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Literatura infantil y juvenil

El tiempo en la infancia

Una lectura de Mi abuelo

Alrededor del libro de la portuguesa Catarina Sobral, Mi abuelo. ¿Qué es el tiempo y cuánto dura? ¿Qué es ser viejo? ¿Qué le pasa al tiempo en la vejez, qué en la infancia? Libros que se lo preguntan junto al suyo, por acá.

Por Valeria Tentoni.

 

 

“El aburrimiento nos da la noción del tiempo y la distracción nos la quita”, escribía Schopenhauer a principios del siglo XIX, para rematar después con una de sus sentencias sombrías. Y hasta ahí nadie podría negarle razón: la conciencia del tiempo y de su circulación por las tuberías de los cronómetros es una de las señas del ingreso a la adultez, del abandono de la infancia. Pero hay, quizás, un camino de regreso. O esa es una de las cosas que sugiere Mi abuelo, el último libro de Catarina Sobral traducido al español que acaba de publicar en Argentina el sello Limonero. 

Nacida en Portugal en 1985, los trabajos de Sobral han circulado en más de diez idiomas, al momento, y recibido numerosos premios. Mi abuelo, el último, no se queda atrás: con una apuesta estridente de colores y figuras de alto contraste, capta de modo automático la atención de la vista. Lo protagonizan un nieto, su abuelo y un vecino. Sobre todo, las maneras en que cada uno de esos adultos desenrollan la duración de sus días ante la mirada del chico. La primera imagen que se despliega en el libro y en espejoes la de dos mesas de luz. Sobre cada una, sus respectivos despertadores.  

El abuelo en cuestión recuerda al tío de la película (¡preciosa película!) del francés Jacques Tati, Mon oncle, de 1958. No solamente por las portadas y las paletas elegidas, sino también por lo que representa el adulto en ambos casos: el ejemplo extravagante. Cierto diletantismo alegre, la curiosidad, la intrepidez, el paso despreocupado, libre de obligaciones; es como si los relojes, en sus casos, se moviesen a otra velocidad. Pero como para los chicos y las chicas ese ánimo es natural y espontáneo, más justo sería hablar de empate y de enseñanzas mutuas. Parecen haber encontrado, antes que maestros, compañeros de juegos, amigos, en ese ejército que fuera de esos dos magos familiares se presenta como gris y agobiante.

Además de tomar clases de alemán y de pilates, de ir a buscar a su nieto la escuela y de cocinar pasta casera, el abuelo del libro de la portuguesa se dedica a cuidar un jardín. Eso podría llevarnos, de la mano y de paseo, por otro libro que salió por Limonero también: Júbilo. Nos encontramos con un personaje mayor, entristecido porque se ha quedado sin trabajo. Y su trabajo era el de hacer crecer las flores. Aquí también se acude a la dupla con la infancia esta vez, con una nena, pero es como si se hubiesen invertido los roles. Es la pequeña visita la que alegra y avispa al abuelo, la que lo guía hacia la felicidad, la que ofrece una versión dulce de la vida.  

Hay todavía otro libro que podría entrar en esta galaxia de duplas. Uno que apenas se conseguía, bajo el título ¿Qué pasa aquí, abuelo?, de David Legge, y que felizmente Caleidoscopio acaba de reeditar con el nombre Algo raro en casa del abuelo. Con ilustraciones asombrosas, colores vívidos y gran trabajo en los detalles, vemos a una nieta que visita la casa de su abuelo, auténtico reino dadaísta. Cualquier cosa es posible ahí: que crezca pasto donde debería haber alfombras o que el personaje de una pintura se tome la limonada de la invitada. La tarde pasa, plácidamente, y la chica vuelve de su paseo como quien vuelve de otro planeta. 

Hay algo, en todos los casos citados, alrededor de la extensión de las horas y de una frecuencia vital compartida que se deja sobre la mesa. Una pregunta por la duración de los encuentros entre los individuos de esas dos generaciones, que también es una nota acerca de su calidad. Y hay, asimismo, una mueca de alerta sobre el modo en que los adultos jóvenes viven y el ejemplo que dan a los menores.  

El recupero de un tiempo lento (que es, además, el necesario para la imaginación) había sido, por otros medios, tematizado en un libro anterior de Sobral: Achimpa, premio al mejor libro infantil de la Sociedad Portuguesa de Autores. En aquella historia, un investigador encuentra una palabra antigua, añejada en un libro, que nadie sabe con seguridad de dónde proviene ni para qué sirve. Una palabra que parece pertenecer a una sola clase: la de las palabras libres. 

“Quiero tiempo pero tiempo no apurado”, cantaba María Elena Walsh en la “Marcha de Osías”, y es ese el tipo de tiempo que se reclama en estos libros. Un regreso a las cosas que solo existen a condición de que se les respete el tranco. “Por favor me lo da suelto y no enjaulado / adentro de un despertador”, sigue cantando. El abuelo que ilustra Sobral, justamente, es relojero. Mejor decir era, porque ahora está jubilado. Es decir, en júbilo.  

 

 

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