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El viejo Angelus Novus

Benjamin, Klee, Borges

"Por eso es tan interesante la condición singular de la literatura. Que tuvo su revolución tecnológica, su acceso a la reproductibilidad, mucho antes que las otras artes (que la música y que la pintura, y de que fuera posible el cine)". Sobre el paso del tiempo, la tecnología y lo perdurable entre lo efímero, otra columna del autor de Ciencias morales

Por Martín Kohan.

 

 

No había visto el Angelus Novus de Klee cuando leí por primera vez las “Tesis de filosofía de la historia” de Benjamin. Lo vi después. No mucho después, pero después. Y no pude reconocer (no pude y no puedo) nada de lo que Benjamin afirmaba percibir en él. ¿Dónde estaba la mirada hacia atrás? ¿Dónde estaba el impulso hacia adelante? Defraudado (de mí mismo, por supuesto, no de Benjamin ni de Klee), no dejé de admirar, empero, esa fabulosa visión del “progreso”: un viento huracanado que empuja hacia el futuro al ángel de la historia que mira, entretanto, hacia atrás. En otros textos de Benjamin (en clásicos como “El narrador” o Infancia en Berlín hacia 1900, o aun en ciertos pasajes de “La obra de arte en la era de la reproductibilidad tecnológica”), es posible detectar una dualidad de esa misma índole. Un aire de melancolía por lo que se pierde, en el corazón de la fascinación por lo nuevo (y más concretamente, por la novedad tecnológica). Una mirada vuelta al pasado, para extrañarlo, mientras no deja de encantarse con la iluminación nocturna de las calles, el paso veloz de los tranvías, el milagro de la información al instante, la llegada del teléfono a las casas, el cine, la fotografía.

Por eso es tan interesante la condición singular de la literatura. Que tuvo su revolución tecnológica, su acceso a la reproductibilidad, mucho antes que las otras artes (que la música y que la pintura, y de que fuera posible el cine). La imprenta, claro, es muy anterior. Y lo es su artefacto primordial, el libro. ¿Será por eso que las nuevas tecnologías transformaron tan radicalmente la circulación de la música, prescindiendo del objeto disco, y la manera de ver películas, desistiendo de la proyección en salas para una recepción colectiva, y en cambio, por comparación, el libro relativamente perdura? Perdura como denominación (en el e-book, en el libro electrónico), perdura como formato (la pantalla electrónica emula la página impresa) y perdura, sobre todo, como objeto de deseo (el deseo del escritor de tuits, el deseo del autor de blogs, de llevar esos textos a libro, de otorgarles el venerado formato de libro; y además el considerable espacio que se concede, al interior de las novísimas redes sociales, a la promoción festiva de esa antigualla, los libros, preferentemente cuando son propios).

Borges fue escritor, fue lector, fue editor, fue traductor, fue crítico, fue bibliotecario, fue profesor de literatura: su mundo, como ya se ha dicho tantas veces, cómo él mismo ha dicho, fue más que nada el de los libros. Pocas fotos los retratan tan bien como esa tan famosa de Sara Facio en la que se lo ve en cuclillas frente a los volúmenes de un estante de biblioteca. No sorprende, sin embargo, que en algunas ocasiones abominara de los libros, y más específicamente de la tecnología que los hizo posibles: la imprenta. En uno de los libros de conversaciones con Osvaldo Ferrari (que María Kodama, implacable y rabiosa, intentó previsiblemente reprimir), Borges afirma: “Quizá la imprenta haya sido mala, ya que ha facilitado la multiplicación de los libros. Además que, ahora, cualquier libro llega inmediatamente a la publicidad. En cambio, antes, cuando era necesaria una copia manuscrita; entonces, la gente antes de copiar un texto, vacilaba. Y ahora, no, ahora es cuestión de unos días y se multiplican, se centuplican los ejemplares”.

¿No es parecida esta protesta a las que hoy suscitan las nuevas tecnologías: que se publica demasiado, que editar es demasiado fácil, que es tanta la difusión que al final nada se ve, etc.? Yo creo que es parecida y no es fácil de refutar. Pero me resulta por demás llamativo que esas mismas alarmas, que esos mismos argumentos, le cupieran a esa vieja-nueva tecnología, la imprenta, y a esos viejos-nuevos artefactos, los libros. Queja borgeana que no se formula desde alguna exterioridad, desde alguna ajenidad, sino al revés: se pronuncia desde el centro mismo de una pertenencia y un fervor.

Entre el campo y la ciudad, la ciudad; pero de la ciudad, las orillas. Entre la zarzuela y el tango, el tango; pero del tango, ese en el que no había ni canto ni bandoneón. Entre el teatro y el cine, el cine; pero del cine, su etapa muda. Borges define y repite un gesto de elegir y a la vez desplazarse, de estar al día y a la vez añorar, de estar en sintonía y desfasado, acompasado y desacompasado a la vez, yendo hacia adelante y viendo hacia atrás, algo así como un Angelus Novus.

Me resulta más interesante, en cualquier caso, que cierta tendencia a sobreactuar, siempre con impostaciones, la propia contemporaneidad tecnológica. Que suele ser, como se sabe, un signo inconfundible de viejazo; ya que los jóvenes, por lo general, mantienen con la tecnología de su tiempo una relación relajada y natural, espontánea y feliz; no precisan subrayarla ni reivindicarla con aspavientos, no precisan convertirla en consignas de pancarta, señalarla todo el tiempo ni tampoco señalarse.

 

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