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Elogio del policial

Cuatro escritores y su primer flechazo con el género

"El policial es una de las avenidas que creó la especie para avanzar sobre la perplejidad que le produce el universo". Pablo De Santis, Kike Ferrari, María Inés Krimer y Marcelo Figueras comparten la historia de su encuentro con el género de las habitaciones cerradas, los enigmas y las sombras.

Por Valeria Tentoni.

Hay una habitación cerrada con llave por dentro y del otro lado un hombre asesinado: en esa línea está contenida toda la potencia del policial, ese género en el que, según advertía Ricardo Piglia, “el crimen es el espejo de la sociedad”. Ese género cuyo ejemplo fundante, como señala Juan Sasturain, es “Los crímenes de la calle Morgue”, de Edgar Allan Poe. “Las reglas del policial clásico se afirman sobre todo en el fetiche de la inteligencia pura. Se valora antes que nada la omnipotencia del pensamiento y la lógica imbatible de los personajes encargados de proteger la vida burguesa”, distinguía el autor de Respiración artificial.

En Argentina, son muchos los escritores que se han lanzado a este río de aguas oscuras. Guillermo Martínez, autor de novelas como Crímenes imperceptibles y La muerte lenta de Luciana B, dice en un muy recomendable artículo donde piensa al policial junto a Borges que “hay en el género policial una tensión y un desafío extraordinario entre lo que efectivamente ya está dicho, en la retórica acumulada en miles de novelas, y aquello que todavía puede decirse, en el filo de las reglas”.

Pero ¿cómo se produce el gran flechazo? ¿Cuáles son las lecturas que disparan ese amor, esa convocatoria a continuar la tradición con nuevas historias? Cuatro escritores que se entrenan en estas pistas, como lectores y como autores, compartieron con Eterna Cadencia sus memorias.

Pablo De Santis, autor de libros como El enigma de París, Crímenes y jardines o La sexta lámpara, lo cuenta así: “En el departamento en que viví durante mi infancia había un cuarto de juegos. En los estantes, muchas novelas policiales: Georges Simenon, Earle Stanley Gardner, Agatha Christie. Antes de poder leerlas, ya me impresionaban las tapas de las novelas de Christie: los dibujos hiperrealistas de Tom Adams que mostraban, por ejemplo, un canario muerto, o una especie de ardilla atravesada con un alfiler de oro. No ilustraban literalmente la novela; sólo aludían a la perversión del asesinato con imágenes de pesadilla. A los doce años empecé a leer esas novelas. Más tarde, en la juventud, me parecieron mecánicas e insuficientes, pero con los años volví a la admiración inicial por Agatha Christie. Se necesitaron años para que descubriera, por ejemplo, la religiosidad de sus detectives: el catolicismo de Poirot, la costumbre de Jane Marple de leer, antes de acostarse, algunas líneas de la Imitación de Cristo de Thomas de Kempis. Se suele decir que los detectives son los defensores de la razón; pero creo que más bien son defensores de que las cosas tengan un sentido. Quieren encontrar un orden en medio del caos”.

María Inés Krimer, una de las autoras de la Colección Negro Absoluto, narra su encuentro con el género y describe a la protagonista de sus novelas Sangre kosher, Siliconas express y Sangre fashion, Ruth Epelbaum: “Mi relación con el género negro arranca en las historietas que leía de chica, desde el Tony hasta Misterix. Después vinieron los policiales americanos que papá traía de una biblioteca pública. Cuando fui convocada para Negro Absoluto volví sobre esas novelas y comprobé que mi entusiasmo por Chandler o Hammett seguía intacto. Incorporé a Goodis, a Jim Thompson, a James Cain. Y volví a confirmar que más que tramas ingeniosas, me interesa leer autores. Cuando mejores sean envolverán lo no dicho con mayor sutileza: como en toda obra literaria lo importante es cómo está hecha, el tono, la musicalidad que, en última instancia, mi visión del mundo. Pensé en personajes femeninos. En el policial clásico, las mujeres son víctimas. En el negro, rubias tetonas o asesinas. Un podio no muy deseable, por cierto. Con Ruth Epelbaum sucedió algo sorprendente: los lectores empezaron a llamarla por el diminutivo. Después vino Marcia Meyer, la protagonista de Noxa, con sus touch and go en medio de una nube de agrotóxicos. Sigo haciendo equilibrio en la cornisa”.

La Semana Negra de Gijón reconoció en más de una oportunidad a Kike Ferrari, autor de Que de lejos parecen moscas y Lo que no fue, entre otros libros: “El género negro llegó a mi vida, claro, mucho antes como lector que como escritor, en una transición natural entre las novelas de deducción al harboiled. El primer acercamiento fue esa colección de Bruguera que parecían revistas -el Club del Misterio- en la que leí Cosecha Roja, de Hammett y a tantos de los que me acompañan hasta hoy, incluso sin registrar entonces sus nombres: Jim Thompson, Jean-Patrick Manchette, David Goodis, Chester Himes y un larguísimo etcétera. Creo que lo que me apasiona del género negro es la posibilidad de contar el mundo en el que vivimos, de visibilizar nuestros terrores, al mismo tiempo que sirve de herramienta para usar diferentes materiales narrativos”.

“El policial es una de las avenidas que creó la especie para avanzar sobre la perplejidad que le produce el universo; el fenómeno de lo real, siempre insondable. Piensa el mundo como enigma a ser develado y usa el texto para encriptar un mensaje secreto. Me apasiona desde siempre —y para siempre, sin duda alguna— porque supone un juego que, sin embargo, transparenta con la mayor seriedad nuestra compulsión por la verdad. Pocos géneros representan mejor las miserias y las glorias de que somos capaces. ¡Cuánto más pobres serían nuestras vidas sin Sherlock, sin Marlowe, sin Lisbeth Salander!” define y concluye Marcelo Figueras, quien acaba de publicar El negro corazón del crimen.

 

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