ese bar es un poco su estudio y su lugar de reunión con otros amigos que también hacen cómics. “Entre todos nos contagiamos el entusiasmo”, afirma.

Acaba de publicar La mano del pintor, su primera novela gráfica, que es además la primera publicación de estas características que hace la editorial Sigilo. Se trata de un libro ambicioso de casi doscientas páginas que fue financiado a través de la plataforma Ideame. En él, Luque establece un diálogo con el pintor Cándido López, quien retrató la Guerra del Paraguay como documento y obra artística a la vez. Más bien, lo que hace es dialogar con el fantasma de Cándido, que aparece convocado por un daguerrotipo que ella guarda debajo de su cama.

Es un retrato de su tatarabuelo Teodosio. Él cursaba el último año de Medicina cuando fue enviado a la guerra. En la batalla de Curupaytí debió amputarle la mano derecha a López, herido en combate. Fue un modo de salvarle la vida. López era daguerrotipista y, según la leyenda, es probable que le haya regalado a Teodosio ese retrato como forma de agradecimiento. Mientras tanto, ejercitaba con paciencia su mano izquierda para seguir pintando. La misma que le permitió completar 52 de los 90 bocetos que tenía cuando volvió a casa. Luque también es zurda. “Pero lo mío es de nacimiento, yo no tuve que hacer el esfuerzo de Cándido”, aclara mientras sonríe.

 

―El año pasado, tu trabajo fue incluido en el libro Informe, de la Editorial Municipal de Rosario, que mostró en trabajo de veinte nuevos historietistas. Ahí contabas que cuidás casas y que itinerás entre Rosario, donde naciste en 1983, y Buenos Aires.

―Sí, pero la situación ya no es la misma aunque mi próximo libro va a hablar de esa experiencia. Ahora vivo en Buenos Aires. Igual, me gustan las dos ciudades. Allá comencé a estudiar Bellas Artes, aunque en algún momento sentí que lo que buscaba no estaba ahí. Entonces me dediqué a hacer talleres, residencias con artistas y a viajar un poco.

―¿Cómo empezaste a hacer cómics?

―Veía a mis amigos hacerlos y me fascinaba. En 2012, por ejemplo, hice una residencia en Brasil y una de mis compañeras era Power Paola. Nos conocíamos de antes, habíamos dibujado juntas varias veces. Pero en ese tiempo, que fue un mes entero donde ella estaba completando lo que luego sería El diario de Power Paola, sentí que me moría por hacer lo mismo, ¡pero no sabía cómo! José Sainz, que fue el editor de Informe y de La mano del pintor, me dijo “es fácil, de arriba hacia abajo, de izquierda a derecha”. Creo que hubo algo muy sabio en eso: hacer más y pensar menos. En La mano del pintor también retrato a amigos como Sofía Álvarez Watson o Amadeo Gonzales, de Perú. Con ellos armé mis primeros fanzines y me fui animando a contar historias con dibujos. Esto de trabajar de un modo más colectivo es algo que también hacía en Rosario, donde junto a otra gente armamos el Festival Furioso del Dibujo, que se sigue haciendo, y que consiste en convocar dibujantes para hacer obra juntos.

―¿De todo ese proceso salió esta novela gráfica?

―Algo así. La empecé y la terminé en 2014. Estuvo bien ese frenesí de hacerlo en un año porque me la pasé dibujando y resolviendo la historia. Lo venía pensando desde hacía mucho porque mi papá me había contado de Teodosio, tenía esa idea de proximidad con Cándido y quería hacer algo. Armé la sinopsis del libro: Cándido se me aparece un día para pedirme que termine sus pinturas, nos hacemos amigos, me cuenta su vida y su experiencia en la guerra. Trata de enseñarme a pintar al óleo y yo le enseño a tomar helado y a hacer un fanzine.

―Sin embargo, a partir de esa narración se despliegan varias historias paralelas, casi como si fuera un mural parecido al de la tapa del libro. Ahí está el pasado, la guerra como conflicto político. Pero también la cotidianidad en el frente de batalla y en las ciudades del siglo XIX. Y tu propia cotidianidad.

―Sí, me documenté mucho. Me sigo pasando los días entre la sala destinada a Cándido López en el Museo Nacional de Bellas Artes y en el Museo Histórico, donde tienen unas treinta obras suyas. Justamente, en estos días cambiaron algunas así que pude ver seis nuevas. López era un fanático del detalle y sus obras son parecidas, por ejemplo, a las de El Bosco, con muchas historias en el mismo cuadro. De lejos te fascinan el azul del cielo o la vegetación. De cerca, todo es un poco más horroroso. Y, sin embargo, las escenas mantienen algo que no logro definir de mejor modo que como “amable”. En mi novela trabajé en sintonía con eso y, a la vez, investigué cuestiones macro y micro sobre la guerra, desde el conflicto político hasta el modo en que resolvían las curaciones cuando herían a los soldados. Vengo de una familia de médicos así que eso me ayudó también. Además, necesité saber lo que se comía o las consecuencias de las epidemias de cólera que llegaban a las ciudades tras arrojar tantos muertos al río. A mí no me sale dibujar sangre todo el tiempo. Así que dibujé la parte bélica pero también cosas como la señora de peineta que en cuadrito toma mate y en el siguiente aparece sentada en el inodoro con sus enaguas. Porque, bueno, pobre gente, padecía cólera.

―¿Y cómo apareció la decisión de que Cándido vaya con vos al súper chino o a comprar materiales o se enamore de la idea de hacer fanzines?

―Eso fue saliendo. No imaginé el libro de principio a fin, sino que iba pensando cada capítulo. Cualquier persona que dibuja o pinta se vuelve loca en estos lugares donde te venden óleos, pinceles o estos pomitos de gouache que me encantan, siente que es como su Disney. También me daban ganas salir a la calle con Cándido, que su fantasma, que siempre es amable, viera cómo era la vida ahora.

―Lou Reed alabó tus dibujos, ¿cómo fue eso?

―Ah, eso también fue genial. Hace mucho había hecho un álbum de figuritas llamada “Rockeros de bolsillo” y subí todo el material a la web. Uno de los rockeros era Lou Reed. Me da la impresión de que en cierta época él se googleaba bastante y compartía los dibujos que la gente hacía. Un día publicó el dibujo mío con una descripción del texto en portugués diciendo “esto es lo que hacen en Buenos Aires”. No sé si leyó de la Guerra del Paraguay y pensó que había quedado alguna influencia del portugués acá.

―En la presentación del libro, en el Cabildo de Buenos Aires, llevabas un vestido con tus propios estampados. ¿Cuál es tu vínculo con el diseño de indumentaria?

―Me encanta la ropa pero eso fue pura casualidad. La diseñadora española Celia Bernardo, que tiene la marca Celia B, estuvo en Buenos Aires el verano pasado, vio unos dibujos míos y me contó que tenía ganas de hacer una colección en colaboración donde yo hiciera las estampas. No se trataba sólo de dibujar texturas sino también, paisajes completos. Fue muy hermoso ver esos dibujos sobre la tela, moviéndose, caminando por las calles. Son cosas que una no espera.

 

 

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