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Borges profesor

Por Martín Hadis 

"El hilo que une a todas estas clases es el placer literario, el afecto con el que Borges aborda cada una de estas obras, y su intención clara de contagiar su entusiasmo por cada autor y período estudiado".

Por Martín Hadis.

 

Editar este libro fue como correr detrás de un Borges que se perdía entre los libros de una biblioteca o —para usar una metáfora cara a nuestro escritor— que se nos escapaba corriendo, girando en cada esquina de un vasto laberinto. No bien encontrábamos el año o la biografía que buscábamos, Borges se nos adelantaba y desaparecía detrás de un ignoto personaje o de una oscura leyenda oriental. Cuando otra vez lo encontrábamos, tras mucho buscar, Borges arrojaba enseguida a nuestras manos alguna anécdota sin fecha, alguna cita sin autor, y de nuevo lo veíamos perderse, escapando por la rendija entreabierta de una puerta o entre filas de estantes y anaqueles. Para recuperar sus palabras lo seguimos por las páginas de incontables enciclopedias y las salas de la Biblioteca Nacional, lo buscamos en las páginas de sus libros y en decenas de conferencias y entrevistas, lo encontramos en su nostalgia del latín, en las sagas del norte y en los recuerdos de sus colegas y amigos. Cuando llegamos por fin a nuestra meta, habíamos recorrido más de dos mil años de historia, los siete mares y los cinco continentes.

Pero Borges nos esperaba tranquilo y sonriente. Correr de la antigua India al medioevo europeo no lo había fatigado. Pasar de Caedmon a Coleridge era para él moneda común. Dos alegrías nos reconfortan después de terminada esta labor. La primera es haber contribuido a abrir una puerta en el espacio y en el tiempo; permitir a otros lectores asomarse con nosotros a las aulas de la calle Viamonte. La segunda es haber disfrutado estas clases con la misma intensidad que aquellos estudiantes que las presenciaron hace más de cincuenta años. Investigar y revisar cada recoveco del texto nos llevó —sin quererlo— a memorizar cada poema y cada frase, a asociar cada oración de Borges con sus cuentos, sus poemas y sus dichos, a formar y descartar hipótesis sobre cada coma, cada punto y cada renglón. En su “Oración”, Borges escribe: “Que alguien repita una cadencia de Dunbar o de Frost o del hombre que vio en la medianoche el árbol que sangra, la Cruz, y piense que por primera vez la oyó de mis labios. Lo demás no me importa”(6) . Al terminar este libro, el lector encontrará que recuerda con placer líneas de Wordsworth y de Coleridge, que la música de William Morris lo ha hechizado, que personajes remotos como Hugh O’Neill o Harald Hardrada se han vuelto familiares, que gracias a Borges resuenan en sus oídos los hierros de la batalla de Brunanburh o los versos anglosajones de “La visión de la Cruz”. Borges sonreiría satisfecho. En las veinticinco clases que conforman este curso, Borges nos lleva en un verdadero viaje por la literatura inglesa, tan cercana a sus lecturas y a su obra. Este viaje, que comienza en las nieblas del tiempo con la llegada a Inglaterra de anglos, jutos y sajones, continúa luego con las obras de Samuel Johnson, se detiene en Macpherson, los poetas románticos y la época victoriana, nos ofrece un panorama de la vida y obras de los prerrafaelistas, y termina en el siglo XIX, en Samoa, con uno de los escritores más cercanos a Borges: Robert Louis Stevenson. “He enseñado exactamente cuarenta trimestres de literatura inglesa en la facultad, más que enseñado, he tratado de traducir el amor de esa literatura —dijo Borges una vez—. He preferido enseñarles a mis estudiantes no la literatura inglesa —que ignoro— pero sí el amor de ciertos autores, o, mejor aún, de ciertas páginas, o mejor aún, de ciertas líneas. Y con eso basta, me parece. Uno se enamora de una línea, después de una página, después del autor. ¿Bueno, por qué no? Es un hermoso proceso. Yo he tratado de llevar a mis estudiantes a eso (7).” Desde la primera clase queda claro que se trata de un recorrido particular, guiado por las preferencias literarias del escritor.

El hilo que une a todas estas clases es el placer literario, el afecto con el que Borges aborda cada una de estas obras, y su intención clara de contagiar su entusiasmo por cada autor y período estudiado. Dentro de estas preferencias, hay una que ocupa un lugar prominente: la literatura anglosajona, a la que el profesor dedica nada menos que siete clases, más de una cuarta parte del curso. Esto, que es ya del todo inusual para cualquier curso de literatura inglesa, resulta aún más curioso para un curso dictado en un país de lengua castellana. Borges dedica una clase a las kennings, dos al estudio de la Gesta de Beowulf y otras tantas al bestiario anglosajón, a los poemas guerreros de Maldon y Brunanburh, a “La visión de la Cruz” y “La sepultura”. Indagar las razones de este énfasis en las letras de la Inglaterra medieval se vuelve entonces inevitable: ¿Qué encontraba Borges en esta literatura? ¿Qué representaba para Borges el estudio del inglés antiguo? Preguntas amplias en cuyas respuestas se entretejen realidad y ficción, el pasado familiar de Borges y su concepción filosófica y literaria del mundo. Para responderlas, debemos analizar brevemente la historia del idioma inglés, tradicionalmente dividida en tres períodos:

Inglés antiguo o anglosajón: siglo V hasta 1066
Inglés medio: 1066-1500
Inglés moderno: 1500 hasta el presente

El anglosajón, primer estadio de la lengua inglesa, es una forma arcaica que conserva muchas de las características del germánico común, entre ellas tres géneros gramaticales (tenemos así sustantivos masculinos como se eorl, “el hombre”, o se hring, “el anillo”; neutros como þæt hus, “la casa”, o þæt boc, “el libro”, y femenino como seo sunne, “el sol”, o seo guð “la batalla”(8) ), tres números en los pronombres (singular ic: “yo”, plural we: “nosotros”, dual wit: “nosotros dos”), un complejo sistema de conjugación de verbos, cinco casos de inflexión y numerosos paradigmas de declinación de sustantivos y adjetivos, junto con un vocabulario casi puro, influido al comienzo apenas por unas pocas palabras de origen celta y latino. Se trata pues de una lengua del todo incomprensible incluso para los hablantes de inglés moderno, quienes deben estudiarlo como si fuera un idioma extranjero para poder entenderlo. Vaya a modo de ejemplo el anal correspondiente al año 793 del manuscrito D de la Crónica anglosajona:

Her wæron reðe forebecna cumene ofer Norðanhymbra land, and þæt folc earmlic bregdon, þæt wæron ormete ligræscas, and fyrenne dracan wæron gesewene on þam lifte fleogende. Þam tacnum sona fyligde mycel hunger, and litel æfter þam, þæs ilcan geares, on vi Idus Ianuarii, earmlice heþenra manna hergung adilegode Godes cyrican in Lindisfarnaee þurh hreaflac ond mansliht.

 

Este año terribles portentos asolaron a las tierras de Nortumbria y atemorizaron miserablemente a sus gentes: hubo terribles relámpagos de luz y se vieron feroces dragones volando en el aire. A estos ominosos signos siguió una gran hambruna, y muy poco después, el 8 de junio de ese mismo año, las hordas de hombres paganos cayeron sobre la iglesia de Dios en Lindisfarne, a la que devastaron con rapiña y muerte.

Que el inglés antiguo fuera el ancestro remoto de la lengua inglesa (9), tan querida por nuestro escritor, es explicación suficiente para justificar su interés en estudiarlo: las composiciones que el profesor Borges analiza en sus clases se encuentran entre las primeras escritas en una lengua que podríamos llamar inglesa. Pero el idioma anglosajón tiene para Borges dos atractivos adicionales. En primer lugar, posee una significación personal: se trata de la lengua que hablaban los ancestros remotos del escritor por vía paterna: su abuela Frances Haslam había nacido en Staffordshire. “Quizás no sea más que una superstición mía —escribió Borges una vez— pero el hecho de que los Haslam hayan vivido en Nortumbria y Mercia —o, como se las llama hoy, Northumberland y las Midlands— me vincula con un pasado sajón y quizás también danés.”

En su conferencia sobre “La ceguera” de Siete noches, Borges escribe: 

Yo era profesor de literatura inglesa en nuestra universidad. ¿Qué podía hacer para enseñar esa casi infinita literatura, esa literatura que sin duda excede el término de la vida de un hombre o de las generaciones?... Vinieron a verme unas alumnas que habían dado examen y lo habían pasado ... A las niñas (serían nueve o diez) les dije: “Tengo una idea, ahora que ustedes han pasado y yo he cumplido con mi deber de profesor, ¿no sería interesante que emprendiéramos el estudio de un idioma y una literatura que apenas conocemos?” Me preguntaron cuál era ese idioma y cuál era esa literatura. “Bueno, naturalmente, el idioma inglés y la literatura inglesa. Vamos a empezar a estudiarlos, ahora que estamos libres de la frivolidad de los exámenes; vamos a empezar por los orígenes.” (10)

En segundo lugar, Borges encuentra en las escenas de esta poesía el auténtico “sabor de lo épico” que lo conmueve y emociona. Más de una vez Borges explica este disfrute contraponiendo la pluma a la espada, lo sentimental a lo heroico, su condición de poeta enfrentada al coraje que mostraron sus mayores en combate. A esto se agrega lo inesperado de su descubrimiento. En su “Ensayo autobiográfico”, Borges afirma:

Siempre consideré a la literatura inglesa como la más rica del mundo; el descubrir una cámara secreta en los orígenes de esa literatura me pareció un regalo adicional (11).

Esta idea se repite en el hermosísimo prólogo a su Breve antología anglosajona

Hará unos doscientos años se descubrió que [la literatura inglesa] encerraba una suerte de cámara secreta, a manera del oro subterráneo que guarda la serpiente del mito. Ese oro antiguo es la poesía de los anglosajones (12).

Borges encuentra en ese oro antiguo algo remoto, extraño y valioso, un tesoro que, al ser desenterrado y recuperado, lo devuelve a la época azarosa y heroica de sus mayores. A este carácter originario y épico se suma el placer fonoestético que este idioma le produce. Al comenzar a estudiarlo, Borges siente que sus palabras resuenan con una extraña belleza:

Los versos en un idioma extranjero tienen un prestigio que no tienen en el idioma propio, porque se oye, porque se ve cada una de las palabras (13).

Borges nunca olvidará esta embriaguez inicial. Cada vez que se refiera al inglés antiguo, describirá una vez más este mundo auditivo:

El lenguaje anglosajón, el inglés antiguo, estaba por su misma aspereza predestinado a la épica, es decir a la celebración del coraje y de la lealtad. Por eso ... lo que les sale especialmente bien a los poetas es la descripción de batallas. Es como si oyéramos el ruido de las espadas, el golpe de las lanzas sobre los escudos, el tumulto de los gritos de la batalla (14).

Pareciera que a nuestro profesor le hubiera gustado estar allí, en medio de la lucha, presenciando el choque de las espadas, el crujido de los estandartes y el encuentro de los hombres. Pero el poder evocativo que los versos anglosajones tienen para Borges no termina allí. A estas imágenes auditivas las complementan otras, de carácter visual. Cada vez que la parquedad del poeta deja un detalle o una imagen sin describir, Borges complementa los versos con descripciones de su propia imaginación. Encontramos un ejemplo en su narración de la Batalla de Maldon. El poema original comienza con las siguientes líneas

Het þa hyssa hwæne hors forlætan,

feor afysan, and forð gangan,

Que se traducen literalmente de la siguiente manera:

Le ordenó entonces a cada guerrero que dejara atrás

su caballo

Que lo enviara lejos y que avanzara.

Ni los latigazos ni ningún equivalente a la “querencia” figuran en el texto original. No nos consta que los guerreros de Byrhtnoth tuvieran fustas a la mano, y el poema anglosajón no indica el lugar a donde debían ser enviados sus caballos (el alcalde sólo ordena que los alejen). Son estos agregados de Borges, que tienen tal vez poco que ver con la Inglaterra medieval, pero que contribuyen sin lugar a dudas a acercar la batalla de Maldon y a los protagonistas de ese combate del siglo X a nuestro país y nuestra época. Al continuar el estudio de este poema, Borges recrea el paisaje y la escena inicial del combate:

 Entonces el alcalde les dice que se formen en fila. Más allá se verían las altas naves de los vikings, esas naves con un dragón en la proa y con velas rayadas, y los vikings noruegos habrían desembarcado ya.

Una vez más, la descripción de Borges es una versión libre, enriquecida por su imaginación. La orden del alcalde sí se encuentra en los versos de “Maldon”, pero ni las altas naves, ni las velas rayadas ni el desembarco de los vikings figuran en el poema, cuyo comienzo se ha perdido. Borges, sin embargo, necesita imaginar la escena en detalle para que la acción comience a transcurrir:

Los sajones ven cómo van desembarcando los vikings. Podemos imaginar a los vikings con sus yelmos ornamentados de cuernos, ver que llega toda esta gente.

Estas descripciones parecen verdaderas películas, y Borges de hecho asocia estas imágenes visuales con el cinematógrafo en más de una oportunidad:

Y luego entra en escena —porque este poema es muy lindo— un muchacho ... Y este muchacho ... tiene unhalcón en el puño: es decir, estaba entregado a lo que se llama caza de altanería. Y algo hay que ocurre, algo que un director cinematográfico aprovecharía ahora. El muchacho siente que las cosas van en serio, y entonces deja que el querido halcón vuele al bosque, y entra en la batalla.

 

Igual procedimiento utiliza al describir la batalla de Stamford Bridge:

El ejército sajón salió con treinta o cuarenta jinetes ... Podemos imaginarlos cubiertos de hierro. Quizás los caballos tuvieran hierro también. Si ustedes [la] han visto [la película] Alejandro Nevsky puede servirles para imaginar esta escena (15).

Como si se tratara de films de acción, las descripciones de Borges nos sumergen en la tensión de los versos. En su rol de profesor, Borges no sólo describe y analiza, sino que, de alguna manera, insufla vida, significado y movimiento a estas obras épicas. Es esta misma sensibilidad la que lleva a Borges a entretejer en estas clases historia y leyenda, mito y realidad. Sin las restricciones que imponen una conferencia o el número de páginas de un manual, Borges despliega aquí su costumbre de mezclar hechos reales con ficción literaria, desdibujando los límites de esos dos ámbitos que en el universo borgeano se desdoblan siempre para luego fusionarse. Así, en su descripción de la batalla de Hastings, Borges intercala un episodio poético de Heine o hechos legendarios tomados de la Gesta Regum Anglorum de William de Malmesbury; en su explicación sobre las expediciones vikingas irrumpen citas de la “Crónica de los Reyes de Noruega”, obra que combina verdades históricas con material de carácter legendario o ficticio. De más está decir que no se trata de descuidos, sino de una actitud coherente con la cosmovisión del escritor (16). A Borges, para quien la historia representaba por momentos una rama más de la literatura fantástica, le preocupaban menos la realidad de los hechos que el goce literario o la emoción que produce cada relato o escena. Así, al explicar las razones que llevaron a la batalla de Stamford Bridge, nuestro profesor se lamenta:

Tenemos pues al rey Harold y a su hermano, el conde Toste o Tostig, según los textos. Ahora, el conde creía que él tenía derecho a parte del reino, que el rey debía dividir Inglaterra con él. El rey Harold no accedió, y entonces Tostig se fue de Inglaterra y se hizo aliado del rey de Noruega, a quien llamaban Harald Hardrada, Harald el resuelto, el duro... Es una lástima que tenga casi el mismo nombre de Harold, pero no se puede modificar la historia (17).

¡A Borges le gustaría cambiar nada menos que los nombres de los protagonistas para mejorar la calidad literaria de este episodio! En conclusión: no importa si en realidad hubo un vikingo que saqueó una ciudad creyendo que era Roma; no importa si el rey Olaf Haraldsson poseía en verdad una agilidad extraordinaria; no importa si el juglar Taillefer entró realmente en Hastings haciendo malabarismos con su espada. Más allá de su veracidad puntual, estas escenas tienen valor por la atmósfera que contribuyen a crear. Entregado al placer literario que le producen estas obras, su exaltación del coraje y las sílabas de hierro de su idioma, Borges juega durante estas clases con etimologías, intercala en su análisis palabras y versos anglosajones; los recita, explica y analiza, e intenta —por sobre todo— despertar en sus alumnos el mismo placer que él encuentra en esta lengua. En otras palabras: Borges siente la necesidad y la vocación de compartir este oro antiguo. En las últimas líneas de la Gesta, los geatas afirman que Beowulf era un guerrero gentil, amable con sus súbditos y ansioso de alabanza. Sabemos que Borges era un hombre gentil; nos consta que no le interesaba la fama. Podemos estar seguros, sin embargo, de que hubiera recibido con agrado el título del que lo hace merecedor este curso: beahgifa (18), “dador de anillos”, “distribuidor de tesoros”, “repartidor de riquezas”, expresión que utilizaban los anglosajones para subrayar la generosidad del rey al repartir el oro entre sus hombres.

 

Notas

--- 

(6) “Una oración”, en Elogio de la sombra, OC II, pág. 392. Borges expresa un pensamiento similar en las págs. 204-205 de Enrique Pezzoni, lector de Borges: “Uno de los momentos más gratos de mi vida fue hace unos meses, cuando un desconocido me detuvo en la calle y me dijo ‘Quiero darle las gracias, Borges’. ‘¿Por qué?’, le dije yo. ‘Bueno’, me dijo, ‘usted me hizo conocer a Robert Louis Stevenson’. Yo le dije ‘En este momento me siento justificado por este encuentro con usted’. Es raro que uno se sienta justificado; yo, por lo general, me siento injustificable, pero en ese momento, no; me sentí muy justificado: he sido un bienhechor, he regalado a alguien ese gran bien que es Stevenson; que se olvide lo demás”.

(7) En Enrique Pezzoni, lector de Borges, “Borges visita a Pezzoni”, Clase 16, pág. 204.

(8) El género de las palabras en inglés antiguo no corresponde necesariamente al de sus equivalentes castellanos. En anglosajón, se es el artículo masculino, seo el femenino, y þæt el neutro.

(9) La gran mayoría de textos que se conservan hoy en día están escritos en el dialecto denominado West Saxon (sajón occidental). Este dialecto sajón, que llegó a convertirse en el estándar literario de la Inglaterra medieval, no es, a pesar de ello, el ancestro directo del inglés actual. El inglés moderno desciende del dialecto que se hablaba en la región de Anglia, que difiere ligeramente del West Saxon.

(10) “La ceguera”, Siete noches, OC. III, pág. 279.

(11) “Autobiographical Essay”, en The Aleph and Other Stories, E.P. Dutton & Co., New York, 1970, pág. 252.

(12) En el prólogo a su Breve antología anglosajona, OCC, pág. 787.

(13) En “La ceguera”, Siete noches, OC III, pág. 280.

(14) Tanto esta cita como aquellas que a continuación se refieren a la batalla de Maldon pertenecen a la Clase 5 de este libro.

(15) Clase 7 de este libro.

(16) “Al volver las páginas de la Heimskringla sentimos que si los personajes historiados no dijeron realmente esas cosas, hubieran debido decirlas, con esas mismas apretadas palabras” (del prólogo de Borges a su traducción de la primera parte de la Edda menor o prosaica de Snorri Sturluson, La Alucinación de Gylfi).

(17) Clase 7 de este libro.

(18) Véase la Clase 3 en este mismo libro.

 

 

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